La joya de las montañasLa joya de las montañasTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen ATANAEL, capitán;
TARIFE y MECOT, moros,
de soldados, con espadas y rodelas
ATANAEL:
¡Que tenga el montañés atrevimiento
en su favor para que glorioso
triunfe de mí con excesivo aliento!
¡Oh, pesia a mi fortuna, qué gozoso
ha de estar el cristiano, y qué contento
de quedar contra tantos victorioso!
Pues con razón, al ver huír mi gente,
yo quedé amedrentado y él valiente.
TARIFE:
No hay espantar, señor, que se os huyeran
tantos soldados, que en las ventajas
no pudo asegurarse que ellos eran
en número más hombres, pues las cajas
que en el aire sonaban pospusieran
un número mayor, y si no atajas
por otro nuevo rumbo tanta ayuda,
temo que con encanto nos sacuda.
ATANAEL:
Viste aquel escuadrón que yo traía,
setenta y seis cornetas valerosos
y de la más lucida infantería
que siguieron escuadras belicosas,
y también de gentil caballería,
pues fue de las naciones más famosas,
seis regimientos cuando al fuerte lado
de Abén Lope me hallé acuartelado
y en las riberas de Aragón corriente
acometió el cristiano las trincheras?
Aquel conde Aznar, el más valiente,
retiró batallones y banderas
hasta el agua, y de toda nuestra gente
poblaron degollados sus riberas
tantos soldados muertos, que los peces
bebieron sangre, y aun caliente a veces.
MECOT:
Que alfanjes en el aire parecían
sin que fuerza exterior los gobernase,
y tanto estrago en nuestra gente hacían,
que presumí ninguno se escapase.
TARIFE:
Algún hechizo creo que tenían
con que nuestro valor amedrentase.
ATANAEL:
¡Oh, villana canalla! La Fortuna
ha de ser algún día de mi luna,
y desvaneceré el atrevimiento
de resistirse con dos mil soldados.
TARIFE:
Que tengas poca gente es lo que siento;
mas agora ya quedan castigados
quemando los casares con que al viento
dan las vidas y quedan abrasados
más de cien montañeses, que en manojos
de fuego son cenizas y despojos.
MECOT:
Páguennos los cristianos la matanza
que han hecho en nuestra gente.
Dicen dentro
VOCES:
¡Fuego! ¡Fuego!
ATANAEL:
Mejor es que la sangre la venganza.
VOCES:
¡Que se quema el casar, remedio luego!
TARIFE:
Aún piden favor con arrogancia.
MECOT:
Imposible es ya ningún sosiego.
ATANAEL:
Ya los villanos andan alterados;
así me vengaré por mis soldados.
Las armas prevenid, por si escaparen
algunos montañeses valerosos
que en las pavesas ígneas se encontraren,
porque de estos castigos tan penosos,
aunque aquí tan confusos nos toparen,
coléricos, sangrientos y furiosos
contra nosotros dieran, ya advertidos
que somos los que causan sus gemidos.
TARIFE:
A tu lado he de estar, que aunque viniese
García Íñiguez con tanta gente
cuantos vasallos su poder tuviese,
yo sólo venceré su ardor valiente.
MECOT:
Y aunque aquel mismo conde fuese
que en la campaña anduvo tan ardiente
y acá viniese tan desesperado,
no le temiera por seguir tu lado.
ATANAEL:
De vuestro gran valor dais gran testigo
y del marcial estruendo hacéis alardes.
Dice dentro
MOSQUETE:
Del cielo os venga, infames, el castigo;
luterianos, apóstatas, cobardes.
Sale MOSQUETE,
cubierto de ceniza
MOSQUETE:
Aunque me han de matar, las tropas sigo.
¡Jesús, San Lesmes y qué malas tardes
se me previenen! Hoy estos morazos
las costillas me harán a mí pedazos.
Matadle, pues que profana
ese cristiano insufrible
mi decoro, y es posible
no quede sangre cristiana.
MECOT:
¡Muere, traidor!
MOSQUETE:
¿Yo, por qué?
¿qué culpa le tengo yo,
si mi amo los mató?
Yo no lo vi ni lo sé.
ATANAEL:
Déjale, por ver si acaso
es oculta centinela;
pregúntale con cautela.
MOSQUETE:
(Éste será el primer paso, (-Aparte-)
sin duda, de mi pasión.)
TARIFE:
¿Quién eres, dime, soldado?
MOSQUETE:
Un hombre que paso a vado
por el río de Cedrón.
MECOT:
Di quién eres, majadero,
si no, te mato al instante.
MOSQUETE:
Téngase, no se adelante,
que entrar al huerto es primero.
TARIFE:
Éste se burla de mí,
pues muera.
MOSQUETE:
No me haga mal.
(¿Puede haber desdicha igual (-Aparte-)
que quiera empezar así?)
ATANAEL:
La vida puedes ganar
si la verdad confesares.
MOSQUETE:
Que se queman los casares
te confieso sin tardar.
ATANAEL:
¿Han muerto algunos soldados
en las ardientes pavesas?
MOSQUETE:
Más de veinte montañesas,
y montañeses honrados
más de ciento; porque, heridos
de la campaña pasada,
les diste cura abreviada
con cauterios encendidos.
ATANAEL:
Pues ¿cómo escapar pudiste
de aquel voraz elemento?
MOSQUETE:
Tengo grande entendimiento
para prevenir un chiste.
Dentro
UNOS:
¡No se escapen por abajo,
ocupad esas florestas!
ATANAEL:
¿Qué voces serán aquéstas?
UNOS:
¡Cuidado con el atajo!
ATANAEL:
Estos, sin duda soldados
son del cristiano que vienen
a ver si vengarse pueden
por ellos y los quemados.
TARIFE:
Valor nos infunde Marte
para resistirnos fuertes.
MECOT:
Hoy he de hacer dos mil muertes,
si Alá está de mi parte.
ATANAEL:
A prevenir nuestra gente
vamos al punto, que creo
será menester, pues veo,
si mi corazón no miente,
un valeroso escuadrón.
TARIFE:
Tan buena ocasión no pierdo.
MOSQUETE:
(Lanzada de moro izquierdo (-Aparte-)
te atraviese el corazón.
MECOT:
¿Y este pícaro insensato
dejamos con vida aquí?
ATANAEL:
Déjalo, que importa así.
MECOT:
Pues démosle de barato.
Danle
MOSQUETE:
¡Ay mi cabeza rompida!
¡Que me matan, mi señor!
ATANAEL:
¿Quién te puede dar favor?
Salen el PRÍNCIPE y el CONDE,
con espadas desnudas
CONDE:
Yo, y te quitaré la vida.
PRÍNCIPE:
¡Oh traidora, vil canalla!
¿Con fuego queréis vengaros?
Ea, conde, que ya es tiempo,
venguemos estos agravios.
Acométense a cuchilladas
cristianos y moros
CONDE:
Hoy seréis, cobardes moros,
de mi fuerte espada el blanco.
PRÍNCIPE:
¡Bravamente se resisten!
MOSQUETE:
Pues ríndanse los borrachos
o si no, los mato al punto.
ATANAEL:
Valientes son los cristianos.
TARIFE:
Ya me canso en resistirme.
MECOT:
De resistirme me canso.
MOSQUETE:
Con aquesta zambullida
si no se me huyen los mato.
ATANAEL:
No falte el valor, amigos.
MOSQUETE:
¡Vive Dios que llevan jacos!
TARIFE y MECOT:
No podemos resistirnos.
ATANAEL:
Pues huyamos.
LOS DOS:
Pues huyamos.
Vanse los moros
MOSQUETE:
Esto sí que va de veras.
¡Por Dios! Huyen como galgos.
¡Qué sangrienta está mi espada!
Yo les haré con los diablos
que se acuerden de Mosquete
más de cuatrocientos años.
PRÍNCIPE:
¿Qué es aquesto, conde amigo?
¿Ya nos han dejado el campo?
CONDE:
¿A quién faltará valor
animándose al sagrado
del lado de vuesa alteza
para coronar con lauros
las repetidas victorias
de nuestros antepasados?
PRÍNCIPE:
Con vuestra ayuda, a mi ver,
ni el más cobarde soldado
tiene que temer ruína
si le ampara vuestro lado.
De vuestro valor confío
que antes de tiempo muy largo
sujetaréis la cerviz
de este bárbaro tirano;
id a recoger la gente
que está esparcida en el campo,
y dad órdenes que importen
como sabéis. Yo me parto
a dar la nueva a mi padre
del suceso ya pasado
y dar el treudo debido
a la quietud y al descanso.
CONDE:
A vuestra alteza dé el cielo
de vida tan largos años
como deseo, y al punto
cumpliré, con el cuidado
debido, en todo aquello
que me dejáis ordenado.
PRÍNCIPE:
Así lo fío y lo creo.
Adiós.
Vase el PRÍNCIPE
CONDE:
Adiós, luego parto.
Vamos, Mosquete. ¡Ay de mí!
Que Leonor, si no me engaño,
intrépida y arrojada
salió varonil al campo
por sólo satisfacerme
los recelosos airavios
que le ocasione, celoso
del grande amor obligado
que le tengo, sin que otra
ocasión me hubiese dado,
que es su perfección divina,
y por abreviar el paso,
con el príncipe salí
a la defensa, avisados
de los que en cenizas yacen
cadáveres sepultados
del fuego que el enemigo
aplicó--¡rigor extraño!--
a los casares y albergues
de los heridos soldados;
y pues no pude esperarla
ni ella seguir mis pasos,
vamos, que entre mis suspiros
la podrá topar mi llanto.
MOSQUETE:
Y también Laura con ella
debió salir; vamos, vamos.
Mas oye, señor, advierte
que si a cazarlas andamos
por ser conejas, será
menester algún azado.
CONDE:
¿Por qué lo dices, Mosquete?
MOSQUETE:
Porque esta noche he soñado
que un morisco cazador
les echó el hurón alzado,
y si esto es verdad, sin duda
que las dos han renegado.
CONDE:
Deja chanzas, que yo estoy
de sus desdichas temblando.
Salen LEONOR y LAURA
de camino con espadas
LEONOR:
¡Válgame el cielo y qué fin
a mis desdichas has dado!
¿Quién me trajo tanto mal?
Conde, causa de mis daños,
dime si ya estás contento.
CONDE:
¿Qué estoy oyendo y mirando?
¿Es ésta alguna ilusión?
¿Estoy durmiendo o velando?
¿Es Leonor la que se queja?
LEONOR:
La misma.
CONDE:
El alma me ha dado
sospechas que estás herida.
¿Eres Leonor?
LEONOR:
Soy, ingrato,
una mujer desdichada,
a quien, por quererte tanto,
hoy han quitado la vida.
CONDE:
¿Qué dices? Estoy turbado.
¿Cómo quedo yo con vida?
Tenla, Mosquete, en los brazos
mientras voy tras el traidor.
LEONOR:
¡A buena ocasión!
CONDE:
Pues ¿cuándo
con más razón? ¿Qué locura
con pecho desesperado
te llevó a morir, mi bien?
¿Cuál fue el bárbaro tirano
que quitó a la tierra el sol,
escureciendo los rayos
con que esos divinos ojos
le estuvieron alumbrando;
¡Oh quién te hubiera creído!
que el dejarte fue pensando
que no habías de atreverte
a salir conmigo al campo,
que si imaginara yo
que amor te obligara tanto,
antes perdiera mil vidas
que dejarte de mi lado,
antes sufriera mis celos,
con ser el mayor cuidado
que el cielo ha dado a los hombres
y mayor cuanto más sabios.
Aquí se acabó mi vida
y aquí también se acabaron
mis esperanzas, que al fin
cayeron hechas pedazos.
He de perder el sentido
si no vengo tus agravios.
LEONOR:
Espera, espera, mi bien,
no me dejes en el lazo
de mis mortales congojas;
mi vida se va acabando.
CONDE:
Antes el vital aliento
me falte que, desdichado,
vea empañar esos soles,
llore mi desdicha en tanto.
MOSQUETE:
Y tú, Laura, ¿estás herida?
¿Hate alguno maltratado
de los moros?
LAURA:
También tengo
mi poquito de trabajo.
MOSQUETE:
¡Ay, desdichado de mi!
Pues ¿qué venías buscando?
¿Por dónde tienes la herida?
Dime, Laura.
LAURA:
Por abajo.
MOSQUETE:
Si tiene la herida cura
yo voy por un cirujano.
LAURA:
No vayas, no.
MOSQUETE:
Pues no voy,
que si te mueres acaso
estoy de pesares lleno;
mas ya se me va pasando.
LEONOR:
¿Conde?
CONDE:
¿Leonor, mi bien?
LEONOR:
¡Ay de mí!
CONDE:
Yo voy volando
a buscar algún remedio,
que mi amor presume hallarlo,
para dar vida a los dos.
LEONOR:
Detente, reporta el paso,
ya no es menester remedio,
que cuanto dije es engaño
para conocer tu amor.
CONDE:
¿Engaño?
LEONOR:
¿Qué estás dudando?
No estoy herida ni soy
tan necia; que me he guardado
de los peligros muy bien.
MOSQUETE:
¿Hay embuste más extraño?
CONDE:
Temblando estoy, ¡vive Dios!
MOSQUETE:
Pienso que han resucitado,
porque todas las mujeres
tienen astucia de gatos.
Pues yo me acuerdo haber visto
agora cuatro o diez años,
con una herida de a geme
a una mujer de los diablos,
y no hacía caso de ella
aunque se iba desangrando.
LEONOR:
Pues ¿pensabas tú que había
de ponerme a los flechazos
de un turco por tus celos
ni por mi amor? ¡Malos años!
Pero di, si me querías,
como agora te has mostrado,
y si sabes que mi pecho
es incontrastable mármol,
¿cómo permitiste, necio,
que contigo fuera al campo?
CONDE:
¡Ay, Leonor, hermoso dueño!
Mi corazón abrasado
se sabe fraguar sospechas
de celosos agasajos.
Nunca hay celos sin amor.
LEONOR:
Y si los hay, son villanos.
CONDE:
Mis celos nacen de amor
que es divino y soberano,
como lo publica el alma
con este amoroso abrazo.
LEONOR:
Quita allá, que las mujeres
sufren desprecios amando,
y siendo amadas se vengan
de los pasados agravios.
No me quisiste en salud,
pues me dejaste en el campo
para blanco de los turcos,
y cuando me estoy quejando
de que me muero, me dices
requiebros enamorados.
¿Qué tenemos las mujeres
que muertas os agradamos?
¿Cuál hombre no llora entonces?
MOSQUETE:
Esto corre muy de llano,
que es más linda la mujer
que no vive más de un año.
CONDE:
¿Qué es esto, bella Leonor?
El aliento me has quitado
segunda vez con desprecios.
LEONOR:
Merecido es este pago
a quien me llora difunta
cuando viva me ha dejado
en peligros de perderme.
MOSQUETE:
Dice bien, y es caso extraño,
después de muchas pendencias,
ver un viudo muy barbado
llorar por una mujer,
y con los ojos muy bajos
decir, "¡Ay de mí, mezquino,
qué presto se me ha acabado
el consuelo de esta vida!
Hijos míos, ¡qué temprano
se os ha puesto el sol! ¡Ay Dios!"
Y sabido bien el caso,
era una mujer a quien
por horas mataba a palos.
LAURA:
Así hicieras tú, bribón,
si a mí me hubiera enterrado
la chusma morisca--¡ay!--creo
que aun no hicieras tanto
como llorar por saber
que quedaba agonizando.
MOSQUETE:
No llorara, Laura mía;
pero te dijera un salmo
con requies y con profundis,
que te llevara volando
adonde los taberneros
van a pagar sus milagros.
LAURA:
Por vida mía que tienes
habilidades del diablo;
no fïara en ti, Mosquete,
ni en tus promesas un clavo.
¡Por vida de mis cabellos!
MOSQUETE:
No tienes por qué jurarlo,
que no son esos cabellos
..................... [ -a-o]
tuyos, Laura.
LAURA:
Sí, son míos.
MOSQUETE:
No son tuyos, es engaño;
porque yo sé por muy cierto
que esos cabellos rizados
son de la mujer del baile
que murió hace cien años.
LAURA:
¡Mal haya quien no te quita
las narices a bocados!
CONDE:
Vamos, Leonor hermosa,
nueva Palas, que al asalto
primero que diste al pecho
más varonil y esforzado
le venciste. Vamos luego,
que si en pláticas estamos,
el campo queda sin orden
y sin guía los soldados.
No hay de qué tengas temor.
LEONOR:
No le tengo ya a tu lado;
gocemos de los despojos
que dejaron en el campo;
tú de los que en él venciste
y yo de los que has dejado
cuando te das por vencido.
CONDE:
Ser vencido de tus manos
tengo por mayor victoria
que las que tuvo Alejandro.
MOSQUETE:
Vamos todos, que en pillar
no me ha de ganar el dlablo.
Vanse.
Salen EUROSIA, ARCISCLO,
CORNELIO y BODOQUE,
de camino
CORNELIO:
Aquí, hermana, en esta alfombra
de hierba y flores te asienta.
EUROSIA:
No pienso quedar contenta
hasta que la fresca sombra
de los montes aquitanos
me dé el contento y ventura,
gozando de su frescura
con los humildes cristianos.
ARCISCLO:
El coche parad, Lorente,
en esas verdes florestas.
EUROSIA:
¿Qué avecillas son aquestas
que cantan tan dulcemente?
CORNELIO:
Aquél es el ruiseñor,
que, con música suave,
a su consorte le sabe
referir su tierno amor.
Aquella vid abrazada
en el álamo frondoso
pinta un bosquejo glorioso
de insensible enamorada.
Aquella copiosa fuente,
obligada de su amor,
se despeña con rigor
por ser su Narciso ausente.
ARCISCLO:
Todo lo crió el Señor
en el eterno paraíso
con tal perfección, que quiso
enseñarnos con primor.
Contempla aquella avecilla
que, en gorjeos concertados,
siendo vida de los prados,
compone dulce capilla.
Aquel arroyuelo amante
que se despeña furioso,
de tu vista muy glorioso,
te baila el agua delante.
Por darte entretenimiento
hacen todos maravillas,
fuentes, flores, avecillas,
sin tener entendimiento.
EUROSIA:
¡Ay de mí! ¿Cómo resiste
mi corazón tanto halago?
ARCISCLO:
En jamás me satisfago
si estás cansada o estás triste.
CORNELIO:
En esta margen frondosa
de este bruñido arroyuelo,
que corre para ser hielo,
galán fino de la rosa,
te sienta.
EUROSIA:
Nada divierte
mis penas; todo me cansa.
El agua que corre mansa
va murmurando mi muerte.
Aquel pájaro jilguero,
que gorjerillos levanta,
es algún cisne que canta
por mí, porque cisne muero.
¡Ay de mí!
ARCISCLO:
¿Por qué suspira
vuesa alteza?
EUROSIA:
No lo sé.
Triste voy porque dejé
a mi hermana Draomira.
CORNELIO:
Pues Draomira, ¿no es, hermana,
aquella gentil aleve
la que a matarte se atreve?
EUROSIA:
Sí; mas es por ser cristiana.
CORNELIO:
Luego, ¿deseas morir?
EUROSIA:
Por la fe de Cristo, hermano,
perder la vida un cristiano,
¿no es morir para vivir?
CORNELIO:
Claro está.
BODOQUE:
Ella desea
ser ahorcada; pues a fe
que no la siga si sé
que por las horcas pasea.
EUROSIA:
Dejadme, que no reposo.
ARCISCLO:
Pues, senora, ¿en este día
tienes tal melancolía
cuando te espera tu esposo?
EUROSIA:
Aun por eso es mi dolor,
que temo que no me adora.
ARCISCLO:
¿De qué lo sacas, señora?
EUROSIA:
Solamente del temor
que le tengo; mas un rato
me quisiera ahí apartar,
que quiero comunicar
con su pintura o retrato.
CORNELIO:
¡Oh, gracias a Dios del cielo
que muestras algún cariño!
BODOQUE:
Ya parece que el dios niño
la ha puesto en algún desvelo.
EUROSIA:
Descansad un poco en tanto
que yo cumplo mi deseo.
CORNELIO:
Aún dudo lo que veo;
¡guíenos el cielo santo!
Apártase EUROSIA y saca
un retrato de un crucifijo
y otro de la virgen
ARCISCLO:
De esta mujer me temí,
según tan triste venía,
que jamás se lograría
nuestro intento, y presumí
de su virtud que, con celo
de ser mártir, deseaba
quedar en Bohemia y daba
una rica joya al cielo.
CORNELIO:
Agora ya no hay dudar
que determina casarse.
BODOQUE:
Eso no puede dudarse
de cuantas saben hablar.
CORNELIO:
Ya todo el mundo atesora
norabuenas para mí.
Sentémonos por aquí
para ver cómo enamora.
Siéntanse y EUROSIA
se pone de rodillas
EUROSIA:
Dulce Señor, enamorado mío,
¿adónde vais con esa cruz pesada?
Volved el rostro a una alma lastimada
de que os pusiese tal su desvarío.
De sangre y llanto entre los dos un río
formemos hoy; y si a la vuestra agrada,
partamos el dolor, y la jornada,
que de morir por Vos, en Vos confío.
¡Ay, divino Señor del alma mía!
No permitáis que otro nuevo esposo
me reconozca suya en este día.
Bajad de vuestros cielos amoroso,
y si merece quien con vos porfía,
dadme estos brazos, soberano Esposo.
CORNELIO:
De rodillas está puesta:
gran fuerza tiene su amor.
ARCISCLO:
Idólatra es en rigor
en acciones como aquésta.
CORNELIO:
De su cristiandad no puedo
presumir error tan grave.
ARCISCLO:
Ni yo imagino que cabe
en su virtud tal denuedo.
BODOQUE:
Mi señora, aunque parece
que tiernamente suspira
por su esposo, si se mira
siempre se queda en sus trece.
CORNELIO:
Llama, Bodoque, a mi hermana
que parece tarde.
ARCISCLO:
Espera;
quien habla de esa manera
será en cosa soberana.
EUROSIA:
Virgen, paloma cándida que al suelo
trajo la verde paz, arco divino,
pues en los tres colores a dar vino
fe del concierto entre la tierra y cielo,
dadme remedio, pues sabéis mi celo.
No case con Fortunio, que imagino
que más dichosa soy, si más me inclino
a conservarme pura en blanco velo.
No me dejéis, cristífera María,
favoreced mi intento puro y santo
hasta que llegue de mi muerte el día.
Mi pureza guardad, pues podéis tanto,
si mereciere la esperanza mía
que del sol que pisáis pase mi llanto.
Queda como arrobada con
los retratos en las manos
CORNELIO:
Con la virgen advertí
que hablaba mi hermana ahora;
aquel retrato que adora
no será el que presumí.
ARCISCLO:
Aun por eso, con recato
hace aquestas maravillas,
y cuando está de rodillas
de Cristo será el retrato.
BODOQUE:
De estarse sola hace alarde
aunque nunca haya almorzado,
y para andar a poblado
se va haciendo un poco tarde.
CORNELIO:
Llámala, Bodoque amigo.
BODOQUE:
Voy volando. Mi señora,
mire que se acerca la hora
de marchar. ¿Está conmigo?
¿No responde? ¡Voto a tal!
Algún accidente fuerte,
......................
que no hablando, grande mal.
Levántanse
CORNELIO:
¿Qué dices? ¡Hermana mía!
¿Tú desmayada? ¿Qué pena
te ha quitado, estando buena,
su valor en este día?
ARCISCLO:
Sin duda está arrebatada
en éxtasis con su Dios,
que en las manos tiene dos
retratos con quien hablaba.
CORNELIO:
¡Qué santidad singular!
Mas no sé qué tengo en mí
que hasta que haya vuelto en sí
no puedo estar sin pesar.
¿Cuándo del sol brillarán
luz y rayos refulgentes?
BODOQUE:
Estos que vemos presentes
en su vida volverán.
CORNELIO:
¿Por qué?
BODOQUE:
Porque es cosa cierta,
sin que nadie lo repare,
que la mujer que no hablare
la podéis tener por muerta.
CORNELIO:
Ya vuelve.
BODOQUE:
Es frenesí,
y en esto estás poco atento;
mas quiero decirte un cuento
de esto de volver en sí.
Con su sacristán el cura
se salió al monte a cazar,
que el no estar en su lugar
en algunos curas dura.
CORNELIO:
Calla, Bodoque, que irritas
con tu necedad al mundo.
¡Qué caso tan sin segundo,
Parca ingrata, solicitas!
ARCISCLO:
La desdicha me desmaya
de tan extraño suceso.
BODOQUE:
(Y yo prosigo con eso. (-Aparte-)
Vaya pues de cuento, vaya;
que empezarle para mí
es gran pena no acabarle;
a mí mismo he de contarle,
soliloquiándome así.
Acompañólos un cojo
a caballo en su jumento,
y éste será en mi cuento
el que para blanco escojo.
Llegaron con atención
al monte, pero en su entrada
al cojo, el alma turbada,
le dió mal de corazón;
quedóse el cura turbado,
y el sacristán quiso irse;
mas el cura, sin partirse,
se quedó todo cortado.
Dijo el cura aquesto viendo,
"En sí luego volverá."
Dijo el sacristán, "No hará,
que suena lejos su estruendo."
Con esta grande locura,
sobre este caso apostó
con que el sacristán llegó
a apostárselas al cura.
Dejaron al desdichado
en el monte con su mal,
que después de rato tal
fue de su achaque dejado;
subió en su jumento allí,
y al verlo los apostantes,
el sacristán dijo antes,
"Mirelo, no volvió en sí."
"Es engaño, pues se ve
tu contrario claramente,"
dijo el cura. "Usted miente,
¿no ve que no viene a pie?,"
dijo el el sacristán;
y así gano yo con fundamento;
que quien vuelve en su jumento,
¿cómo ha de volver en sí?)
CORNELIO:
Ya parece que el desmayo
muy pocó a poco la deja.
EUROSIA:
¡Dulce Jesús, dueño mío!
¿Cómo tan presto te alejas
de mi presencia? ¡Ay de mí!
CORNELIO:
¡Eurosia hermana, dulce prenda!
EUROSIA:
¿Qué quieres, Cornelio hermano?
CORNELIO:
Presumí que tu belleza
cubierta de un parasismo
aquí se desvaneciera.
Esos retratos, Eurosia,
que dentro tu pecho encierras
son causa, si bien adviertes,
de tus amorosas penas.
EUROSIA:
Causar penas nunca pueden,
antes bien, siempre me alegran,
porque el uno es de mi Esposo,
del corazón dulce prenda,
y el otro de una Señora
que, con sobradas finezas,
me estima sin merecerlo.
ARCISCLO:
Ya vimos, sobrina bella,
que son de Cristo y su Madre
los dos retratos que llevas;
a Cristo llamas tu esposo,
con que entendidas las nemas
de tu cariñoso afecto,
saco aquí por consecuencia
que de casarte no gustas,
y si vienes es por fuerza
de mi larga persuasión
y de la noble obediencia
de tus padres; mas si miras,
ilustre y noble princesa,
que la ley de Cristo ensalzas
coronando tu cabeza
con el sagrado laurel
de Aragón, con que se espera
que has de ser Atlante firme
de la militante iglesia,
asombro de los herejes
y de aquella ley perversa
de Mahoma gran contrario.
EUROSIA:
¿No podré sin ser yo reina
triunfar de sus acciones?
ARCISCLO:
No será fácil que puedas
ensalzar tu nombre tanto
que te conozca la tierra
defensora de la fe
si la voluntad no apruebas
de casar con don Fortunio.
EUROSIA:
La virginidad es prenda
que Dios tiene en mucha estima.
ARCISCLO:
Es verdad; mas cosa es cierta
que también estima Dios
las que honestamente intentan
llegar al sacro himeneo,
y es proposición tan cierta,
que confirman su verdad
las mismas sagradas letras.
Quiso Dios en el Paraíso
con milagrosa manera
conservar a Elías virgen,
cuya castidad excelsa
merece ser colocada
sobre todas las estrellas.
Mas también favoreció
con igual correspondencia
al profeta Enoc, casado,
y de la misma manera
si al Tabor subió a Elías
a enseñarle sus grandezas,
bien creo que por ser virgen
mereció que allá subiera.
Pero Moisés también,
que fue casado en la tierra,
subió con Cristo al Tabor;
para que, sobrina, entiendas
que también estima Dios
con su voluntad inmensa
al que, casado, le sirve,
como al que, virgen, le ruega.
El sagrado matrimonio,
con singular agudeza,
le llamó el apóstol grande
sacramento de la iglesia.
Muchas matronas ilustres
dan de estas verdades pruebas,
y la misma Virgen fue,
aunque virgen tan perfecta,
casada con San José.
EUROSIA:
Aseguró su pureza
con voto de castidad.
ARCISCLO:
No se niega a vuesa alteza
que pueda ofrecer a Dios
su virginidad; y advierta
que si la tiene ofrecida
a su Majestad inmensa,
puede cumplir virtuosa,
aunque case, su promesa.
CORNELIO:
Hermana mía, ya es tarde
y la lámpara febea
quiere extinguir su luz pura
en las olas, donde alberga
sus rayos en cada noche,
sepulcro de su madeja.
Vamos alargando, el paso,
que muy poco tiempo queda
para llegar a poblado.
EUROSIA:
Vamos, pues.
BODOQUE:
Vamos apriesa,
porque si mucho tardamos,
nos quedaremos sin cena.
EUROSIA:
¡Cielo divino, ayudadme!
ARCISCLO:
De Dios nos guíe la diestra.
CORNELIO:
Él te dé, si acaso importa,
lo que más mi amor desea.
Vanse.
Salen el PRÍNCIPE y el CONDE
PRÍNCIPE:
Por eso del alma sale,
Conde, a la lengua el amor.
CONDE:
No hay pena, invicto señor,
que con la de amor se iguale.
PRÍNCIPE:
El retrato tengo aquí
de la que ha de ser mi esposa;
atended si es cosa hermosa
por quien el alma rendí.
CONDE:
¡Hermosa dama!
PRÍNCIPE:
Yo pienso
que estudió naturaleza
la estampa de su belleza,
no por instrumento inmenso
de aquel poder soberano,
mas hablando a nuestro modo,
porque parece que en todo
puso cuidado su mano.
CONDE:
Vuestra alteza se rindió
justamente a la más bella,
ilustre y noble doncella
que en el mundo se crió.
PRÍNCIPE:
Mis potencias y sentidos,
justos fueron sus despojos,
que antes de verla mis ojos
la aprobaron mis oídos.
Con su virtud asegura
mi elección en puridad,
pues quiere su santidad
competir con su hermosura,
y son las dos tan iguales,
que en la perfección que vieron,
su nombre a Eurosia pusieron
los pinceles celestiales.
Ya creo que no están lejos,
que ayer vino embajador
de este sol que en su esplendor
me dan vida sus reflejos,
y dice que llegará
con brevedad a esta tierra;
mas--¡ay, Conde!--que la guerra
me presumo estorbará
el salirla a recibir
a la entrada de Aragón.
CONDE:
A mi cargo la ocasión
para que podamos ir.
A Leonor dejé perdida,
qué, intrépida y arrojada,
por el campo hizo entrada
sin prevenir la salida;
y aunque el bárbaro enemigo
hizo fuga en la ocasión,
pudo disponer traición
por llevársela consigo;
y si tan nobles despojos
se me llevan, claro está
que mi corazón saldrá
derretido por los ojos;
mas la cruz de aquesta espada
saldrá siempre vencedora,
y el joyel que mi alma adora
he de cobrar, aunque armada
esté la morisma junta
a pesar de su traición,
o mi ardiente corazón
ha de abrir aquesta punta.
PRÍNCIPE:
No es cierto, no, a mi ver
que salga al campo Leonor,
que aunque tiene gran valor
en efecto es de mujer.
CONDE:
Fía en las veloces alas
de un bruto que con razón
él es hijo de Aquilón
y ella de la diosa Palas.
PRÍNCIPE:
Sin duda se habrá escapado
si su valor conjeturas.
CONDE:
De mayores apreturas
otras veces se ha librado.
Lo que más mi pena aumenta
es que Mosquete quedó
en su guarda, y se alejó
con presunción avarienta
de recoger los despojos
por el campo divertido,
y dejó puesto en olvido
lo que llorarán mis ojos.
Dice que de lejos vio
dos moros, y del temor,
olvidado de Leonor,
cobarde se retiró.
PRÍNCIPE:
No es en vano tu temor;
pero fío sin recelo
que la habrá librado el cielo
de aquel bárbaro furor.
Pero ¿dónde anda agora
Mosquete, vuestro crïado?
CONDE:
En busca, señor, le he enviado
de la que mi alma adora,
advirttendo que, si acaso
Leonor está perdida,
he de quitarle la vida.
Mas ¡ay de mí, fiero caso
fuera verla entre tiranos!
No había de haber rigor
que estorbase mi furor
hasta volverla a mis manos.
PRÍNCIPE:
Sin duda por verse ausente
de vos, con sagacidad
se retiró a la ciudad,
que es entendida y prudente;
mas, si acaso por desdicha
otra cosa pudo ser,
yo os ofrezco mi poder
hasta conseguir la dicha
de volverla a vuestros brazos,
y os promete mi afición
daros casta posesión
con indisolubles lazos.
CONDE:
A prevenir nuestra gente
importa, señor, que vamos,
porque temo si tardamos,
algún penoso incidente.
A recibir lo primero
iremos a vuestra esposa,
que, a pesar de la mañosa
traición del cancerbero,
no ha de parar mi valor
hasta poner con despecho
.................. [ -echo]
y en mis brazos a Leonor.
PRÍNCIPE:
En vuestro valor confío,
conde amigo, y es razón,
que con vuestro corazón
siempre va seguro el mío.
Vamos, y sin más tardar,
de la gente más lucida
que tenéis más conocida
podéis un tercio alistar.
CONDE:
Si llevamos, a mi ver,
con sus lucidos arneses
un tercio de montañeses,
nada queda que temer.