La madre de la mejor/Acto III

​La madre de la mejor​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen el DRAGÓN INFERNAL y dos ministros.
DRAGÓN:

  ¿Eso dices que has oído?

MINISTRO:

Eso a los padres oí,
junto a su limbo escondido,
que del dolor que sentí,
vengo, Dragón, sin sentido.

DRAGÓN:

  ¿Que la mujer es nacida,
que me ha de quebrar la frente,
dice esta gente perdida?

MINISTRO:

Tan clara y distintamente,
que la llaman gloria y vida
  de los mortales del suelo.

DRAGÓN:

Mi desventura recelo;
mas no es posible que sea
esta que el mundo desea,
por quien importuna al cielo.

MINISTRO:

  Pues ¿por qué pueden hacer
esta fiesta que se siente,
si aquesta no es la mujer
que te ha de quebrar la frente
con su divino poder?

DRAGÓN:

  ¡Planta de tanta blandura
me puede hacer tantos daños!
Tengo la frente muy dura,
que ha más de cuatro mil años
que a Dios el enojo dura.
  Pero pena he recibido
en oír que haya nacido,
pues sabes que entre los dos
puso enemistades Dios,
y no las tiene en olvido.
  ¡Cosa que llegado hubiese
para apretar mi garganta,
el tiempo en que Dios quisiese
formar la divina planta
que mi cabeza rompiese!
  Cosa que aquesta doncella,
¡oh serpientes! fuese aquella,
tan dicha en las profecías,
y más adonde Isaías
habla tan a voces della;
  que una Virgen parirá
dice, y que se llamará
Enmanuel el infante;
de Jessé, dice adelante,
la verde vara saldrá,
  y de la raíz la flor,
y que alegre en el camino,
y en la soledad mayor,
engendrará aquel divino
lirio de perpetuo olor.
  La hermosura del Carmelo,
y del florido Sarón,
del Líbano el verde suelo,
la gloria y la perfección
dice que ha de darle el cielo.
  Que antes de parir parió,
dice, y que parió un infante;
parir antes, ¿quién lo oyó?
¿Quién vio cosa semejante,
ni tal enigma entendió?

MINISTRO:

  Y aquella puerta cerrada
de quien hablaba un profeta,
donde Dios halló la entrada.

DRAGÓN:

¡Que esté mi cerviz sujeta
a su vengativa espada!
  Pero de pena excusemos
con adelantarla agora,
y a los del Limbo escuchemos.

MINISTRO:

¿Cantan?

DRAGÓN:

Sí.

MINISTRO:

Quien siempre llora
canta

DRAGÓN:

Querrá que lloremos.
(Ábrese una peña muy grande, dentro de la cual están ADÁN , ABEL , ABRAHAM , DAVID y JACOB , el padre de JOSEF . Canten.)
  Bendita tu hija sea,
pues tu palabra cumplida,
se comunica la vida
que el mundo alegre desea.

ADÁN:

  Prosigue, mi Jacob, el dulce cuento.

JACOB:

Como digo, Joaquín y Ana casados
prometieron a Dios del casamiento
el fruto.

ADÁN:

¡Oh padres bienaventurados!

JACOB:

Joaquín, con este santo pensamiento
de sus bodas veinte años ya pasados,
fue al templo, y ofreciendo a Dios sus dones,
como estéril oyó sus maldiciones.
  Las pálidas mejillas, que cubrían
vergüenza y canas, roja sangre y nieve,
al son con que las lágrimas salían
sale del templo, a cuyo umbral las llueve
el que llamar sus méritos podrían,
si a tanto nuestra voz mortal se atreve,
antecesor de Dios Hombre en el suelo,
más cerca que David dichoso abuelo.
  Las aves en los altos nidos mira,
y llora en ver sus hijos, porque sabe
que espera el Fénix que la tierra admira,
y a quien dirán las de los cielos Ave;
entre las vides y álamos suspira,
y ha de ser padre de la vid suave
que ha de dar en la cruz por altos ramos,
aquel racimo fértil que esperamos.

JACOB:

  Los trigos mira el generoso anciano,
sin ver que el campo estéril y fecundo
dará una espiga cuyo rubio grano
del cielo ha de bajar pan vivo al mundo.
A su ganado llega, y llora en vano,
pues el cordero de los tres segundo,
será de Dios y suyo, que algún día
le llame nieto en brazos de María.
  El Ángel le aparece, finalmente
y mándale buscar su esposa amada;
abrázanse los dos alegremente
en la puerta que allí fue más Dorada;
concibe aquella flor Ana excelente,
tantos años del mundo deseada,
y a nueve meses nace un claro día
la niña hermosa celestial María.
  Cuando llegó mi muerte venturosa,
y partí de la tierra al santo seno
de Abraham, era ya la niña hermosa
de dos años.

ABEL:

¡Oh tiempo de paz lleno!

JACOB:

Yo quería su madre, y la dichosa
parentela, por ser del mundo ajeno
este tesoro, y por piadoso ejemplo
ofrecérsela a Dios, llevarla al templo.

ADÁN:

  Bendita niña, crece felizmente,
y de tus manos venga nuestra vida.

EVA:

Crece, divina niña, que la frente
pisarás de la sierpe endurecida.

ABRAHAM:

¡Oh palma! ¡Oh lirio! ¡Oh torre! ¡Oh trono! ¡Oh fuente!

ADÁN:

¡Oh Reina celestial, del sol vestida!

ABRAHAM:

¡Oh niña, a quien darán mil bendiciones
del mundo las más bárbaras naciones!

(Ciérrase la boca.)
DRAGÓN:

  No me basta sufrimiento,
porque, o yo lo entiendo mal,
o por este nacimiento
desta niña celestial
comienza mi perdimiento.
  Aqueste recién venido,
que ha tan poco que murió,
tales nuevas ha traído,
que dice que él mismo vio
lo que me quita el sentido.
  ¿No mirabas cómo Adán,
Eva su mujer, Abel,
Jacob, Isaac, Abraham,
David y cuantos con él
juntos en el Limbo están,
  que creciera a Dios pedían
esta niña que mi frente
ha de quebrar, y decían
que estaba en la edad presente
en que su remedio vían?
  No es esto para callar;
no es esto para sufrir;
mejor me quiero informar;
al mundo quiero subir,
pues tengo más que bajar.
  Nunca aquestos han cantado
a Dios con tal regocijo;
nunca estas gracias le han dado;
sin duda que está su hijo
cerca de verse humanado;
  ven, que yo sabré lo que es.

MINISTRO:

Ya todo el infierno siente,
dragón, que temblando estés.

DRAGÓN:

¡Ah, cielos, que esté mi frente
condenada a humanos pies!

(Vanse y salen JOAQUÍN , ANA y JOSEF .)
JOAQUÍN:

  Cuánto nos haya pesado
la muerte del padre tuyo,
bien lo sabe el amor suyo,
del nuestro tan bien pagado.
  Tú, Josef, perdiste padre;
Joaquín hermano perdió;
una madre nos parió;
hermanos somos de madre.

ANA:

  Bien estarás satisfecho,
Josef, de lo que he sentido.

JOSEF:

El buen padre que he perdido.
hoy le gano en vuestro pecho,
  y aquel divino dechado
que de virtudes tenía;
de suerte que el mismo día
lo que he perdido he ganado.

JOAQUÍN:

  ¿Dónde está ahora Cleofás?

JOSEF:

En negocios anda fuera;
que estuviera aquí quisiera
porque se alegrara más.
  Pero esto dejando aparte,
¿cómo tenéis a María?

JOAQUÍN:

Con mil gracias cada día
que en ella el cielo reparte,
  tal lengua, tal discreción,
exagerar no se puede;
la margen mortal excede;
cosas celestiales son.
  Parece que anticipó
la razón en ella el cielo.

JOSEF:

¡Y como si al bien del suelo
tal prenda en las suyas dio!

JOAQUÍN:

  Ángeles hemos sentido,
que la han servido y hablado.

JOSEF:

Del bien a que la han criado,
grandes indicios han sido.

ANA:

  ¿Qué músicas celestiales,
y qué regalos sentimos,
qué dulces juegos oímos
a su tierna edad iguales,
  pero de misterios llenos?

JOSEF:

¿Quién duda que lo serán,
y que agradando estarán
a aquellos ojos serenos?

JOAQUÍN:

  Ya, Josef, se llega el día
que la queremos llevar
al templo; que no ha de estar
entre los hombres María.
  Tiene cumplidos dos años
y más dos meses y medio
este celestial remedio
de nuestros prolijos daños.
  Pienso que del tribu irán
nuestros deudos más cercanos.

JOSEF:

Los hijos de los hermanos,
Joaquín, no se quedarán;
  con ella y con vos iré.

JOAQUÍN:

Siempre nos queréis honrar.

JOSEF:

El que lo quisiere estar,
con vos y con ella esté.

ANA:

  ¿Sabes, Josef, que querría
que a propósito tuviese
una cama en que durmiese
allá en el templo María?
  Porque ella no ha de dormir
con nadie aunque es tan pequeña.

JOSEF:

La que tan pequeña enseña,
bien puede aparte vivir.
  Ni era razón, pienso yo,
que en la cama de la Luna
entrase criatura alguna
sino el Sol que la crió.
  En este Asuero se emplea
bien tal Ester, tal Infanta,
y de una Abisac tan santa,
solo Dios el David sea.
  Tan heroico Gedeón
goce este Vellón subtil,
y este trono de marfil
tan divino Salomón.
  Si a mí me queréis fiar
su labor, aunque en madera
pobre, mi amor considera
que a Dios consagra un altar.
  Yo la labraré muy presto:
no estorbaré la partida.

ANA:

Bien merece ser servida
de sus parientes en esto.
  Labralda, sobrino, vos,
que me dice el alma mía,
que en hacer cama a María
hacéis en que duerma Dios.
  Porque en un alma por quien
tantos milagros ordena
y de tantas gracias llena,
Dios asistirá también.

JOAQUÍN:

  Pues, Josef, este cuidado
os queda, y quedad con Dios.

JOSEF:

Vaya, tíos, con los dos,
y os pague el haberme honrado;
  a vuestra virtud lo debo:
humilde e indigno soy.

ANA:

¡Qué obligada a Josef voy!

JOAQUÍN:

Es un honesto mancebo.

ANA:

  No hemos tenido pariente
de tan grande santidad.

JOAQUÍN:

No le ha tenido su edad
tan casto ni tan prudente.

(Vanse JOAQUÍN y ANA .)


JOSEF:

  Si como son cepillo y sierra viles
y esta madera pinabete o haya,
fuera oro y plata de la indiana playa,
y ellos crisoles, limas y buriles.
Si odoríferos árboles sutiles
con que Saba los cielos atalaya,
y dé la fértil isla de Tondaya
ébanos negros, cándidos marfiles;
labrara yo la cama de la Luna
con envidia del Sol y las estrellas,
pues ni él la iguala, ni hermosura alguna.
Cesó la claridad en él y en ellas,
porque como la fénix sola y una,
así es María entre las cosas bellas.

(Vase.)
(Salen BATO y RAQUELA .)
BATO:

  Todos el monte dejamos;
a todos manda venir;
ya no llamamos servir
los que en Nazarén estamos.
  Ya por gloria lo tenemos,
porque después que María
bañó de dulce alegría
esta casa en que la vemos,
  naciendo tan clara y bella,
no hay hombre, si lo es de bien,
que no venga a Nazarén,
alegre de hablalla y vella.
  ¿Qué se trata de partida?

RAQUELA:

¿Que hoy nos habemos de ir?

BATO:

¡Voto al Sol, que he de reír
hoy para toda mi vida!
  Desde aquí a Jerusalén
he de hacer a nuestra niña
mil juegos por la campiña
y en las posadas también.
  ¡Oh, qué placer recibí
de mecerla esta mañana!
¡Nuestra ama y su madre Ana
no estaba, Raquela, allí!
  Sentí que estaba María
despierta, entré, y en la cuna
gorjeando hallé a la Luna
como las aves al día.
  ¿No has visto al amanecer
una calandria suave?
Pues tal estaba aquel ave,
que era escucharla placer.
  Que aunque no son más de dos
sus años, lo que decía
la santísima María
eran grandeza de Dios;
  quitéle a la hermosa cara
una toca, y vi... ¿qué vi?
No el sol, porque el sol allí,
sus rayos corrido para.

BATO:

  ¿No has visto abrirse una rosa
con el aljófar y perlas
del alba, cuando a cogerlas
viene la abeja amorosa?
  ¿No has visto en cedros enanos
blanco azahar, o por la puerta
de roja granada abierta
asomándose los granos?
  ¿No has visto una fuentecilla
en un prado, con sonoro
ruido entre arenas de oro
bullir y bañar la orilla?
  ¿No has visto lirios que están
como si cortara el cielo
sus hojas de terciopelo,
de raso y de tafetán,
  que por donde está peloso
es terciopelo, y lo liso
raso, y que el reverso quiso
fuese tafetán lustroso?
  ¿No has visto la guarnición
de la cadenilla de oro,
que le da tanto decoro
hermosura y perfección?
  ¿No has visto blanca azucena
o cinamomo florido?
¿No has visto...

RAQUELA:

Tú vas perdido.

BATO:

Pues piérdame enhorabuena;
  que no hallar comparación
para pintar a María,
antes es ganancia mía
y engrandecer mi afición.
  Al fin, Raquela, llegué;
los buenos días le di;
menores los recibí
del Sol que en ella miré,
  hinqué la rodilla en tierra,
y comenzando a mecer,
canté por darla placer,
que amor dulcemente encierra:
  A la niña María
cantan las aves,
porque es Alba divina
del Sol que sale.
  No lo hube dicho, Raquela,
cuando en el mismo aposento,
en un sonoro instrumento,
entre salterio y vihuela,
  me responde una capilla,
que sin seso me dejó.

RAQUELA:

¿Qué hiciste?

BATO:

Temblé.

RAQUELA:

Pues yo,
Bato, ya estoy hecha a oilla.

BATO:

  ¡Pardiez, que de un salto di
conmigo en el corredor,
aunque luego el mismo amor
me volvió a buscarla, y vi
  todo el aposento lleno
de flores!

RAQUELA:

Tal campo es.

LISENO:

No hay que porfiar, Farés,
que ha de llevarla Liseno.

ELIUD:

  ¿Y de mí no se hace caso?

BATO:

¿Venís los tres de pendencia?

FARÉS:

Tú puedes dar la sentencia.

BATO:

María duerme: hablad paso;
  que cuando duerme esta niña,
aun el cielo no se mueve.

ELIUD:

Sobre quién la niña lleve
es esta pendencia y riña;
  habemos de caminar
como Joaquín lo ha mandado.
Liseno, muy enojado,
dice que la ha de llevar;
  lo mismo dice Farés,
y ha de llevarla Eliud.

BATO:

Mejor os dé Dios salud,
que este bien gocéis los tres;
  que pienso llevarla yo
en estos indignos brazos.

RAQUELA:

Tú gozarás sus abrazos,
Bato, que los otros no.
  Y yo, ¿dónde me quedaba?
¿No advertís que soy mujer?

BATO:

Un remedio puede haber.

LISENO:

Eso mismo imaginaba.
¿No es que echemos suertes?

BATO:

  Sí

LISENO:

Va de suerte.

FARÉS:

¿De qué suerte?

BATO:

Que la lleve aquel que acierte
mejor a decir aquí
  quién puede ser esta niña.

LISENO:

¿Quién lo juzgará?

BATO:

Señor.

RAQUELA:

Vaya con mucho primor.

FARÉS:

Pues yo digo que es la viña
  que floreció en Engaddí.

ELIUD:

Yo digo que para el suelo
hizo dos ojos el Cielo.

BATO:

Son la Luna y el Sol.

ELIUD:

Sí.
  Y como estaban sin niñas,
hizo esta niña que agora
les da la luz que atesora;
mira si vencí tus viñas.

LISENO:

  Y yo que Dios quiere hacer,
aunque de mar infecundo,
alguna perla en el mundo
cuyo nácar ha de ser.
  Que como el nácar cerrado
encierra la perla en sí,
ansí tengo para mí
que lo tiene Dios trocado.

RAQUELA:

  Yo digo que es esta infanta
un diseño y un modelo
del mismo Señor del Cielo,
y una verde hermosa planta
  de donde salga la espiga
que dé a todo el mundo pan.

LISENO:

Bato falta.

BATO:

Ya dirán
que Bato la suya diga.
  Pues juzgue a todos, señor,
y si no fuere la mía
más cierta en lo que es María,
y de más alto primor,
  que no la lleve en mi pecho,
que no es pequeño castigo.

FARÉS:

Ya todos te aguardan.

BATO:

Digo,
y que he de acertar sospecho.
  No digo que es perla, ni ave,
ni sol, ni estrella, ni día.

ELIUD:

Pues ¿qué dices que es María?

BATO:

Una cifra que Dios sabe.
  Sin duda que algún camino
quiere hacer el Verbo eterno,
y así el Padre sempiterno,
y el Espíritu divino,
  han hecho, pues de Dios es
tan alta sabiduría,
esta cifra de María,
para escribirse los tres.
  Que aunque los tres son un Dios,
cuando a hacer paz nuestra guerra
el Hijo venga a la tierra,
allá se estarán los dos.

ELIUD:

  Alguien habla, Bato, en ti.
¿Tú sabes lo que has hablado?

BATO:

¿No esperan a Dios cifrado
los ojos mortales?

ELIUD:

Sí.

BATO:

  Pues digo que si algún día
ha de ser hombre, es agora,
que para menos que aurora
de Dios no hiciera a María.

(Salen JOAQUÍN , JOSEF y ANA .)
JOSEF:

  No ha dado más lugar la mucha prisa,
que a no ayudarme el buen Cleofás, mi hermano,
no pudiera acabarla.

JOAQUÍN:

Amor ha sido
de primo, buen Josef. Ea, pastores,
¿está lo necesario prevenido?

BATO:

Quistión hemos tenido, Joaquín santo,
sobre saber a cuál de todos toca
llevar en brazos la divina niña.
Remitámoslo a suertes, mas la suerte
será muy buena a quien por vos tocare,
porque sin vos, ¿que importa que se acierte?

ANA:

Yo os quitaré de ese cuidado a todos,
porque solos mis brazos son depósito
del soberano precio de María.

BATO:

Con vos, señora, no hay, ni haber podría
porfía, ni igualdad, ni competencia,
porque vuestra ha de ser la preeminencia.

JOSEF:

Perdónese al amor el buen deseo,
que todos lo tuviéramos a dicha.

JOAQUÍN:

Si prevenido está lo necesario
de la ofrenda, del templo y del camino,
(Sale el ÁNGEL .)
no hay que nos detener.

GABRIEL:

Dichoso el día
que al templo vais, ¡oh celestial María!

ANA:

Los vestidos, camisas y las sábanas
de mi hija, Raquela, te encomiendo.

RAQUELA:

Ya tenía cuidado de su ropa.

GABRIEL:

No se podrá perder, ¿qué os acobarda,
llevando tantos Ángeles de guarda?
(Vanse todos, queda el ÁNGEL .)
  Montes de la sagrada Palestina,
de Sión al Tabor de Galilea,
altas y verdes palmas de Idumea,
la Reina de los Ángeles camina.
Las vuestras humillad a su divina
frente, que el sol con rayos hermosea,
¡y tú, pues ya tus márgenes pasea,
santo Jordán, la blanca tuya inclina!
No soy yo solo, aunque con ella estuve,
la guarda y la cortina de María,
¡más bien guardada a vuestro monte sube!
Y aunque le ha de tener guardado un día,
no es arca de maná que lleva nube,
porque es el mismo Dios el que la guía.

(Sale el DRAGÓN .)
DRAGÓN:

  Certificarme deseo
con industria y diligencia.

GABRIEL:

¡Tú vienes a mi presencia!

DRAGÓN:

Aquí estás, aquí te veo,
pero no por esto creo
lo que en el Limbo se dice.

GABRIEL:

Cuando allá te escandalice,
siendo contra ti Dragón,
no te faltará razón.

DRAGÓN:

¿Pues sabes tú lo que es esto?
Que en desengañarme presto
más doblaras mi pasión;
  toma venganza de mí;
declárame si ha llegado
aquel tiempo deseado
de cuantos están allí.
No sé qué cosas oí
que no las tengo por ciertas;
ya se estremecen las puertas
del infierno temeroso
al Príncipe poderoso,
que solo romperlas puede.

GABRIEL:

Mucho tu licencia excede;
eres, Dragón, cauteloso.
  ¿No sabes que te maldijo
Dios al principio del mundo,
y que el linaje fecundo
del santo Abraham bendijo?
¿No sabes que con prolijo
paso has de surcar la tierra,
y la enemistad que encierra
tu lengua y tu vil poder,
con el pie de la mujer
nacida para tu guerra?

DRAGÓN:

  ¿Luego dices que es nacida?

GABRIEL:

Lo que yo digo, Dragón,
es que tu mala intención,
quedará presto corrida.
Vuelve a mirar tu caída,
y la mujer levantada.
Mírala toda cercada
de tan santos atributos,
que son celestiales frutos
de su concepción sagrada.
(Ábrense dos puertas y vese dentro la Virgen, de niña de dos años, puesta de pies sobre una luna, y una sierpe a los pies, y alrededor una palma, un ciprés, una oliva, un rosal, un espejo, una fuente, una torre y un sol encima.)
  Mira el sol de su cabeza,
y la luna de sus pies,
su altura y aquel ciprés,
y esta palma su grandeza,
en el rosal su pureza,
la paz en la verde oliva,
y la fuente de agua viva,
el espejo en que se ve,
con la torre de su fe,
en cuyo cimiento estriba.
  Mira la blanca azucena
de su pura castidad,
el pozo de su humildad,
y en aquella alfombra amena,
el jardín y la serena
puerta del cielo, sellados
con tan divinos candados,
que solo Dios es su llave,
y mira aquel templo grave,
con los pórticos dorados.

DRAGÓN:

  Déjame, no digas más;
que mirando la serpiente
que está a su planta, mi frente
quebrando, Gabriel, estás,
mas no dejaré jamas
de poner tantas insidias,
cuantas serán mis envidias
que, en fin, quiere, Dios que vea
que mujer remedio sea,
porque fue el daño mujer;
pero más queda que hacer
antes que el cetro posea.
  Propuso Dios que quería
que adorase al hombre yo;
bajar de allá me costó;
alta fue la empresa mía;
mas antes que llegue el día
que él suba donde me vi,
verás lo que puede en mí
esta envidia que me mata.

GABRIEL:

Tu verás que Dios te ata.

DRAGÓN:

Pues déjame hacer a mí.

(Vanse, y salen el REY HERODES , JOSIPO sus hermanos y todos.)
HERODES:

  Esto me aconsejaron, y sospecho
que en mi necesidad, ninguna cosa,
Josipo, puede darme más remedio;
he dado a Roma tanta plata y oro,
y tan grandes regalos a mis Cesares,
y cuéstame la gracia de sus Cónsules
tanto dinero, sin el mucho gasto
que me cuestan las guerras de Samaria,
y de Jerusalén el largo cerco,
que apenas tengo como Rey aquello
que a mediana grandeza es necesario.

JOSIPO:

Famoso Herodes, si le ha sido lícito
sacar el oro y plata oculta a Hircano,
de los sepulcros y urnas de los Reyes,
ni agravias sus cenizas, ni sus leyes;
no tengas miedo que se queje el mármol,
ni gima el jaspe, ni el dorado bronce,
ni que los cuerpos muertos se levanten,
porque ya sus cadáveres helados
no han menester el oro, que al decoro
de los vivos, señor, conviene el oro.

HERODES:

Perdone Salomón, David perdone,
que el tesoro que tienen sus sepulcros,
mejor es que aproveche a los que viven;
romperé sus sepulcros esta noche,
porque Jerusalén, digo, la plebe,
no se alborote en ver quitar los mármoles,
por la veneración de sus mayores.

JOSIPO:

Paréceme acertado, porque cubre
este poco respeto sus tinieblas,
que, en fin, son Reyes, y David tan digno
de justa estimación.

HERODES:

Pues prevengamos
guarda para esta noche.

JOSIPO:

Así conviene,
pues sacerdotes y ministros tiene.

(Vanse, y salen pastores, JOSEF , ISACAR , RUBÉN y JOAQUÍN y ANA , y traigan a la niña en medio de los dos de las manos.)
ISACAR:

  Las ofrendas, señores, ofrecidas,
que a Dios habéis traído y a su templo,
serán de su grandeza recibidas,
  pero esta prenda hermosa, en quien contemplo
tanta excelencia, es víctima divina,
de vuestro celo agradecido ejemplo;
  de otra manera a su belleza inclina
sus soberanos ojos, porque creo
que para grandes cosas la destina.

JOAQUÍN:

  Cumplió por su piedad nuestro deseo
el gran Dios de Israel, porque sabía
que era suyo no más tan santo empleo;
  estéril Ana, concibió a María,
esta es señor, mas es de Dios, no es nuestra,
y así, lo que es de Dios, a Dios se envía.

ISACAR:

  Ella en el rostro soberano muestra
que Dios la estima para grandes cosas;
dando María aquesta mano diestra,
  córranse los jazmines y las rosas,
de verse tan vencidos.

JOSEF:

¿Qué granadas
igualan sus mejillas amorosas?

ISACAR:

  Llegad, María, a las sagradas gradas,
que ya al altar se corre la cortina;
subid con esas plantas delicadas.

JOSEF:

  ¡Con qué gracia, señores, que camina!
¿Hay cosa más notable?

ANA:

Es milagrosa;
en todo muestra perfección divina.

JOSEF:

  Vos sois, Ana, mil veces venturosa.
¡Con qué excelencia y gracia va subiendo!
¡Sube ofrecida a Dios, niña dichosa!

RUBÉN:

Ya está en lo alto.

JOSEF:

  Y estará creciendo
en gracia y santidad.

ISACAR:

Ya estáis, María,
adonde viviréis a Dios sirviendo.
  Ana y Joaquín, adiós; desde este día
es María de Dios; que ya no es vuestra.

JOAQUÍN:

En su nombre, señores, la tenía;
  adiós, mi niña, dulce gloria nuestra;
quedad con Dios, y perdonad el llanto
que el corazón enternecido os muestra;
  no os espantéis que lo sintamos tanto;
dos años y dos meses os tuvimos;
estos gozamos vuestro rostro santo;
  María, perdonad si no os servimos
como era justo, en nuestra casa pobre,
los que ser vuestros padres merecimos;
  allá tendréis, con Dios, tanto que os sobre;
no perdéis padres vos; que no los pierde
aquel que en Dios tan alto padre cobre.

ANA:

  Decilde, Joaquín, que se le acuerde
de estos pechos y brazos de su madre,
cuando para alabar a Dios se acuerde;
  pero ¿qué le diréis que más le cuadre,
que decir que los padres que ha dejado
trueca por Dios, que es verdadero padre?

JOSEF:

  María, aunque no soy quien ha criado,
como Ana y Joaquín, vuestra hermosura,
también os dejo en lágrimas bañado;
  que sois vos tan divina criatura,
que no a los deudos vuestros, mas sospecho
que haréis de cera hasta una piedra dura.

BATO:

  Adiós, señora nuestra, que habéis hecho
tanta merced y gracia a estos pastores;
tal vez entre sus brazos, y en su pecho,
  al monte volveremos, cuyas flores
hallaremos marchitas, a deciros
en tanta soledad dulces amores;
desde allá os hablaremos con suspiros.

(Vanse, y queda RUBÉN .)
RUBÉN:

  Con notable sentimiento
padres y deudos se van;
gran bien dejado nos han;
será de este templo aumento.
  ¡Cuán diferente, de aquí
salió Joaquín algún día,
cuando Isacar le decía
las maldiciones que oí!
  ¡Y qué bien que vuelve agora,
aunque árbol viejo, cargado
del fruto más deseado
que ya en este templo mora!
  ¿Qué gente es esta, tan tarde,
que ya la noche desciende?
¿Qué es lo que busca o pretende?

(Salen HERODES , JOSIPO y guardas de alabarderos.)
HERODES:

Ningún respeto se guarde.

JOSIPO:

Aquí está un escriba.

HERODES:

  Di,
¿qué sacerdotes están
en el templo?

RUBÉN:

Ellos podrán
juntos informarte a ti.

JOSIPO:

  No llamarlos es mejor.

RUBÉN:

¿Qué buscas?

HERODES:

Busco un tesoro
de vasos de plata y oro.

RUBÉN:

¿En este templo, señor?

HERODES:

En este templo.

RUBÉN:

  No sé
que agora tenga tesoro;
y si le hay, el sitio ignoro.

HERODES:

Eso yo lo buscaré.
  Enséñame luego, escriba,
cuáles los sepulcros son
de David y Salomón.

RUBÉN:

Estos son.

HERODES:

Rompe, derriba,
  quita aquestas losas luego.

RUBÉN:

¿Pues a los cuerpos sagrados
de nuestros Reyes pasados
te vienes, señor, tan ciego
  al culto que se les debe?

HERODES:

Y ellos me deben a mí
el tesoro que hay aquí,
para que de aquí les lleve.
  Perdonadme, gran David,
v vos, sabio Salomón;
reyes sois: a los que son
reyes pobres acudid.
  Dadme acá la plata y oro,
pues gasté la mía bien
cercando a Jerusalén.

JOSIPO:

Ni aquí parece tesoro,
  ni hay más de cuerpos aquí.

HERODES:

Revolved los huesos luego.

(Salen del sepulcro unas llamas.)
GABRIEL:

¡Ay, cielos!

HERODES:

¿Qué es esto?

JOSIPO:

Fuego.

HERODES:

¿Ha muerto las guardas?

JOSIPO:

Sí;
  a lo menos dos ha muerto.

HERODES:

Huye, que son Reyes santos,
pues sabes ejemplos tantos.

JOSIPO:

Ciérrala.

HERODES:

Quédese abierto.

RUBÉN:

  ¡Oh, qué bien ha castigado
la codicia de este ciego
el santo cielo, con fuego,
en vez del oro buscado!
  Oro el bárbaro quería,
al templo viene por oro;
no hay tesoro; si hay tesoro,
es el que trajo a María.

(Salen JOSEF , CLEOFÁS y BATO .)
CLEOFÁS:

  ¡Que no fuera yo con ellos!

JOSEF:

Este pastor te dirá
del modo que queda allá,
y cómo los pies más bellos
  que tuvo criatura humana,
las quince gradas subieron.

BATO:

¡Las cosas que allí se vieron
das a una lengua villana!
  Venga un ángel que te cuente,
pues allí no faltarían,
cómo aquellos pies subían
en su virtud solamente;
  que así lo ordenaba Dios.

CLEOFÁS:

Todo el tribu está admirado,
porque a algunos he contado
esto que decís los dos.

BATO:

  Harto mejor, Josef, fuera,
pues tú eres tan leído
en la escritura, y he sido
como en el monte una fiera,
  que mientras viene Joaquín,
el linaje nos contaras
de estas dos estrellas claras,
desde su principio al fin.

JOSEF:

  Si en eso os causa contento,
oíd de la lengua mía
el linaje de María.

BATO:

Ya estoy a tu voz atento.

JOSEF:

  Hizo Dios al padre Adán,
Adán a Set, y Set luego
a Enoch, a Caynán Enoch,
y de Caynán procedieron
Malalael y Jared,
Enoch, y el anciano viejo
Matusalem y Lamech;
Noé, que vio el mundo nuevo,
Sem, Arfaxad y Caynán,
salen de Herber y Phalego,
Ragán, Sarug, Nacor,
que fue de Abraham abuelo.
Taré, su padre, e Isaac,
su hijo, y Jacob, el tierno
amante de Raquel, Judas
y sus hermanos tras ellos,
Farés, Zarán de Tamar,
Esron y Arán, y con estos
Aminadab y Naasón,
a quien en orden siguieron
Salomón, Booz de Raab y Obed,
Iessé, en tan santo proceso,
a David, donde comienza
la generación de nuevo;
que de David a Abraham
son catorce, y así vemos
que prosigue Salomón
de aquella que vio en el huerto,
y fue de Urías mujer;
de Salomón prosiguiendo,
viene Roboán y Abrás,

JOSEF:

Asa y Josafat, y el reino
de Jorán, y Ocías, a quien
sigue Joatán, y el mancebo
Acab, padre de Ecechías,
que por lágrimas y ruegos
vivió diez años tras él;
Amón malo, y Josías bueno,
y después que a Babilonia
llevaron sus Reyes presos,
Ieconías, sus hermanos,
en quien también se cumplieron
catorce generaciones.
Salatiel comienza luego,
Zorobabel, Abiud,
Eliacín, de quien tenemos
a Azor, que engendró a Sadoc,
Achín y Eliud, ya siento
que se acerca en Eleazaro
nuestro santo parentesco,
que dél procedió Mathan,
y dél mi padre; mas vuelvo
a la línea de Joaquín,
que es esta misma que os cuento,
porque Joaquín y Jacob
de esta mi abuela nacieron,
y Emerencia y Estolano
descienden, como desciendo,
del tribu sacerdotal
y de unos mismos abuelos.

BATO:

¡Pardiez, Josef, que es bien clara
vuestra descendencia, y creo
que en ninguno como en vos
muestra más fuerzas el tiempo,
porque, en fin, venís de Adán
de uno en otro, descendiendo
de reyes y patriarcas,
príncipes y caballeros,
profetas y capitanes,
y duques del pueblo hebreo,
y agora en humilde estado
venís a ser carpintero!
Joaquín habrá ya venido;
si a Nazarén vuelvo presto,
os he de traer dos cargas
de cipreses y de cedros;
quedad ahora con Dios.

JOSEF:

Él te guarde.

BATO:

Veros pienso
el mayor padre en el mundo
del mayor hijo en el suelo.

(Vase BATO .)


JOSEF:

Ve, Cleofás, y pues no fuiste,
como tan cercano deudo,
a Jerusalén con Ana,
consuela su sentimiento,
porque el venir sin María,
su luz, regalo y espejo,
los tendrá bien tristes.

CLEOFÁS:

Voy,
aunque es corto mi consuelo
para ausencia de una niña
en quien se miran los cielos.

(Vase.)
JOSEF:

Cansado estoy del camino;
bien será rendirme al sueño
mientras que llegan mis tíos;
que con este pensamiento
de la soledad que tienen
y de que queda en el templo
aquella divina niña...
velando estaré, y durmiendo.
(Siéntese y hable entre sueños.)
¿Quién eres, divina infanta,
honor y gloria del suelo,
que no sin causa notable
alegra tu nacimiento
los ángeles y los hombres,
que están de verte suspensos?

(Descúbrese una cortina, y vense JOAQUÍN y ANA sobre un trono, de cuyos dos pechos salgan dos ramas que se junten, y en su extremo se vea una imagen de la Virgen Nuestra Señora con el niño.)
JOSEF:

¿Qué extraño y divino tronco
¡cielos! es este que veo,
o qué soberanos ramos
se juntan en los extremos?
¿Qué doncella tan hermosa,
que tiene un niño en los pechos?
Tente sueño, tente un poco;
¿a dónde te vas tan lejos,
que bañas de gloria el alma
y de alegre vista el cuerpo?

(Salen los PASTORES con instrumentos, cantando.)
[PASTORES]:

¿Quién tendrá alegría
sin la blanca niña?

JOSEF:

¿Qué música es esta? ¡Ay, triste!
Desperté del mejor sueño
que se cuenta de hombre humano,
aunque entre Jacob, mi abuelo;
que ver la escala tocando
cielo y tierra los extremos
no sé si diga, y bien puedo
decir que es figura desto,
pastores. ¿a dónde vais?

LISENO:

¡Oh mi Josef! ¿Dónde bueno?

JOSEF:

¿Vienen acaso mis tíos?

BATO:

Ya llegan.

JOSEF:

¡Qué gran contento!

(Salen ANA , JOAQUÍN , RAQUELA y CLEOFÁS .)
JOAQUÍN:

¿Quién ve, José, esta casa
sin María?

JOSEF:

Yo no puedo
consolarme de su ausencia.

ANA:

¿Y qué hará su madre viendo
que allá deja toda el alma?

BATO:

Oíd la canción os ruego.
(Canten.)
  ¿Quién tendrá alegría
sin la blanca niña?
Una voz. ¿Quién podrá alegrarse
si tan lejos deja
aquella alba clara
que la tierra alegra,
en casa desierta
del bien que tenía?
¿Quién tendrá alegría
sin la blanca niña?

JOAQUÍN:

  Vamos, Ana, y consolaos
con que a Dios queda ofrecida.

ANA:

¡Dichosa, Joaquín, su vida!

JOAQUÍN:

Ea, amigos, alegraos;
  lo que es de Dios, sea de Dios;
María es suya, no es mía,
y presente está María
en el alma de los dos.

JOSEF:

  ¡Qué santo y justo valor!

BATO:

Pues vivan Ana y Joaquín,
porque con esto haga fin
la Madre de la Mejor.