La flor de los recuerdos (Cuba): 25

La flor de los recuerdos (Cuba) de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo tercero. II.

II. Diálogo. editar

Maese Adán. —Don Félix.

MAESE. Leí yo, no sé dónde, ni sé cuando,

Un libro de un autor docto y profundo,
Que decía el discurso comenzando:
“Nada se hace por nada en este mundo.”
Dígoos yo esto con quien esto dice,
Señor Don Félix, porque yo al lanzarme
A sacaros del río, no lo hice
Solo por el placer de chapuzarme,
Ni un deber de conciencia satisface,
Pues pude con mis años excusarme
De amparos: écheme, pues, al río
Por interés no vuestro, sino mío.
El ceño no frunzáis. Voy a probaros
Que no puede ofenderos mi franqueza
Diciéndoos una cosa sin reparos,
Y es: que vos, blasonando de nobleza,
Menos franco que yo, pero tan diestro,
Vais como yo a jugar con juego doble,
Pues en gitano al transformaros, noble,
De política dais golpe maestro;
Mas no miráis otro interés que el vuestro.

D. FÉL. Vive Dios!


MAESE. No juréis, y oíd con calma.

Ya podéis suponeros que no en vano
Soy viejo y soy gitano;
Leo como en un libro en vuestra alma:
Sé mejor que vos mismo lo que en ella
Escondido guardáis; amáis a Aurora
Dos años hace… más: tres hará luego
Que esa pasión en vuestro pecho mora;
La amáis en realidad, la amáis con fuego,
Con verdadero amor, casto y profundo;
Tres años hace que seguís su huella,
Olvidado de vos, fuera del mundo:
Dos años hace ya que la mañana
Vuestra faz melancólica ilumina
En frente de su arábiga ventana,
Que el puente de Triana,
Donde amanece para vos, domina.
Dos años hace ya que de su casa
Al pasar los umbrales, ve que pasa
Vuestra embozada sombra junto a ella,
Y por dó quier que va, tras de su huella
Siente dó quier que vuestro pié camina.
La amáis, y vuestro amor correspondido
Todo por conseguirla lo atropella,
Y a la ocasión primera decidido,
Resuelto a todo por lograr su mano,
Bendiciendo la muerte que os ha hundido
En el Guadalquivir, y en el olvido
Dejando vuestro ser como perdido,
No sois quien erais y os hacéis gitano.
Mas ¿todo eso es amor, señor mancebo?
¿Es solo amor? ¿abandonáis tan solo
La sociedad honrada tras el cebo
Puro de un puro amor? ¿No obráis con dolo
Al ofreceros noble y caballero
Y joven y valiente, al mundo entero
Renunciando por ella, a nuestra infame
Y vagabunda tribu? Vamos claros:
En nuestra innoble raza al ampararos,
¿Quién logra más ventaja, vos o ella?
Vos: porque hoy os importa el ocultaros,
Hacer perder al mundo vuestra huella,
Ganar tiempo, y amigos procuraros
Contra esa sociedad que os abandona,
Contra ese mundo ruin que os desconoce,
Contra el ser que os humilla y os ultraja,
Y contra el hado que con vos se encona
Mayores fuerzas y mayor ventaja
Para que no os acabe y os destroce;
Porque ¿qué os resta ya sobre la tierra?
Vuestro inútil amor, vuestra persona,
Blanco de ocultas iras, y ese traje
Que hubiera sido ayer vuestra mortaja
Sin mí, que de las aguas os extraje.
Víctima de traidores enemigos,
Por secretos amaños deshonrado,
Os veis por donde quiera rechazado,
Sin hogar, sin dinero y sin amigos.
He aquí, Don Félix, la verdad desnuda,
He aquí la posición en que os encuentra
Mi protección y mi propuesta boda,
Que en mis proyectos ofreceros entra:
Oferta mía que redunda toda
En mi propio interés, no tengáis duda;
Mas también en el vuestro, pues os brinda
Con misterioso amparo que os escuda,
Con poder que a vengaros os ayuda,
Y en fin, con el amor de la más linda
Gitana que pisó la orilla amena,
En cuyo lecho de esponjosa arena
Guadalquivir, como en tazón chinesco,
O en mejicano búcaro, su fresco
Raudal contiene y su cristal serena.

Echó el gitano exordio semejante
Del mancebo a la faz de una manera
Tan agria, tan audaz y extravagante,
Mezclándose a la vez en su semblante
La calma del filósofo sincera
Y la ironía fatua del pedante
Con el cinismo bajo y el aplomo
Del villano insolente, que no era
Posible comprender su verdadera
Expresión, ni era fácil saber cómo
Recibir su filípica severa;
De modo que Don Félix, subyugado
Por la verdad tal vez, o sorprendido
Por un descaro tal, o avergonzado
De ver así su corazón sondado,
Respondió entre confuso y ofendido:

D. FÉL. Es verdad ¡ay de mi! verdad, Maese:

Y aunque no la miré por ese lado
Jamás, lo reconozco aunque me pese;
Tal es mi posición.

MAESE. Por descontado

Que yo sé que jamás habéis fiado
Ni aun a vos mismo lo que yo os espongo:
Yo sé que no habéis nunca calculado
Las ventajas del cambio que os propongo,
Y que aun ahora dudáis avergonzado
Cuando a la vista la verdad os pongo;
Mas ello así ha rodado,
Porque todo en el mundo es egoísmo:
Todos en él nuestro interés miramos,
Y a él nos arrastra nuestro instinto mismo
Siempre, y aun cuando menos, calculamos.

D. FÉL. Siento ¡ay de mí! que es la verdad; lo veo,

Se oculta en todo un interés: lo creo;
Mas no veo, Maese, todavía
El oculto interés que a vos os guía.

MAESE. Es una historia triste: es una cosa

Infame, repugnante, vergonzosa,
Que debo más no sé cómo deciros;
Es un fatal secreto
Que os debo confiar: que va a afligiros,
Que va a romper acaso de repente
El hilo en que está apenas sostenida
Nuestra amistad naciente;
Pero debo advertiros
Que quedáis a guardármele sujeto:
Os lo exijo por precio de la vida
Que os he salvado ayer.

D. FÉL. Vivid seguro

De que en mi pecho le daré guarida,
Y jamás saldrá de él.

MAESE. Si cuando oído

Lo hayáis no os acomoda
Adelante llevar lo de la boda,
Libre sois: aún no hay nada concluido.

D. FÉL. Maese, me asustáis.


MAESE. Oíd con calma:

De decir acabáis que amáis a Aurora,
Que ese amor os ocupa toda el alma,
Y que os halláis dispuesto desde ahora
A renunciar por ella al mundo entero;
Mas yo quiero una prueba: necesito
Que sea vuestro amor, hondo, infinito,
Tan superior en vuestro ser a todo,
Que no hayáis a él de sustraeros modo,
Que sea en vos el ímpetu primero.

D. FÉL. A daros esa prueba me acomodo,

Maese: ¿qué exigís? La vida os debo;
Disponed de mi ser. Sí, yo amo a Aurora,
La adoro: a todo por su amor me atrevo,
Y estoy pronto por ella desde ahora
A renunciar a todo o a intentarlo
Todo, como queráis: hablad.

MAESE. Mancebo,

No puede Aurora ser más que del hombre
Que sin mirar a más que a su cariño,
Renunciando a su honra y a su nombre
Si es necesario, humilde como un niño
Mi condición acepte.

D. FÉL. Está aceptada.


MAESE. Mirad que es cosa fuerte

Que requiere valor; caso inaudito,
Tal vez más duro que la misma muerte,
Para quien ama como vos sincero
Con esclusivo amor, hondo, infinito.

D. FÉL. Mi mismo amor, por ser tan verdadero,

Sostendrá mi valor firme y entero;
Nada me espanta, hablad.

MAESE. Ni aun un delito?


D. FÉL. Si no es bajeza ruin o villanía

Torpe e infame…

MAESE. No, por vida mía:

Es un delito sobre el cual severos
Los tribunales echarán sus leyes
Pronto, si torpe vos o ellos mañeros
Dan con él y os le prueban algún día:
Mas delito es ¡á fé! de caballeros,
Y que más de una vez lo fue de reyes:
He aquí por qué nosotros los gitanos,
Que siendo solo míseros villanos
Necesitamos cometerle, habernos
En vos puesto los ojos, pues queremos
De un caballero encomendarle a manos:
Mas es empresa en que empeñarse debe
Quien de esposo de Aurora el nombre lleve;
Si después de saber nuestro secreto,
Juzgándola de amor aun digno objeto,
Delito y boda a consumar se atreve.

D. FÉL. Veamos: ¿qué hay que hacer?


MAESE. Matar a un hombre

Como y cuando queráis: en desafío
O a traición, es igual. ¿Qué hay que os asombre?
El ceño me fruncís. ¿Os falta brío?

D. FÉL. El riesgo ¡vive Dios! no me amedrenta.


MAESE. No me mentéis a Dios que es cosa santa,

Y no es del caso. ¿Qué es lo que os espanta?

D. FÉL. Que os atreváis a hacerme tal afrenta.


MAESE. Cómo puedo afrentaros, no imagino.


D. FÉL. Con el amor de Aurora, por mi cuenta,

Comprarme pretendéis como asesino.

MAESE. Raciocináis a fe muy torpemente.

Os he dicho, Don Félix, que esta empresa
A l marido de Aurora solamente
Se debe encomendar; bien claramente
Os indico a mi ver y lo bastante
Que al honor del marido le interesa
Sin duda, no al cariño del amante:
Porque el honor de la mujer casada
Para el marido, como suyo, es todo,
Para el amante, come ajeno, es nada.

D. FÉL. ¡Por Cristo!


MAESE. (inter, con ímpetu). Os dije ya que de otro modo

Me hablarais: no juréis, que es cosa fea.

D. FÉL. Perdonad: es un vicio de soldado.


MAESE. Pues perdedle; mas íbamos diciendo

Que con Aurora de una vez casado…

D. FÉL. Su honor me interesaba; lo comprendo:

Mas lo comprendo con temor. ¿Acaso…

MAESE. No penséis mal.


D. FÉL. ¿Aurora?


MAESE. Es inocente

Como el niño que nace.

FÉL. En ese caso…

Si su honor está ileso…

MAESE. Es evidente;

Mas fue siempre el honor tan frágil vaso
Y de cristal tan puro, que un ambiente
Vaporoso no más le empaña al paso.

D. FÉL. Es decir que el de Aurora?…


MAESE. Está sin tacha.


D. FÉL. Entonces no os comprendo.


MAESE. Ni yo tampoco sé como decíroslo;

Yo que su padre soy… ¡pobre muchacha!

D. FÉL. Temo, Maese, que os estáis burlando.


MAESE. Jamás me burlo yo, debo advertíroslo.


D. FÉL. Pues hablad de una vez, si os acomoda:

Porque ¡á fe mía! que me vais hilando
Con eso del honor, lo de la boda
De una manera tal, que es imposible
Los cabos anudar de vuestro cuento.
Acabad de una vez.

MAESE. Es que es terrible.


D. FÉL. Pues no haber comenzado.


MAESE. Estadme atento.

Volvía de una feria con Aurora,
Y a tarde a mi pesar: la noche oscura,
Próximo el huracán, alta la hora,
Solitario el lugar… desoladora
Mi posición y grande mi pavura.
Mirando ya la tempestad cercana,
Tomé un atajo por cortar camino,
En un pueblo extraviado mas vecino
A esperar decidido la mañana.
Díjelo a Aurora y avancé el primero:
Mas no bien por el áspero sendero
Nos hubimos metido, abandonando
La carretera descubierta, cuando
Noté qué nos seguía un caballero.
Mi hija y yo caminábamos en mula:
Temo, y en baja voz dígola: “¡pica!”
Óyeme, y obedéceme la chica:
Levantamos el trote, mas es nula
Mi precaución; el caballero aplica
A su montura espuelas y regula
Su paso al nuestro. El miedo me estimula:
Pico más, pica Aurora, mas él viene
Ganando tierra; paróme un momento
Para dejarle paso, y se detiene.
Vuelvo a partir y parte. Yo al fin siento,
Aunque viejo, que aun hay sangre en mis venas,
Y con rubor de huir de un hombre solo,
Me decido a abordarle: mas, apenas
Me volví a él apercibí su dolo.
Cruzando los espesos olivares,
Y en labrada tierra sus pisadas
Ahogando, de dos viles auxiliares
Vi llegar las figuras embozadas.
Quise huir, mas hallé por cada lado
Contra mí dirigida una pistola
Por un recienvenido enmascarado:
Entonces, “¿qué queréis?” dije turbado,
Y respondióme el jefe: “tu hija sola.”
Eché mano al puñal de mi cintura:
Mas pasándome un lazo de repente
Por el cuello y los brazos, reciamente
Liáronme en la cuerda, que segura
Cortó mi acción y me dejó impotente.

D. FÉL. ¿Y Aurora?


MAESE. Entre sus brazos desmayada,

Iba ya por el jefe arrebatada.

D. FÉL. ¡Infame!


MAESE. ¿Comprendéis? me maniataron,

Me vendaron los ojos, en un coche
Prevenido por él nos encerraron,
Y corrimos así hasta media noche.

D. FÉL. ¡Infames!


MAESE. Bien que infames! A la puerta

De un cortijo, a mi ver, se detuvieron,
Me amordazaron, y sentí que a Aurora
Apartaban de mí: mas la volvieron
A traer.

D. FÉL. ¿Al punto?


MAESE. No: pasó una hora.


D. FÉL. ¡Infames! ¿Y después?


MAESE. Volvió el carruaje

Con dos hombres no más, que nos guardaban:
A deshacer el misterioso viaje.
Ciego y mudo sentí que se paraban:
Del carruaje sacáronme, en el suelo
Me dejaron y oí que se alejaban.

D. FÉL. ¿Nadie os pudo acudir?


MAESE. ¡No quiso el cielo!


  Y al recordar el viejo en tal jornada
Cómo de él enemiga u olvidada,
La voluntad del cielo abandonóle,
La inflexión de su voz desesperada
Una rabia expresó tan concentrada,
Tan honda ira, que la voz faltóle.
Tembló Don Félix: el siniestro acento
De Adán produjo un eco tan extraño,
Que al penetrar en él le hizo violento
Pavor al alma y a la oreja daño;
Cuya ingrata impresión apercibiendo,
Calmóse Adán y continuó diciendo:

MAESE. Revolquéme furioso como un loco,

Entre matas y peñas desgarrándome,
Y percibí por fin que poco a poco
Iba mi cuerda libertad dejándome.
El pañuelo arranqué que me cegaba.

D. FÉL. ¿Le conserváis?


MAESE. ¡Inútil! era el mío.


D. FÉL. ¡Traidor!


MAESE. Aun sin sentido se encontraba

Aurora junto a mí, y el viento frío
De un alba de Febrero nos helaba.

D. FÉL. ¿Dónde?


MAESE. En el mismo sitio donde fuimos

Sorprendidos.

D. FÉL. ¿Y Aurora?


MAESE. Entre mis brazos

Se echó al abrir los ojos desolada.
¡Yo me sentía el alma hecha pedazos!

D. FÉL. Mas ¿qué dijo de sí la desdichada?


MAESE. Ni yo le pregunté, ni dijo nada

Ella, pues cosas hay que no es preciso
Preguntar ni decir; pero robada
Por un hombre, a la quinta donde mora
Por él llevada y cuanto tiempo quiso
Detenida por él… yo desde ahora,
Puesto que sois tan cándido, os lo aviso,
Debe la historia estar toda encerrada
En sola una palabra: “Deshonrada.”

D. FÉL. ¡El miserable!


MAESE. Y aunque así no fuera

Como por apariencias lo parece,
El que sabe la historia verdadera
Tal como puede ser, muerte merece:
Y yo, que aquí soy rey, quiero que muera.

D. FÉL. Tenéis razón.


MAESE. Atado con los lazos

De la red con que el pelo me ceñía,
Hallé que me dejaban los malvados
Un papel.

D. FÉL. ¿Qué decía?


MAESE. Vedle. (dándosele.)


D. FÉL. (Leyendo) “Si habláis, morís asesinados.”

Dejadme este papel.

MAESE. Guardadle. Ahora

¿Se os alcanza por qué quien lleve el nombre
De marido de Aurora
Tiene por fuerza que matar a un hombre?

D. FÉL. Y morirá. Mas…


MAESE. He ahí la duda

Que adivinar en vos me trae inquieto;
¿Vuestro amor al honor prestará ayuda,
O vuestro amor con el honor se escuda?
Mas claro: ¿hoy que sabéis ese secreto,
A la palabra y boda convenida,
Señor Don Félix, os creéis sujeto?

D. FÉL. Lo estoy a la venganza, y de mi vida

Os hago aquí la ofrenda: os lo prometo:
Mataré o moriré.

MAESE. Pero… ¿Casado?


D. FÉL. Harto ya de mi ser, desesperado,

Abandonado ya de cielo y tierra:
Porque la fuerza de mi ser se encierra
En el amor de Aurora,
Que es el único bien por mí anhelado,
La única luz que me alumbró hasta ahora.

MAESE. ¿Luz tras que ya no iréis?


D. FÉL. ¡Pese a mi estrella!

¿Toda su relación no está encerrada
En la sola palabra “Deshonrada?”
¡Se extinguió, pues, la luz que había en ella!

MAESE. ¿Mas no os dije que estuvo desmayada,

Falta de movimiento y de sentido?
Ella ni vio, ni oyó, ni sintió nada;
Por eso el crimen más infame ha sido:
Pues supongo, aunque nunca se ha sabido,
Que la dejó el traidor sin ser culpada,
Cual si lo hubiera sido, deshonrada.

D. FÉL. Tenéis razón.


MAESE. Pesadlo pues con calma:

Que si la amáis y en ella no hay malicia,
Privaros de su amor es injusticia,
Y si ella os ama, como yo sospecho,
La desesperareis, perdéis su alma.


Calló un punto el gitano, y de hito en hito
Contemplando al galán, que parecía
Caso no comprender tan inaudito,
Continuó así: tal es la historia mía,
Señor Don Félix. ¿Comprendéis ahora
Para qué un caballero necesito?
Don Félix con un poco mofadora
Sonrisa respondió: a lo que parece
Para vengar el deshonor de Aurora,
Una mirada luminosa el viejo
Lanzó y le dijo: Aurora no merece
Ni pensamiento tal ni tal sonrisa
Que en el desprecio o el insulto frisa;
No hay deshonor en donde no hay delito,
Donde no hay voluntad no existe crimen.
La venganza que ansío es de su ofensa
No de su deshonor, pues de él la eximen.
La razón y la ley, y no lo admito.

D. FÉL. Llevad a un tribunal vuestra defensa.


MAESE. Jueces no habrá que nuestra causa estimen

En justicia.

D. FÉL. ¿Por qué?


MAESE. Porque él tiene oro:

Es un noble y nosotros unos viles
Vagabundos. Atentos al decoro
De su clase los jueces, como lobos
De una misma carnada, en las sutiles
Argucias de la ley, como a unos bobos
Nos enmarañarán nuestra justicia:
Y al fin nosotros, tras de hacer la fiesta,
Tendremos que pagar los tamboriles.
No: sé ya mucho para dar tal picia:
Sé la justicia humana lo que cuesta.

De silencio otra vez hubo aquí un trecho;
Don Félix sin color, meditabundo,
La cabeza inclinada sobre el pecho,
La mirada feroz, clavada en tierra,
Presa de afán desgarrador, profundo,
Y con su honor su corazón en guerra,
Permaneció como de mármol hecho,
Ajeno de sí mismo, extraño al mundo.
El misterioso viejo en él posaba
Su mirada diabólica y sombría,
Y tal vez en su ser profundizaba,
Y su idea en la mente perseguía,
Y su pupila torva fulguraba
Siniestro resplandor, y sonreía.
Alzó al cabo Don Félix la cabeza,
Sonrió y dijo luego con firmeza:

D. FÉL. Tenéis razón.


MAESE. ¿Amáisla todavía?


D. FÉL. Sí.


MAESE. ¿Mantenéis vuestra palabra?


D. FÉL. Entera.


MAESE. ¿Con ella os casareis?


D. FÉL. Marcad el día

De la boda.

MAESE. Mas… ¿él?


D. FÉL. ¡Por vida mía!

Él morirá: nombradle.

MAESE. Bien quisiera

En verdad: mas nombrárosle no puedo.

D. FÉL. ¿Me diréis el porqué?


MAESE. Sí: porque ignoro

A quién he de acusar: ningún testigo
Puedo llamar contra él: ni aun sé su nombre.

D. FÉL. ¡Diablo! ¿pues para qué contáis conmigo?


MAESE. Pues claro está: para matar a ese hombre.


D. FÉL. ¡Si no le conocéis!


MAESE. Mas puedo hacéroslo

Conocer… si es que de él no tenéis miedo.

D. FÉL. ¿Creéis tal vez qué a traición matarle puedo

Como un bravo italiano?

MAESE. No me incumbe

Saber el cómo muera, ni me importa;
Me doy por satisfecho si sucumbe.
A vosotros los nobles se os adiestra
De matar en el arte desde niños:
Al que mata mejor más se le estima,
Y yo sé que tenéis mano maestra
Vos en el noble arte de la esgrima.
Tomad, pues, el camino que primero
Se os presente: de Aurora al ser marido
Su honor os cumple conservar entero:
Para vengaros vos habéis venido
En gitano a parar: por verdadero
Dais el que muerto sois, y estáis hundido
En la callada eternidad; infiero
Que no os injurio en suponer que, acaso
Mañana que salgáis de este mal paso,
Para vengar a vuestra esposa fiero
Queráis volver a ser lo que en el mundo
Erais, y de gitano vagabundo
Resucitéis, como antes, caballero.

Y todo esto a Don Félix le decía
Maese con un tono tan extraño
Misto de sencillez y de ironía,
De duelo y de placer, de ira y de gozo,
Y con una mirada que atraía
Tan poderosamente la del mozo,
Que por su magnetismo se sentía
Dominado: y su voz y su mirada,
Sin poder resistir, dócil seguía
Su alma por la del viejo fascinada.
De este poder magnético cediendo
Al misterioso influjo, y su alma entera
Arrastrada a su vórtice sintiendo
El mancebo, anudó de esta manera
Diálogo con el viejo:

D. FÉL. No os comprendo,

Maese; pero siento que en mí mismo
Germina un nuevo ser, que a vos me atrae
Yo no sé qué poder, como a un abismo
Me atraería un vértigo. Acabemos:
Siento que mi alma en vuestros brazos cae.
¿Queréis matar a un hombre?

MAESE. Sí.


D. FÉL. Corriente:

Mas me decís que ni sabéis su nombre,
Ni una seña podéis darme del hombre
A quien queréis matar.

MAESE. Mas puedo enfrente

Del que tome a su cargo su castigo
Ponerle: y al marido solamente
De Aurora a presentársele me obligo.

D. FÉL. Tenéis que verle, pues, para mostrarle.


MAESE. No.


D. FÉL. No os puedo entender.


MAESE. Es un secreto

Vinculado en mi raza: si os lo digo
Quedareis a guardármele sujeto
Y a casaros con mi hija. Todavía
Estáis a tiempo: hablad. Si amáis a Aurora,
De lograr vuestro amor esta es la hora:
Si vengaros queréis, este es el día
De saciar ese anhelo que os devora,
Y esa es la condición: porque os repito
Que es un honor sin tacha el que atesora
Mi hija: no hay deshonor dó no hay delito.
¿Rehusáis o aceptáis?

D. FÉL. Acepto.


MAESE. ¡Bueno!


D. FÉL. Mostradme el hombre: ¿dónde está?


MAESE. Esperaos

Un momento, y decid. ¿Podréis sereno
Ver una evocación que tenga visos
De sobrenatural?

D. FÉL. No sé: explicaos

Más.

MAESE. Voy a hacerlo en términos precisos.

¿Sabéis la historia de Cornelio Agripa
De Nethesseim?

D. FÉL. ¿Un alquimista o brujo

Alemán?

MAESE. De alquimista y de hechicero

La fama injustamente participa,
De la superstición bajo el influjo.
Yo creo que era un sabio verdadero;
Mas no nos hace al caso
Que fuera sabio o charlatán: ahora
Se trata de servirnos de su ciencia
Buena o mala, cual fuere, la presencia
Para evocar del robador de Aurora.

D. FÉL. Pero acabad en fin: a cada paso

Extraviáis mi atención con digresiones
Y me pierdo escuchándoos.

MAESE. Paciencia:

Yo no me pierdo nunca ni divago,
Porque sé lo que digo y lo que hago.

D. FÉL. Seguid.


MAESE. ¿Sabéis que el alemán Agripa

Debió celebridad, oro y fortuna
A una encantada Veneciana luna
Sobre la cual aparecer hacía
La persona evocada, viva o muerta
Que el que le consultaba ver quería?

D. FÉL. Es una historia apócrifa.


MAESE. Es muy cierta.

Yo poseo ese espejo: si se atreve
A arrostrar el efecto del conjuro
Vuestro valor, en él os aseguro
Que a quien llaméis apareceros debe.

D. FÉL. Vamos! Siento al demonio de los celos

Roerme el corazón: y en la esperanza
De saciar los diabólicos anhelos
De una infernal y próxima venganza,
Soy de todo capaz.

MAESE. Vamos: mas antes

Miradlo bien: la evocación es cosa
Fuerte, e interrumpirla en los instantes
Que dura, exposición muy peligrosa.

D. FÉL. ¿Evocarme podéis a un tiempo mismo

Las dos personas?

MAESE. ¿Cuáles?


D. FÉL. La que a Aurora

Torpemente ultrajó y la que traidora
Me lanzó de las aguas al abismo.

MAESE. Sí.


D. FÉL. Pues vamos.


MAESE. Delante de ese espejo

Colocaos.

D. FÉL. ¿Este es…?


MAESE. El que fue un día

Del gran Cornelio Agripa. Una bujía
Voy a encender ante él: a su reflejo,
De la luna el cristal hará en su fondo
Parecer ante vos, a quien deseo
Tengáis de ver en él.

D. FÉL. ¿Aunque haya muerto,

A la vida tornar podéis hacerle?

MAESE. Aunque estuviera oculto en el abismo,

Y aunque cadáver fuera ha ya diez años,
Del sepulcro salir podría hacerle
Y podría mostrárosle lo mismo.

Y estas palabras al decir el viejo,
Del mozo ante la vista deslumbrada
Cruzó un torvo fulgor, como el reflejo
Que dá desenvainándola una espada.
Era del viejo la infernal mirada.
El frío de un pavor desconocido
Dejó del mozo el corazón transido.
Maese, empero, sus palabras dijo
Con calma imperturbable, con acento
De firme convicción, sin movimiento
Alguno, en clara voz, con mirar fijo:
De modo que al salir del parismo
Pasagero Don Félix, encontróle
Grave y sereno, y tan tranquilo al verle
No pudiendo, espantado, comprenderle,
Con sus mismas palabras preguntóle:

D. FÉL. ¿Conque aunque se ocultara en el abismo

Y aunque cadáver fuera hace diez años,
Salir pudierais del sepulcro hacerle
Lo mismo, y enseñármele?

MAESE. Lo mismo.


D. FÉL. Maese, me espantáis.


MAESE. Es una cosa

Muy sencilla en su esencia,
Aunque sus procederes algo extraños
Os la harán parecer maravillosa.
Un fenómeno aún desconocido
Para la multitud, que un sortilegio
Parece mientras obre dirigido
Solo por mí que hoy gozo el privilegio
De hacer su aplicación; un hecho claro
Cuando sea común y conocido.
Siempre lo mismo ha sido:
Ayer era fenómeno muy raro
Lo que es hoy cosa simple, convertida
Al uso y bienestar de nuestra vida.
¿Qué son todas las grandes invenciones?
Maravillas como esta, que primero
Causan la admiración de las naciones,
Traen en agitación a un siglo entero,
Y a las que dá el siguiente aplicaciones
Al servicio más simple o más grosero.
Y, ¡hay tantas invenciones todavía
Que no han podido ver la luz del día!
Esta, empero, Don Félix, de que os hablo,
Y con la que asombraros me prometo,
Ni aun el mérito tiene de ser mía.

D. FÉL. ¿Quién es el inventor?


MAESE. Es un secreto;

Mas puede atribuirse…

D. FÉL. ¿A quién?


MAESE. Al diablo,

Mecánico muy digno de respeto.

D. FÉL. Estáis, Maese, hablando

De un modo tan extraño y misterioso,
Os estáis tan sardónico chanceando
Con cosas que hasta hoy fueron objeto
De honda fe o de pavor supersticioso,
Que si no me estuviera amedrentando
El esperar de vos algo espantoso,
Sospechara…

MAESE. Veamos: francamente,

Sospecharíais ¿qué?

D. FÉL. Que estáis demente.


MAESE. ¡Siempre del genio así piensa la gente!

Pero vais a juzgar. A vuestra vista
Voy a evocar el héroe de mi historia
En la faz de ese espejo. Es de un artista
Veneciano obra extrema, cuya gloria
Por empañar, a magia se atribuye:
Porque, sabedlo, con tan viles modos
El sabio, o envidioso, o egoísta,
Siempre el mérito ajeno disminuye.
¡Destino ruin de los ingenios todos!

D. FÉL. ¡En la faz de ese espejo!


MAESE. Preparado

Para ello: secreto portentoso
Al saber académico aun velado,
lís el espejo en que Cornelio Agripa
Sus prodigiosas experiencias hizo,
Infundiendo en su siglo asombradizo
Miedo, que del presente participa
La ciencia imbécil y el valor postizo;
Obra cuyo secreto misterioso
Hoy, en mi tribu vil depositado,
Está solo en su jefe vinculado.

D. FÉL. ¿Y me podéis mostrar en ese espejo…?


MAESE. De una bujía mágica al reflejo,

Todo lo que queráis de lo pasado.
El muerto hermano, el espatriado amigo,
La madre ausente, la mujer amada;
Nadie se exime, ni resiste nada
La poderosa evocación: os digo
Que dó quiera que esté, quien quier que fuere,
Por mucho que le ampare o le enaltezca
La suerte, aunque algún dios le favorezca,
El hombre vil que en el honor nos hiere
Mi evocación es fuerza que obedezca:
Con que, si vuestro amor venganza quiere,
Le haré cuando queráis que se apareza.



Había en las palabras del gitano,
De su voz en el eco, de su acento
En la inflexión incógnito elemento
De origen infernal y sobrehumano
Desconocido del mancebo; insano
Y acre vapor henchía el aposento,
Producido tal vez por el aliento
Que exhalaba en la atmósfera el anciano.

La claridad del día se turbaba,
Y el aire, menos puro y trasparente,
Tomaba cuerpo y en redor giraba
Como el sueño de un ebrio o de un demente.
Parecía a Don Félix que aspiraba
Como un vapor de sangre en el ambiente,
Que excitaba en su alma las pasiones
Más viles, las más torpes intenciones.

Su amor, basta aquel día delicioso
Manantial de consuelo y de esperanza,
Se tornaba en su espíritu celoso
Manantial de furor, sed de venganza;
Y presa de un rencor vertiginoso
Que al cieno de los crímenes le lanza,
Su corazón en él con ansia hoza
Y en el ansia de crímenes se goza.

Un volcánico ardor su sangre enciende,
Una nube de sangre su sien ciñe,
Una alfombra de sangre ante él se tiende:
Todo de sangre en su redor se tiñe.
El fuego del infierno en su alma prende,
Siente que la virtud se le desciñe
De ella cual velo inútil, y que impía
Brota en ella sacrílega osadía.

Poder inmenso, asolador anhela,
Venganza atroz, satánica, inaudita:
Y con voz en que su ira se revela,
Asiendo el brazo de Maese, grita:
“A tu infernal evocación apela:
“Llámalos: quiero ver su faz precita,
“Robarles quiero hasta su eterna calma,
“Beber su sangre, condenar su alma.”

Dijo el mozo: diabólica alegría
Radió en la faz del viejo, que al momento
Sacando de un cajón una bujía
Encendióla. Al fulgor amarillento
De su cárdena luz espiró el día,
En tinieblas dejando el aposento;
Poco a poco la llama asegurándose
Fue en el pábilo negro acrecentándose.

La superficie tersa de la luna
La imagen de Don Carlos reprodujo
Un instante no más sin sombra alguna:
Mas poco a poco fue de su dibujo
Disipando las líneas una a una.
Desvanecióse al fin, y se introdujo
Como el turbio vapor de una laguna
Un móvil velo en el cristal, quitándole
Su transparencia y sin color dejándole.

Un momento después allá en el fondo
Del espacio vacío del espejo
Comenzó a aparecer fijo, redondo,
Un débil punto claro: su reflejo.
Que apareció del cuadro en lo mas hondo,
Empezó desde blanco hasta bermejo
Por su campo incoloro a dilatarse
Y comenzó el espejo a iluminarse.

La luz que en hilos trémulos crecía
Y en círculos concéntricos, luchaba
Con la insegura luz de la bujía
Que en el haz del espejo reflejaba:
Mas comprender Don Félix no podía
Cuál de las dos el cuadro iluminaba,
Dudando si el cristal tiene luz propia
O si la luz de la bujía copia.

Pues de esta luz al infernal reflejo
Los objetos en su haz no retrataba:.
Solo el cristal del misterioso espejo
Su resplandor fosfórico alumbraba:
Y ni su imagen ya ni la del viejo
En su mágica luna duplicaba,
Porque la claridad que en él lucía
Del mismo fondo del cristal nacía.

Poco a poco el cristal turbio, incoloro,
Que el fondo opaco del espejo llena
Disipándose fue; como en el foro
De un teatro se ve nocturna escena
En panorama inmoble al son de un coro
Lejano aparecer, así serena
En el terso cristal iluminándose
La evocación impía fue aclarándose.

Comenzaron al fin de la dudosa
Luz los trémulos rayos a fijarse,
Y en el haz de la luna misteriosa
Otros nuevos objetos a aclararse.
Apareció un paisaje y una umbrosa
Quinta vino en su fondo a dibujarse,
Puesta al fin de una senda pintoresca
De un ancho río en la ribera fresca.

La puerta de esta quinta de repente
Dio paso a un ser humano, que el camino
Tomó avanzando hacia el cristal de frente.
Cada paso a Don Félix más vecino
Le trae y cada vez mas claramente
Se le muestra. Es un cuadro peregrino,
Cuyo paisaje delicioso anima
Aquel movible ser que se aproxima.

De la sombría puerta, vacilante
Se arrancó como sombra: en la insegura
Bruma del cuadro comenzó oscilante
Poco a poco a fijarse su figura:
Su contorno más neto a cada instante
Se acusa, se destaca, se asegura,
Se desprende del fondo, se aproxima,
Avanza hacia el cristal, se viene encima.

Absorto el mozo contempló un instante
El país fresco y la figura humana
Que se viene por él senda adelante;
Mas conforme hacia él espacio gana,
Echa de ver que emboza su semblante
En una capa de color de grana:
Y aquel ser, que un prodigio ante él evoca,
Siente que todo su rencor provoca.

Seguía el embozado aparecido
Avanzando, y llegar le vía el mozo
Entre el terror y la ira suspendido,
Cuando su faz sacando del embozo
Le mostró su semblante contraído
Con expresión diabólica de gozo:
Y el mancebo en su faz provocadora
Vio a su asesino y al raptor de Aurora.

Aquel rojo fantasma que embozado
Del espejo a través se le aparece,
Es su enemigo infame que, evocado
Al conjuro satánico obedece.
Por atracción magnética arrastrado
Hacia el fantasma que se acerca y crece
Fue Don Félix: miróle de hito en hito,
Y,—“¡él es!”—dijo furioso dando un grito.

Entonces de la imagen evocada
Hasta el haz del cristal llegó el reflejo;
Ciego el mozo dio en él una puñada:
Hizose mil pedazos el espejo:
La aparición soltó una carcajada
Que con mofa feroz repitió el viejo
La luz matando, y cual del rayo herido,
Dio Don Félix en tierra sin sentido.