La flor de los recuerdos (México): 43

La flor de los recuerdos (México) de José Zorrilla
México y los mexicanos. Casimiro Collado

Casimiro Collado. Aunque español, debe de ser contado como poeta mexicano, por haber vivido desde muy niño en esta República, haber hecho en ella sus estudios y la publicación de todas sus composiciones. Collado se dejó arrastrar también en el principio por el mal gusto de nuestra poesía del 34 al 43, é insertó en “El Apuntador” y otros periódicos muchas poesías líricas y algunas leyendas, (como tal agravio, tal venganza, y otras) las cuales pertenecen á la escuela romántica; pero volvió á mejor senda posteriormente; y la lectura de Herrera, Rioja y los demás clásicos españoles, le hicieron ganar rápidamente en pureza y corrección. Libre además de los defectos de la pronunciación mexicana, su lenguage es castizo y la medida de sus versos no adolece de la flaqueza y falta de armonía de la mayor parte de los poetas de este país. En todas sus composiciones, antiguas y modernas, se encuentran estrofas notables por su dicción poética, por su versificación armónica y numerosa, y por la perfección clásica de su forma; pero compárense los dos siguientes fragmentos, tomados al azar de la colección impresa y manuscrita de sus versos que tengo á la vista, y se conocerán al momento los dos opuestos géneros de las dos diferentes épocas y escuelas á que pertenecen.

En 1841 escribía Collado estas estrofas, en una fantasía que intitulaba:

ORACIÓN.

¡Vedla allí sobre el rico pavimento,
Bajo el tendido pabellón de grana,
Cómo encomienda al adormido viento
Que levante á los cielos su oración!
Vedla allí como virgen sin mancilla
Sus pestañas pintarse en su megilla,
Al exhalar la lámpara amarilla
Trémula vibración.
Contemplad su contorno que profusas
Borran acaso pasageras sombras,
Cuando tintas fantásticas, confusas
Sobre su rostro destacando van.
Contemplad en su rostro su pureza,
La devoción en su ideal cabeza
Y un misterio de amor y de tristeza
Que sus pupilas revelando están.

Vedla á elevar á Dios el pensamiento
En medio de la noche solitaria,
Y encomendar al adormido viento
Que guarde en sus dobleces su oración.
Contemplad al través de su hermosura
Una idea de tétrica amargura,
Que dicta al labio la plegaria pura
De ardiente devoción!

. . . . . . . . . . . . . . .
¡Vision mundana sin terrenas galas,
Ven tu oración á dividir conmigo;
Ven: que las plumas de tus blancas alas
Me den á un tiempo pabellón y abrigo!
¡Ven á calmar este febril ensueño,
Que está rompiendo mi abrasada sien;
Ven á velar del moribundo el sueño,
Dulce ilusión de mis sentidos, ven!

Ven en las alas del callado viento,
Del harpa en la encantada vibración,
Para acallar mi cruel remordimiento
Con la voz de tu cándida oración.
Ven, y uniré á la tuya mi plegaria
En tierra puesto cabe tí de hinojos:
Dios la oirá en la noche solitaria
Y el triste llanto secará en mis ojos.
Vision mundana sin terrenas galas, &c., &c.

Todo esto es romántico de aquel entónces: pensamientos vagos, delirios en versos armoniosos y metro afrancesado con el martilleo de sus tres consonantes seguidos, de los que importó Ochoa del otro lado de los Pirineos, introduciéndolos en España en el “Artista” en sus imitaciones de Víctor Hugo:

Esas santas catedrales,
Esas legiones triunfales,
Esos lienzos inmortales
Del Correggio y Rafael,
Serán cenizas que el viento
En remolino violento
Elevará al firmamento
Para dejarlas en él.

¡Qué diferencia de las composiciones de Collado de 1841, á sus odas de 51 y 57! Hé aquí unos fragmentos inéditos de una oda á México:

¡Con qué grandiosa magestad ostenta
De hermosura y poder la doble pompa
Natura aquí, risueña y opulenta!
En breve espacio abarca
De opuestas zonas los distintos climas;
Desde la baja tórrida comarca
Que con lengua salobre el ponto adula,
Hasta la alta región en cuyas cimas,
Escollo á los marinos huracanes,
Coronadas de témpanos de hielo
Llevan hasta las márgenes del cielo
Sus multiformes crestas los volcanes.

De ellos las aguas límpidas descienden
Que en frescas ondas la planicie inundan:
Las fértiles cañadas do se estienden,
Los anchos valles que al pasar fecundan,
Tapizan flores de carmín y gualda,
Praderas de esmeralda,
Mieses de dulce caña ó rúbia espiga,
Las plantas todas que en perenne Mayo
El suelo de los trópicos prodiga.

. . . . . . . . . . . . . . .
En el lóbrego centro de la tierra,
Opresa en muros de luciente roca
La rica vena de metal se encierra,
Que la codicia sórdida provoca.

En vano de sus hilos ramifica
La estensa red del orbe en las entrañas,
Y á resguardarla el tiempo multiplica
De basalto y de pórfido montañas.

Atrevido, tenaz, sediento de oro,
Bárbaro el hombre las taladra ó hiende;
Allí busca el magnífico tesoro,
Y con ávidos ojos le sorprende.

Recorre insomne, escuálido y desnudo
La cóncava estension de aquella tumba,
Que del férreo martillo al golpe rudo
O al ruido de la pólvora retumba.

Salta el peñasco y vuela con estruendo;
El agua por las grietas se destaca,
Y entre humeante vapor, del antro horrendo
La confusión alumbra antorcha opaca.

Ni peligro, ni sueño, ni fatiga
Arredra al hombre, o su codicia doma;
Y aun salir del sepulcro que le abriga
Duda, si el grave techo se desploma.

Así bajo la inmensa pesadumbre
Tal vez perece en congojoso duelo,
Sin que, al morir, la fugitiva lumbre
Hallen sus ojos del radiante cielo.

. . . . . . . . . . . . . . .
De tus vastos confines en lo espeso
Cauteloso deslizase el salvaje:
De su macana al formidable peso,
De su traidora flecha al raudo silbo,
De su alarido al oprobioso ultraje,
Tímidos ya sucumben
Los choznos de los héroes, que á la raza
Bárbara del desierto dominaron
Con la cruz, con la esteva y con la maza.
Sus términos dilata en tus fronteras,
Precedida de estragos, la barbarie:
Los pasos de natura creadora
No endereza solícito el cultivo;
Robusta, triunfadora,
Se propaga la rústica maleza
Donde antes rubia mies y verde olivo;
En donde pueblos hubo, hay aspereza
De escombros sepultados bajo espinas;
Y el áspero nopal torcido crece,
Y el taciturno buho se guarece
Del viejo templo entre las pardas ruinas.
Mientra en las brumas de hiperbórea playa,
El pirata del Norte apresta el lino
De las altivas naos, codicioso
De amarrar á su remo tu destino.

. . . . . . . . . . . . . . .
Vuelve ¡oh México! en tí, que del abismo
Duermes incáuta al resbaloso borde;
No mas del interés y el egoísmo
La envenenada copa se desborde.
El valor, la virtud, el heroísmo
De tu estirpe recuerda, la alta gloria
Con que del tiempo y del olvido triunfa
Su claro nombre en la severa historia.
Nunca, vástago real del tronco hispano,
Tu noble origen ni su ejemplo olvides;
Con ánimo y esfuerzo sobrehumano
El hierro blande en las gloriosas lides;
Y si del hado en el ignoto arcano
Es ley que cedas tras sangrienta lucha
Al número, á la astucia, á la perfidia,
La voz solemne del honor escucha
Y hasta caer en el sepulcro lidia.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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