La madre de la mejorLa madre de la mejorFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Sale JOAQUÍN .
JOAQUÍN:
Soberano Emperador
de los cielos y la tierra;
tú que para verlo todo
sobre el Querubín te asientas;
Dios, sin semejante alguno,
verdad y bondad inmensa,
padre de todas las cosas,
fortaleza y ciencia eterna,
admirable, incircunscripto,
cuya virtud y grandeza
solo cupiera en ti mismo;
Dios de la paz y la guerra,
solo bueno, solo santo,
a cuya hermosa presencia
las cristalinas columnas
del orbe estrellado tiemblan:
tú, donde tiempo y vejez
no pueden tener licencia,
porque es tu generación
de siglos eternos llena:
Dios sin principio, y de quien
todas las cosas comienzan;
JOAQUÍN:
Dios sin fin, y en quien se acaban,
como en soberana esfera:
anillo y círculo santo
que en la línea de tu esencia
tienes el principio y fin
sin que principio y fin tengas:
yo Joaquín, que, como sabes,
traigo noble descendencia
de la casa de David
y los Reyes de Judea,
del tribu sacerdotal
para mayor excelencia,
y de aquellos a quien diste
tu palabra verdadera
que dellos descenderías,
reiterando las promesas
dos mil y veintitrés años
después que hiciste la tierra,
a Abraham y al gran Jacob,
amante de Raquel bella;
prometo en tus santas manos,
si es bien que yo lo prometa,
como otras veces lo hice
en edad más justa y tierna,
de darte cualquiera cosa
que tú me des que te ofrezca
de Ana, mi esposa querida,
pues solo quiero que sea
para tu servicio y templo
cuando tanto bien merezca.
JOAQUÍN:
Veinte años hace, Señor,
que estoy casado con ella;
que obedeciendo tu ley
me casé con mi parienta;
ella viene de Belén,
yo vengo de Galilea;
ella es hija de los nobles
Estolano y Emerencia,
yo de Mathan y de Estha,
que en Sephor tuvo la hacienda;
no habemos tenido hijos;
has dado a su hermana Ismeria,
a Isabel, que Zacarías
tiene por amada prenda,
y a mi Ana no le has dado
hijo ni hija: ¡ay, si fuera,
pues lo parece en el nombre,
la madre de aquel Profeta
que fue sucesor de Elí!
Pero, Señor, solo sea
lo que fuere tu servicio
y tu voluntad inmensa.
(Salen RAQUELA , criada, y BATO , villano.)
RAQUELA:
¡Nunca vinieras acá!
BATO:
Denme lo que he menester,
que a la he que suelo ser,
huerte de salir de allá.
RAQUELA:
¿Quién te ha mandado venir
del monte? ¿Mejor no fuera
que Eliso o Fares viniera?
BATO:
Reortir, que Reortir.
Muesamo me lo mandó
y me dijo: Venga Bato
de los pastores del hato,
que Bato me llamo yo.
RAQUELA:
¡Linda bestia llevarán
los dos a Jerusalén!
BATO:
Por eso vais vos también
de las mozas que aquí están;
a la gana con que vengo
añadiréis voluntad.
¿Yo qué tengo en la ciudad?
Yo en las Encenias, ¿qué tengo?
Si va a la fiesta Joaquín
como antaño y otros años
con Ana, y por los extraños
y deudos se huelga, en fin,
Bato a solo trabajar
y llevar comida a cuestas.
RAQUELA:
Sí en verdad, que en esas fiestas
no se sabe Bato holgar.
BATO:
Sí, huelgo de ver el templo
fábrica de Salomón,
en quien tanta religión,
tantas grandezas contemplo.
Mas de andar en la ciudad
antes me causa tristeza,
porque es mi naturaleza
el silencio y soledad.
Entre seis toscos pastores
ando con mayor contento,
oyendo al rudo instrumento
dulces canciones de amores:
las glorias, las alabanzas
de los cielos generosos
que con los frutos copiosos
exceden las esperanzas.
No viendo en Jerusalén
hinchados sabios escribas,
doctos en las primitivas
leyes del santo Moisén.
No en corrillos de ignorantes
murmuradores de todo,
que como bestias en lodo
están sucios y arrogantes.
BATO:
Estos verás a la puerta
del templo en esta ocasión,
y no porque es la oración
cuidado que los despierta,
sino para blasfemar
del que teme a Dios y ofrece
su hacienda a quien la engrandece,
vida y salud puede dar.
Que hay hombre de tal ejemplo
y viciosa inclinación,
que tiene por invención,
rezar un hora en el templo.
Nosotros, rudos pastores,
Raquela, humildes y llanos,
a los cielos soberanos
cantamos himnos y loores.
Vaya en buen hora Joaquín
a las Encenias; que Bato
mejor estaba en el hato,
que es su natural, en fin.
RAQUELA:
Quedo, que está aquí señor.
BATO:
¡Pardiez, que yo no le vía!
JOAQUÍN:
Tarde os amanece el día.
BATO:
Entra el claro resplandor
del alba de mala gana
por resquicios de aposentos:
allá en los montes exentos
es todo el cielo ventana.
Asómase todo el sol
de una vez dorando ramos
de encinas, y madrugamos
a su primero arrebol.
Chillan las aves, y en flores
del prado alaban su dueño,
que son para nuestro sueño
relojes despertadores.
Corre el agua, y con enojos
de la noche resplandece,
que parece que se ofrece
para lavarnos los ojos.
Y cayendo el cristal frío
por nuestro rostros villanos,
sirve de paño de manos
el sol que enjuga el rocío.
Así salen al ganado
los humildes pastorcillos;
que las sábanas son grillos
de cortesano acostado.
Que su breve condición
de suerte se les olvida;
que la mitad de la vida
vienen a estar en prisión.
JOAQUÍN:
Bato, así dispone el cielo
las humanas voluntades,
los montes y las ciudades.
BATO:
Más precio mi duro suelo
que los colchones de pluma
del que se come las aves,
y que sus doradas naves,
mi techo que fuego ahúma.
Manda que me dé Raquela
lo que tengo de llevar.
RAQUELA:
Ya lo acabo de juntar:
¿que cuidado te desvela?
JOAQUÍN:
Mira si mi Ana está
al camino apercibida.
RAQUELA:
Ya pienso que está vestida.
BATO:
Mi señora viene ya.
(Sale SANTA ANA .)
JOAQUÍN:
¡Ana mía!
ANA:
¡Mi Joaquín!
JOAQUÍN:
Es hora de que partamos.
ANA:
Cuando quisiéredes vamos.
BATO:
¡Qué cara de serafín!
Que no dé el cielo a mi ama
dos o tres hijos siquiera:
¡pardiez, si estéril no fuera,
que era matrona de fama!
RAQUELA:
Harto lo ruegan al cielo.
ANA:
La ofrenda, Joaquín, junté:
pésame que corta fue
para nuestro santo celo.
De las tres partes que hacemos
de nuestra haciendilla poca,
al templo santo le toca
esta que hoy le ofreceremos.
Y la segunda tendrán
los pobres y peregrinos,
que por extraños caminos
lejos de su patria van.
La tercera se acomoda
al sustento de los dos,
y así se le ofrece a Dios
toda, que de Dios es toda.
JOAQUÍN:
Ana, corona dichosa
de mi cabeza, Ana santa,
ramo de tan alta planta,
mi dulce y querida esposa.
Al templo, a Jerusalén,
vamos los dos a llevar
a las aras del altar
nuestras ofrendas también.
Años ha que nos casamos
y que a Dios le prometemos
que si algún fruto tenemos
desde luego se le damos.
Hagamos lo mismo ahora,
con una santa esperanza,
que es la que de Dios alcanza
altos efetos, señora.
Y no vais con desconsuelo,
que algún día querrá Dios,
Ana, escuchar de los dos
el santo y piadoso celo.
ANA:
Él sabe nuestra intención.
JOAQUÍN:
¡Hola, Bato! En la pollina
parda, que llano camina
la mejor alfombra pon;
Raquela en esotra irá.
Yo en la yegua quiero ir.
BATO:
Antes de oírlo decir,
todo aderezado está.
JOAQUÍN:
En el jumento que vino
del monte lleva la ofrenda.
BATO:
Y la comida y merienda,
que es un famoso pollino.
Que como yo lo acomodo
llevará carga más alta:
solo murmurar le falta
para ser bestia del todo;
es notable el jumentillo:
no queda mejor allá
en cuanto ganado está
desde la sierra al sotillo.
(Váyanse y salgan JACOB y CLEOFÁS y JOSEF y sus dos hijos.)
CLEOFÁS:
Deseamos que nos digas,
padre, por qué es esta fiesta
cada año en Jerusalén,
y por qué se llama Encenias.
JACOB:
Hijos Cleofás y Josef,
pues justamente desea
vuestro amor saber la causa,
sabed que la causa es esta:
después que el valiente Judas,
que de la nación hebrea
fue el capitán más famoso
que de aquella edad se cuenta,
con los demás Macabeos
venció a Lisias en la guerra,
matando cinco mil hombres
con tan alta fortaleza,
que si no huyera a Antioquía,
aún no supieran las nuevas;
vio la santificación
del monte Sión desierta,
profanado el altar santo,
los atrios llenos de hierba
como en los bosques y montes
donde el ganado apacienta,
rasgándose los vestidos,
y cubriendo las cabezas
de ceniza, con gran llanto
se postraron en la tierra,
y dando voces al cielo
resonaron las trompetas:
entonces el fuerte Judas
ordenó que combatieran
los que el alcázar tenían,
que era de Sión la fuerza;
JACOB:
en tanto que sacerdotes
que para este efecto ordena,
limpiaban el santo altar,
y consumiendo las piedras
hicieron otro de nuevo,
nuevos atrios, aras nuevas,
luces, inciensos y vasos,
el candelero y la mesa
donde pusieron los panes,
y a veinticinco que cuentan
del mes nono, que se llama
Casleuen la lengua hebrea,
ciento cuarenta y ocho años,
de la Egresión con gran fiesta,
cítaras, órganos, flautas,
la renovación celebran.
Duró la dedicación
ocho días, y las nuevas
aras con el sacrificio
dejaron de sangre llenas.
Por las cornisas del templo
mil coronas de oro cuelgan,
escudos, despojos, armas,
que desde aquel tiempo quedan
por trofeos de victoria,
y deste nombre se precian;
JACOB:
nuevos pastoforios hacen;
las puertas también renuevan,
limpiando al templo de Dios
de los gentiles la afrenta;
y ordenaron que cada año
en la israelítica iglesia
aquesta fiesta quedase
por obligación perpetua;
cercaron la gran Sión
de fuertes muros, y en ella
hicieron mil torres altas
que coronaron de almenas,
con ejército y presidio
contra la gente Idumea.
Esta es la fiesta, mis hijos,
y esto significa Encenias,
que es como renovación,
y a quien de tan varias tierras
viene la gente que veis
para dar gracias inmensas
al gran Dios desta victoria,
restauración de la iglesia.
JOSEF:
Justamente, padre mío,
esta fiesta se ordenó,
y el pueblo gracias le dio
a quien mil gracias envío.
Y justamente la gente
viene con tal devoción.
CLEOFÁS:
Desde el arroyo Cedrón
cubren de Sión la frente.
Aquí hay gente de Betel,
del Tabor, de Galilea,
de los montes de Judea,
de Senir y de Genel,
de la parte del Jordán
los de Moab y de Nebo.
JOSEF:
Hoy, padre, he visto un mancebo
que me dijo que aquí están
mis tíos Joaquín y Ana.
JACOB:
¿Pues ellos faltan jamás?
En el templo los verás
si no esta tarde, mañana.
JOSEF:
A buscarlos quiero entrar.
JACOB:
No perturbes su oración.
CLEOFÁS:
Voces dan.
JOSEF:
Será quistión.
CLEOFÁS:
El sacerdote Isacar
y el que escribe las ofrendas
(Rubén pienso que es su nombre),
arrojan del templo un hombre
ya viejo y de buenas prendas.
(Sale ISACAR , sacerdote, y RUBÉN , escriba, y JOAQUÍN rempujándole.)
ISACAR:
¿Desta manera sin razón te ciegas,
hombre inútil, a hacer tan gran delito?
¿Al altar del Señor a ofrecer llegas
tus dones, siendo estéril y maldito?
¿Por qué si de tu carne y sangre niegas
fruto divino a Dios, fruto bendito?
Parece que en tus bodas no lo fuiste,
ni que sus bendiciones mereciste.
Antes parece que entre el pueblo junto
de Israel, puso en ti con ira y saña
sus santos ojos, pues en este punto
tu estéril condición nos desengaña;
tú del inútil álamo trasunto,
ingrato al río que los pies le baña,
todo te vistes de menudas hojas
con que sus aguas por Diciembre mojas.
No permitiera Dios si te estimara
esta vil ceguedad que en ti contemplo,
que el fruto que tus canas alegrara,
fuera de amar tu bendición ejemplo;
¿quién sino tú con los demás entrara
que se le ofrecen en el santo templo?
Pues la vergüenza en ti correrse debe,
que no tiene color entre tu nieve.
ISACAR:
¿Esperarás por dicha, loco y vano,
cuando ya el tiempo te convierta en hielo,
que mude estilo y proceder humano,
y retroceda por tu curso el cielo?
¿Flores esperas en invierno cano,
coger esperas de arenoso suelo
verdes espigas, o ignorante y loco,
esperas mucho y naces para poco?
No tengas desde hoy atrevimiento
de entrar en este templo sacrosanto:
tu ofrenda no ha de dar a Dios contento,
pues con el fruto recibiera tanto.
Sal fuera deste pórtico al momento:
sal fuera, sal de presto.
JOAQUÍN:
No levanto
los ojos de la tierra de vergüenza,
y porque el llanto a responder comienza.
RUBÉN:
Este debiera estar escarmentado,
Isacar, de mil veces que ha venido,
pero es anejo al necio el porfiado,
que sin porfía no lo hubiera sido.
ISACAR:
Si Dios le diera fruto deseado
como él dice a sus manos ofrecido,
entonces venga al templo, mas no venga
hasta que el fruto que le falta tenga.
RUBÉN:
¿Ahora quieres que éste espere fruto?
Parece que le pides al enebro,
al sauce, o al boj pálido y enjuto.
(Vanse los dos.)
JOAQUÍN:
Con triste llanto mi dolor celebro:
vístase el alma de perpetuo luto:
las duras peñas que llorando quiebro
me sepulten en sí, si está ofendido
el cielo santo, a quien remedio pido.
Mis parientes me han visto echar del templo
y mi hermano Jacob, aunque de madre,
está mirando mi lloroso ejemplo
sin ver consuelo que a mi llanto cuadre;
con la paciencia las afrentas templo.
¡Ay Dios! No merecí llamarme padre:
estéril soy, inútil soy. ¡Dios mío!
Lágrimas y no quejas os envío:
Que aunque del agua el natural pesado
ha de bajar al centro, que es la tierra,
la del llanto, al contrario, el estrellado
cielo penetra para daros guerra;
cuando una fuente desde un monte helado,
por un conducto al arca que la cierra
baja veloz lo mismo que desciende,
ligera sube, y alcanzar pretende,
y así mis ojos en la tierra puestos,
bajan, Señor, hasta el profundo el llanto,
para que puedan hasta vos dispuestos
subir el agua a vuestro cielo santo.
JOAQUÍN:
Las afrentas, oprobios y denuestos
que aquí me han dicho no me ofenden tanto
como ver la vergüenza de mi esposa,
honestísima, santa y religiosa.
No queráis vos que yo le dé la culpa
y que por esa causa la aborrezca:
el sacerdote santo a mí me culpa,
y así es razón que yo el dolor padezca.
No quiero dar con la mujer disculpa,
ni que mi culpa a la de Adam parezca.
Yo solo soy culpado, y así digo
que merece Joaquín todo el castigo;
Ana es buena, Señor: yo soy el malo,
Ana es Santa, Señor: yo quien no tiene,
aunque casado, el natural regalo
que por los hijos a los padres viene:
con estériles árboles me igualo,
y así vivir en montes me conviene:
no quiero ver la cara de mi esposa
por no la ver llorando o vergonzosa.
Al monte quiero ir: no es bien que vuelva
a Nazarén, ni que a mi casa torne:
pase mi vida en una casa o selva
como el estéril boj, enebro y borne;
en esto es bien que mi dolor resuelva,
pues Dios no quiere que su templo adorne
de una imagen bendita que le ofrezco,
y que por mis pecados no merezco.
Allí solo tratando mis pastores
esperaré la muerte con paciencia,
pues a la bendición de mis mayores
no dio lugar mi estéril descendencia;
las peñas dan cristal, las plantas flores,
yo solo, a quien de todos diferencia
el puro cielo, no doy flor ni fruto;
llorad, ojos, llorad mi eterno luto.
(Vase)
JACOB:
¿Hay compasión semejante?
JOSEF:
¿Por qué no hablaste, Joaquín?
JACOB:
¡Ay, José, por verle en fin
para ablandar un diamante,
no quise, si no me vio,
crecer su vergüenza justa.
(Sale SANTA ANA .)
ANA:
A quien de trabajos gusta,
los mismos le ofrezco yo,
ojos, dad muestras aquí
de mi justo sentimiento.
JACOB:
Todas mis penas aumento;
Ana es aquesta.
ANA:
¡Ay de mí!
Pero ¿no es este Jacob
y mis sobrinos?
JOSEF:
Señora,
pedid la paciencia ahora
al cielo, del santo Job.
Presentes hemos estado
a vuestra vergüenza y pena.
ANA:
De confusión vengo llena
y el rostro en llanto bañado.
Vi la vergüenza que había
aquí mi Joaquín pasado,
vile corrido y turbado,
y todo por culpa mía.
¿Dónde fue? ¿Por qué, sobrinos,
no le detuvisteis?
JOSEF:
¿Quién
tuviera a un hombre de bien
en sucesos tan indignos?
Ni mi padre quiso, tía,
ni Cleofás, ni yo, en razón
de no darle confusión
a quien con tanta venía.
Solo le oímos decir
que en el monte quiere estar,
que no se atreve a esperar
lo que vos podéis sentir.
Sin duda con sus pastores
hasta el verano estará.
ANA:
Al monte Joaquín se va
para crecer mis dolores.
¡Triste yo! ¿Qué haré sin él
qué haré sin él y sin mí
que sé que la causa fui
desta desdicha cruel?
No quiso Dios darme fruto
de bendición.
JACOB:
Ana ilustre,
de tus padres honra y lustre,
no des tan rico tributo
de tus ojos a la tierra,
vuelve a tu casa, que Dios
os consolará a los dos.
ANA:
Si Joaquín se va a la sierra,
a una heredad quiero irme;
no he de volver a mi casa,
porque si él la vida pasa,
para no verme ni oírme,
en tan dura soledad,
no quiero yo compañía.
JOSEF:
Yo quiero, señora tía,
no solo por la ciudad,
mas por el camino todo
ir con vos.
CLEOFÁS:
Todos iremos,
Josef, pues todos tenemos
esa obligación de un modo.
Ea, señora, consuelo
y buen ánimo.
JACOB:
Mi Ana,
nunca fue esperanza vana
la que se puso en el cielo.
Venid con nosotros.
ANA:
Llena
de lágrimas voy, en fin.
JOSEF:
Calle, tía.
ANA:
¡Ay, Joaquín,
solo siento vuestra pena!
(Vanse, y salen LISENO , FARÉS y ELIUD , pastores.)
LISENO:
Él viene con tal tristeza,
que no sé en qué ha de parar.
FARÉS:
Con la edad suele mudar
el hombre naturaleza.
La que él tiene ya sabéis
que está sujeta a sentir
las vísperas de morir,
que es la causa porque veis
siempre tristes a los viejos.
ELIUD:
Luego esos son los engaños,
porque quitarse los años
tienen por buenos consejos.
Veréis un hombre que dice
que tiene cosa de treinta,
y con cara de setenta
él mismo se contradice.
Los dientes se bambalean,
porque cada vez que abra
la boca, a cualquier palabra
todos juntos se menean.
Tanto, que el que habla con él
teme que le dé con ellos,
y porque son los cabellos
de cecina como él;
se quitará cuarenta años
y tratará casamientos
con notables pensamientos
y con notables engaños.
Haráse rico, y dirá
que no se pudre de nada,
y vésele por la ijada
que hasta en el alma lo está.
¡Pardiez, que larga vejez
no es grande merced del cielo!
LISENO:
No es Joaquín muy viejo, apelo.
ELIUD:
No de su pelo esta vez.
¿Qué puede un hombre tener
con hacienda, con amigos,
con paz y sin enemigos,
y con hermosa mujer?
LISENO:
Años, y ver que los años
se van acercando al fin.
FARIS:
Santísimo es Joaquín:
todos habláis con engaños.
En templo y en pobres parte
su hacienda, todos sabéis,
que negarlo no podéis,
que guarda la menor parte
para su familia y casa;
también sabéis su oración,
su ayuno, su devoción,
su caridad con quien pasa
alguna necesidad.
LISENO:
¿De qué te espantas, Farés?
Condición del mundo es
juzgar con temeridad.
Verás el otro vicioso,
sin Dios, sin ley, sin razón,
guiado de su pasión
y del que es bueno envidioso,
decir que es hipocresía
no ser uno deshonesto,
soberbio ni descompuesto
a la misma policía.
De las costumbres morales
murmurador, lisonjero,
con el señor chocarrero,
y falso con los iguales.
Y porque se arrepintió
de las mujeres y el juego,
y, como Eneas, del fuego
el alma en hombros sacó,
matársela con deshonras,
que todas quedan en ellos,
porque los malos son ellos
y Dios, autor de las honras.
Así, Joaquín siempre bueno,
que él no ha tenido en su vida
cosa que reprehendida
pueda ser de vicio ajeno,
deste y de otros ignorantes
es juzgado por medroso
de la muerte.
ELIUD:
Al virtuoso
de costumbres semejantes
nadie debe murmurar;
pero la virtud se nombra
sol de quien la envidia es sombra.
LISENO:
Bato acaba de llegar:
no nos oiga tratar desto.
(Sale BATO .)
ELIUD:
¡Oh Bato! ¿qué es la razón
de la grave confusión
en que Joaquín nos ha puesto?
BATO:
No falta, amigo Eliud,
Liseno y Farés, por qué
Joaquín santo triste esté.
FARÉS:
Dilo, que tengáis salud.
BATO:
¡Qué queréis! De Nazarén
salió con Ana, su esposa,
para la fiesta famosa
de la gran Jerusalén.
Llegamos, entró en el templo,
y el sacerdote Isacar,
que de piedad suele dar
y modestia santo ejemplo,
por estéril le arrojó
con palabras descompuestas
a quien lágrimas honestas,
no palabras respondió.
Dejó su esposa, y aquí
viene a buscar soledad.
FARÉS:
Él viene.
LISENO:
Todos llegad.
¿Queréis que le hable?
LISENO:
Sí.
(Sale JOAQUÍN .)
ELIUD:
Alzad los ojos del suelo,
patriarca generoso,
pues sabéis que Dios no hizo
para la tierra los ojos.
Si lloráis sobre esas canas,
pensarán campos y sotos
que sois viento de agua y nieve
y habéis de anegarlos todos.
Alegraos porque piensen
que sois Céfiro y Favonio
que traéis las varias flores
que espira su blando soplo;
mirad que vuestros ganados,
ya con los balidos roncos
se quejan de veros triste,
siendo vos su dueño solo;
mirad que las claras fuentes
murmuran por los arroyos
que les hurtáis el oficio,
haciéndolos por el rostro;
el eco triste repite
vuestras quejas temeroso,
y entre las alas del viento
huye lejos de nosotros.
¿Qué tenéis, qué os falta? Hablad.
LISENO:
Bien dice. Alegraos un poco:
poned la vista, Joaquín,
en estos prados hermosos:
mirad cómo está el ganado
con salud, alegre y gordo,
que junto parece nieve
sobre renuevos de chopos;
mirad las traviesas cabras
trepando entre aquellos pobos,
que parece que se cuelgan
de aquellos ramos hojosos;
mirad rumiando la hierba
dese pradillo oloroso
vuestras parideras vacas
y vuestros manchados toros.
Ea, señor, no haya más.
FARÉS:
¡Oh, patriarca famoso,
descendiente del pastor
que dio con la piedra al monstruo
a quien cantaban la gala
cuando volvió victorioso!
Mandad algo a vuestros siervos,
puesto que pastores toscos,
que para alegraros hagan
en todo aqueste contorno,
y no estéis triste, señor.
BATO:
Ea, señor amoroso,
señor bueno, señor santo,
señor que en nobleza os pongo
al igual de aquellos Reyes
que del soberano tronco
de José tienen principio,
y de aquel divino Apolo
que con el arpa a Saúl
sacó del pecho el demonio,
dad a este campo alegría
y a vuestros pastores gozo:
volved los ojos a ver
montes, prados y rastrojos,
cabañas, dehesas, fuentes,
huertas, viñas, pagos, pozos;
todo os ofrece sus frutos,
los montes altos, copiosos
robustos robles, y encinas,
castaños y sicomoros,
nogales, abetos, pinos,
jaras, enebros, madroños,
nísperos y cornicabras,
alcornoques, murtas, hornos,
palmas, tejos, acebuches,
laureles y cinamomos.
BATO:
Los prados, hierbas y flores,
tomillos, mastranzos, olmos,
narcisos, violetas, trébol,
lirios azules y rojos.
Las huertas, frutos famosos
por el Junio caluroso,
la manzana envuelta en sangre,
y por otra parte en oro:
el rojo trigo las eras,
por la mitad del Agosto:
las blancas y negras uvas,
a la entrada del otoño,
las viñas, que en anchas cubas
rebose cociendo el mosto;
mirad que os cantan las aves
los más celebrados tonos
que vio la solfa del mundo
desde que Tubal famoso
puso a las cítaras cuerdas,
mano al órgano sonoro,
y del martillo tomaron
las voces, estilo y modo:
ea, señor, alegraos.
JOAQUÍN:
Hijos, vosotros sois mozos:
bien os está el alegría;
que yo la tristeza escojo
para mi cansada edad,
que es el alivio que tomo;
dejadme solo un momento,
que renováis mis enojos
con decirme que me alegre.
BATO:
Perdona. que bien conozco
la razón de tu dolor.
JOAQUÍN:
Bien me pesa por vosotros.
BATO:
Vamos, zagales, al prado,
que está ladrando un cachorro:
sin duda el lobo ha sentido:
¡guarda el lobo!
TODOS:
¡Guarda el lobo!
(Vanse.)
JOAQUÍN:
¿A dónde, claras fuentes,
hallará mi dolor consuelo en tanto
que están vuestras corrientes
suspensas a la furia de mi llanto,
pues no hay cosa que mire,
que no me obligue el alma a que suspire?
Si aquella palma veo,
con la de enfrente, un siglo habrá, casada,
está para trofeo,
de racimos de dátiles cargada,
que parecen, maduros,
ambares rojos y topacios puros.
Si miro aquel madroño cuando el
invierno asoma a los umbrales
del sazonado otoño,
parece de esmeraldas y corales,
esmeraldas las hojas,
y de puro coral las cuentas rojas.
Si miro aquellas parras
que esta cabaña adornan, y que trepan
por moradas pizarras,
apenas hallan sitio donde quepan
racimos tan escasos,
que revienta el licor de verdes vasos.
JOAQUÍN:
Si miro las espigas,
hallo de un grano proceder cien granos,
para que sus fatigas
alivie el labrador, entre las manos
la hoz, por cuyos dientes
muere la caña y viven tantas gentes.
¿Quién volverá los ojos
a ver los nidos de las libres aves,
tan llenos de despojos,
unas con picos dulces y suaves,
ensartando el sustento,
por el estrecho suyo al pollo hambriento?
Otras sobre los huevos,
dando calor y vida a quien faltaba;
otras buscando cebos:
pues que si miro a toda fiera brava,
¿qué tigre, qué leona,
los tiernos hijos al amor perdona?
Yo solo solamente
carezco deste bien por mis pecados.
¡Ay, Dios omnipotente,
si os doliesen mis ansias y cuidados,
y si llegase un día
que los tuviese de la prenda mía!
(Sale un ÁNGEL en hábito de mancebo.)
GABRIEL:
¿Qué haces aquí, Joaquín?
¿No fuera mejor volver
a vivir con tu mujer,
que es tu sangre y carne, en fin,
que no estar en la montaña
entre rústicos pastores?
JOAQUÍN:
¡Qué divinos resplandores!
¡Su luz estos montes baña!
Ya, generoso mancebo,
veinte años he vivido
con mi mujer; que no ha sido
mi desposorio tan nuevo.
Dióme la santa Emerencia
a Ana, mi amada esposa,
tan hermosa y virtuosa,
que lloro y siento su ausencia.
Ofrecíle a Dios el fruto
que de bendición me diese,
mas como no mereciese
darle este santo tributo,
del templo me han arrojado
por estéril y maldito,
y así me vine al distrito
de mi rústico ganado.
Aquí estoy con mis pastores;
desde aquí le daré a Dios
de las tres partes las dos
de mi ganado y labores.
Que no quiero yo volver,
pues sé que su celo es santo,
a ver bañados en llanto
los ojos de mi mujer.
GABRIEL:
Joaquín, no temas, yo soy
Gabriel, de la jerarquía
de aquellos que Dios envía,
y que en su servicio estoy.
Él me manda que te diga
que ya vuestras oraciones,
vuestras limosnas y dones,
con que Dios tanto se obliga,
han llegado a ser acetas
de su sacra Majestad,
porque ve vuestra bondad
y las cosas más secretas.
Él ha visto el gran dolor
y vergüenza que pasasteis;
mucho su pecho obligasteis
con tal paciencia y valor.
Y está cierto que permite
tal vez sin generación
muchas que estériles son,
porque las sospechas quite
que de apetito nació
lo que es por milagro raro;
como es ejemplo tan claro
Sara cuando a Isaac parió.
GABRIEL:
Mira a la hermosa Raquel,
de su Jacob tan querida,
pariendo al fin de su vida
a José, luz de Israel,
y al querido Benjamín,
y mira a Rebeca hermosa,
estéril infructuosa,
y madre dichosa en fin
del más fuerte de los hombres
que fue santo Nazareno
porque del ejemplo ajeno
te alegres y no te asombres.
Si Ana parió a Samuel,
a esterilidad sujeta,
fue porque tan gran profeta
se manifestase en él.
Así, sabrás que de ti
concebirá tu mujer
una que Madre ha de ser
de Dios, que lo quiere así.
GABRIEL:
Esa llamaréis María
y será santificada
en su concepción sagrada,
dando a la tierra alegría
su dichoso nacimiento,
porque el Espíritu Santo
le ha de dar su gracia, y tanto
favor, lustre y ornamento,
que sera siempre bendita.
Esta sola, y sin ejemplo,
vivirá en el santo templo,
y con Dios que en ella habita.
No ha de estar entre la gente
del pueblo: aparte ha de estar,
que la quiere Dios mirar
más alta y secretamente.
La señal desta verdad
es que a la puerta dorada
hallarás tu esposa amada
en la sagrada ciudad.
Ve, que yo la avisaré,
y al instante la hallarás.
JOAQUÍN:
Ángel santo, ¿ya te vas?
Deja que mil besos dé
en la fimbria celestial
desta ropa soberana;
¡dichosos Joaquín y Ana,
que han de verse en gloria igual!
¡Oh! Bien haya el haber sido
estériles, y el dolor
que me ha dado aquel rigor
del sacerdote ofendido!
¡Yo hija de tal grandeza,
que el mundo se ha de alegrar,
y en quien Dios quiere mostrar
su gracia y su fortaleza!
¡Yo hija hermosa y María,
y que ha de ser para Dios,
¿cuánto merecisteis vos,
Joaquín, tan alta alegría?
¡Hola, pastores!
BATO:
¡Señor!
(Salen pastores.)
JOAQUÍN:
Yo voy a Jerusalén.
BATO:
Yo voy también.
JOAQUÍN:
¿Tú también?
LISENO:
Siempre le has hecho favor.
ELIUD:
¿Estás alegre?
JOAQUÍN:
Y de forma
que me admiro de que vivo
con gozo tan excesivo,
que en sí mismo me transforma.
ELIUD:
¿Pues no nos dirás lo que es?
JOAQUÍN:
Estoy de prisa, pastores;
¡ea, Bato, a los mejores
cabritos ata los pies!
Pon tres o cuatro corderos,
queso y fruta, y ven tras mí.
ELIUD:
¿Qué es esto?
BATO:
Yo no lo vi.
(Vase JOAQUÍN .)
ELIUD:
Por todos estos senderos
juraré que no ha venido
un hombre.
LISENO:
Con nadie habló.
BATO:
¿Queréis que lo diga yo?
LISENO:
Sí.
BATO:
Lo que Dios fuere servido.
(Vanse, y salen JOSEF y RUBÉN .)
JOSEF:
He vuelto a Jerusalén,
siempre de extranjeros llena,
a negocios que me ordena
mi padre, amigo Rubén.
Y por haberos hallado
doy gracias a Dios, pues creo
que me igualáis en deseo.
RUBÉN:
Serviros he deseado.
Josef, yo vivo en Sión,
si mi pluma os hace al caso,
la vida en su alcázar paso,
que sé que de Salomón
sois ilustre descendiente.
Puesto que ahora os desvela
el oficio del azuela
y el cepillo humildemente;
pero también fue David
pastor, y después rey,
y de la cabra y el buey
fue capitán, fue adalid.
Y nuestro santo Moisén
bien sabéis que fue pastor.
JOSEF:
La virtud es el honor
que ensalza a los hombres bien.
Yo con mi sierra y cepillo
vivo contento en mi aldea:
esto quiere Dios que sea,
a cuyo gusto me humillo:
id en buen hora y mirad
de lo que os puedo servir.
RUBÉN:
Que no dejéis de venir,
buen Josef, a la ciudad,
y a mi casa como a vuestra.
JOSEF:
Guárdeos Dios.
RUBÉN:
El mismo os guarde.
JOSEF:
Arde el sol: allá a la tarde
será la partida nuestra.
Esta es la puerta Dorada;
mas, ¡ay Dios! ¿qué es lo que veo?
(Salen JOAQUÍN y BATO por una parte, y SANTA ANA con RAQUELA por la otra.)
ANA:
Ya cumple Dios mi deseo,
dulce esposo.
JOAQUÍN:
¡Esposa amada!
ANA:
¡Mi Joaquín!
JOAQUÍN:
¡Ana querida!
ANA:
¿Quién te trajo?
JOAQUÍN:
Quien a ti.
ANA:
¿Sabías que estaba aquí?
JOAQUÍN:
Del monte fue mi partida
en tan santa confianza.
ANA:
¡Cuánto puede la oración!
JOAQUÍN:
Dame esos brazos, que son
el puerto de mi esperanza. (Baje un Ángel, por una invención, que los ponga las manos en las cabezas, y canten dentro.)
Deste alegre día,
desta junta bella,
nacerá María,
de Jacob estrella.
(Tornan a tocar y sube el Ángel.)
JOSEF:
A daros el parabién
bien puede Josef llegar.
JOAQUÍN:
Y lo puedo yo pagar
con estos brazos también.
JOSEF:
¿De dónde bueno los dos?
JOAQUÍN:
Del monte vengo, sobrino;
que este dichoso camino
es por voluntad de Dios.
ANA:
Yo vengo de mi heredad,
y con la misma he venido.
JOSEF:
Dichoso en hallarme he sido
en esta santa amistad.
Juntos nos iremos hoy.
BATO:
¿Qué hay, Raquela?
RAQUELA:
Ya lo ves.
BATO:
Bullendo me están los pies:
por dar un relincho estoy.
RAQUELA:
¿Traes que comer?
BATO:
Muy bien.
JOAQUÍN:
Ea, mi esposa: partamos
a nuestra casa, y vivamos
con paz santa en Nazarén.
ANA:
Pensando voy en María.
JOAQUÍN:
No me canso de pensar
en María, que ha de dar
a todo el mundo alegría.
Mas solo en esto me fundo,
que queriendo Dios hacer
de su mano una mujer,
será la mayor del mundo.
Y siendo de tal valor,
tal fruto después tendrá,
que Ana su madre será,
la madre de la Mejor.