Capítulo X : Este desenlace, como muchos otros, solo sirvió para complicar más los sucesos de la vida

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Drake era un guerrero que vivía siempre desconfiando del peligro, y precaviéndose de que algún riesgo superior a sus fuerzas y a sus medios viniese a sorprenderlo. Velaba inquieto siempre, combinando los cálculos de su astucia, y solo en las ocasiones indispensables desplegaba los tesoros de audacia y de bravura con que la naturaleza lo había dotado prodigiosamente.

Preocupado con el sonido que había creído percibir en las lejanías del horizonte, se apresuró a bajar a sus lanchas.

-Ahora, camaradas, podéis seguir viaje: dijo a los españoles con un tono jovial... No os olvidéis de la caridad con que Drake trata a sus enemigos. ¡Feliz viaje, pues!

Los españoles no le respondieron.

-Tengo que hablar con vos, Henderson: venid a mi lancha, dijo al bajar, con voz baja.

El joven lo siguió, y mientras que se sentaban ambos en la popa, el piloto del galeón se acercaba a la borda y diciéndoles ¡eso habéis olvidado! les arrojó el jarrón de plata que Drake le había restituido. El jarrón vino a dar con fuerza sobre el hombro del almirante, cayendo después al piso del bote.

Henderson pegó un brinco lleno de furia...

-¡Insolente! -dijo al mismo tiempo que tirando de la espada se agarraba de una cuerda para saltar al Galeón.

Drake había lanzado también una mirada de fuego en el primer instante. Pero reponiéndose luego, contuvo a su amigo:

-¡Algo es preciso perdonarle! -dijo con templanza-: ¡remad, hijos! -dijo a los marineros; y la lancha se separó al instante del Galeón. Él entonces tomó el jarrón arrojado, y examinándolo con suma prolijidad, no cesaba de decir: ¡bellísimo! ¡bellísimo!

-¡Vamos, Henderson! -agregó poniendo a un lado el jarrón-: en la guerra como en la guerra... ¡Vida nueva, amigo mío!... ¡Ya lo veréis! os voy a llevar por los mares de la China y de la India; y os prometo que la primer sultana que apresemos...

-¡No os chanceéis, milord! -le dijo Henderson interrumpiéndole-: doña María es un ángel puro como el primer resplandor con que se anuncia la madrugada, y os juro que no la olvidaré por todas las sultanas presentes o futuras...

-¡Bah!... ¡si supierais cuantas cosas aprende el hombre a olvidar, no diríais eso!

-¡Os juro que a ella no la olvidaré!

-Veo que aún os dura el viento de los juramentos, dijo Drake con un tono amable de burla; pero no obstante esos juramentos, la olvidareis para llenar los altos deberes que os imponen la patria y vuestro nombre. Además de que contra las pasiones imposibles el hombre debe un remedio eficaz a la infinita bondad de su creador; y ese remedio es el olvido. Soy un poco más viejo que vos y os aconsejo que os curéis con él.

-¡No, milord!... ¡Aún no me conocéis... contra lo que parece imposible a los demás yo sé también osarlo todo como vos!

-Os engañáis: ¡yo os juro que jamás he puesto en riesgo un solo cabello de mi cabeza por mujer alguna!... Mirad, pues, si...

-¡Decís bien, milord! -le dijo Henderson interrumpiéndole-: al honrarme comparándome a vos, me había olvidado de que tenéis el corazón del águila, mientras que yo no soy sino un hombre que he sucumbido a las pasiones que menospreciáis.

-No soy tan ajeno a esas pasiones, sin embargo, que no comprenda lo natural que es para el corazón humano, como para un navío, seguir por algún tiempo el impulso de sus velas aun después de haberlas recogido... ¿Oís? -dijo Drake con interés y señalando hacia el Oeste...- ¡otro cañonazo!

-En efecto: respondió Henderson, ¡parece un cañonazo!

-¡Oh! lo es: no lo dudéis. Los españoles han salido necesariamente del Callao a perseguirnos.

-¡A perseguirnos! -dijo Henderson con indignación...- ¡Pluguiera al cielo que fuese cierto!... Tengo hoy el alma con tal temple que os juro no serán ellos los que me perseguirán.

-Vos, Henderson haréis lo que yo os mande: le dijo Drake con tono de voz firme y pausada, y yo os digo que si Dios no me obliga a otra cosa, estoy resuelto a dejarme perseguir.

-¿Y por qué, milord? -le preguntó Henderson mostrando el disgusto que le causaba esta resolución.

-Porque traen sus naves colmadas de gente; porque si viniesen con una más que nosotros no podríamos evitar que nos abordaran, y aunque triunfáramos, ¿qué íbamos a ganar de real?... ¿Hacer matar esa brava y virtuosa tripulación que nos acompaña, por el placer de ver las llamaradas de un barco más, incendiado?... No, Henderson: es preciso que el valor sea reflexivo para que sea útil, y que sea útil para que sea glorioso.

-Tendréis razón, milord; pero jamás me persuadiréis de eso. Aun no siendo Drake, me creeré humillado el día en que tenga de huir delante del pendón de España.

-¡Bah!... ¡La vanagloria no es la gloria, joven! La gloria se gana haciendo, a pesar del pendón de España, lo que nosotros hemos hecho. ¡Hemos atravesado desde Inglaterra hasta las tinieblas del mar del Sur: hemos asolado en toda su extensión las costas que en uno y otro mar tiene el enemigo: hemos sorprendido y mutilado sus puertos, despojando los templos de sus ídolos, como en Valparaíso, en Guatalco y en tantas otras partes: hemos apresado, hemos saqueado y hemos incendiado los galeones en que navegaban sus riquezas; hemos difundido el terror de nuestro nombre por toda la tierra que pisa el español: y todo eso lo hemos hecho a pesar del pendón de España, abriendo la primer huella de un camino en el que hombre ninguno ha puesto su planta todavía!... Cuando volvamos a Inglaterra colmados de riquezas, de descubrimientos y de renombre, ¿creéis que el lustre de estos hechos lleva riesgo de empañarse por haber dado la espalda a un combate estéril?... ¡La primer bala que arrastráramos por orgullo o por soberbia (contra el mandato de Dios que nos impone ser humildes) podría hacer fracasar esta tentativa de mi genio, en la que cifro mi honra y la gloria de Inglaterra!... ¿Me comprendéis?... Es preciso que me obedezcáis ciegamente, y que renunciéis por esta vez al ardor de vuestro coraje.

-Milord: obedeceré ciegamente a vuestros mandatos. Pero, jamás huiré con gusto delante del pendón de España.

-¡No importa!... ¡otro cañonazo!... sí: no tengo duda, es la culebrina de bronce del Pasha la que habla. ¡Oh! ¡yo oigo desde muy lejos la voz afligida de mis hijos!... Esos cañonazos aislados son señales que nos hace el Pasha para que sepamos que lo persiguen. El Pasha como vos sabéis debía venir a reunírsenos en este golfo: los españoles han salido del Callao y lo persiguen: lo tengo aquí (dijo Drake señalándose la frente) ¡cómo si lo viera!... ¡Gracias a ti, Dios mío! -dijo alzándose su gorra. ¡Es visible el favor de vuestro brazo, pues habéis querido ponernos en su camino para dar ayuda y socorro a nuestro hermano, tu fiel servidor como nosotros!... ¡Oídme bien, Henderson! Si para desembarazar al Pasha tuviésemos que batirnos por un instante, no os dejéis enredar en la acción; procurad estar siempre al viento para tomar el largo y retiraros: estad atento a mis señales más que a las maniobras del enemigo; y dejadme hacer. Os repito que mi intención es evitar todo combate, si puedo; y abandonar las costas del Perú. ¡No os alejéis de mí! y si algún suceso extraordinario nos separase, ya lo sabéis, cruzad al norte sobre las costas de California donde nos reuniremos para salir al Atlántico por el Norte... ¡No os asombréis! ¡confiad en mí!

-No me asombro, milord; pero extraño que prefiráis ese camino extraordinario, al del Estrecho que ya conocemos.

-Para venir era bueno; para volver es el peor. La costa toda está ahora en alarma: todos los galeones están volando a sus nidos: y es más que probable que los españoles tomen el Estrecho antes que nosotros, para esperarnos y anonadarnos... Lo mejor es pues lo que os he dicho: lo tengo bien pensado: meteremos la mano de paso en los tesoros que el español tiene en sus ricas colonias de Asia; y le mandaremos noticias nuestras después que lleguemos a Inglaterra. ¿Me habéis comprendido, Henderson?

-Todo.

-¡Bien: al pie de la letra todo! -dijo Drake con un ademán, de autoridad.

-¡Cómo me lo mandáis, milord!

-Id ahora a vuestra nave, y poneos inmediatamente a la vela.

Mientras que Drake montaba al Pelícano, se dirigió Henderson a la Isabel con toda la presteza de sus remos.

Un momento después estaban ya en marcha los dos buques del hereje. La Isabel, como si quisiera juguetearse con las olas del mar, recostaba sobre ellas su graciosa arboladura hasta tocarlas casi con sus vergas.

El torrente de espuma que marcaba su huella sobre el Océano pasaba con furia a dos dedos de su borda de babor, mientras que los bravos marinos que la tripulaban, sentados en grupos por la otra borda, esperaban los sucesos con aquella flema grave que encubre el ardor de las pasiones del hombre de mar.

Inmóvil como una estatua, y apoyando su cuerpo en el codo izquierdo, miraba Henderson el Galeón en que estaba doña María. Un nuevo cañonazo se hizo sentir en el horizonte, y fue respondido con otro disparado a bordo del Pelícano. Como una hora después aparecieron las blancas velas de un buquecillo. Drake no se había engañado: era el Pasha. La escuadrilla española, improvisada por Sarmiento, se distinguía persiguiéndolo a la distancia.

Es imposible pintar la vigorosa animación que la fisonomía de Henderson cobró con esta perspectiva: se enderezó como un álamo y con una voz llena de orgullo mandó izar en lo alto de la entena de popa los rojos colores de Inglaterra.

El viento había decaído notablemente, y seguía apagándose de más en más como sucede ordinariamente al medio día en el mar de los trópicos; y apenas había tenido tiempo el Pasha de ponerse a navegar en la dirección que le indicaban las señales del Pelícano, cuando una calma completa se había establecido ya en la atmósfera del Océano. Las velas de los buques se balanceaban a lo largo de los palos como laxas y fatigadas de la tarea, al paso que gruesas olas, sin dirección, ondulaban debajo de los cascos meciéndolos sin cesar con el movimiento de la ebriedad. El primer viento que levantara allí la mano de Dios iba a decidir de la suerte de todos. Las dos escuadrillas se mecían inmóviles e impotentes, como a cuatro o cinco millas de distancia una de otra; y el Galeón, poco antes despojado, se balanceaba también a la vista de ambas.

Esta calma duró todo el resto del día, hasta que vino la noche, y tomándolos a todos en esta situación, los envolvió con el denso manto de sus tinieblas.

«Un viento fresco del este (dice la historia) se levantó cerca ya del amanecer. Los ingleses se aprovecharon de él para alejarse; porque no estaba en los intereses de Drake arriesgar un combale siendo su fuerza tan inferior. Agrégase a esto que halagados los Españoles con un triunfo que los había parecido facilísimo habían incurrido en la imprevisión inexplicable de no embarcar los víveres suficientes para hacer la persecución del Pirata.»