La huerta
Por la teja inclinada de las rosas techumbres descienden en silencio las horas... El bochorno sahúma con bucólicas fragancias el contorno ufano como nunca de vistosas legumbres. Hécuba diligente da en reparar las lumbres... Llegan por el camino cánticos de retorno. Iris, que no ve casi, abandona su torno, y suspira a la tarde, libre de pesadumbres. Oscurece. Una mística Majestad unge el dedo pensativo en los labios de la noche sin miedo... No llega un solo eco, de lo que al mundo asombra, a la almohada de rosas en que sueña la huerta... Y en la sana vivienda se adivina la sombra de un orgullo que gruñe como un perro a la puerta.