La piedra cansada: cuadro séptimo
ACTO SEGUNDO
Cuadro Séptimo
Cabaña de Tolpor, al atardecer, en los alrededores del Cuzco. A la derecha, puerta abierta a la calle. Okawa está ocupada en tatuar, conun punzón de cobre candente unos platos de madera, canturreando o comentando por momentos su labor. Un pequeño hogar arde a su lado.
OKAWA, considerando el dibujo que acaba de hacer en un plato: — Cabeza de venado bien derecha. Como mirando lejos, al fondo de un país desconocido. ¡Ya!...(Toma otro plato y canta. Tras un instante,considerándolo en alto) ¡Qué amarillo tan extraño! ni oca dulce ni mashua amarga. ¿Pecho de vicuña salvaje?... Tampoco. Se diría... se diría tamarindo macerado. O más bien, color de camino polvoriento, abandonado bajo el sol...(Toma otro plato)
VOZ DE MAMA CUSI, desde el fondo de la escena: — ¡Date prisa,Okawa!
OKAWA, hablando para sí: — ¿Tantos platos para qué? Plato que sobra — dice el proverbio— es boca de un ausente que no come (Alzando la voz) Madre, ¿cómo son los platos en que yantan las vírgenes del Sol?
VOZ DE MAMA CUSI: — Los hay blancos, morados, lapislázuli... tatuados en el fondo de figuras misteriosas.
OKAWA, para sí: — Y el plato de la carne es negro y no tiene figuras.
VOZ DE MAMA CUSI: — Ve si viene el extranjero, Okawa. (Okawava corriendo a la puerta de la calle y mira hacia afuera)
OKAWA, retornando a su labor: — Ni noticia, madre. (Luego, soña-dora, para sí) Y el plato de la leche es una lámina de oro. Alrededor,hay incrustadas, figuras sacerdotales de caoba. Mas el plato de la fruta nadie lo conoce. (Cesando de trabajar, cavilosa)¿La guayaba, de color chirimoya, la lima, de fragancia de manzana, cómo serán servidos en el plato que nadie ha visto nunca?... (Se queda un momento pensativa y luego reanuda premiosa su labor, murmurando) Y en cuanto a los vasos... Las vírgenes no saben lo que son vasos. Ellas liban en keros. Unos keros desnudos, sin grabados, sin colores: — keros tristes... (Silencio. De pronto, Okawa lanza un grito y alza los ojos al cielo, apartando bruscamente el plato que tatuaba) ¡Madre!¡Madre! ¡Los pumas imperiales!
MAMA CUSI, viniendo del fondo, llena de ansiedad: — ¿Los has oído? ¿Tú también no?
OKAWA: — ¡Chut!...(Ambas escuchan. Tolpor viene por el fondo y también escucha. Okawa en un nuevo sobresalto) ¡Otra vez!
MAMA CUSI: — ¡Sí, sí! (Vuelven a escuchar)
TOLPOR, fatal: — ¡Por fin! ¡Mañana, al rayar el alba!...(Okawa correa la puerta de la calle y mira, ansiosa, hacía afuera)
MAMA CUSI, impaciente:— ¿No acaba de venir el extranjero? ¿Qué sucede?
TOLPOR, inmóvil, sombrío: — La guerra será larga. Unas diez lunas. Sin contar dos de ida y dos de vuelta.
MAMA CUSI: — ¿Okawa, viene?
OKAWA, apartándose de la puerta: — No...Pasa gente... mucha gente... Mozos con ramos de siempre vivas...(Se ve en efecto cruzar por la calle grupos de hombres y mujeres en gran efervescencia Mama Cusi, Tolpor y Okawa observan las afueras)
MAMA CUSI: — ya vendrá, paciencia.
OKAWA: — ¡Un huaraca, mama! ¿Lo ves, Tolpor? ¡Otro! ¡Otro!...¡Todas las madres! Una va corriendo con un llanto de plata en las manos.
TOLPOR: — La hora de concentración en los tambos y cuarteles es la primera estrella de la aurora. Partiré... triste... sangrando...envenenado...(Va y viene)
OKAWA, sin despegar los ojos de la calle: — ¡Ojotas! ¡Fajas verdes!¡Más ojotas. (A Tolpor) Y las tuyas, ¿dónde están?
TOLPOR: — Las tiene Sallcupar. Las de algodón.
MAMA CUSI: — Las de cuero y las de lana, están tendidas en el techo desde ayer, esperando los excrementos de los pájaros de paso.
TOLPOR: — Amar a una princesa... mal extraño... extraño sentimiento...
MAMA CUSI: — No desesperes. Cálmate... partirás curado. Y la cuña de tu hacha de guerrero, cuando vuelva, reemplazará en la viga del hogar al arado tutelar del padre muerto...(Un anciano con cara y aire de extranjero, con un tamborcito colgado a la cintura, aparece en el umbral de la puerta de la calle)
OKAWA: — ¡Pucutur! ¡El extranjero!
EXTRANJERO: — Se aleja el equinoccio. La luz crepuscular se dilata en las colinas.
MAMA CUSI: — El ejército del Sol parte mañana.
TOLPOR: — Sí. Los honderos y los hacheros, con la noche; al venir el día, los arqueros, lanceros y animales de batalla.
(Avanzan hacia él en el centro de la escena)
EXTRANJERO, observando el cielo: — Un tamaño ha sido dado a cada cielo. Cada ayllu tiene un cielo, y cada rey, y cada hombre.
TOLPOR: — Mi cabeza, extranjero, ha perdido su cielo; está sin cielo.
EXTRANJERO: — Y cielos hay muy grandes como solios, y otros, breves como puquios.
MAMA CUSI, con fervor: — ¡El cielo del Tahuantinsuyo es inconmensurable!
EXTRANJERO: — ¡Inconmensurable!... Pero ¿habéis observado que el pueblo, al rugido de los pumas imperiales, anunciando la expedición, no ha mostrado entusiasmo en las calles? El Iris ha pasado por la plaza de la Alegría; un grupo de jóvenes guerreros lo llevaban, seguidos de una muchedumbre...
TOLPOR: — ¿Y el pueblo ha mostrado indiferencia?
EXTRANJERO: — Sí... una extraña indiferencia. Ni un vitor, ni un aplauso. Las mujeres y los niños, asomados a las puertas, han contemplado fríamente el estandarte. Algunas ancianas han atravesado la calzada y han dado a beber a los guerreros unos tragos de chicha o han llevado a su boca algunos granos de maíz...
MAMA CUSI: — La campaña es lejana; las punas, escarpadas, insalubres...
EXTRANJERO: — Un turbio silencio por doquiera. Al desaparecer los futuros expedicionarios en el fondo del Hanai-Cuzco, una anciana se ha puesto a llorar.(Cambiando de tono) Vamos allá; en lo que toca al caso de este joven, (habla a Tolpor) no oculto mi sorpresa de ver que entre vosotros es crimen y pecado en un hombre del ayllu amar a una ñusta, coya o sipacoya. Entre los shiras, no: el mismo Rayo fecunda a vírgenes de la gleba y humildes alfareros a las hijas de los grandes sacerdotes. Y asimismo, hasta el viejo Viracocha, quien enciende vidas incontables en la carne glacial de lagartijas y de iguanas, con mozas sin linaje ni estirpe.
TOLPOR: — ¿Qué vas a decirme, tú extranjero? Obsérvame andar, ¿qué podrás encontrar en mis pasos que pueda esclarecer ante el amauta, lo que mi madre misma desconoce? ¿Cómo y por qué se quiere, fuesen quienes fueran, el ser a quien se quiere y el que quiere? Sallcupar, por desgracia, con tu parecer o sin él, no lo sabrá jamás.
EXTRANJERO, tomando de la mano a Tolpor, sale por la puerta de la calle: — Ven, sígueme. El amauta nos espera.
TELÓN