La piedra cansada: cuadro duodécimo
ACTO TERCERO
Cuadro Duodécimo
Noche en la Sala del Consejo, del palacio de Collcampata. Cortesanos,oficiales, guardias, en espera.
OFICIAL PRIMERO, después de escrutar las afueras de la sala: — Desusado silencio, éste del Cuzco, la noche de la coronación de un nuevo Emperador.
AUQUI PRIMERO, bajando la voz: — Un rey áspero, extraño, taciturno. Rayos peregrinos despide su mirada misteriosa.
OFICIAL 2: — ¿Por qué haber prohibido todo festejo, el día de su advenimiento al trono?
AUQUI 2: — No se diría sino que el firmamento callase presagios sombríos...
OFICIAL 2: — Ni honores, ni parada y ni siquiera contento en los semblantes. En suma, una fecha cualquiera. Qué digo: una fecha aureolada de un cielo inquietante, enigmático.
AUQUI 3, viniendo por el foro: — Un cortejo de emisarios ha venido a ofrecer los presentes provinciales de rito, y no ha sido atendido.
AUQUI PRIMERO: — ¿Los emisarios no han sido atendidos?
AUQUI 3: — Ahora mismo, se están marchando por el pórtico del Lobo, cabizbajos, humillados, murmurando en sus dialectos, palabras de amenaza.
AUQUI 2: — ¡Temerario desaire! ¿Las provincias afrentadas?
AUQUI 3: — Acaban también de ser anunciados tres ermitaños, venidos de pakarinas lejanas...
OFICIAL 3: — Sí. Los he visto llegar esta mañana, por el gran camino de la sierra.
AUQUI 3: — Traían al hombreo, cada cual, un arbusto frondoso y desconocido, en plena lozanía. Según parece, el mérito de la ofrenda consiste en que estas plantas deben llegar a manos del nuevo Inca, enteras y verdes, tal como fueron arrancadas del suelo, sin que ni una sola de sus hojas se desgaje en el largo camino o empiece a amarillar y amarchitarse... (Dos auquis vienen por el foro)
AUQUI 4: — Tengo para mí que una tal conferencia del Inca con los sabios, artistas y sacerdotes, el día de su coronación, no tiene precedente en el Imperio. Es una iniciativa cuyos resultados para la organización del nuevo régimen, serán incalculables.
AUQUI 5: — No faltan, sin embargo, quienes, acostumbrados a un pasado rutinario, se sientan como atropellados por la aparición, brutal y deslumbrante, de un Emperador tan intempestivamente renovador.
AUQUI PRIMERO: — ¿Sabéis si los ermitaños han sido, por fin, recibidos?
AUQUI 5: — ¿Qué ermitaños?
AUQUI 2: — El incidente es grave. En muchas tribus del altiplano, esta romería sacerdotal al Cuzco, en semejante ocasión, de encontrar contratiempo, siembre en la región recelo y desconfianza contra el Inca.
AUQUI 4: — Tanto peor... Los santos peregrinos se regresan, cada uno con su árbol al hombro, sin haber visto al Inca. (Vivamente) Una vez más Tolpor Imaquípac, el Rey. Hachero, no teme el malhumor de los dioses... De otra parte, los dioses del Tahuantinsuyo, son múltiples, a imagen de los hombres y sus leyes, igualmente múltiples: hoy castigan lo que ayer recompensaban, y una misma conducta tiene, a los ojos del Inti, valor indiferente hasta contrario, según meridianos...
(una claridad lejana)
OFICIAL PRIMERO: — ¡El Emperador!...
OFICIAL 2, mirando a las afueras: — No... Son los rumay-pachakas. Los visitadores rurales, que parten en misión a las comarcas del Lago Sagrado. (Silencio. Los auquis atisban las galerías. De pronto, un estremecimiento general... Tolpor entra por la izquierda, vestido de simple soldado; por insignias imperiales, lleva, pendiente del wacollo militar, la mascaipacha y, en la mano derecha, el cetro de los Incas. Viene seguido de numeroso séquito)
EL INCA TOLPOR IMAQUIPAC, volviéndose del centro de la sala reconcentrado, grave: — Mi primera audiencia ha sido consagrada a los amautas, arabicus, villacs y quipucamayocs... (Da unos pasos, taciturno)
TODOS, en una reverencia: — ¡Viracocha proteja a su raza! ¡Tolpor Imaquípac ampare a su pueblo! (Vanse. Un heraldo queda con el inca)
EL INCA: — Los quipucamayocs. ¿Quién los anuncia?
HERALDO: — Padre, los anuncia una vestal, con un cántaro de barro, lleno de agua salobre.
EL INCA: — ¿Lleno de agua salobre? ¿Por qué esta alusión al mar?
HERALDO: — Porque, de la misma manera que no hay copa capaz de contener toda el agua del mar, tampoco hay ciencia alguna que expliquela existencia en su unidad. (Entran por el foro los quipucamayocs, precedidos de una vestal del Sol con un cántaro al hombro. Los quipucamayocs se disponen en círculo, rodeando al Inca, y la vestal,después de dar una vuelta delante de ellos, vase por el foro)
EL INCA, tras un silencio: — Una simple pregunta... Decidme: ¿está, según vosotros, en el poder del hombre, conformar el orden del universo a los latidos de su corazón?... (Dirigiéndose, uno a uno, a todos ellos) Ardoroso astrónomo, cauto ingeniero, grave historiador, magistrado severo, sapiente médico, terrible matemático: os escucho... Mi pregunta —losé— es inesperada: tengo mis razones... Os escucho... (Los quipucamayocs se miran, perplejos. Un gran silencio)
QUIPUCAMAYOC PRIMERO: — Padre, nada está fuera del hombre...
QUIPUCAMAYOC 2: — Padre, en el fondo y a juzgar por tus palabras y la voz con que las dices, no todo te sonríe, el día inaugural de tu reinado...
EL INCA: — Os escucho. Hablad...(Va y viene, impaciente)
QUIPUCAMAYOC 3: — Padre, solo cuando hayas logrado encerrar en la cuenta de tus manos todas las nubes del cielo, entonces podrás conformar a tu capricho cuanto hasta ahora se ha burlado de nuestra pobre voluntad humana: el amor y la noche y el día, el venir a la vida y dejarla...
EL INCA: — Llegado a la cima del humano poderío —doblegadas a mis pies naciones brillantes, religiones diversas, dominios infinitos— mi corazón está en la altura, frío y desierto. ¿Por qué esta ironía, este sarcasmo del destino? ¿Por qué si esta ascensión debió venir, no haberme antes preservado de esta desolación y de este duelo?...
QUIPUCAMAYOC 4: — ¡Padre resplandeciente, al sopesar la luz en una mano y la sombra en la otra, recuerda que hay que hacerlo mirando al firmamento!
EL INCA, exasperado: — ¿Es todo lo que se os ocurre responder? Proverbios,máximas... ¿No hay en vuestro saber, sino principios generales? ¿Mi pregunta rebasa vuestra ciencia?
QUIPUCAMAYOC 5: — Preguntar a los astros por qué brillan: ¡Vano afán!...
EL INCA, volviéndose al heraldo: — Los amautas.
HERALDO: — Los anuncia una anciana que llora. (Los quipucamayocs vanse por la izquierda. Una anciana entra por el foro, se detiene ante el Inca y llora en silencio. Luego, entran los amautas y ocupan en la sala idéntica posición a la de los quipucamayocs)
EL INCA, para sí: — El hombre es como el viento: no se sabe, a punto fijo, dónde nace, dónde expira...(Alzando la voz) Amautas, paradigmas de cordura y de prudencia, considero deber mío declarar a los filósofos y moralistas del Tahuantinsuyo, que yo fui en la expedición contra los kobras, buscando ávidamente la muerte. ¡Avida, desesperadamente! Pero puede suceder, venerables amautas, que, buscando la muerte, se encuentra no más que la agonía. Es así que hoy, en lugar de un cadáver, tenéis ante vosotros a un moribundo, en traje de emperador. (Movimientos de extrañeza) El peregrino azar, origen de mi actual apoteosis, cayóme del cielo, como esas piedras ígneas que caen con el rayo y se incrustan en la sien indefensa del ciego... (Y como los Amautas irrumpen en un murmullo de estupor, añade cortésmente) Venerables Amautas, os suplico retiraos. (Un silencio de muerte. Los amautas yéndose vanse por el foro de uno en uno)
AMAUTA PRIMERO: — Así crece la yerba por la noche. (Vase)
AMAUTA 2: — Así nos comprendemos, dándonos las espaldas.(Vase)
AMAUTA 3: — Así gritan algunos vegetales. (Vase)
AMAUTA 4: — Así zumba el insecto cuando vuela.(Vase)
AMAUTA 5: — ¡Así! ¡Así! ¡Así! (Vase. Pausa)
EL INCA, profundamente abatido: — El Villac Umo.
HERALDO: — Un cóndor anuncia al Sumo Sacerdote. (Entra el Villac Umo)
VILLAC UMO: — ¡No matar! ¡No mentir! ¡No estar ocioso! (A un gesto del Inca, el heraldo vase por la derecha)
EL INCA, tras un corto silencio, bruscamente: — Villac Umo: la víspera de mi partida en la expedición contra los kobras — de ello hace treinta lunas— una noche, yo, el albañil oscuro que era entonces, maté con mis propias manos, a la virgen que amaba, una princesa a quien, según la ley, el que yo la amase era, a la vez, un crimen y un pecado.
VILLAC UMO, petrificado pero inmutable: — ¡Viracocha proteja a su pueblo!
EL INCA: — ¡Partí al alba, enloquecido y busqué en vano la muerte en las batallas: las flechas kobras de mí se apartaron; antes bien, se tuvo mi sed de muerte por arrojo nunca visto y, sin ambicionarlo y sin siquiera merecerlo he aquí que la corona de los Incas ciñe mi frente!...
VILLAC UMO: — ¡Poderoso Tolpor Imaquípac!
EL INCA, en un sollozo: — ¡Villac Umo! ¡Sumo Sacerdote! ¡Vivo está en mi pecho el amor a mi princesa, y más vivo el dolor de su muerte!... ¡Si ella viviera! ¡Si la viera hoy a mi lado, en esta sala, en el palacio que no tuve! (Llora) ¿Por qué ser Emperador si ella no existe? ¿A qué la mascaipacha, sin sus sienes?... (Arroja violentamente el wacollo y la mascaipacha) ¿Y este cetro... por qué he de quererlo, sin sus manos? (Lo arroja igualmente. Luego, volviéndose hacia la derecha de la escena, llama) ¡Heraldo! ¡Los aravicus!...
VILLAC UMO, en una reverencia: —¡Ama Sua! ¡Ama Llulla! ¡Ama Kella! (Vase por el foro)
HERALDO, volviendo por la derecha: — Una quena tocada por un príncipe anuncia a los bardos. (Suena una melodía de una quena. Entra un chasqui amarillo)
CHASQUI: — Padre Augusto: los bardos del reino han muerto...
EL INCA, petrificado: — Repite...
EL CHASQUI: — Padre Augusto: los bardos del reino han muerto. Así lo anuncian parvadas de mirlos enlutados, que no cesan de llegar del sur, del norte, del levante, del poniente. (El Inca, pálido, en el centro de la sala, permanece inmóvil) Trazan señales en el cielo y, cavilosos, acaban por ponerse silenciosos en el templo de la Luna o en las copas de los tamarindos. Muchos también descienden en las calles, buscando con el pico en los empedrados, misteriosos insectillos... Hijo del Alba: ninguno canta!
EL INCA, bruscamente, como saliendo de una pesadilla, desde el centro de la sala: — Anunciad a las ciudades, campos, ayllus, señoríos y fortalezas de todas las fronteras del reino, que Tolpor Imaquipac, renuncia al trono del Tahuantinsuyo y, como simple siervo, se da una vida errante, de penitencia voluntaria... (Con paso firme vase por el foro)
CHASQUI Y HERALDO, atónitos, inclinándose: — ¡No matar! ¡No mentir! ¡No estar ocioso!
TELÓN