La dicha (Herrera y Reissig)
Todas -blancas ovejas fieles a su pastora- recogidas en torno del modesto santuario, agrúpanse las pobres casas del vecindario, en medio de una dulce paz embelesadora. La buena grey asiste a la misa de aurora... Entran gentes oscuras, en la mano el rosario; bendiciendo a los niños, pasa el pulcro vicario y detrás la llavera, siempre murmuradora... Se come el santuario musgoso la borrica del doctor, que indignado un sochantre aporrea. Transparente, en la calle principal, la botica sugestiona a las moscas la última panacea. Y a «ras» de su cuchillo cirujano, platica el barbero intrigante: folletín de la aldea.