La de San Quintín: 40


Escena VI editar

Dichos; ROSARIO, RUFINA por la derecha.


ROSARIO.- (Desde la puerta.) ¿Es secreto lo que se habla?

DON CÉSAR.- No... pasen.

CANSECO.- (Adelantándose a saludarla.) Excelentísima señora... (Con misterio y oficiosamente.) No tenga usted miedo.

ROSARIO.- ¡Miedo!

CANSECO.- Está usted segura... No hay cuidado. Aquí estamos todos para velar por su preciosa existencia... La única precaución que puede usted tomar es no salir de casa hasta que...

DON CÉSAR.- Pero si de una manera o de otra, el interfecto, como usted dice, ha de salir pronto de Ficóbriga... ¡Pues no faltaba más!...

ROSARIO.- ¡Ah!... ya sé de quién hablan.

DON CÉSAR.- Y ahora sale con la ridícula pretensión de que le concedamos una entrevista.

CANSECO.- Una audiencia... aquí.

DON JOSÉ.- Pretenderá un auxilio más positivo.

RUFINA.- Concédeselo, abuelito.

DON JOSÉ.- Yo no mando... Ese dispondrá...

DON CÉSAR.- ¡Recibirle aquí! ¡En mi casa!

RUFINA.- Papá... recíbele... ¿Qué te importa?... (A CANSECO.) ¿Dónde está?

CANSECO.- Bien cerca de aquí. Vino conmigo hasta la puerta, y en los pórticos de la plaza está aguardando la resolución de los señores.

ROSARIO.- (Aparte a RUFINA.) (Corre, llámale).


(Vase RUFINA por el fondo.)


Por deber de conciencia, Sr. D. César, y recordando la parte principal que tuvo en un suceso... lamentable, estoy obligada a interceder por el desgraciado interfecto... Los señores de Buendía, tan hidalgos y generosos, deben... por lo menos oírle y enterarse de lo que pretende.

DON CÉSAR.- (Excusándose.) Rosario, yo siento mucho...

RUFINA.- (Presurosa por el fondo.) Ya está aquí.

ROSARIO.- Que pase...

DON CÉSAR.- ¿Usted lo manda?

ROSARIO.- Y usted lo aprueba.

DON CÉSAR.- Sea.