La de San Quintín: 26
Escena XI
editarROSARIO, VÍCTOR por la izquierda, segundo término.
VÍCTOR.- Dentro de dos minutos a punto estará.
ROSARIO.- (Distraída.) ¿Quién?
VÍCTOR.- El horno.
ROSARIO.- (Pónese a labrar las rosquillas, enroscando tiritas de masa.) Rosario, date prisa.
VÍCTOR.- Pareciome, al entrar, que hablaba usted sola.
ROSARIO.- Sí; y decía que es gran simpleza sacrificarlo todo a la verdad, y que el supremo arte de la vida consiste en amoldarnos ciegamente a este cúmulo de ficciones que nos rodea.
VÍCTOR.- No pienso lo mismo, y a toda mentira, cualquiera que sea su valor, le declaro guerra a muerte.
ROSARIO.- ¿Ama usted la verdad?
VÍCTOR.- Sobre todas las cosas.
ROSARIO.- ¿Y sostiene que la verdad debe imperar siempre?
VÍCTOR.- Siempre.
ROSARIO.- ¿Aunque ocasione grandes males?
VÍCTOR.- La verdad no puede ocasionar males.
ROSARIO.- Muy pronto lo ha dicho. Está usted muy puritano.
VÍCTOR.- Y usted muy preguntona.
ROSARIO.- Otra preguntita. Quiero enterarme de todos sus gustos y aficiones: ¿Ama usted el dinero, las riquezas?
VÍCTOR.- (Desconcertado.) Esa pregunta... Hecha así... Pues según y conforme...
ROSARIO.- Usted es enemigo del capital... De modo que le será muy desagradable ver al pícaro capital entrándosele por las puertas. Cogerá usted un palo, y...
VÍCTOR.- Tanto como eso...
ROSARIO.- Vamos, que eso del odio al capital es música, sobre todo cuando el capital es propio... (VÍCTOR quiere hablar. Le impone silencio.) Aguarde y déjeme concretar la cuestión. Usted tiene una riqueza en perspectiva, una posición, un nombre... Si perdiera todo eso, ¿lo sentiría?
VÍCTOR.- Riqueza y pobreza serán igualmente buenas para mí si usted me quiere.
ROSARIO.- ¡Quererle yo! ¿Volvemos al disparate imposible?
VÍCTOR.- Volvamos a él, y dígame usted que es un imposible... posible.
ROSARIO.- (Mirándole fijamente.) ¡Ah! Víctor... Entre usted y yo se alza un fantasma odioso.
VÍCTOR.- (Asombrado.) ¡Un fantasma!...
ROSARIO.- Sí, y para destruírlo, fíjese usted bien en lo que digo, tendría yo que cometer un crimen.
VÍCTOR.- (Estupefacto.) ¡Un crimen!
ROSARIO.- Sí señor, un crimencito... el crimen de Ficóbriga. (Riendo.) ¡Qué cara pone!
VÍCTOR.- De veras no entiendo.
ROSARIO.- ¿Pero usted no sabe una cosa? Que yo soy muy mala; pero muy mala.
VÍCTOR.- Eso no. Es usted un ángel.
ROSARIO.- Un ángel capaz de matar; el ángel del asesinato, como llamaron a Carlota Corday.
VÍCTOR.- (Con creciente asombro.) ¿Usted... usted capaz de matar?
ROSARIO.- Sí.
VÍCTOR.- ¿A quién?
ROSARIO.- A usted.
VÍCTOR.- (Tomándolo a broma.) ¿A mí? Pues bien, de esa mano acepto yo la muerte, siempre que me traiga también el amor.
ROSARIO.- ¿Y no se enojará conmigo... si le mato?
VÍCTOR.- Nunca... Si lo duda, póngame usted a prueba... ¿Qué tengo que hacer yo?
ROSARIO.- (Presentándole una lata con rosquillas.) Por de pronto, llevarme la primera hornadita... (Alarmada al ver venir a DON CÉSAR por la derecha.) ¡Ah! D. César... Disimulo.