La niñez del padre Rojas/Acto I

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La niñez del padre Rojas
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Entren el VICIO y la VIRTUD
VICIO:

  Yo tengo de hacer mi oficio;
tú puedes el tuyo hacer.

VIRTUD:

¿Siempre habemos de tener
tú y yo pesadumbres, Vicio?

VICIO:

Virtud, si tienes indicio
de que tiene condición
para seguirte Simón,
por lo mismo justamente
quiero yo por accidente
divertir su inclinación.
  El principio de la vida,
estos dos caminos tiene,
que somos tú y yo; pues viene
a su elección reducida,
no es razón que a mí me impida
tu pretensión el lugar
que intento solicitar.

VIRTUD:

Pues ¿por qué has de pretender
con principios de placer
fines de tanto pesar?

VICIO:

  En su ser es cada cosa
perfecta.

VIRTUD:

¡Lindo argumento!

VICIO:

Yo mi perfección intento.

VIRTUD:

Pues ¿hay perfección viciosa?

VICIO:

Esta máquina famosa,
compone de variedad
su hermosura.

VIRTUD:

La maldad
nunca le ha dado hermosura;
que es la virtud casta y pura
su esplendor y majestad.
  El me ha de seguir a mí.

VICIO:

Dios no fuerza el albedrío;
luego con razón porfío
que no se vaya tras ti,
y tú no eres Dios.

VIRTUD:

Pues di,
¿quién a la virtud inclina,
fin a que el hombre camina?

VICIO:

Deja la arrogancia vana,
que tú eres virtud humana,
y Dios es virtud divina.

VIRTUD:

  Cuando a la naturaleza
humana Dios se humilló,
la humana entonces subió
a su divina grandeza.
Quien con obras y limpieza
de corazón, humillado
llega a este monte sagrado,
así se transforma en él,
que aunque no es Dios como él,
es su imagen y traslado:
  por eso dioses se llaman
los hombres.

VICIO:

¿Y este Simón
ha de ser Dios, en razón
de serlo los que a Dios aman?

VIRTUD:

Si por dioses los aclaman
las divinas letras, hombre
que ama a Dios, no hay por qué asombre
que llegue a tal beneficio,
o el sacerdotal oficio
le dará de Cristo el nombre.

VICIO:

  Todo a envidia me provoca,
y todo a intentar me obliga
que te deje y que me siga.

VIRTUD:

¡Qué arrogancia necia y loca!
Si Dios el alma le toca,
como el principio contemplo,
y quiere hacer, para ejemplo
que a este siglo importe tanto,
un catedrático santo
del púlpito de su templo

VICIO:

  ¿Un muchacho tartamudo
elige Dios? ¡Qué perfeta
lengua!

VIRTUD:

Si Dios a un profeta
que le dijo que era mudo,
darle aquella lengua pudo
que hoy tan desatada y diestra
la sacra página muestra,
¿no podrá hacer que Simón
hable con tal perfección
que se confunda la vuestra?
  ¿Hay para Dios imposible?

VICIO:

Esta es su madre, y su hermano.

(CONSTANZA y GREGORIO, muchacho.)
GREGORIO:

Llevándole de la mano,
aun no puedo, ni es posible,
  porque luego se me va,
y apenas miro por él,
cuando no hay memoria dél
ni en toda la calle está:
  no esperes que sepa nada.

VICIO:

Gregorio acusando viene
a Simón.

VIRTUD:

Simón no tiene
culpa.

CONSTANZA:

A ti todo te enfada;
  que has dado, Gregorio, en ser
deste muchacho fiscal.

GREGORIO:

¿Dígolo yo por su mal?
¿Quieres dejarle perder?

CONSTANZA:

  ¿Es perderse, por ventura,
irse a la iglesia?

GREGORIO:

Señora,
la iglesia, en que Dios se adora,
disculpa es santa y segura;
  pero domingos y fiestas
no bastan; siempre ha de estar
en la iglesia, y siempre dar
por aparentes respuestas
  de no escribir ni leer,
que oyendo misa pasó
toda la mañana.

CONSTANZA:

Yo
no le puedo reprender
  porque tenga devoción.

GREGORIO:

Pues ¿no le basta, señora,
una misa, y no es un hora
justa y bastante oración?

CONSTANZA:

  Pues ¿qué es lo que hace?

GREGORIO:

Oir
cuantas salen, de rodillas.

VIRTUD:

¿Parécente maravillas
que te pueden confundir,
  las que cuentan de Simón?
¿Estos principios ¡oh Vicio!
impides?

VICIO:

Este es mi oficio;
venceré su inclinación.

VIRTUD:

  No harás, porque quiere Dios
que desde niño sea suyo.

VICIO:

Ahora, Virtud, yo no arguyo
contigo; quien de los dos
  pudiere más, ése sea
el que merezca el laurel.

VIRTUD:

Yo te aseguro que en él
sola mi virtud se vea.

(Vanse los dos.)


CONSTANZA:

  Si me contaras, Gregorio,
que tu hermano era travieso
en algún notable exceso
que fuera a todos notorio;
  si jurar, como se usa
en muchachos desta edad,
que en los bríos, la piedad
de los padres halla excusa,
  y que Dios no ha de admitir,
sino permitir que vean,
o que en deshonras se emplean,
o en tiernos años morir;
  si me dijeras también
que el juego le divertía,
que ya es ciencia y gallardía
que un niño lo sepa bien,
  para que siendo mayor,
con infamia conocida,
pierda la hacienda, la vida,
y a vueltas della el honor,
  confieso que me pesara,
y que yo le reprendiera,
y no sólo le riñera,
mas también le castigara;
  pero porque desde agora
se incline a servir a Dios...

GREGORIO:

Bien se ve a cuál de los dos
te inclina el amor, señora;
  que a mí de su devoción
no me pesa; mas ¿no es bien
que asista Simón también
a la escuela y la lección?
  Un muchacho tartamudo,
¿cómo podrá desatar
la lengua sin estudiar?
¿Hase de quedar tan rudo,
  que aun no sepa el abecé,
ni tome ejemplo de mí?

CONSTANZA:

Pienso que la causa fui
que siempre en la iglesia esté;
  ofrecísele a la Reina
del cielo, y pienso que ya,
como prenda suya, está
en el trono donde reina.
  ¡Cómo se ven los despojos
y presentes ofrecidos!
y aunque admire tus oídos,
pocos dolores y enojos
  me costó su parto; y tanto,
que por estas muestras creo,
Virgen, que halló mi deseo
puerta en vuestro puerto santo:
  quiérele, Gregorio, bien;
y si él no fuere al escuela,
Dios en la oración revela
ciencias divinas también.

(SIMÓN con un libro, vestido de color, ha de hablar tartamudeando.)
GREGORIO:

  ¡Cómo tu amor solicita
su remedio!

CONSTANZA:

Ya lo he visto.

SIMÓN:

¡Loado sea Jesucristo
y la su Madre bendita!
  [-ego]

CONSTANZA:

La mano y la bendición.

GREGORIO:

Si viniera de lección,
no trujera más sosiego;
  de que en ese libro lea,
verás lo que aprende allá.

CONSTANZA:

Con tal maestro, él sabrá
de Dios cuanto Dios desea;
  leed la lección, Simón.

SIMÓN:

Ando en la... latín agora.

CONSTANZA:

Decid.

SIMÓN:

Oiga, se... señora,
verá qué linda lección.
(Lea.)
  Ave... ve Ma... Ma... María.

GREGORIO:

¿A quién hay que esto no asombre?

SIMÓN:

Es que lo, dulce del nombre
la lengua me detenía.
  Ave María, gra... gra...
tia ple... plena Do... Domi...
nus te... tecum, benedi.

CONSTANZA:

No leas más; bien está,
  porque el natural defeto
no es culpa en ti.

GREGORIO:

Con tu amor
le sufres.

CONSTANZA:

¡Bravo rigor!
¡Que me enojas te prometo!

(Vanse los dos.)


SIMÓN:

  Siempre a mi hermano parecen
to... todas mis cosas mal.
Tiene razón: yo soy tal,
que mu... mucho más merecen.
  Mas pues solo me han dejado,
yo me quiero entretener.
¿Qué haré? Mas ¿qué puedo hacer,
co... como ver el traslado
  de quien sólo para mí
tie... tiene luz y hermosura,
que en un cuadro de pintura
tienen mis padres aquí?
 (Corra una cortina a una tabla de la Anunciación.)
  ¡Vi... Virgen, limpia azucena,
a quien ta... tal hizo Dios,
que el ángel que está con vos
os llama de gracia llena!
Sa... sabed que me da pena
fa... faltarme lengua agora
para alabaros, Señora;
pero en esta me... me... mengua,
lo que no puede la lengua,
dirá el alma que os adora.
  Si la tuviera cla... clara,
¡qué de cosas os dijera,
que lo que yo no supiera,
ese ángel me lo enseñara!
¡Ay, quién os re... requebrara!
¡Ay, quién fuera tan dichoso
que os mostrara su amoroso
pe... pecho, Virgen, aquí,
cuando estáis diciendo sí
a vuestro querido Esposo!

(Cúbrase la cortina de la tabla, y detrás de ella salga un ÁNGEL en el aire con un rótulo que diga: «Ave María», puesto en una flecha con unos rayos de oro como fuego.)
ÁNGEL:

  Porque a nuestras jerarquías
admire un alma deshecha
de amor por eternos días,
abre con aquesta flecha
la boca, nuevo Esaías.
  Oyó la Estrella del Mar,
Simón, tu devoto ruego,
que porque puedas hablar,
tomé este divino fuego
de más soberano altar.
  ¡Habla, no te ponga en calma defeto
de cuya mengua;
hoy lleva tu amor la palma,
para que diga la lengua
los sentimientos del alma!
  ¡Habla, que aunque a Dios le toca
el juzgar el pensamiento,
siendo amor quien te provoca,
quiere que tu sentimiento
salga también a la boca!
  ¡Lengua en quien tanto tesoro
de requiebros se ha de ver,
dore y queme fuego y oro,
hasta que vayas a ser
uno del celeste coro!
  Que con ellos algún día
ceñirá laurel tu frente,
para que en su compañía
alabes eternamente
a nuestra Reina María.

(Todo este tiempo esté SIMÓN elevado, y el ÁNGEL le tenga el dardo o flecha puesto en la boca, y en partiéndose, diga:)
SIMÓN:

  ¡Agora, hermosa Virgen, que desata
mi lengua vuestra mano, aunque no veo
quién hizo este milagro en mi deseo,
en vuestras alabanzas se dilata!
Un dardo de oro, un rótulo de plata
con vuestro nombre, en quien el alma empleo,
me abrió la boca; pues a tal trofeo,
palabra os doy que no responda ingrata.
¡Será, Señora mía, celebrado
de vuestra Anunciación el dulce día,
de suerte, pues la lengua me acrisola,
que cuantos hasta agora os han llamado,
ángeles y hombres, celestial María,
no igualen juntos a mi lengua sola!

(CRISPÍN, criado, entre.)
CRISPÍN:

  Basta, Simón, que ya has dado
en ser contra mí de modo,
que me has de acusar en todo.

SIMÓN:

¡Yo, Crispín! ¿Quién te ha engañado?

CRISPÍN:

  ¿Por qué dijiste ¡ah, señor!
que hablé a solas con Marina?

SIMÓN:

Siempre el temor adivina,
que es astrólogo el temor.
  ¡Como te sientes culpado,
échasme la culpa a mí!

CRISPÍN:

De la cocina salí
para siempre desterrado.
  Y está contra mí tan fiera,
que cuando a la puerta llego,
en vez de espada de fuego,
con un asador me espera;
  si bien es ángel tiznado,
yo perdí mi paraíso.

SIMÓN:

Que no he sido yo, te aviso,
en tu destierro culpado;
  demás de que no es razón
 (no digo que las retozas)
que los mozos con las mozas
estén en conversación;
  ¡otros entretenimientos
no puedes en casa hallar?
Siempre, Crispín, has de estar
entre bajos instrumentos:
  al jabonar, al torcer,
al guisar, a todo, en fin,
¿siempre te has de hallar, Crispín?

CRISPÍN:

¿De cuándo acá sueles ser
  tan suelto de lengua? ¿Quién
te la desató, Simón,
que hablas con tal perfección?

SIMÓN:

¿Hablo ya bien?

CRISPÍN:

Y muy bien.

SIMÓN:

  Estando mirando al cielo,
no porque lo viese yo,
un fénix me pareció
que abrió su dorado velo;
  bajó entre arreboles rojos,
moviendo las alas bellas,
que esmaltaban más estrellas
que al pavón sus verdes ojos;
  quedó el aire matizado
de más luces y colores
que suele de varias flores
por abril ameno prado.
  En el pico de rubí,
me pareció que traía
una flecha, que me abría
la boca, diciendo ansí:
  «Ave María, Simón»;
y que luego respondía
en ecos: «Ave María»,
por el aire un escuadrón
  de pintados jilguerillos,
calandrias y ruiseñores,
que me enseñaron amores:
adiós, que voy a decillos.

(Vase.)


CRISPÍN:

  Excelente inclinación
tiene este rapaz. ¡Qué cosas
tan raras y prodigiosas
nos dice en toda ocasión!
  ¡Qué devotos pensamientos!
No habla palabra en vano.

(MARINA, criada, entre)
MARINA:

Bien pueden comer temprano.
¡Bendiga Dios los alientos!
  ¿Aquí estás?

CRISPÍN:

Pues bien, ¿qué quieres?
¿Llega tu jurisdicción
hasta aquí? ¡Terribles son
las leyes de las mujeres!

MARINA:

  ¿No te he dicho que has de estar
seis pasos de la cocina?

CRISPÍN:

¿Seis pasos?

MARINA:

Seis, pues.

CRISPÍN:

Marina,
los pasos quiero contar.

MARINA:

  Desvíate allá, no seas
tan prolijo.

CRISPÍN:

¿En qué te ofendo?
Que si no es amor, no entiendo
que en otras culpas me veas;
  amor me trae, Marina,
entre carbón y jabón.

MARINA:

Ya sé yo, Crispín, que son
amores de la cocina;
  que si lo fueran por mí,
no hablaras con quien tú sabes.

CRISPÍN:

¡Por esas niñas, más graves
que los ojos del Sofí,
  que no hablaba con Inés
menos que en ti! ¡Sí, celosa,
te has mostrado desdeñosa!
Háblame, y pidan tus pies
  un zapato que compita
con los que se pone el sol,
porque los haré crisol
del oro que los derrita;
  darélos chinela abierta,
que con nacarada cinta
descubran a presa y pinta
plantas de tan linda huerta;
  ea, voylos a comprar.

MARINA:

¿Hablará más a Inesilla?

CRISPÍN:

Si a fregatriz de la villa
llegare en mi vida a hablar,
  que vuelva a cumplir de nuevo
aquel destierro, Marina,
de tu más limpia cocina
que los palacios de Febo,
  que así sus cabellos peina
sobre tu limpio fregado,
que en tus manos se ha llamado
Talavera de la Reina.
  Ea, no haya cucharón
ni asador de aquí adelante.

MARINA:

Ya estoy blanda como un guante;
lleve este abrazo el perdón.

(Entre SIMÓN.)
SIMÓN:

  ¡Ave María! ¿Qué es esto?

CRISPÍN:

¡Cogiónos!

MARINA:

En la cocina
te espero.

CRISPÍN:

Allá voy, Marina.

SIMÓN:

¿Qué es esto?

CRISPÍN:

Un amor honesto,
  dos que casarse procuran.

SIMÓN:

Pues antes...

CRISPÍN:

¿Esto te altera?
Son abrazos de la vera,
que antes de tiempo maduran.

(Váyase Crispín)


SIMÓN:

  ¡Virgen, mi Señora y Reina,
quién tuviera entendimiento
para hacer dulces discursos
de tantos méritos vuestros,
el día que el Ave sacra,
Iris del celeste reino,
saludó vuestra pureza
y admiró vuestro silencio!
justo fue que fuese un ángel
de tan noble Sacramento
nuncio; la virginidad
tiene limpio parentesco
con la alta Naturaleza
Angélica; y fuera desto,
como vino a la mujer
primera Luzbel, soberbio,
en forma de sierpe, es justo
que a vos, Reina de los cielos,
viniese Gabriel, y fuesen
veneno y remedio opuestos:
dividida ¡oh, gran Señora!
la salutación contemplo
en tres partes: la primera,
el ángel viene diciendo:

SIMÓN:

«Ave llena de la gracia
que te dio merecimiento
para que esté Dios contigo
y los dos polos diversos
te llamen siempre bendita
entre cuantos son y fueron
y serán eternamente.»
La segunda parte veo
en Isabel, vuestra prima,
bendiciendo el fruto vuestro;
¡y qué fruto, y qué Jesús,
y qué hermoso. le contemplo,
por el cristal soberano
del intacto y virgen velo,
en los ojos del Bautista,
lince ilustre, contrapuesto
al Evangelista santo
que vio su divino pecho!
¡Qué extraños linces de amor,
un Juan, por nacer despierto,
como le llamaba el sol,
y otro en la cena durmiendo!

SIMÓN:

La tercera parte tiene
la Iglesia santa, añadiendo
al Ave el nombre, o María,
por reverencia y respeto;
Ángel, Isabel, Iglesia,
altamente compusieron
tan dulce salutación;
que a todos tres, en efeto,
rigió el Espíritu Santo:
¡Qué soberanos misterios!
un ángel viene, ¡y qué ángel!
Gabriel, porque mensajero
de tal nueva, no era justo,
Señora, que fuese menos;
y ¿a qué Virgen? A María;
¿cómo aquí no me enternezco
con este nombre, y el alma
va por los ojos saliendo?
Recrea, nombre divino,
estos labios, dame aliento,
pues desataste mi lengua
con tu soberano fuego;
no hable palabra yo
desde mis años primeros
sin tu nombre, pues con él
a tu dulce Jesús tengo;
que si vos, Virgen hermosa,
le tenéis en vuestro pecho,
y yo os tengo a vos, ¿quién duda
que en este anillo poseo
oro y piedra, perla y nácar,
Madre e Hijo, sol y cielo,
cielo animado por quien
tal esperanza poseo?

SIMÓN:

Ave, pues, que en decir Ave,
vuestra inocencia confieso,
y en que Dios está con vos,
vuestro divino concepto,
pues cuando os llamo bendita
en tan nuevo privilegio,
el de vuestra concepción,
con piedad adoro y creo;
y si cuanto pudo daros
os dio, no es, Virgen, exceso
persuadir esta excepción
al humano entendimiento.
Virgen, yo soy ignorante;
¿adónde hallaré maestro
que me enseñe y que me guíe?

(GABRIEL entre.)
GABRIEL:

¡Simón!

SIMÓN:

¿Quién es?

GABRIEL:

Yo, que vengo
a ser compañero tuyo.

SIMÓN:

¿Tan ilustre compañero
ha de tener mi ignorancia?

GABRIEL:

¿Conécesme bien?

SIMÓN:

Yo pienso
que ilustráis con esa luz
mi corto conocimiento.

GABRIEL:

Tus padres quieren que estudies;
que les parece que es tiempo
de pensar en que sus hijos
elijan estado.

SIMÓN:

Creo
que no me pudieran dar
amigo como vos, ellos,
porque de manera os miro,
que pienso que al cielo os debo.

GABRIEL:

La devoción de María,
tan grande en tu pecho tierno,
me ha movido a darte luz,
y quiero estar asistiendo
tu entendimiento y lengua;
que puesto que forme cuerpo
en tu idea de la luz
con que ilumino y despierto
tus potencias, no has de verme,
aunque hablemos y tratemos
muchas cosas de María;
pero puedes estar cierto
que como con Gabriel hablas,
su divino mensajero.

SIMÓN:

Hablemos los dos en ella;
que a mí me basta que hablemos
para saber que eres luz,
y siendo luz, cierto quedo
que me has de alumbrar.

GABRIEL:

Sí haré.

SIMÓN:

Cuando vocalmente rezo,
o hablo con Dios mentalmente,
le imagino como puedo
por las pinturas que he visto,
aunque Dios no tiene cuerpo;
y así, con imaginarte,
serás tú mi compañero,
y hablaremos en María,
porque todo mi deseo
se dirige a su alabanza.

GABRIEL:

Pues escucha.

SIMÓN:

Estoy atento.

GABRIEL:

  María, la primera,
de la virginidad, con altos nombres,
levantó la bandera.
Jesús fue las primicias de los hombres,
Ella de las mujeres,
pureza celestial que seguir quieres.
  Con saber que sería
Madre de su Criador, siendo criatura,
no quiso dar María
el sí a Gabriel, hasta quedar segura
su limpieza guardada,
con palabra de Dios asegurada.
  ¿Qué mayor excelencia
que con decirle el ángel que sería,
por alta preeminencia,
Madre de Dios, la celestial María
estimase tan presto,
más que tal dignidad, su pecho honesto?
  Pero el Señor divino,
que la escogió por Madre y por Esposa,
que lo fuese previno
intacta siempre, como siempre hermosa;
que mancha no podía
llegar al cuerpo de quien Dios nacía;
  hizo Dios los primeros
padres para habitar el Paraíso,
retratos verdaderos
de su misma hermosura, y ansí quiso
que al alma entonces pura
respondiese la humana arquitectura;
  pues ¿cómo, dime, haría
la casa al alma de la Virgen bella,
de la hermosa María,
si él mismo había de habitar en ella;
con cuál correspondencia
la fábrica exterior a su inocencia?

GABRIEL:

  Piensa de qué manera
aquella carne cándida sería
pura, hermosa y entera,
de quien la humanidad de Cristo había
de tomar el vestido,
a su divinidad sagrada unido.
  A sus hermosos ojos
se humilla el sol, se postran las estrellas
como humildes despojos;
ni hay luz en él, ni resplandor en ellas;
a su boca divina,
el purpúreo clavel su esmalte inclina;
  ocho azucenas tienes
cada vez en la tuya venturosa,
que saludar previenes
la Reina de los Ángeles hermosa.
Tres de las letras de Ave,
cinco en María, mar de amor suave.
  Pues si de ocho azucenas
se enriquecen los labios de tu boca,
de granos de oro, llenas,
justo amor de la Virgen te provoca;
que siendo tú mi amigo,
el saludarla partiré contigo.

(Quedándose SIMÓN suspenso, mirando al ÁNGEL, entren GREGORIO y CONSTANZA, sus padres.)
GREGORIO:

  Ya que Dios le desató
la lengua, que estudie quiero,
pues de su virtud espero
lo que a los dos prometió
  maravilla tan extraña.

CONSTANZA:

No os engaña la opinión
de la humildad que a Simón
su entendimiento acompaña:
  Aquí está. ¿Qué haces aquí?
Habla, muchacho. ¿Qué tienes?
¿No hablas?

SIMÓN:

A tiempo vienes,
Madre, que pensaba en ti;
  digo, Madre celestial,
que estaba pensando en vos,
nácar de la perla Dios,
de su sol limpio cristal.

CONSTANZA:

  ¿No ves a tu padre aquí?

SIMÓN:

¡Oh, señor!

GREGORIO:

De hoy más, Simón,
que estudies será razón,
que conozco ingenio en ti.
  ¡Crispín!

(Entre CRISPÍN.)
CRISPÍN:

¡Señor!

GREGORIO:

Yo querría
mostrarte que te he criado.

CRISPÍN:

El ser que tengo me has dado.

GREGORIO:

Quiero que desde este día
  vayan Gregorio, y Simón
al estudio, y tú con ellos.

CRISPÍN:

¿Yo al estudio?

GREGORIO:

Sin perdellos
de vista en toda ocasión;
  que yo los fío de ti;
y de camino podrás
estudiar, que ganarás
más que sirviéndome a mí,
  y no hacello será error.

CRISPÍN:

¡Yo estudiar! Pues ¿a qué fin,
con ingenio de rocín
y barbas de tejedor?

GREGORIO:

  Para aprender nunca es tarde;
también que les busques quiero
un ayo, que es lo primero,
que con cuidado los guarde
  de los vicios que el ejemplo
de otros causa en tal edad.

CRISPÍN:

Ese con su autoridad,
que ya tan grave contemplo,
  podrá llevar y traer
estos nuevos estudiantes;
que yo, aunque tú me levantes
a otro ser, ¿qué puedo ser?
  ¿Seré médico? No tengo
conciencia para curar,
porque esto se ha de estudiar;
¡y yo tan forzado vengo!
  ¿Y si por descuido mío
se muere el enfermo acaso,
y por no estudiar el caso
le receto un desvarío?

CRISPÍN:

  Si le sangro sin por qué,
o purgo sin saber cuándo,
y a su mujer, ya expirando,
digo que a comer le dé,
  ¿es buen oficio, señor?
¿Ganaré bien el dinero?
Pues si ser letrado quiero,
¿será el peligro menor?
  Aquel ver que me transforma
amor a cualquier delito;
aquel no juzgar lo escrito,
sino lo que el otro informa;
  que hay hombre que a su contrario
infama con los jüeces,
de suerte que muchas veces,
o se hace pleito ordinario,
  o se pierde la justicia
por no advertir al proceso,
sino al odio, cuyo exceso
causó la ajena malicia;
  pues luego ver que cualquiera
que defienda una mujer,
o su mancebo ha de ser,
o ser su galán espera,
  ¿no es cosa para sufrir?

CRISPÍN:

¿Ni el ver que a puros engaños
dure el pleito tantos años
que llegue el dueño a morir?
  Pues si astrólogo he de ser,
¿qué provecho me ha de dar
el querer pronosticar
lo que no puedo saber?
  Porque si de aquí a Granada
yerro con mucho desvelo
el camino, ¿de aquí al cielo
será más fácil jornada?
  Pues ¿qué he de ser, por ventura,
un triste gramaticón?

(El VICIO entre de estudiante.)
VICIO:

Estos presumo que son:
la suerte viene segura:
  a mi noticia ha venido
que un ayo mandáis buscar,
para honrar y acompañar
vuestros hijos; yo he tenido
  seis años cargo y cuidado
de los del señor don Juan,
donde pienso que os dirán
qué letras los he enseñado,
  qué virtudes y costumbres.

GREGORIO:

Gregorio y Simón han de ir
al estudio, y proseguir,
por sus difíciles cumbres,
  la Facultad a que viere
que tienen inclinación.

GABRIEL:

Di que no quieres, Simón,
porque éste es el Vicio, y quiere
  inclinar a ociosidad
el principio de tu vida.

SIMÓN:

Yo tengo en ti defendida
mi vida y mi voluntad;
  no he menester otro ayo.

GABRIEL:

Yo sé muy bien que éste fuera
de tu tierna edad primera,
furia, perdición y rayo.

SIMÓN:

  Señor, no gastes agora
tu dinero en vanidades;
que tales autoridades
la docta humildad ignora;
  basta que vaya Crispín
a acompañar a los dos.

VICIO:

Simón, si yo os quiero a vos
enseñar griego y latín
  sin interés ni salario,
¿por qué de mi compañía
no os preciaréis?

SIMÓN:

A la mía
no es agora necesario
  lo que vos pensáis de mí;
que tengo mejor maestro,
en tantas virtudes diestro
como ciencias.

VICIO:

Créolo ansí;
  pero yo puedo enseñaros
urbanidad, cortesía
y buen gusto.

SIMÓN:

Yo querría,
hidalgo, desengañaros
  de que ya os he conocido.

GREGORIO:

¡Crispín!

CRISPÍN:

¡Señor!

GREGORIO:

A sacar
vestidos que os quiero dar;
venid conmigo.

CRISPÍN:

¿El vestido
  me quieres mudar agora?

GREGORIO:

Pues, ¿no has de ir como estudiante?

CONSTANZA:

No es el hábito importante,
Crispín.

CRISPÍN:

Es verdad, señora;
  pero es también religión
esto de ser escolar,
y si se llega a dejar,
piérdese mucha opinión;
  pero vamos, que por dicha,
daré honor a mi linaje,
si no es que el paso me ataje
mi rudeza o mi desdicha.

SIMÓN:

  ¿No estudiarás Teología
después conmigo?

CRISPÍN:

Sí haré;
pero dime, ¿para qué
en tanta rudeza mía?

SIMÓN:

  Para oponerte a un curato.

CRISPÍN:

¿Yo cura?

SIMÓN:

Pues ¿por qué no?

CRISPÍN:

Ni aun sacristán pienso yo,
con ser oficio barato;
  aunque por mejor tendría
el hisopo, la caldera
y los kiries, si cayera
Todos Santos cada día.

(Vanse; queden el VICIO y GABRIEL.)
GABRIEL:

  ¡Vicio!

VICIO:

¿Quién es?

GABRIEL:

¿No me ves?

VICIO:

Veo, mas no quiero verte.

GABRIEL:

¿No te dijo la Virtud
que a esta casa no vinieses?

VICIO:

Dijo; pero ¿cuándo yo,
a la Virtud obediente,
respeté lo que me manda?

GABRIEL:

¿Sabes lo que Dios previene
hacer desta tierna planta?

VICIO:

Como desas plantas suelen
helársele a Dios.

GABRIEL:

A Dios
no hay planta que se le hiele
si Él la tiene destinada
a lo que della pretende.

VICIO:

Como desos cedros altos,
el monte Líbano tiene,
que ha derribado a la tierra
con la segur del deleite.

GABRIEL:

Este vive aquí seguro;
que sus padres fueron siempre
virtuosos.

VICIO:

¿Qué virtudes
de mí defenderle pueden?
¿No era el cielo más seguro?
¿No son eternos los ejes,
en que sus polos dorados,
eternamente se mueven,
y cayó Luzbel de allí,
sin que la luz le valiese
con que Dios había ilustrado
su aurora en su claro Oriente?
Este muchacho, hasta agora
no puedes decir que pierde
lo que tiene granjeado,
porque yo su vida inquiete;
el comienza la virtud,
puede en su senda ponerle;
déjenme poner la mía,
y siga la que quisiere;

VICIO:

Dios le dió libre albedrío,
¿por qué lo que Dios pretende
no ha de ser? Pero entretanto
déjame saber si vencen
tiernos años, mis halagos;
que si vuestro Pablo advierte
que no se ha de coronar
el que legítimamente
no peleare, razón
será que Simón pelee;
¿No dijo el otro poeta
que era casta solamente
la que ninguno rogaba?
Pues deja que yo le ruegue;
cueste la cándida palma
de virtud tan excelente,
trabajo; que el ser los hombres
ángeles, no se concede
sin entrar en la batalla;
solos dos el cielo tiene
preservados con razón,
y éstos fue fuerza que fuesen
uno Dios, y otro su Madre,
que respeto virgen siempre;
que si al nombre de su Hijo
es justo que le respeten
cielos, hombres y demonios,
justa humillación le deben
a María, aunque latría
a Dios y a su cruz reserven;
entre Simón en batalla;
déjame a mí, ¿qué me quieres?

GABRIEL:

¡Oh, bestia! ¿Cómo has de hallar
David, niño tan valiente,
que con la piedra esmeralda
de su castidad, te quiebre
la frente de tu soberbia!

VICIO:

Si me quebrase la frente,
otros habrá, cuyos vicios
de sus virtudes me venguen.