La flor de los recuerdos (Cuba): 25
II. Diálogo.
editarMaese Adán. —Don Félix.
MAESE. | Leí yo, no sé dónde, ni sé cuando, Un libro de un autor docto y profundo, |
D. FÉL. | Vive Dios!
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MAESE. | No juréis, y oíd con calma. Ya podéis suponeros que no en vano |
D. FÉL. | Es verdad ¡ay de mi! verdad, Maese: Y aunque no la miré por ese lado |
MAESE. | Por descontado Que yo sé que jamás habéis fiado |
D. FÉL. | Siento ¡ay de mí! que es la verdad; lo veo, Se oculta en todo un interés: lo creo; |
MAESE. | Es una historia triste: es una cosa Infame, repugnante, vergonzosa, |
D. FÉL. | Vivid seguro De que en mi pecho le daré guarida, |
MAESE. | Si cuando oído Lo hayáis no os acomoda |
D. FÉL. | Maese, me asustáis.
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MAESE. | Oíd con calma: De decir acabáis que amáis a Aurora, |
D. FÉL. | A daros esa prueba me acomodo, Maese: ¿qué exigís? La vida os debo; |
MAESE. | Mancebo, No puede Aurora ser más que del hombre |
D. FÉL. | Está aceptada.
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MAESE. | Mirad que es cosa fuerte Que requiere valor; caso inaudito, |
D. FÉL. | Mi mismo amor, por ser tan verdadero, Sostendrá mi valor firme y entero; |
MAESE. | Ni aun un delito?
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D. FÉL. | Si no es bajeza ruin o villanía Torpe e infame… |
MAESE. | No, por vida mía: Es un delito sobre el cual severos |
D. FÉL. | Veamos: ¿qué hay que hacer?
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MAESE. | Matar a un hombre Como y cuando queráis: en desafío |
D. FÉL. | El riesgo ¡vive Dios! no me amedrenta.
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MAESE. | No me mentéis a Dios que es cosa santa, Y no es del caso. ¿Qué es lo que os espanta? |
D. FÉL. | Que os atreváis a hacerme tal afrenta.
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MAESE. | Cómo puedo afrentaros, no imagino.
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D. FÉL. | Con el amor de Aurora, por mi cuenta, Comprarme pretendéis como asesino. |
MAESE. | Raciocináis a fe muy torpemente. Os he dicho, Don Félix, que esta empresa |
D. FÉL. | ¡Por Cristo!
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MAESE. | (inter, con ímpetu). Os dije ya que de otro modo Me hablarais: no juréis, que es cosa fea. |
D. FÉL. | Perdonad: es un vicio de soldado.
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MAESE. | Pues perdedle; mas íbamos diciendo Que con Aurora de una vez casado… |
D. FÉL. | Su honor me interesaba; lo comprendo: Mas lo comprendo con temor. ¿Acaso… |
MAESE. | No penséis mal.
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D. FÉL. | ¿Aurora?
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MAESE. | Es inocente Como el niño que nace. |
FÉL. | En ese caso… Si su honor está ileso… |
MAESE. | Es evidente; Mas fue siempre el honor tan frágil vaso |
D. FÉL. | Es decir que el de Aurora?…
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MAESE. | Está sin tacha.
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D. FÉL. | Entonces no os comprendo.
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MAESE. | Ni yo tampoco sé como decíroslo; Yo que su padre soy… ¡pobre muchacha! |
D. FÉL. | Temo, Maese, que os estáis burlando.
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MAESE. | Jamás me burlo yo, debo advertíroslo.
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D. FÉL. | Pues hablad de una vez, si os acomoda: Porque ¡á fe mía! que me vais hilando |
MAESE. | Es que es terrible.
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D. FÉL. | Pues no haber comenzado.
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MAESE. | Estadme atento. Volvía de una feria con Aurora, |
D. FÉL. | ¿Y Aurora?
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MAESE. | Entre sus brazos desmayada, Iba ya por el jefe arrebatada. |
D. FÉL. | ¡Infame!
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MAESE. | ¿Comprendéis? me maniataron, Me vendaron los ojos, en un coche |
D. FÉL. | ¡Infames!
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MAESE. | Bien que infames! A la puerta De un cortijo, a mi ver, se detuvieron, |
D. FÉL. | ¿Al punto?
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MAESE. | No: pasó una hora.
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D. FÉL. | ¡Infames! ¿Y después?
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MAESE. | Volvió el carruaje Con dos hombres no más, que nos guardaban: |
D. FÉL. | ¿Nadie os pudo acudir?
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MAESE. | ¡No quiso el cielo!
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MAESE. | Revolquéme furioso como un loco, Entre matas y peñas desgarrándome, |
D. FÉL. | ¿Le conserváis?
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MAESE. | ¡Inútil! era el mío.
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D. FÉL. | ¡Traidor!
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MAESE. | Aun sin sentido se encontraba Aurora junto a mí, y el viento frío |
D. FÉL. | ¿Dónde?
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MAESE. | En el mismo sitio donde fuimos Sorprendidos. |
D. FÉL. | ¿Y Aurora?
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MAESE. | Entre mis brazos Se echó al abrir los ojos desolada. |
D. FÉL. | Mas ¿qué dijo de sí la desdichada?
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MAESE. | Ni yo le pregunté, ni dijo nada Ella, pues cosas hay que no es preciso |
D. FÉL. | ¡El miserable!
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MAESE. | Y aunque así no fuera Como por apariencias lo parece, |
D. FÉL. | Tenéis razón.
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MAESE. | Atado con los lazos De la red con que el pelo me ceñía, |
D. FÉL. | ¿Qué decía?
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MAESE. | Vedle. (dándosele.)
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D. FÉL. | (Leyendo) “Si habláis, morís asesinados.” Dejadme este papel. |
MAESE. | Guardadle. Ahora ¿Se os alcanza por qué quien lleve el nombre |
D. FÉL. | Y morirá. Mas…
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MAESE. | He ahí la duda Que adivinar en vos me trae inquieto; |
D. FÉL. | Lo estoy a la venganza, y de mi vida Os hago aquí la ofrenda: os lo prometo: |
MAESE. | Pero… ¿Casado?
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D. FÉL. | Harto ya de mi ser, desesperado, Abandonado ya de cielo y tierra: |
MAESE. | ¿Luz tras que ya no iréis?
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D. FÉL. | ¡Pese a mi estrella! ¿Toda su relación no está encerrada |
MAESE. | ¿Mas no os dije que estuvo desmayada, Falta de movimiento y de sentido? |
D. FÉL. | Tenéis razón.
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MAESE. | Pesadlo pues con calma: Que si la amáis y en ella no hay malicia, |
D. FÉL. | Llevad a un tribunal vuestra defensa.
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MAESE. | Jueces no habrá que nuestra causa estimen En justicia. |
D. FÉL. | ¿Por qué?
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MAESE. | Porque él tiene oro: Es un noble y nosotros unos viles |
D. FÉL. | Tenéis razón.
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MAESE. | ¿Amáisla todavía?
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D. FÉL. | Sí.
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MAESE. | ¿Mantenéis vuestra palabra?
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D. FÉL. | Entera.
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MAESE. | ¿Con ella os casareis?
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D. FÉL. | Marcad el día De la boda. |
MAESE. | Mas… ¿él?
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D. FÉL. | ¡Por vida mía! Él morirá: nombradle. |
MAESE. | Bien quisiera En verdad: mas nombrárosle no puedo. |
D. FÉL. | ¿Me diréis el porqué?
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MAESE. | Sí: porque ignoro A quién he de acusar: ningún testigo |
D. FÉL. | ¡Diablo! ¿pues para qué contáis conmigo?
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MAESE. | Pues claro está: para matar a ese hombre.
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D. FÉL. | ¡Si no le conocéis!
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MAESE. | Mas puedo hacéroslo Conocer… si es que de él no tenéis miedo. |
D. FÉL. | ¿Creéis tal vez qué a traición matarle puedo Como un bravo italiano? |
MAESE. | No me incumbe Saber el cómo muera, ni me importa; |
D. FÉL. | No os comprendo, Maese; pero siento que en mí mismo |
MAESE. | Sí.
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D. FÉL. | Corriente: Mas me decís que ni sabéis su nombre, |
MAESE. | Mas puedo enfrente Del que tome a su cargo su castigo |
D. FÉL. | Tenéis que verle, pues, para mostrarle.
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MAESE. | No.
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D. FÉL. | No os puedo entender.
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MAESE. | Es un secreto Vinculado en mi raza: si os lo digo |
D. FÉL. | Acepto.
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MAESE. | ¡Bueno!
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D. FÉL. | Mostradme el hombre: ¿dónde está?
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MAESE. | Esperaos Un momento, y decid. ¿Podréis sereno |
D. FÉL. | No sé: explicaos Más. |
MAESE. | Voy a hacerlo en términos precisos. ¿Sabéis la historia de Cornelio Agripa |
D. FÉL. | ¿Un alquimista o brujo Alemán? |
MAESE. | De alquimista y de hechicero La fama injustamente participa, |
D. FÉL. | Pero acabad en fin: a cada paso Extraviáis mi atención con digresiones |
MAESE. | Paciencia: Yo no me pierdo nunca ni divago, |
D. FÉL. | Seguid.
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MAESE. | ¿Sabéis que el alemán Agripa Debió celebridad, oro y fortuna |
D. FÉL. | Es una historia apócrifa.
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MAESE. | Es muy cierta. Yo poseo ese espejo: si se atreve |
D. FÉL. | Vamos! Siento al demonio de los celos Roerme el corazón: y en la esperanza |
MAESE. | Vamos: mas antes Miradlo bien: la evocación es cosa |
D. FÉL. | ¿Evocarme podéis a un tiempo mismo Las dos personas? |
MAESE. | ¿Cuáles?
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D. FÉL. | La que a Aurora Torpemente ultrajó y la que traidora |
MAESE. | Sí.
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D. FÉL. | Pues vamos.
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MAESE. | Delante de ese espejo Colocaos. |
D. FÉL. | ¿Este es…?
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MAESE. | El que fue un día Del gran Cornelio Agripa. Una bujía |
D. FÉL. | ¿Aunque haya muerto, A la vida tornar podéis hacerle? |
MAESE. | Aunque estuviera oculto en el abismo, Y aunque cadáver fuera ha ya diez años, |
D. FÉL. | ¿Conque aunque se ocultara en el abismo Y aunque cadáver fuera hace diez años, |
MAESE. | Lo mismo.
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D. FÉL. | Maese, me espantáis.
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MAESE. | Es una cosa Muy sencilla en su esencia, |
D. FÉL. | ¿Quién es el inventor?
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MAESE. | Es un secreto; Mas puede atribuirse… |
D. FÉL. | ¿A quién?
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MAESE. | Al diablo, Mecánico muy digno de respeto. |
D. FÉL. | Estáis, Maese, hablando De un modo tan extraño y misterioso, |
MAESE. | Veamos: francamente, Sospecharíais ¿qué? |
D. FÉL. | Que estáis demente.
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MAESE. | ¡Siempre del genio así piensa la gente! Pero vais a juzgar. A vuestra vista |
D. FÉL. | ¡En la faz de ese espejo!
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MAESE. | Preparado Para ello: secreto portentoso |
D. FÉL. | ¿Y me podéis mostrar en ese espejo…?
|
MAESE. | De una bujía mágica al reflejo, Todo lo que queráis de lo pasado. |
Había en las palabras del gitano,
De su voz en el eco, de su acento
En la inflexión incógnito elemento
De origen infernal y sobrehumano
Desconocido del mancebo; insano
Y acre vapor henchía el aposento,
Producido tal vez por el aliento
Que exhalaba en la atmósfera el anciano.
La claridad del día se turbaba,
Y el aire, menos puro y trasparente,
Tomaba cuerpo y en redor giraba
Como el sueño de un ebrio o de un demente.
Parecía a Don Félix que aspiraba
Como un vapor de sangre en el ambiente,
Que excitaba en su alma las pasiones
Más viles, las más torpes intenciones.
Su amor, basta aquel día delicioso
Manantial de consuelo y de esperanza,
Se tornaba en su espíritu celoso
Manantial de furor, sed de venganza;
Y presa de un rencor vertiginoso
Que al cieno de los crímenes le lanza,
Su corazón en él con ansia hoza
Y en el ansia de crímenes se goza.
Un volcánico ardor su sangre enciende,
Una nube de sangre su sien ciñe,
Una alfombra de sangre ante él se tiende:
Todo de sangre en su redor se tiñe.
El fuego del infierno en su alma prende,
Siente que la virtud se le desciñe
De ella cual velo inútil, y que impía
Brota en ella sacrílega osadía.
Poder inmenso, asolador anhela,
Venganza atroz, satánica, inaudita:
Y con voz en que su ira se revela,
Asiendo el brazo de Maese, grita:
“A tu infernal evocación apela:
“Llámalos: quiero ver su faz precita,
“Robarles quiero hasta su eterna calma,
“Beber su sangre, condenar su alma.”
Dijo el mozo: diabólica alegría
Radió en la faz del viejo, que al momento
Sacando de un cajón una bujía
Encendióla. Al fulgor amarillento
De su cárdena luz espiró el día,
En tinieblas dejando el aposento;
Poco a poco la llama asegurándose
Fue en el pábilo negro acrecentándose.
La superficie tersa de la luna
La imagen de Don Carlos reprodujo
Un instante no más sin sombra alguna:
Mas poco a poco fue de su dibujo
Disipando las líneas una a una.
Desvanecióse al fin, y se introdujo
Como el turbio vapor de una laguna
Un móvil velo en el cristal, quitándole
Su transparencia y sin color dejándole.
Un momento después allá en el fondo
Del espacio vacío del espejo
Comenzó a aparecer fijo, redondo,
Un débil punto claro: su reflejo.
Que apareció del cuadro en lo mas hondo,
Empezó desde blanco hasta bermejo
Por su campo incoloro a dilatarse
Y comenzó el espejo a iluminarse.
La luz que en hilos trémulos crecía
Y en círculos concéntricos, luchaba
Con la insegura luz de la bujía
Que en el haz del espejo reflejaba:
Mas comprender Don Félix no podía
Cuál de las dos el cuadro iluminaba,
Dudando si el cristal tiene luz propia
O si la luz de la bujía copia.
Pues de esta luz al infernal reflejo
Los objetos en su haz no retrataba:.
Solo el cristal del misterioso espejo
Su resplandor fosfórico alumbraba:
Y ni su imagen ya ni la del viejo
En su mágica luna duplicaba,
Porque la claridad que en él lucía
Del mismo fondo del cristal nacía.
Poco a poco el cristal turbio, incoloro,
Que el fondo opaco del espejo llena
Disipándose fue; como en el foro
De un teatro se ve nocturna escena
En panorama inmoble al son de un coro
Lejano aparecer, así serena
En el terso cristal iluminándose
La evocación impía fue aclarándose.
Comenzaron al fin de la dudosa
Luz los trémulos rayos a fijarse,
Y en el haz de la luna misteriosa
Otros nuevos objetos a aclararse.
Apareció un paisaje y una umbrosa
Quinta vino en su fondo a dibujarse,
Puesta al fin de una senda pintoresca
De un ancho río en la ribera fresca.
La puerta de esta quinta de repente
Dio paso a un ser humano, que el camino
Tomó avanzando hacia el cristal de frente.
Cada paso a Don Félix más vecino
Le trae y cada vez mas claramente
Se le muestra. Es un cuadro peregrino,
Cuyo paisaje delicioso anima
Aquel movible ser que se aproxima.
De la sombría puerta, vacilante
Se arrancó como sombra: en la insegura
Bruma del cuadro comenzó oscilante
Poco a poco a fijarse su figura:
Su contorno más neto a cada instante
Se acusa, se destaca, se asegura,
Se desprende del fondo, se aproxima,
Avanza hacia el cristal, se viene encima.
Absorto el mozo contempló un instante
El país fresco y la figura humana
Que se viene por él senda adelante;
Mas conforme hacia él espacio gana,
Echa de ver que emboza su semblante
En una capa de color de grana:
Y aquel ser, que un prodigio ante él evoca,
Siente que todo su rencor provoca.
Seguía el embozado aparecido
Avanzando, y llegar le vía el mozo
Entre el terror y la ira suspendido,
Cuando su faz sacando del embozo
Le mostró su semblante contraído
Con expresión diabólica de gozo:
Y el mancebo en su faz provocadora
Vio a su asesino y al raptor de Aurora.
Aquel rojo fantasma que embozado
Del espejo a través se le aparece,
Es su enemigo infame que, evocado
Al conjuro satánico obedece.
Por atracción magnética arrastrado
Hacia el fantasma que se acerca y crece
Fue Don Félix: miróle de hito en hito,
Y,—“¡él es!”—dijo furioso dando un grito.
Entonces de la imagen evocada
Hasta el haz del cristal llegó el reflejo;
Ciego el mozo dio en él una puñada:
Hizose mil pedazos el espejo:
La aparición soltó una carcajada
Que con mofa feroz repitió el viejo
La luz matando, y cual del rayo herido,
Dio Don Félix en tierra sin sentido.