La flor de los recuerdos (Cuba): 26
III.
editarAbrió Don Félix los pesados ojos
Con un esfuerzo trabajoso y largo:
La vista débil y los miembros flojos
Siente, como quien sale de un letargo;
Aun cree que de la fiebre los antojos
Vé, y aun le angustia su recuerdo amargo:
Concibe que está en sí y que no delira
Ya: pero no concibe lo que mira.
En limpio cuarto y en curioso lecho
Sorprendido se encuentra: una ventana
Morisca, a la que sombra da el estrecho
Calado de una arábiga persiana,
La alumbra: cuelgan por pared y techo
Zorongos y atavíos de gitana;
Vé a un lado suyo a Adán y al otro a Aurora:
Aquel medita, la muchacha llora.
Un suspiro difícil exhalando
Movióse: al percibir su movimiento,
Sobre las puntas de los pies andando
Se acercaron los dos, con grande tiento
Tocar su cuerpo débil evitando.
“¿Dónde estoy?”.—preguntó con flaco acento:
Y de su escasa voz flébil el eco
Fue a retumbar a su cerebro hueco.
Aurora afable respondió, en su frente
Apoyando su mano nacarina:
“En mi aposento y con amiga gente:
“La muerte habéis tenido muy vecina;
“Y aunque el riesgo pasó y visiblemente
“Cede ya el mal y la salud domina,
“Aun a silencio y a quietud sujeto
“Estáis: conque callad y estaos quieto.”
Dijo la hermosa y al quitar la mano
Grabó en su frente cariñoso beso;
Don Félix, que placer tan soberano
Creyó ser de su asombro en el exceso
Loca fascinación de sueño vano,
Sonrió con dulcísimo embeleso:
Pero juzgando aún que son antojos
Del delirio febril, cerró los ojos.
Sus puestos otra vez Adán y Aurora
Ganaron en silencio y de puntillas:
Oyóse el son del agua arrulladora
Que, lamiendo del río las orillas,
Murmura al pié de la ventana mora,
Y arrullado por él, las maravillas
Del delirio Don Félix recordando,
En sueño entró reparador y blando.