La flor de los recuerdos (Cuba): 20

La flor de los recuerdos (Cuba)
de José Zorrilla
Tres Ave Marías: Capítulo primero. II. Canción morisca

CANCIÓN MORISCA.

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mote.

Yo soy Aurora—la gitanilla,
A quien adora—toda Sevilla;
Yo con mi oculta—ciencia gitana
Soy pájaro en Sevilla,
Flor en Triana.


Estrofa primera.

Nadie conoce de mi existencia
Ser ni principio, forma ni esencia.
Floto en el aura cual los vapores;
Duermo en capullo como las flores;
Tengo invisibles dos alas bellas,
Y a ver los astros subo con ellas.
Muger y ave, vapor y hada,
Yo lo soy todo, yo no soy nada.
Mas ¿cómo en nada y en todo existo?
Nadie lo sabe, nadie lo ha visto.
Por su parte más ancha
Cruzo el vacío,
Y sin puente ni lancha
Traspongo el río:
Porque yo juego
Con la tierra y el aire,
La agua y el fuego.


¿Quién és Aurora? Nadie lo sabe,
Yo de mí sola tengo la llave.
Soy maravilla—con forma humana:
Soy pájaro en Sevilla,
Flor en Triana.


Estrofa segunda.

Nací entre juncias en Alfarache
Donde una loba fue mi nodriza:
Cual su lustrosa piel de azabache
Peino una trenza sedosa y riza.
Yo aprendí en medio de aquellas lomas
La habla trinada de los jilgueros,
Y la habla amante de las palomas,
De las abejas y los corderos.
¿Hay gracia alguna que en mí no quepa?
¿Hay cosa alguna que yo no sepa?
Guardarme su secreto
No puede un alma:
Tengo al mundo sujeto
Bajo mi palma:
Y ante mis ojos
Se me arrodilla esclavo
De mis antojos.


¿Quién es Aurora? Nadie lo sabe,
Yo de mí sola tengo la llave.
Soy maravilla—con forma humana:
Soy pájaro en Sevilla,
Flor en Triana.


Estrofa tercera.

Mis ojos tienen en su alegría
La luz del cielo de Andalucía:
Mis ojos radian en mi coraje
De los del lobo la luz salvaje.
Mi voz es dulce como el son lento
Con que en las palmas susurra el viento:
Eonco es mi ahullido de ira o de queja,
Como el graznido de la corneja.
De tan extrañas dotes señora,
¿Quién no me teme? ¿quién no me adora?
Mi madre fue hechicera,
Mi padre mago;
De su ciencia heredera
Prodigios hago.
Dadme las palmas,
Y os diré los secretos
De vuestras almas.

Yo soy Aurora de quien se sabe
Que de las almas tiene la llave,
Yo, maravilla con forma humana,
Soy pájaro en Sevilla,
Flor en Triana.


Estrofa cuarta.

De todos dicen que soy querida,
Todos me dicen que soy hermosa;
Mas un misterio guarda mi vida:
De quien le esplique seré la esposa.
Bravos hidalgos, mozos gentiles,
¿Quién quiere el alma de una gitana
Dentro de un cuerpo de veinte abriles,
Que es absoluta reina en Triana?

¿No hay quien se prende de mi persona?
¿Quién me da su alma por mi corona?
Un alma solicito
Para un conjuro:
Un pecho necesito
Firme y seguro.
Busco y no encuentro
Un corazón que pueda
Llevarme dentro.

Mas ¿qué és Aurora sin quien la quiera?
Falso arco-iris de primavera:
Mariposilla ciega y liviana,
Que se quema en Sevilla
Y arde en Triana.


mote.

Desdichadilla—de la gitana,
Mariposilla—ciega y liviana,
Que hoy maravilla,—polvo mañana,
Será nada en Sevilla,
Nada en Triana!




Cesó de cantar Aurora:
Rompió en aplausos la gente,
Estremeciendo el ambiente
De las palmadas el son:
Conviniendo en que hasta ahora
Jamás produjo Triana
Ni más hermosa gitana,
Ni más hermosa canción.

Por eso, asiendo el platillo,
Con la más encantadora
Sonrisa comenzó Aurora
A pasarle en derredor,
Y empezó entre aclamaciones
A recoger su belleza
De cada mano una pieza.
De cada boca una flor.

Llegó al lugar en que mudo
El recién llegado mozo,
Mal velada en el embozo
La descolorida faz,
A que a él llegase esperaba:
Y al presentarle el platillo
La dejó en él un anillo
Y despareció fugaz.

Quedó la muchacha un punto
Hasta las pestañas roja,
Dudando si le recoja
O le arroje con desden;
Cuando una mano, adornada
De encaje con un buelillo,
Puso una onza en el platillo
Y despareció también.

Esta fue, empero, a esconderse
Bajo una capa de grana,
Sobre la cual la gitana
Su mano airada posó:
Mas el semblante mostrando
El que en la capa se emboza,
Un paso hacia atrás la moza
Y un grito de espanto dio.

Remolinóse la gente,
Y acudió su padre al punto;
Pero todo ello fue asunto
De instantánea rapidez:
Y ver no pudo el curioso
Sino que en aquel instante
Cubre de Aurora el semblante
Una mortal palidez.

Mas una de esas miradas
Que del vulgo los antojos
Atribuyen a los ojos
Del viejo Maese Adán,
Inundándola un momento
Con llama fosforescente,
Disipó instantáneamente
Su palidez y su afán.

Volvió a colorar la púrpura
Sus mejillas virginales,
Y en sus labios de corales
La sonrisa a aparecer:
Y con el platillo dando
Fin del círculo a la rueda.
Le volvió con la moneda
Sobre el tapiz a poner.

Guardólo el viejo, y tornándose
“Muy buenas noches, señores,”
Dijo a los admiradores
Que aun en torno suyo están:
Respondiéronle unos cuantos:
“Buenas las tenga, Maese.”
Y el tapiz alzando, fuese
Con los suyos Maese Adán.

Siguiéronles con la vista
Los curiosos un momento,
Hasta que con paso lento
Cruzaron el arenal:
Y cuando al puente de barcas
Llegados yá les perdieron,
Saludáronse y se fueron
A su quehacer cada cual.

Y he aquí que al tomar el puente
Para meterse en Triana
Con su cuadrilla gitana
El viejo Maese Adán,
Vio al pié de los malecones,
En la baranda apoyados,
Dos sombríos embozados
Que de centinela están.

El uno enfrente del otro
Dan la espalda a la corriente,
Y tienen tomado el puente
De consuno al parecer:
Mas el uno al otro extraños,
Tal vez esperando a alguno,
Ocúpase cada uno
A los que pasan en ver.

El de la derecha muestra
Aires de soldado y mozo,
Y por cima del embozo
Los bigotes se le ven.
Del otro nada se acecha:
Pues, a no dudar, se afana
Bajo una capa de grana
En desfigurarse bien.

Mas sin duda a nuestros mozos
No esperan: porque serenos
Les contemplaron, ajenos
De la menor intención
Ni de salirles al paso,
Ni de hacerles el saludo
Más lacónico o más mudo,
Siquiera por atención.

Pasó por en medio de ambos
Maese Adán con su gente,
Y en Triana, allende el puente,
La sombra les ocultó.
El mozo entonces, tomando
Del río la opuesta orilla,
Metióse en una barquilla
Y al agua se abandonó.

El de la capa de grana
Permaneció sobre el puente
Mirándole atentamente
Bajar el Guadalquivir;
Y, al perderle, hacia Sevilla
Alejándose del río,
Comenzó lento y sombrío
Sus pasos a dirigir.