Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
XV


Ricardo, con su gabancete — que aun podía servir con el cuello levantado —, pero con cinco mil y pico de pesetas en la cartera (del primer trimestre que acababa de cobrar), bebía tranquilamente cerveza en el Lion d'Or. Le acompañaban Rodríguez y unos cómicos.

— ¡Chacho! — exclamó Rodríguez, que estaba leyendo El Imparcial y dando un palmetazo —. ¡Escucha! ¡Atiende!

Y leyó:

«Para el jueves próximo se anuncia un acontecimiento que dará lugar a una espléndida fiesta de la buena sociedad en el hotel del senador del Reino D. Severiano Villarroel y Castilla. Su hija única, la encantadora Eladia Villarroel, contraerá matrimonio en dicho día, con el conocido y aristocrático sportsman León Rivalta, vizconde de la Torrecilla de Alfaro.»

— ¿Su novia?

— ¿La que fué novia de usted? — preguntaron los dos cómicos. Y Ricardo, cambiando de color, arrojando El Imparcial que le había arrebatado a Rodríguez para leer el suelto por sí mismo, profirió en un rapto de malévola amargura, de venganza fría e inútil que no pudo reprimir:

— ¡Mi novia!... ¡Más que mi novia... Me acosté con ella... una noche... ¡Se la entrego!

Asombro.

Le preguntaron y relató punto por punto la historia de su noche. Luego, repuesto de la punzada de dolor hacia la calma, hacia la resignación, hacia el desprecio que había logrado imbuirse en el pecho para Ladi... se levantó, sonrió, encendió un pitillo, se alzó el cuello del gabán y se fué con dirección al Español, donde tenía en ensayo otra comedia.

— ¡Eso es mentira! — comentó en seguida uno de los cómicos.

— ¡Eso es mentira! — reforzó el otro —. ¡Pues, digo, que así y que deja una muchacha a un hombre a quien le entrega su honra!... Y de más sabemos que le dejó ella... porque sí, por capricho. ¿Os acordáis? A todos nos enseñó la carta, él — una carta bien sosa y natural por cierto... «he comprendido que no te tengo el afecto necesario para formalizar las relaciones como mi padre desea...»— ¿Eh? ¡Más claro, la luz! ¡Pobre Ricardo! ¡Creímos que se iría a tirar por el viaducto aquella tarde!...

Rodríguez intervino: — Sí, pobre Ricardo! Está sin duda un poco loco desde entonces. ¿No le veis? ¡Parece tonto! Y mirad, señores, que es lo grande... las contradicciones que se dan en el talento con frecuencia: Ricardo — autor dramático de cuerpo entero, indudable, incapaz de poner una sandez en cualquiera situación de sus obras... y aquí le tenéis tan cándido en la vida, para hacernos comulgar con la rueda de molino de una muchacha... a quien tan poco le importe el honor que se acueste con un novio y le deje al día siguiente porque sí, para casarse con otro...

— Y más, hombre... ¿Os habéis fijado?... Absurdo hasta su modo de contar... Que llega, que habla con ella a la reja por primera vez, que le dice: «¿Te escapas?»— «No, porque no tienes dinero.» — «Pues sé mía, entonces» — «Bueno, eso sí, ven mañana.» — Y virgen, la niña... ¡Vamos, hombre, pues ni que se tratase de una lumia!...

— ¡Está un poco loco, sin duda, sí! ¡Pobre Ricardo!

— ¡Pobre Ricardo!