La gañanía
de Joaquín Dicenta
Capítulo VIII

Capítulo VIII

Llegó la noche. Sin estrellas vino, amenazando con nubarrones anchos de tempestad.

Tendidos en tierra, saboreando los manjares últimos de la cena pastora, charlan rabadán y gañanes a breve distancia de sus chozos. Dos teas resinosas enlucen el comedor ocasional. Junto a Roque, en el sitio de honor, platica y bebe Baldomero.

Ni aun descorreó las espuelas.

Con la chaquetilla de hilo abierta sobre el pecho, el marsellés a un lado y el castoreño caído hacia el cogote, da mano postrera a los detalles de su compra.

El potro, enjaezado, libre solamente del freno y sujeto a un árbol por el ronzalillo de reserva, muerde los tallos jóvenes que el rocío ablandece.

-¡Lo mejor del ganao te llevas! -dice el rabadán-. Cierto que ello, Baldomero, es costumbre en ti.

-También me es costumbre pagar más precio que ninguno.

-No te lo niego yo.

El rabadán rompe una nuez entre sus manos, y prosigue:

-De mó, ¿que mañana haces la vuelta al lugarón?

-Así que raye el día. No gusto de perder el tiempo.

-Por mis gañanes no queará el retardo. En pie tendrálos antes de amanecer. Apartás quean las cien cabezas escogías por tí, a media legua de los chozos, en el camino tuyo, en los pastos ande ahora, día y noche, por mor de que el ganao se puea ventear con la fresca de las umbrías, tenemos tós el vivir.

-Corriente. Al paso los recogeré.

-Dormirás en mi chozo. El cielo barrunta chubasco. El aire de la montaña es frío. En un rincón del chozo te preparé cama con un golpe de pieles. No echarás menos los colchones del llano.

Sabes que no soy comodón.

-Siempre lo güeno es güeno. Y al que está hecho a lo güeno se le hace lo malo cuesta arriba. Vamos, si te paice, a dormir, que has de madrugar.

-Aguarda, hombre, aguarda. ¿Es que se ha arrematao el vino?

-El de esta bota diquiá las zurraspas -responde Juan a Baldomero-. Pero aun quea otra en el encinar. A traerla voy y a llenar tu jarra con el primer chorro que escupa el pellejillo. Fresco está el vino como nieve.

Juan alcanza la jarra de junto a Baldomero y se dirige a las encinas.

-Será el último trago -dice alegremente el comprador-. Supongo que vosotros no me dejaréis echarlo solo.

-¡No, siñor! ¡Qué li hemos de ejar! -responden a coro los gañanes.

-Pues ¡hala!... que ahí nos viene la bota!

Juan pone en tierra el jarro perteneciente a Baldomero y deja ir el vino dentro de él. Como, sangre burbujea el líquido al reflejo de las teas humosas.

-¡Ahí va! -exclama Juan, tendiendo el jarro a Baldomero-. A seguía nuestro rabadán, y tós nosotros por turno.

Llénanse los jarros y, a un tiempo, despacio, saboreando el vino, haciendo pausas, beben los comensales.

-¡Listo! -dice el rabadán alzándose de tierra-. Ea, zagal, recoge esos cacharros. Nosotros ande las ovejas; y tú, Baldomero, a mi chozo. Yo te acompañaré.

-Amarrarme largo el caballo -repone Baldomero- para que paste a voluntad y se tumbe cuando le dé la gana. Tú -agrega encarándose con el gañán más inmediato-, tráete la carabina que hay sobre el arzón. Duerme uno mejor sueño teniéndola a su alcance.

-Descuidao puées dormir. Cubeto hará ronda en el chozo. ¡Ea la gente!... -grita el rabadán con imperio-. ¡A los ganaos!

Los pastores van alejándose monte abajo. El rabadán apaga las teas contra el suelo, mientras Baldomero, carabina en diestra, echa un vistazo al potro.

-¡Este condenado! -refunfuña-. No hay más que yo a ponerle piernas encima. Y con tiento, y sin apretarle las espuelas. Apretándole, se va de las manos.

Rabadán y tratante llegan al chozo del primero.

-Buena noche.

-Buena la tengas tú. Cubeto, ¡ahí!... ¡a echarse!...

-Baldomero se entra en el chozo. El rabadán, luego de hacer nueva seña de quietud al mastín, se dirige a una piedra que hay al chozo cercana. Encima de la piedra hay una olla.

Roque se inclina hacia ella y mete por su boca la mano. Al retirarla, sacude los dedos y sigue su camino.