La flor de los recuerdos (México): 44
Luis G. Ortiz. No sé como hablar á V. de este joven, uno de los mejores talentos de México: pues estando destinada esta carta á formar parte del único libro que debo publicar en este país, los juicios que hago en ella de sus poetas, tienen que ser conocidos por estos. Ortiz ha dado á luz en 1856 sus poesías en un tomo de 500 páginas; pero ¿cómo juzgar un libro dedicado por el autor á sus padres, en cuatro palabras tiernísimas que le sirven de prólogo? En él dice: “planta que he crecido al abrigo de mis padres, yo les consagro como el perfume de la flor, las primeras inspiraciones de mi mente: como los granos de la espiga, los frutos de mi pobre inteligencia. Obro, padre adorado, madre del alma mia, guiado por el impulso de mi corazón, que me manda pagar á quien todo lo debo, un tributo de amor, de respeto y de veneración. Al aparecer mi libro en el mundo literario, vuestros nombres al frente de sus páginas le servirán de escudo contra la maledicencia, y la crítica perdonará los yerros del poeta en favor de los sentimientos del hijo.”
En cuanto á la maledicencia, espero en Dios que jamás se mojará mi pluma en su emponzoñada tinta: por consiguiente Ortiz, como los demás poetas mexicanos, están libres de la mia; por lo que toca á la crítica, tengo para mí que una razonada y amistosa, que advirtiera fraternal y decorosamente á Ortiz los defectos de sus composiciones, haria de él un buen poeta; pero en verdad que no seré yo quien me empeñe en buscar flores silvestres, ó mal abiertas todavía, ó marchitas ya, en el ramillete sencillo ofrecido á sus padres por su cariño filial. No: yo temo que las observaciones de mi crítica marchiten alguna de estas flores, cuyo olor está destinado á ser ornato de su hogar doméstico y á perfumar los corazones amantes de sus padres, ya sean fragantes azucenas, ó margaritas inodoras, orgullosas camelias ó violetas humildes: no, las espinas que yo encontrara en ellas, punzarían mi corazón. Ademas, Ortiz me ha dirigido en un convite cuatro bellas estrofas que insertó en su tomo de poesías, y yo me he propuesto hablar muy someramente de las obras de los que elogian las mias ó las miran á lo menos con ojos benignos; pero para que no piense V., mi querido duque, que Ortiz es un niño, cuyas gracias no lo son mas que para sus padres, voy á escribir á V. cuatro líneas sobre sus poesías.
Las de Ortiz abrazan dos géneros muy distintos: las unas en el gusto de la escuela clásica y el género pastoril, son buenas; las otras que tienden al gusto moderno de la escuela llamada romántica, como sus leyendas “Luz” El Adivino, &c., son medianas.
Su sano instinto le ha hecho comprender que Garcilaso, Rioja y Melendez eran mejores maestros que Espronceda y que Víctor-Hugo, y el estudio de los primeros ha escitado en él una inspiración fresca, graciosa, juvenil y pura, al paso que la lectura de los poetas románticos no le ha inspirado mas que copias descoloridas de obras deformes, en versos limpios y sonoros, porque los de Ortiz son generalmente buenos. Ejemplo de su género romántico.
Hubo un tiempo mejor, cuando corría
Mas activa la sangre por mis venas,
En que el mundo á mis ojos se estendia
Cual fuente de placer y ondas serenas,
En cuyo borde la ilusión fingía
Entre mirtos y rosas, y azucenas
Vírgenes de alba tez y castas frentes,
Bellas como las ninfas de las fuentes.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
Y en medio de mis sueños de ventura,
Y en medio de ese edén de frescas flores,
Una doncella vi cándida y pura,
Objeto primordial de mis amores.
Yo la adoré: con infantil ternura
La revelé mis íntimos ardores,
Y ella á través de su virgíneo velo
Me hizo ver en la tierra todo un cielo.
Era un ángel de amor: ensortijado,
Blondo el cabello por su blanca espalda
Vagaroso bajaba y perfumado;
Su sien ceñía virginal guirnalda,
Era de nieve el seno delicado:
Sus formas ocultaba leve falda,
Que el céfiro amoroso estremecía,
Y entre sus pliegues con amor gemia.
Pasagera ilusión, sueño dichoso,
Cuyo recuerdo el corazón adora
Y avaro guarda con afán penoso
Y el alma triste sin descanso llora.
Todo fué de la noche sueño hermoso
Que se disipa al despuntar la aurora:
Solo fué realidad la horrible pena
Que de mi ser las horas envenena.
Bello fantasma del placer perdido,
Fantasma seductor ¿por qué resbalas
Por mi triste aposento, y suspendido
Sobre mi lecho, tus brillantes alas
Ciernes sobre mi frente y un gemido
Del blanco seno pesaroso exhalas,
Si cuando voy á consolar tus quejas
Huyes, te sigo, y sin rumor te alejas?
Mas de la mitad de las composiciones que forman su tomo, son de este género, con mas ó menos incorrecciones, hijas de la inesperiencia y con todos los defectos de la escuela á que pertenecen; pero en cambio la otra mitad está llena de las bellezas de forma, de dicción y de armonía, propias de las producciones del gusto clásico (ya que nos entendemos con estas palabras calificadoras de ambos estilos.) Vea V. unas sestinas de la composición que intitula: “Celo.”
No la cantéis, gilgeros:
Brisas, no la toquéis: sol, no la alumbres;
Y vosotros luceros
No os elevéis tampoco de las cumbres,
Llevad vuestras antorchas y fulgores
A alumbrar otro suelo, otros amores.
¿No tengo de sus ojos
La suave luz, y el ámbar y el aroma
De esos sus labios rojos,
Y arrullos con su acento de paloma
Y delicias y amor con su presencia
Que es el divino sol de mi existencia?
Dejadnos nuestros sueños,
Sueños de amor, tiernísimos delirios,
En que vemos risueños
Cielos de oro y zafir, campos de lirios,
Aves, fuentes y luz, un paraíso
Donde la suerte colocarnos quiso.
SONETOS
A SU RETRATO.
Esta es tu imagen, celestial y pura:
Al través de mis lágrimas la veo,
Y cuanto mas en ella me recreo
Mas siente el corazón su desventura.
Al contemplar tu lánguida hermosura
Ver tu sonrisa enamorado creo,
Pienso escuchar tu voz, ¡vano deseo!
Oscurece tu faz triste amargura!
¡Pobres flores de amor! se marchitaron,
Y han quedado tan solo los abrojos
Que el triste corazón despedazaron;
Y me queda tan solo por despojos,
Tu imagen que los años no borraron
Ni el triste llanto de mis tristes ojos.
ESPERANZA DIVINA.
Cruza un desierto el triste peregrino
Entre el aura estival que lo sofoca;
Busca una fuente, un sauce, alguna roca,
Y solo oye rugir el torbellino…
¡Le amenaza la muerte! en su camino
El sol lo rinde, y su sedienta boca,
Al Dios que adora en su oración invoca,
Y sigue resignado su destino.
De la Santa Ciudad al fin descubre:
Alguna triste y destrozada almena,
Y animada su fé rápido avanza.
Así mi negro porvenir se encubre:
Mas muerte y religión calman mi pena,
Porque al seno de Dios va mi esperanza.
A UNA FUENTE.
Plácida corre, sonorosa fuente,
Bañando amante la feraz campiña,
Y retraten tus linfas de la viña
El dulce fruto y el verdor luciente.
Festiva en tus orillas apacente
Blancas ovejas, mi preciosa niña.
Y el bello Abril con amaranto ciña
Los arbustos que besa tu corriente.
Y si Elmira al murmullo de tus ondas
Se aduerme al pié del abedul frondoso
Pronunciando mi nombre, no respondas,
Repite solo mi cantar penoso:
Y si refresca en ti sus trenzas blondas,
Guárdame en tu cristal su rostro hermoso.
LAS GOLONDRINAS.
Salud, salud, alígeras viageras,
Amantes tiernas del Abril florido,
Que cruzáis sobre el lago adormecido
De la estación de amores mensageras.
No abandonéis, ¡oh amigas! las riberas
Que cuando niño recorrí embebido;
Suspended en mi techo vuestro nido,
Y amorosas cantad, aves parleras.
Cantad, cantad entre las bellas flores
Que coronan sencillas mi ventana,
Y me haréis olvidar de mis dolores.
Arrulladme en mi lecho en la mañana
Mientras sueño con Laura y sus amores,
Dulces amores de mi edad temprana.
No mas con los diamantes de Golconda
Ni las perlas de Ofir, ciñas tu frente,
Ni de Italia la gasa trasparente
Quieras que el cuello angelical te esconda.
¿Qué ha menester tu cabellera blonda
Que en hilos de oro desparció el ambiente,
Ni la luz de sus ojos, mas ardiente
Que el sol que nace iluminando el onda?
Deja esas joyas, que á tu faz divina
¡Cuanto mas sientan los claveles rojos
Ceñidos en tu frente alabastrina!
Que ante tu luz, aunque les cáuse enojos,
Son los diamantes, Leila peregrina,
Solo destellos de tus lindos ojos.
Me parecen hartas citas de Ortiz para que comprenda V., mi buen duque, su talento, y el género y valor de sus poesías. En un solo defecto de ellas me pararé un momento, porque solo mis correcciones pueden librar de él á su joven autor. Ortiz cae continuamente en el error de imitarme, ya porque me tome á sabiendas por modelo, ya porque llevado de la preferencia que dé en su juicio á mis obras, las imite sin apercibirse de ello. Desdichadamente para mí y para mis imitadores, mis obras deben su reputación y la boga que han adquirido entre el vulgo, no á su mérito positivo, sino al favor de la fortuna loca, á la época revuelta y descarriada en la cual empecé á darlas á luz, y á la asiduidad y rapidez con que las produje en mis primeros años. El oropel del ropage con el cual están vestidas, es tan débil y falso como brillante, y no puede ser tomado para vestir otras: porque al querer arrancarle de las mias se desgarra por su propia fragilidad. Ortiz se ha dejado seducir por el sonsonete, muchas veces vacío de sentido, y por la palabrería sonora de mis orientales y de mis serenatas, composiciones que generalmente no son mas que música celestial y es lástima que poetas como él, que tienen talento propio, imiten á nadie mas que á los grandes maestros clásicos.
El placer que me ha procurado el examen de las poesías de Ortiz, me ha hecho cobrarle cariño y estimación: y le hago aquí esta advertencia, porque sentiría verle algún día confundido entre los muchos poetastros, que parodian las obras agenas sin comprenderlas, y después de haber echado á perder un género cualquiera de composición, se quedan tan satisfechos creyendo que ellos le inventaron, ó le mejoraron cuando menos. Ortiz es un ingenio valioso por sí mismo que no necesita de valor prestado: y cuando pierda las ilusiones juveniles, cuando se familiarice con los buenos estudios y con las dificultades de la práctica, puede llegar á ser uno de los primeros poetas mexicanos. Por desgracia sus versos cuanto mejores sean, no lograrán probablemente mas recompensa que el aprecio de algunos pocos de sus compatriotas conocedores y entusiastas por la gloria de su país, y el elogio estéril de algún estrangero de buena fé, que como yo se complazca en animar á la juventud al cultivo de las bellas letras.