La guerra al malón: Capítulo 25

La guerra al malón de Manuel Prado
Capítulo 25
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Al terminarse septiembre, mes y medio después de haber abandonado el primitivo campamento de Choele— Choel, habíamos echado las bases de otro nuevo a orillas de las barrancas y fuera del radio abarcado por la creciente.

En un instante tuvimos cuarteles para los regimientos, ranchos para los oficiales y los jefes y hasta el comercio estableció su barriada, inaugurándose, como diría el malogrado Conde, una era de prosperidad y de chicharrones.

El comisario pagador nos abonó, sobre cuarenta meses adeudados, tres de sueldo en constantes patacones. Y aquí puede decirse que concluye la primera parte del programa que se había propuesto el general Roca, al resolver la supresión del indio, como salvaje y como ladrón, y la conquista definitiva del desierto. La campaña iniciada en abril quedaba terminada.

Iba a prepararse la expedición a Nahuel Huapi, acto final de aquel drama secular, que tendría su desenlace definitivo en el valle de Lonquimay y en los desfiladeros del Apulé.

Al llegar aquí séanos permitido contemplar admirados el fabuloso crecimiento del país en los últimos treinta años.

Al empezar el año l876 el límite de la soberanía argentina concluía, de hecho, en la línea que sobre la pampa trazaron con sus chuzas Namuncurá y Mariano Rozas. Hoy se extiende, indiscutible y saneado, hasta la barrera que por un lado levantan los Andes y que por otro traza el mar con sus guirnaldas de espuma. Los ferrocarriles, que se detenían temerosos y jadeantes en el Azul y en Chivilcoy, se lanzan en busca del Pacífico o corren a perderse, ávidos y audaces, en las regiones del extremo sur.

En aquellos tiempos amasábamos el pan con la harina que Chile nos enviaba en perezosas recuas o en diminutos bergantines. Actualmente el trigo, cosechado en el antiguo aduar se derrama en áurea inundación por todos los mercados de la tierra. La ganadería, dueña de inmensos e inagotables pastos, crece, se refina y concluye por hacer concurrencia victoriosa al coloso del norte.

Un día el ministro de Obras Públicas, doctor Civit, encarga al ingeniero Cipolleti el estudio hidrográfico de un pequeño rincón de la conquista realizada por el general Roca en 1879, y el señor Cipolleti manifiesta que ese pedazo de suelo, capaz de convertirse en una huerta valenciana, es casi tan grande como el territorio de Francia.

Hace treinta años el gobierno gestionaba, mendigando de puerta en puerta —y sin hallar comprador—, la venta de esos campos de Olavarría, Sauce Corto, Cura Malal, etc., al precio de cuatrocientos pesos la legua...

¡y hoy valen cuatrocientos mil!

Entonces la república apenas si valía, en el concepto europeo, lo que vale en el concepto comercial un saladero o una estancia. Hoy somos nación y el mundo entero sabe que a la sombra de la bandera azul y blanca hay espacio y ambiente para todos los hombres que aspiren a ser libres, ricos y dichosos.