La firmeza en la desdicha/Acto III

La firmeza en la desdicha
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

FLORA:

  ¿Luego no podré embarcarme?

PRUDENCIO:

Ya te he dicho la ocasión
y que acabo de informarme.

FLORA:

¿Tan breve navegación
puede un pirata estorbarme?

FENICIO:

De Calabria, gran Duquesa,
a Sicilia se atraviesa
solo un pedazo de mar,
ya fácil de navegar,
y ya difícil empresa.
  Era tierra, y el mar fiero
la dividió, que primero
Sicilia y Calabria estaban
juntas.

FLORA:

La paz que gozaban,
que la tendrán, presto espero.
  Para vernos en la mar
el Rey de Sicilia y yo,
he dado, amigos, lugar,
así el concierto quedó,
pero no puedo pasar,
  que ese Leonardo, o quien es,
dicen que no pasa nave
que no prenda, o dé al través.
Este es noble, es hombre grave,
que le aborrezco después
  que me impide mi viaje.

FENICIO:

Hoy ha llegado un pataje
que se escapó de sus manos.

FLORA:

¿Y son todos sicilianos?

FENICIO:

El de más honesto traje,
  y éste informarte podría.

FLORA:

¿Dónde está?

FENICIO:

A hablarte venía.
(Sale el CONDE OTAVIO y criados.)

FLORA:

Llamalde.

OTAVIO:

Dame tus pies.

FLORA:

¿Sabes, amigo, quien es
este que mi bien desvía?
  Este cosario crüel
que a Sicilia el paso impide,
pues que no pasa por él
este marque nos divide,
si vienes huyendo dél.
  Que estoy, cual ves, en la playa,
detenida a causa suya,
que aunque el Rey quiere que vaya
donde aquesto se concluya,
justo temor me desmaya.
  Y aun pienso que no podrá
venir el Rey al concierto.

OTAVIO:

Sin gente y naves está,
y sospecho que del puerto
de ningún modo saldrá.
  Bien puedes, mientras que tiene
Leonardo este justo enojo
volverte.

FLORA:

Así me conviene,
no quiero ser su despojo,
deténgase el Rey si viene.
  Mas, ¿quién es este Leonardo,
que a su propio Rey se atreve?

OTAVIO:

Un caballero gallardo.

FLORA:

¿La causa?

OTAVIO:

Direla en breve.

FLORA:

Ya con atención te aguardo.

OTAVIO:

  Sabe, ilustrísima Flora,
gran Duquesa de Calabria,
que yo soy el Conde Otavio,
tan conocido por fama.
Fui un tiempo el alma del Rey,
el Rey que casarse trata
contigo, no sé si aciertas,
diralo el tiempo, esto basta.
Que un noble padre que tengo,
que a Sicilia gobernaba,
me enseñó a hablar de los reyes,
con veneración tan alta,
que su ausencia y su presencia
a un mismo respeto iguala.
Porque dice que los reyes,
de Dios imágenes sacras,
todos son pecho, señora,
y que no tienen espaldas,
y así tienen, aunque ausentes,
en cualquier lugar la cara.
El Rey Siciliano, en fin,
a este Leonardo que infamas,
que es el mejor caballero
que en el mundo ciñe espada,
a sujetar envió
ciertas islas rebeladas,
con nombre de general,
dile yo por ellas gracias,
y díjome que no había
dado a Leonardo su armada
porque le tuviese amor,
ni en su valor confianza,
mas porque en ausencia suya
pudiese gozar su hermana.

OTAVIO:

No era Leonardo mi amigo,
por bandos que en nuestra patria
tuvieron nuestros mayores,
que no fue por otra causa.
Y con esto de secreto
conmigo estaba casada,
confirmando aqueste amor
dos hijos, prendas del alma.
Sentimos esto los dos,
y con invenciones varias
resistimos sus violencias,
mas no fueron de importancia.
Que desengañado el Rey
de que Teodora me amaba,
a los dos puso en prisión,
y haciéndome a mí probanza
de traidor a un noble, y dando
por razón que él le amparaba,
hizo a mi padre firmar
mi muerte, ¡crueldad estraña!
Quiso Dios que el mismo día
que me aguardaba en la plaza
el cadahalso y cuchillo,
la felicísima armada
de Leonardo entró en el puerto,
con mil banderas contrarias.
Perdonome y dijo al Rey
que me entregase a su hermana,
no pudiendo castigarme,
desterrarnos de su patria.

OTAVIO:

Quitó a mi padre el gobierno,
quitó a Leonardo las armas,
salimos mi padre y yo,
porque Teodora aguardaba.
No hallé mis hijos con ella,
volví, dejela en la playa,
cautivola un fiero moro.
Y como Leonardo estaba
tan agraviado del Rey
cuando dio vuelta a la armada,
alargose al mar con ella,
quitó sus banderas blancas,
y puso las suyas rojas,
con doce lises de Francia.
Yo volví, no hallé mi esposa,
perdí el seso y, por buscarla,
tomé el pataje en que vine,
y entre Sicilia y Calabria
salió su armada a nosotros,
y aunque mil voces le daba
que amainasen, no quisieron
dar crédito a mis palabras.
Trajéronme aquí por fuerza,
que si yo en su armada entrara,
yo le dijera el estado
en que mis hijos quedaban,
para que por sus sobrinos
restituyera el armada
al Rey, que siendo inocentes
toma en su prisión venganza.
Yo triste, en estas desdichas,
si vuelvo a mi esposa amada,
veo que mis hijos dejo,
que las entrañas me rasgan.

OTAVIO:

Y si a ellos volver quiero,
veo que en el mar se alargan
las fragatas que me llevan
mi esposa y su madre cara.
Esto te he dicho, señora,
porque sepas mi desgracia,
no por decir mal del Rey,
a quien loco amor engaña.
Y porque a Leandro estimes,
que en la dicha de las armas
es un Héctor de Sicilia
y un Alejandro de Italia.
Es un mozo generoso,
que ojalá tus esperanzas
pusieras en su virtud
para amparo de tu patria.
Tú das a un Rey esta tierra,
y de ti la desamparas,
cuanto es mejor hacer Duque
a un hombre de prendas tantas.
Serás Duquesa en tu tierra,
serás señora en tu casa
haciendo un hombre, que en ella
te sirva sin arrogancia.
A lo menos, si le quieres,
con su gente y con su armada,
para que ampare tu tierra
entre tanto que te casas,
y ningún rey con violencia
quiera usurparte a Calabria.
Dame el pataje en que vine,
y verás que no te engañan
mis palabras, ni su rostro,
ejecutoria del alma.

FLORA:

  Admirada, y justamente,
me tiene tu relación,
Otavio noble y valiente,
o como del Cielo son
consejos de hombre prudente.
  Que el Rey, amando tu esposa,
mi casamiento trataba,
siempre tuve, sospechosa,
de que al interés miraba
su voluntad codiciosa.
  Por Calabria me quería,
que no por el grande amor
que en sus cartas me fingía.
¡Ay, Conde!, con qué valor
diste a la ignorancia mía
luz con que pueda tener
dueño esta tierra, sin ser
sujeto el que es natural
de quien para tanto mal
viniera a ser su mujer.
  Prudencio, Fenicio amigo,
¿quién me mete a mí en casarme
con poderoso enemigo?,
que mi tierra ha de quitarme,
y aborrecerme en castigo.
  Cuánto es mejor que tengáis,
Duque, en vuestra propia tierra,
a quien habléis y sirváis,
y de la estranjera guerra,
con su amparo os defendáis.
  Que un Rey crüel en la estraña,
que ciego de sus antojos
las manos de sangre baña,
en inocentes despojos,
que no en la marcial campaña.
¿Qué me decís?, ¿no es mejor
que tengáis aquí señor,
que no yo tirano allá,
y que vosotros acá
un cruel gobernador?
  ¿Será bien, mientras yo intento
acertado casamiento,
ampararme de Leonardo?

FENICIO:

Cuánto en hablar me acobardo
por saber tu pensamiento.
  Agora, con osadía,
digo que aciertas señora.

PRUDENCIO:

Nadie te contradecía,
mas viendo que llega agora
de tu desengaño el día,
  no habrá quien de aquel engaño
no te diga el ciego error,
pues nos das en reino estraño
señor estraño y señor
en tu ofensa y nuestro daño.

FLORA:

  Pues digo, que desde aquí
soy de Rogerio enemiga,
pues me despreciaba ansí,
y que Leonardo prosiga
esta venganza por mí.
  Darele gente y favor
para que sus hijos cobre
Otavio, y porque el valor
juntamente diga y obre,
que es el verdadero amor.
Con él al armada iré
y a Mecina cercaré
con la suya y con mi gente.

OTAVIO:

¡Oh, Teuca!, fuerte y valiente,
digna de poner el pie
  sobre cuantas han tenido,
aunque entren Lesbia y Camila,
fama que vence el olvido.

FLORA:

La espada, el agravio afila
de la venganza que pido.
Ven conmigo y contra él,
y verás al Rey crüel,
como a tus plantas le tienes,
y de Leonardo las sienes
llenas de palma y laurel.
(Vanse, y salgan dos villanos,
SILVANO y CARDENIO.)

SILVANO:

  ¿Que desa manera estás?

CARDENIO:

Que me tenga en pie me espanto.

SILVANO:

¿Que la quieres tanto?

CARDENIO:

Tanto.

SILVANO:

¿Y lloras?

CARDENIO:

Non puedo más.

SILVANO:

  Válate por amorío,
y qué modorra que causa.

CARDENIO:

Si tú supieses la causa,
dirías que es groria el mío.

SILVANO:

  Pues si es groria, como pena,
¿que es contrario desigual?

CARDENIO:

Porque es agrio y dulce el mal
que a tanto mal me condena.
  ¿No has visto los cortesanos
comer membrillos en miel?,
tal pintan a amor crüel,
lo dulce y agrio en las manos.

SILVANO:

  ¿Cómo fue tu perdición?

CARDENIO:

Halló Darinto, mi amo,
buscando un nido en un ramo
la causa de mi afición,
  que fue una bella mujer
en una cueva escondida,
de aquellos moros hüida,
que en la cárcel viste ayer.
  Llevola a nuestra cabaña,
donde el vestido dejó
y el de villana tomó
para abrasar la montaña.
  Mientras tenía el vestido
de señora, no la amé,
que a la seda, en fin, guardé,
Silvio, el respeuto debido.
  Pero a penas de villana,
Carrillo, la vi vestida,
cuando con lengua atrevida
y osadía cortesana,
  la dije un pensado amor,
desto que llaman resquiebro,
que aún le tengo en el celebro.

SILVERIO:

A verle.

CARDENIO:

Escucha el primor:
  No sale de las puntas del cogollo,
antes que el sol, la manutisa fresca,
ni su pálida rosa gigantesca,
ni con más laberintos el repollo.
No parece más bien por Pascua el bollo
con mil huevos, por una y otra muesca,
ni por carnestolendas soldadesca,
para matar los gallos con rey pollo.
No juegan por la tarde los cabritos,
ni es tan blanco un lechón cuando se pela,
ni los peces de plata en los garitos,
como tú me pareces, dulce Estela,
con esos ojos como huevos fritos
y bien guisados hongos en cazuela.

SILVERIO:

  Pardiez, Cardenio, no hubiera
Vergillos, ni Salmerón,
ni el romano Cencerrón,
que tal resquiebro dijera.
  ¡Hideputa!, y qué bien puesto.
¿Quedó enternecida?

CARDENIO:

Mucho.

SILVERIO:

¿Y respondió?

CARDENIO:

Sí.

SILVERIO:

Ya escucho

CARDENIO:

Oye.

SILVERIO:

Dilo.

CARDENIO:

Lindo cesto.

SILVERIO:

  Quedo, que vienen aquí,
ella y Albania.

CARDENIO:

¿La hija
de nuesamo?

SILVERIO:

No te aflija,
que yo la hablaré por ti.
(Salen ALBANIA y TEODORA,
ya de labradora.)

TEODORA:

  Esta merced me has de hacer.

ALBANIA:

¿A la ciudad quieres ir?

CARDENIO:

Quien se atreviera a decir
lo que se atreve a querer.

TEODORA:

  Impórtame, Albania mía,
ir contigo a la ciudad,
si me tienes voluntad
llévame en tu compañía,
  que también sabré ayudarte
a vender el pan que llevas.

ALBANIA:

Tienes las manos muy nuevas,
y pienso que has de enfadarte
  de dar y tomar dineros,
y pones en ocasión
brazos que tan buenos son
en dedos de majaderos.
  Quédate, mi Estela, aquí,
que está cargado el pollino.

TEODORA:

No has de hacer este camino,
Albania amiga, sin mí.

ALBANIA:

  Ahora bien, por algo vas,
no te quiero detener.

TEODORA:

Tengo allí prendas que ver,
no puedo decirte más.
  ¡Ay, hijos del alma mía!,
si os viese en este disfraz,
para que tuviesen paz
mi esperanza y mi porfía.

CARDENIO:

  ¿Llegaré?

SILVENIO:

Llega, cobarde.

CARDENIO:

Dios te guarde, Estela bella.

ALBANIA:

¿Qué quiere el asno con ella?
Que la guarde, o no la guarde,
  váyase a guardar sus bueyes.

CARDENIO:

Albania, ya estoy cansado
de guardarlos en el prado,
ya guardo de amor las leyes.
  No me seas enemiga.
que estoy enfermo de amor.

ALBANIA:

Pues vaya y busque un dotor
que el mal que tiene le diga.

TEODORA:

  Anda acá, Albania.

CARDENIO:

Mi Estela,
oye tres cosas no más.

TEODORA:

¿Tres no más?

CARDENIO:

Tres, y verás
algo que mi mal te duela.
  Yo tengo de ser la una,
tú la otra, y el amor
la otra, mas en rigor,
ya las dije, dime alguna.

TEODORA:

  ¿Tres?, ¿yo, tú y el amor?

CARDENIO:

Sí,
yo te amo. ¿No son tres
yo, tú y amor?

TEODORA:

Ansí es,
óyeme otras tres a mí:
  Seremos los dos, tú y yo
y otra que no es amor.

CARDENIO:

Di.

TEODORA:

¿Dijisteyo te amo?

CARDENIO:

Sí.

TEODORA:

Pues respondo: yo a ti no.

CARDENIO:

  Eso es crueldad.

SILVENIO:

Ya se fueron.

CARDENIO:

Tras ellas tengo de ir,
y aquel dulce no seguir,
que aquellos labios dijeron.

SILVENIO:

  ¿Diciendo no?

CARDENIO:

Sí, que ansí,
de las mujeres se yo
que empiezan todas por no
y acaban todas en sí.
(Vanse y salgan el REY
y EVANDRO, y acompañamiento.)

REY:

  ¿Cómo podré embarcarme, si Leonardo
tiene ocupado el paso?

EVANDRO:

¿Luego temes
que te fuese traidor, siendo tan noble?

REY:

Sí, con mi armada y con mi propia gente,
roba las naves de su misma patria
y se muestra rebelde y enemigo,
¿por qué no lo será también conmigo?
  Temo que la Duquesa de Calabria.
si no sabe del pirata el suceso,
ha de embarcarse a los conciertos nuestros
y dar en manos de Leonardo.

EVANDRO:

Entonces
bien mostrara Leonardo el ser nacido
de padres tan ilustres.

REY:

Mucho vuelves
por un traidor, Evandro.

EVANDRO:

Mi deseo
habla por tu consuelo, y no en su abono.

(Sale un CRIADO.)

CRIADO:

Si quiere vuestra Alteza, invicto Príncipe,
en tanto que se embarca, entretenerse,
sepa que los villanos deste monte
rendieron un arráez de Biserta
entre los moros que a robar salieron
de unas fragatas, y le llevan juntos
a ahorcar destas encinas, que en su aldea
le han sentenciado a muerte sus alcaldes.

REY:

Gracioso caso, y digno de ser visto.

CRIADO:

Ya llegan cerca.

REY:

Válganle las leyes
de los que ven el rostro de los reyes.
(Salen los villanos con RICARDO,
atada una soga al cuello y tirándole della.)

BATO:

Señor Mahoma pues que a voces dice,
que fue cristiano, arrepentido muera.

FLORA:

Mirad que está aquí el Rey, echad a un lado.

TIBURCIO:

Antes será mejor que el Rey lo vea,
porque entienda que somos gente honrada,
y nos haga merced.

BATO:

Muy bien ha dicho.

RICARDO:

Gente hay aquí del Rey, ¡oh, gran ventura!,
llevadme, amigos, a que el Rey me vea,
porque tengo que darle cierto aviso
que le importa la vida.

BATO:

Vaya luego.

FLORO:

Sopremo Rey, aqueste moro estaba
en las espesas faldas deste monte,
cautivando la gente que pasaba.
Salimos los villanos desta aldea,
y con hondas herimos muchos dellos,
haciéndolos volver a las fregatas,
y este prendimos, que a colgar llevamos
de una sabina destas, porque el cura
y todos los demás le han sentenciado
a muerte, por cristiano renegado.

RICARDO:

Dame licencia para hablarte aparte.
¿No me conoces?

REY:

¿Ricardo?

RICARDO:

El mismo.

REY:

Ricardo, ¿qué es aquesto, oh gente infame,
a Ricardo matáis desta manera?

BATO:

Señor, mire su Alteza que es un moro,
y le quiere engañar como a nosotros.

REY:

Vive el Cielo, villanos, que si un punto
estáis en mi presencia, que estos árboles
por fruta os lleven de sus altas ramas.

BATO:

¡Oste puto!

TIBURCIO:

Huye, Bato.

FLORO:

Huye, Tiburcio.

BATO:

El moro era cristiano.

REY:

¿Hay tal locura?

BATO:

Perdón señor, la culpa tiene el cura.

REY:

¿Qué es esto?, di Ricardo.

RICARDO:

Los deseos
de tu servicio.

REY:

¿Cómo?

RICARDO:

En este traje,
Cintio, su escuadra y yo a robar salimos
a Teodora, con ánimo de dártela,
sin que jamás el robo se supiera,
y cuando ya robada la teníamos,
salieron con sus hondas, de manera
que a Cintio hirieron, dos o tres mataron,
y a mí me asieron, donde aunque mil veces
les dije que era lo que soy, no pude
persuadir sus villanos pensamientos.

REY:

Villanos en efeto.
(Sale un SOLDADO.)

SOLDADO:

Ya no puedes
embarcarte, señor, de ningún modo,
antes tienes aquí grande peligro.

REY:

¿Cómo?

SOLDADO:

Leonardo, con el Conde Otavio
y la Duquesa de Calabria, juntos
entran de guerra en el vecino puerto
a cercar la ciudad y a destruirla.

REY:

¿La Duquesa con ellos, de qué suerte?

SOLDADO:

No viene por cautiva la Duquesa,
pues que vienen banderas de sus armas,
en penoles y gavias tremolando,
y muchos calabreses libremente
desembarcan las armas, y formando
con los demás un escuadrón famoso,
ayudan al ejército rebelde.

REY:

La Duquesa, que ayer me llamó esposo,
hoy vuelve contra mí las fieras armas.

EVANDRO:

Señor, por eso pintan la fortuna
en forma de mujer, no te detengas,
que importa defender la ciudad.

REY:

Vamos,
porque deste rigor la defendamos,
y mal aya quien pone su esperanza
en la imagen del tiempo y su mudanza.
(Váyanse, y salgan LEONARDO y OTAVIO ,
y la DUQUESA de corto, con bastón y espada.)

LEONARDO:

  ¿No resistieron el puerto?

FLORA:

¿Qué resistencia ha de hacer
un príncipe sin poder?

OTAVIO:

La ciudad se ha descubierto,
  no pase el campo de aquí,
hagan alto en este puesto.

FLORA:

Tomaré venganza presto,
y toda Otavio por ti
  No dudes de que te vuelva
tus hijos el Rey cruel.

OTAVIO:

No quiero venganza dél,
ni que tu amor se resuelva
  a cosa que a sangre llegue,
que en fin es mi Rey y soy
su vasallo.

LEONARDO:

(Aparte.)
Ciego estoy,
mas no es mucho que me ciegue
  el valor de tal mujer,
pues que ninguna la iguala
en donaire, gracia y gala.

FLORA:

(Aparte.)
Hoy me comienzo a perder,
  gracia y talle de Leonardo
me han puesto en obligación
de rendille el corazón.

LEONARDO:

(Aparte.)
Que sin razón me acobardo,
  viendo en los ojos de Flora
a mi amor la puerta abierta.

OTAVIO:

(Aparte.)
En tanto que amor concierta
a la Duquesa, que adora
  si no lo he mirado mal,
a Leonardo, mi cuñado,
quiero aliviar mi cuidado,
si puede un dolor mortal.
  Ya que no sé de mi esposa,
de mis hijos será bien,
que son las prendas en quien
asiste el alma quejosa.
  Y si no supiere dellos,
sabré de mi padre amado
más que a mí propio estimado,
pues le estimo en más que a ellos.

OTAVIO:

  ¿A cuál hombre le faltaron
juntos padre, hijos y esposa,
que en pena tan rigurosa
vida y seso le dejaron?
  El seso cerca le vi
de perdido, y si la vida
no quedó también perdida,
al dolor lo agradecí,
  que cuando es tan grande y trata,
mata de golpe al que ofende,
de tal manera suspende,
que ni da vida, ni mata.
  En hábito disfrazado
quiero en la ciudad entrar,
con ánimo de buscar
mis hijos y padre amado.
  Que Flora y Leonardo aquí
de mí se olvidan también,
porque los que quieren bien
aun no se acuerdan de sí.

(Vase OTAVIO.)

LEONARDO:

  Mi cobarde pensamiento
no se atreve, hermosa Flora,
puesto que el alma os adora,
a deciros lo que siento.
Mil veces hablar intento,
tantas la voz me detiene,
pero si en los ojos viene
del alma la mayor parte,
que ellos hablen es el arte
más noble que el amor tiene.
  Hablen ellos y la lengua
enmudezca cuando os mire,
el pecho solo suspire,
si piensa que el fuego amengua.
Si de hablar resulta mengua,
y habla quien calla y mira,
y enmudeciendo suspira,
ya te constan mis enojos,
porque son lenguas los ojos,
que nunca dicen mentira.

FLORA:

  Leonardo, ya no quisiera,
viendo que te has declarado,
que te hubieran alentado
mis ojos desta manera,
que sin ellos no se viera
tan declarado el rigor
de mi amor contra mi honor,
o te hubieras atrevido,
¿mas cuándo cuerdos han sido
ojos que enloquece amor?
  Yo te admití por amparo
de mi tierra, honor y gente,
contra todo pretendiente,
mas ya que tu amor es claro
y yo también me declaro,
digo que seré.

LEONARDO:

Prosigue.

FLORA:

Mas no es razón que me obligue
una ocasión poderosa
a decir que a ser tu esposa,
y que el honor me castigue.

LEONARDO:

  Con qué gracia y discreción
me dices lo que me encubres,
qué bien mi bien me descubres
tu amorosa pretensión.
Ya no sabe mi afición
qué agradecimientos dar,
la tierra quiero besar
adonde estampas los pies.

FLORA:

Detente, porque no des
ocasión de murmurar.
  El campo todo nos mira,
cóbrese el honor del Conde,
que si tu amor corresponde
y no es, como el Rey, mentira,
aunque su desprecio admira,
mi dueño solo serás.

LEONARDO:

¿Cumpliraslo?

FLORA:

Necio estás,
ven, que el ejército espera,
que para la vez primera
no es justo apretarme más.

(Vanse, y salen soldados y EVANDRO,
y el REY detrás, con bastón.)

REY:

  De lucida gente has hecho,
Evandro, vistoso alarde.

EVANDRO:

Llegar el aviso tarde
y darles paso el estrecho,
  nos ha puesto en confusión,
pero en fin puedo decir
que hay gente para salir
y para hacer escuadrón.

REY:

  En tanto que vuelvo a ver
la gente que he puesto al muro
con que pienso estar seguro
de todo humano poder,
  forma, Evandro, con la tuya
un escuadrón, porque creo
que hoy se ha de ver mi deseo
en la resistencia suya.
  Yo saldré como quien soy
a dar castigo a traidores.
(Vase el REY.)

EVANDRO:

Dios te guarde, ¡ea, señores!,
¡el valor mostremos hoy!
  Esta es gallarda ocasión
de obligar a nuestro Rey,
fuera de ser justa ley
y precisa obligación.
  Pienso que se os hace agravio
en animaros, mirad
que contra vuestra ciudad
vienen Leonardo y Otavio.

(Salen TEODORA , de villana, y ALBANIA .)

TEODORA:

  Tomados están los pasos,
no hallo modo para ver
lo que busco.

ALBANIA:

Una mujer,
en más difíciles casos,
  halla camino a su intento.

TEODORA:

Aquí las guardas están.

ALBANIA:

Llega y vendamos el pan.

TEODORA:

Dios libre mi atrevimiento.

SOLDADO 1.º:

  Vuesa merced no se enoje,
así la dé Dios placer
de que me atreva a escoger.

TEODORA:

Mire bien como descoge,
  que por eso traigo aquí
la vara de mi pollino.
(Sale el CONDE OTAVIO, con un gabán,
destos de botones por delante,
un leño y un sombrero de villano.)

OTAVIO:

Entre enemigos camino,
y llevo el mayor en mí.
  ¿Cómo podré preguntar
por mis hijos y mi padre,
ya que de su triste madre
no me da el tiempo lugar?
  Evandro forma escuadrón,
el ser conocido temo.

SOLDADO 2.º:

La labradora es estremo.

TEODORA:

Estremo de necios son.

ALBANIA:

  No saben lo que han de hacer,
hablar desde afuera, o crean
que haré que corteses sean.

SOLDADO 1.º:

¿Quereisme hacer un placer?

TEODORA:

  Diga, y sin jugar de mano.

OTAVIO:

Labradoras hay aquí,
mas seguro puedo allí
buscar a mi padre anciano,
  y de mis hijos saber.

SOLDADO 2.º:

Hola, Ergasto, la gallarda
villana viene con guarda.

SOLDADO 1.º:

Su cuyo debe de ser.

OTAVIO:

  Miren señores soldados,
que traten como es razón
esas villanas, que son
de dueños nobles y honrados.
  A lo que les digo aquí,
la necesidad me obliga,
porque cuando verdad diga,
ni aun en mi vida las vi.

SOLDADO 2.º:

  ¿Quién le mete en defender
las labradoras, soldado?

OTAVIO:

Aunque no he sido quebrado,
soldado pudiera ser.
  Mas oblígame a defensa
desta gente el mismo traje,
que no es bien hacer ultraje
a quien nunca os hizo ofensa.

ALBANIA:

  Huye Teodora, que quieren
por nuestra ocasión reñir.

TEODORA:

Por no poder resistir,
no digo a mis pies que esperen.
  Que del labrador el talle
parece tanto a mi esposo,
que va el corazón quejoso
de no esperalle y guardalle.
(Vanse TEODORA y ALBANIA .)

OTAVIO:

  Si lo que agora miré
antes hubiera mirado,
mejor hablara, soldado,
en lo que primero hablé.
  Pero dejadme seguir.
Esta mujer, que sospecho
que tiene más de mi pecho
de lo que os puedo decir.

SOLDADO 1.º:

  Antes no se ha de mover
del lugar adonde está,
porque sospechamos ya
que espía debe de ser.
  Dese a prisión.

OTAVIO:

Caballeros,
yo soy pobre labrador.
Para defensas de honor
hay en los troncos aceros.
  Esa pienso que es mi esposa,
déjame pasar.

SOLDADO 2.º:

Detente

OTAVIO:

El mundo no tiene gente
para una fuerza amorosa.
  Dejadme pasar a ver
si es mi esposa.

SOLDADO 1.º:

Date preso.

OTAVIO:

Quien amando pierde el seso,
¿qué tiene ya que perder?
  ¿Estáis ya determinados
a no me dejar pasar?

SOLDADO 2.º:

Ríndete.

OTAVIO:

No hay que esperar,
caballero soy, soldados.

(Quite al gabán los botones y échele en el suelo,
y quede con un peto espaldar
y tonelete sobre sus calzas de color, y bastón.)

SOLDADO 1.º:

  ¡Aquí del real, aquí!

FULGENCIO:

¿Qué alboroto es este?

OTAVIO:

A fuera.

SOLDADO 2.º:

¡Muera el villano!

EVANDRO:

¡No muera!

SOLDADO 1.º:

¿Pues tú le defiendes?

EVANDRO:

Sí,
  que más importa saber
la ocasión con que ha venido.
(Sale el REY .)

REY:

El campo en arma, ¿qué ha sido?

OTAVIO:

¿Quién si no yo puede ser?

REY:

  ¿Quién eres?

EVANDRO:

Con tosco traje
era espía disfrazada.

REY:

¿Quién eres?

OTAVIO:

Ya no soy nada,
pues no hay puesto a que me abaje
  más miserable la suerte.

REY:

¿Es Otavio?

OTAVIO:

El mismo soy.

REY:

¿Dónde vas?

OTAVIO:

A buscar voy
a mis hijos, o mi muerte.

REY:

  ¿Pues no te basta villano
venir contra tu señor,
confiado en el favor
de una mujer y un hermano,
  sino que entres de secreto
a rebelarme la gente,
que está a mi imperio obediente,
traidora sangre en efeto?

OTAVIO:

  Engaño notable ha sido
el que imaginas, señor,
que en mi vida fui traidor,
ni de traidores nacido.
  No he venido a rebelar
tu gente, ni puede ser,
a mis hijos vengo a ver,
a mi padre vengo a hablar.
  Estas prendas tengo aquí,
por estas vengo, señor.

REY:

Porque entiendas el valor,
villano, que vive en mí,
  y que ni temo a Leonardo,
ni a la mudable Duquesa
que ayuda tu loca empresa,
y a quien castigar aguardo.
  No quiero vengarme en ti,
libre has de volver, villano,
que en el campo, y por mi mano,
los tres le tendréis de mí.
  Pero quiero castigarte
en parte más dolorosa,
pues su pena rigurosa
podrá, sin matar, matarte.
  Tus hijos y padre tengo,
escoge a quien de los dos
quieres que dé muerte.

OTAVIO:

¡Adiós,
a cuantas miserias vengo!
  Cuando pienso que no pueden
pasar del punto en que están,
a las penas que se van,
otras que vienen exceden.
  ¡Mísero de mí!, ¿qué haré
señor?

REY:

Escoge, villano.

OTAVIO:

¿Qué debe mi padre anciano,
Rey, a lo que yo pequé,
  o mis hijos inocentes?
¡Ay, Dios!, ¿qué puedo decir?
Mas, ¿por qué me dejas ir,
Rey, sin que matarme intentes?
  Mátame, que allá podría
cuando aquí matar los mandes,
hacer crueldades tan grandes
que te pesase algún día.

REY:

  Pues eso quiero yo ver,
escoge y vete, traidor.

OTAVIO:

Grande es del padre el amor,
ya me siento enternecer.
  Mas, con hijos, semejante;
el de los hijos es más,
porque en padre vuelve atrás,
y en hijos pasa adelante.
  Mas, ¿quién ha de permitir
que maten a quien le dio
el ser que tiene? Eso no,
mi buen padre ha de vivir.
  Mas mis hijos guardar debo.
¡Ay, ángeles!, ¿tal castigo?
Muera mi padre, esto digo,
¿cómo a sus canas me atrevo?
  Dura sentencia, inhumanas
leyes cortarán los cielos
de aquellos rubios cabellos
o de aquellas blancas canas.
  ¡No sé que diga, ay de mí!

REY:

Acaba de resolverte.

OTAVIO:

Den a mi padre la muerte,
bien me quedaba en a mí.

REY:

  ¿A tu padre?

OTAVIO:

No señor,
a mis hijos.

REY:

Mira bien
a quien quieres que la den.

OTAVIO:

Duda en la sentencia amor.
  Mas en rigor tan terrible
yo me vengo a resolver
que hijos podré tener,
pero padre es imposible.
  Degüéllalos a los dos,
y viva mi padre viejo,
pues dos ángeles te dejo
que pidan su muerte a Dios.

REY:

  Vamos, Evandro, de aquí,
y entienda el traidor Otavio,
que no he temido el agravio
que puede hacer contra mí,
  pues que le doy libertad.

EVANDRO:

Nunca replico a tu gusto.

REY:

Él me pagará el disgusto,
y Flora su liviandad.

(Váyanse el REY y EVANDRO , y gente.)

OTAVIO:

  Si me queda en tantos males
alguna luz de consuelo,
pues que ya mi confusión
compite con el infierno,
es ver que ni la fortuna,
ni las desgracias, ni el tiempo
pueden darme, aunque se junten
mayor mal del que padezco.
Piedad, airados cielos,
pues os pido la muerte por consuelos.
Lo que sustenta mi vida
es ser tantos los tormentos
que se encuentran en el alma,
y el dolor tienen suspenso.
Paréceme que me han dado
todos juntos mil venenos,
que peleando entre sí
no ponen fin al sujeto.
Piedad, airados cielos,
pues os pido la muerte por consuelos.

(Sale FULGENCIO , viejo, su padre.)

FULGENCIO:

¿Eres tú el hijo cruel
que por dar vida a este viejo
has mandado degollar
a tus hijos y a mis nietos?
¿Eres tú aquel que ochenta años
que están de morir, un dedo
truecas por doce y por trece?
¿O eres algún indio fiero?
¿Eres algún bracamano?
¿Eres algún monstruo horrendo?
Tus hijos das al cuchillo
porque viva un hombre muerto.
Mañana me he de morir,
y aun cuando lo estoy diciendo,
¿cómo me estimas, crüel?
¿Quién te dio tan mal consejo?
Mas viviera, si estas canas
ensangrentara el acero,
porque teñidas de rojo
era volverme mancebo.
Revoca, revoca, digo
la dura sentencia presto,
vivan tus hijos.

OTAVIO:

Ya, padre,
habrán pasado sus cuellos.
Yo hice lo que debía,
más que a mis hijos os debo,
que ellos me deben a mí,
y así os lo pago con ellos.
Dirán que soy crüel, padre,
mas no dirán, a lo menos,
que no soy piadoso hijo.

FULGENCIO:

Espera, espera.

OTAVIO:

No puedo,
que voy a hablar a Leonardo
para que levante luego
el cerco desta ciudad.
Vós me habéis dado el consejo,
y así sufro, y a mi Rey,
cuando más agravios tengo,
le sirvo, pues decís vós
que así lo han de hacer los buenos.
(Vase.)

FULGENCIO:

¿Para qué guardo la vida
en tantos trabajos puesto?
(Sale TEODORA .)

TEODORA:

Como ciega mariposa,
voy dando vueltas al fuego.
Aquí está un viejo que dudo
aunque me conozcan llego.
¿Sabéis por dicha, señor,
si tienen a Otavio preso?,
que se dice en la ciudad.

FULGENCIO:

¡Ay, Dios! ¿Qué miro, qué veo,
es Teodora?

TEODORA:

Y vós, señor,
¿sois Fulgencio?

FULGENCIO:

Soy Fulgencio.

TEODORA:

¿Qué hay del Conde, vuestro hijo?

FULGENCIO:

Que va a matarse dispuesto,
porque el Rey mata tus hijos.

TEODORA:

¡Mis hijos, airados cielos!
Pero no se pierda todo,
id tras él, seguidle os ruego.

FULGENCIO:

¡Oh, cuánto quisiera hablarte!,
mas por seguirle te dejo.
(Vase FULGENCIO .)

TEODORA:

Ya se vengó la fortuna,
ya dio con todo en el suelo,
muerta soy, que este dolor
dará fin al sufrimiento.
Este parece Ricardo.
(Salen RICARDO y el CAPITÁN CINTIO .)

RICARDO:

Ya digo, que indicios llevo
de que es una labradora.

CAPITÁN:

¿Si es esta?

RICARDO:

Lo mismo pienso.
Ya no tienes que guardarte
del sol de tus ojos bellos.
Quita el rebozo, Teodora,
aparta el nublado negro.

TEODORA:

¿Qué aun vienes para mi muerte?
¿Que la muerte no te dieron
los pastores de aquel monte?

RICARDO:

No se cumplió tu deseo,
que he quedado para ser,
Teodora, cuchillo fiero
de tus hijos, pues el Rey
me manda cortar sus cuellos.

TEODORA:

¿Que tú los tienes?
{{Pt|RICARDO:|
Yo soy,
pero hagamos un concierto
que te rindas a mi gusto,
pues sabes que lo merezco,
y que yo te los entregue.

TEODORA:

Villano, de infamias lleno,
porque veas que mi honor
estimo por mayor premio,
que los hijos y la sangre,
si no tienes instrumento
con que quitarles las vidas,
toma y córtales los cuellos
con esa daga y tendré
honra viva y hijos muertos.

(Arrójele una daga y váyase.)

RICARDO:

Estraña fuerza de honor,
que Evadnea Capaneo,
que Penélope a Ulises,
que Julia al Magno Pompeyo,
mostraron tan grande amor.

CAPITÁN:

Pudiera servir de ejemplo
para los siglos futuros,
y de milagro a los nuestros.
(Salen el REY y EVANDRO .)

RICARDO:

  El Rey viene.

REY:

Yo haré que se suspenda
la ejecución.

EVANDRO:

Aquí a Ricardo tienes.

REY:

Pues bien será que la ocasión entienda.
  Ricardo.

RICARDO:

Gran señor.

REY:

Si ya previenes
la muerte de los hijos de Teodora...

RICARDO:

Apostaré que arrepentido vienes.

REY:

  Del puerto escribe la Duquesa Flora,
que viene a verme y a tratar de paces,
tan brevemente, que la espero agora.

RICARDO:

  Señor, en perdonar ofensas haces
el acto más real, y a Dios imitas,
como es el castigar los pertinaces.
  Fama por todo el mundo solicitas,
con el nombre de príncipe piadoso,
si de sus cuellos el cuchillo quitas.

REY:

  Ejecutar el golpe riguroso
nunca fue mi intención, mas poner miedo,
por llegar a concierto provechoso.

EVANDRO:

  La Duquesa se acerca.

REY:

Salir puedo,
aunque estoy enojado, a recebilla,
por no mostrar que de su fe lo quedo.
(Sale la DUQUESA ,
y detrás como criados con capas de rebozo,
LEONARDO, OTAVIO, FULGENCIO, TEODORA y ALBANIA.)

FLORA:

  Supuesto que te cause maravilla,
dejando nuestras naves en el puerto,
y tanta gente en la confusa orilla,
  venir sola a tratar deste concierto.
Yo espero más de tu real nobleza,
que tú de mis deseos estás cierto.

REY:

  A no saber que la naturaleza
a la mujer formó de la mudanza
y al hombre trasladó de la firmeza,
  pudiera mi engañada confianza
quejarse de la tuya, mas dejemos
de hablar de amor, ya muerta la esperanza,
  sois en amar y aborrecer estremos,
ya trataste que fuese tu marido
y ya enemigos sin razón nos vemos.
  Mas dime a qué has venido.

FLORA:

Yo he venido
a entregarte las naves y la gente.

REY:

Dareles el castigo merecido.

FLORA:

  Cuando castigo tu rigor intente,
solo con que no sea en cosa mía
te volveré las naves llanamente,
  pero si no es haciéndome este día
desta verdad solene juramento,
volvereme a la mar, y a quien me envía.

REY:

No es mucho lo que pides, soy contento.

FLORA:

  Pues hazme pleito homenaje,
que ni a mí, ni a cosa mía
harás para siempre agravio.

REY:

Antes en eso me obligas,
que yo pensé que pidieras
por los traidores que hacían
guerra a su propio señor,
y cuando tú no me pidas,
que ni a ti, ni a cosa tuya
ofenda, es tanta justicia,
que por mi gusto lo hiciera.
Y así juro que en mi vida
a cosa tuya, ni a ti,
como de ti no reciba
nuevo agravio, los perdono,
pena de que el mundo diga
que fui traidor y villano,
y ruego al Cielo que el día
que esta palabra quebrare,
muera a manos de la envidia.

FLORA:

Esto basta, llegad todos
a los pies del Rey.

LEONARDO:

Sí obligan
(Échense todos a sus pies y descúbranse.)
juramentos en los reyes,
tú, de ti mismo, nos libra.

REY:

¿Qué es esto, Flora, no son
los que el perdón solicitan
mis enemigos mayores?

FLORA:

¿Leonardo es este que miras?

REY:

Pues bien, ¿qué mayor le quieres?

FLORA:

¿No dices que a cosa mía
no harás mal?

REY:

Eso es verdad.

FLORA:

¿Pues qué mayor le querías
que mi marido, ya Duque
de Calabria?

REY:

No prosigas,
que haré.

FLORA:

¿Qué puedes hacer,
si a mi marido me quitas?

REY:

Con industria me engañaste.

FLORA:

Soy mujer.

REY:

Pues cuando digas
que es tu marido Leonardo,
¿qué disculpa a Otavio aplicas?

FLORA:

Ser cuñado de mi esposo,
que también es cosa mía.

REY:

¿Y a Teodora?

FLORA:

Que es su hermana.

FULGENCIO:

Brava industria.

FLORA:

Peregrina.

REY:

¿Y a Fulgencio?

FLORA:

Que es su padre.

REY:

No prosigas, pero mira
que tengo de castigar
la gente que le seguía,
pues fue rebelde a su Rey.

FLORA:

Antes esa gente misma
es cosa mía también,
pues por mi cuenta se alista,
que yo les he dado sueldo
y ellos todos te suplican
que castigues a Ricardo,
que amando a Teodora hacía
todas estas invenciones,
solicitando tus iras.
Que de todos cuantos hombres
te han ofendido en Sicilia
y en el mundo, solamente
Ricardo no es cosa mía.

REY:

¿Tú amaste a Teodora?

RICARDO:

Yo.

TEODORA:

Tú villano, que fingías
para forzarme que el Rey
mandaba cosas indignas,
como era el hacerte moro,
para robarme a la orilla
del mar, cuando los pastores
me libraron.

REY:

Pues tenías
amor, Ricardo, a Teodora,
y con palabras fingidas
mi gusto solicitabas.

OTAVIO:

¿Quieres, gran Rey de Sicilia,
darme licencia?

REY:

Detente,
salte luego de la isla,
Ricardo infame, y no vengas
a tierra suya en tu vida.

RICARDO:

Yo tengo mi justo pago.

LEONARDO:

Flora, las pasadas iras
trueco en paz. Goza a Leonardo,
que Rogerio te apadrina,
y Otavio a Teodora.

LEONARDO:

Aquí
tendrás quien siempre te sirva.

REY:

Abrazadme vós, Fulgencio.

FULGENCIO:

Ya mi larga edad codicia
la muerte tras tanto bien.
Tú, señor, mil años vivas.

REY:

Y tú de tus nietos goces,
dando fin nuestra alegría
al agraviado leal,
y firmeza en la desdicha.


Fin de la comedia de
La firmeza en la desdicha.