La de San Quintín: 25


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ROSARIO, después RAFAELA.


ROSARIO.- (Dejando de amasar, coge el rodillo para extender la masa.) ¡Ay Dios mío! (Suspirando fuerte.) ¡Si apenas me atrevo a decírmelo a mí misma! Pero es un hecho, y me lo digo, me lo confieso, me lo arrojo a mi propia cara... Las ideas de este hombre me seducen, me enamoran... No, no son las ideas, es la persona, es él... (Ha extendido la masa formando una placa sobre el tablero. Con el cuchillo saca una tira de masa. Suspende el trabajo, cogiendo entre los dedos un pedacito de masa, y trabajando maquinalmente, pensando en otra cosa.) ¿Pero qué? Rosario, ¿no te avergüenzas de tu debilidad? ¡Enamorada de un pobre bastardo!... de un... ¡Ah! si yo pudiera hacer un mundo nuevo, sociedad nueva, personas nuevas, como hago con esta pasta las figuritas que se me antojan! (Examinando una figurita que ha moldeado rápidamente.) No, no; hay, que aceptar el muñeco humano, como él es, como le hicieron los pasteleros de antes... (Deshaciendo la figurita y estrujando la masa.) Aún no está bien ligada. (Arrolla la placa y pasa el rodillo de nuevo.) ¡Pobre Víctor!... ¡Qué destino el suyo! (Quédase meditabunda, las manos en el rodillo.)

RAFAELA.- (Por el foro con un paquetito.) De parte del señor Marqués. Encargome que lo entregara en propia mano.

ROSARIO.- ¡Ah! las cartas... Sarah... (Sin poder cogerlo.) Pónmelo en el bolsillo del delantal.

RAFAELA.- (Poniendo el paquetito en el bolsillo.) ¿Quiere la señora que le ayude?

ROSARIO.- (Volviendo a formar la placa.) No, déjame sola.


(Vase RAFAELA.)


Pues señor... causa espanto mirar el abismo que se abre entre Víctor y D. César. (Coge el cuchillo y hace tiras de masa. Quédase meditabunda, y suspende el trabajo.) ¿Me atreveré yo...? No... imposible...