El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 18
La media noche
de José Ramón Yépez

Nota: se ha conservado la ortografía original.

El poeta venezolano José Ramón Yépez (1822-1881) se siente poseído de la majestad augusta de la Naturaleza en la calma de la media noche y columbraba existencia de la Causa Primera a través de los admirables fenómenos que contempla.


LA MEDIA NOCHE

O

PACOS horizontes,

Y rumor de airecillos y cantares,
Y sombras en los montes,
Y soledad dulcísima
En la tierra infeliz de los palmares;
Y allá lejos la luna que se encumbra,
Y un cielo azul de porcelana alumbra.

Y en el lago sin brumas
La onda medio caliente entumecida,
Coronada de espumas,
Soñando melancólica;
Y como tregua o sueño de la vida
En el hogar del hombre; y como inerte
La creación, y el sueño como muerte.

La gran naturaleza,
O vacila o se asombra, y muda y grave
Pálida de tristeza,
Ve sus astros inmóviles...
Suspensión de la vida, que no sabe.
Maravillada el alma, si le asusta
O le place por quieta o por adusta.

Tal es, sobre su coche
Que silencioso por el orbe rueda,
La extraña media noche
De las regiones índicas;
Así, al tañer de la campana, queda
Su voz oyendo por el aire vago,
La ciudad de las palmas en el lago.

Aquí empieza el imperio
De esas visiones sin color ni nombre
Que en inmortal misterio
Guardan las noches tórridas.
Aquí no alcanza a comprender el hombre
La cifra o la razón de cuanto mira,
O si despierto está, sueña o delira.

Tanta trémula estrella
Que de rubíes el espacio alfombra,
Tanta roja centella
Que con la luna pálida
Penetra y brilla en la nocturna sombra.
Causa son de terror, causa de duelo,
Si ya la media noche sube al cielo.

¿Quién sabe por qué crece
Entonces el penacho de esa palma,
Y el viento la remece
Y la despierta súbito,
Y a su voz el concierto y dulce calma
De la noche se rompe, cual si fuera
Hablando una palmera a otra palmera?

¿Quién sabe por qué luego
Se vuelven las conchuelas con la luna
Margaritas de fuego,
Y cuando boga rápido,
Sonriendo de su espléndida fortuna.
Nauta feliz que ansia por cogerlas.
Ni conchas halla ni radiantes perlas?

¿Quién sabe, quién alcanza
Por qué se cierne la nocturna nube
Con monstruosa semblanza,
Y envuelta en sombras tétricas
Desciende al llano, a la colina sube,
Para mostrar después, como un tesoro,
El plateado cendal con fimbria de oro?

¡Mentira! bajo el peso
De tanta maravilla, grita el mundo;
Acaso será eso...
Puede que los fantásticos
Prestigios de la luz, tras el profundo
Rumor que alzan los vientos que campean,
Finjan visiones, y mentiras sean.

Porque algo está escondido
Que bulle y vive y lúgubre se extiende
Al solemne tañido
De ese cristiano símbolo.
Algún prodigio el hombre no comprende
En estas altas horas; algo existe
De indefinible, pavoroso y triste.

No es que la noche ayude
Los genios a salir de sus recintos;
Ni la mar se sacude.
Ni murmuran los céfiros,
Ni del santuario los dorados plintos
Caen sonando, ni la sombra pasa.
Ni el trueno zumba, ni la luz abrasa.

Mas, con todo, a tal hora
Brota, se desvanece, canta, gime,
Brilla, se decolora,
Azota el aire trémulo,
Empaña el éter, la materia oprime
Una sombra, una luz, un ser, ¡quién sabe!
Que llena el orbe y que en la chispa cabe.

Entre el hombre que piensa
Y los astros que alumbran, se descorre
Como una cosa inmensa,
Impalpable, magnífica;
Y cuando la pardusca y vieja torre
Su postrimera campanada vibra,
De eso como infinito ¿quién se libra?

Salve ¡augusto misterio
Que encierras tan hondísimos arcanos!
En tu silente imperio
De sonidos insólitos,
Y de pálidas luces, y de vanos
Pavorosos fantasmas, todo es triste
Y se transforma todo cuanto existe.

Mas la razón del hombre
Al impulso inmortal del sentimiento
Instintivo y sin nombre,
Penetrará recóndita,
O explicarse querrá con noble aliento
Ese mundo invisible que reposa
Oculto entre la noche silenciosa.

Soledad de desierto
Y rumor de airecillo en los fragantes
Limonares del huerto;
Y en el azul vivísimo
Rubias estrellas, fuegos vacilantes,
Y claridad de luna que se encumbra
Y hasta el sombrío limonar alumbra.

Tal es, sobre su coche
Que silencioso sobre el orbe rueda.
La extraña media noche
De las regiones índicas;
Así, al tañer de la campana, queda
Su voz oyendo por el aire vago.
La ciudad de las palmas en el lago.