La de San Quintín: 16
ACTO II
editarTerraza en casa de Buendía.- Al fondo, una fila de manzanos y otros frutales, en espalier, con un hueco al centro, por donde entran los que vienen de la huerta.- En el forillo paisaje rústico.- Puertas laterales en primer término.- La de la izquierda, cubierta de enredaderas, da paso a las habitaciones de servicio, cocina y despensa, y junto a ella hay un hueco de emparrado, que conduce al sitio en que se supone que está el horno.- La de la derecha comunica con las habitaciones de los señores.- A la izquierda, cerca del proscenio, una mesa grande que sirve para planchar y amasar.- Dos sillas y una banqueta de madera.
Escena I
editarROSARIO, RUFINA, LORENZA, las tres con mandil. La primera plancha una camisola. LORENZA la dirige y enseña. RUFINA apila en una banqueta la ropa planchada ya.
LORENZA.- Más fuerte, Señora.
ROSARIO.- (Apretando.) ¿Más todavía?
LORENZA.- No tanto... ¡Ah! las pecheras de hombre son el caballo de batalla.
ROSARIO.- ¡Qué torpe soy!
LORENZA.- ¡Quia! si va muy bien. Ya quisieran más de cuatro...
RUFINA.- No te canses. Lorenza concluirá.
ROSARIO.- (Fatigada, dejando la plancha.) Sí... No puedo más. Hoy, ya me he ganado el pan.
LORENZA.- (Planchando con brío.) Concluyo en un periquete.
RUFINA.- Nosotras a guardar.
ROSARIO.- (Apilando en una bandeja de mimbres almohadas y sábanas.) Déjame a mí.
RUFINA.- No... yo... tú te cansas.
ROSARIO.- Que no me canso, ea. ¡Qué placer llenar los armarios de esta limpia, blanquísima y olorosa ropa casera!... y ponerlo todo muy ordenadito, por tamaños, por secciones, por clases... (Cogiendo la bandeja de ropa.) Venga. (RUFINA le ayuda a cargársela a la cabeza.) ¡Hala!
RUFINA.- (Señalando por la derecha.) ¡Al armario grande de allá!
(Sale ROSARIO por la derecha.)
LORENZA.- Parece que no; pero tiene un puño... y un brío...
RUFINA.- ¡Ya, ya!
ROSARIO.- (Reapareciendo presurosa por la derecha.) Ahora, las sábanas.
RUFINA.- Ahora me toca a mí.
(Cargando un montón de ropa. Vase por la derecha.)
ROSARIO.- ¿Y yo? Lorenza, dame la plancha otra vez. Me habéis acostumbrado a no estar mano sobre mano, y ya no hay para mí martirio como la ociosidad.
LORENZA.- Si estoy acabando.
RUFINA.- (Por la derecha resueltamente.) Con que... señora duquesa de San Quintín, concluyó el planchado. ¿Qué hacemos hoy?
LORENZA.- Manteca.
ROSARIO.- No; hoy toca rosquillas. D. José lo ha dicho.
RUFINA.- Y ya mandé a Víctor que encendiera el horno.
(LORENZA recoge la última ropa, y la lleva adentro: después va retirando los utensilios de plancha.)
ROSARIO.- Hoy me pongo yo a la boca del horno, yo, yo misma... y ya verás... (Indica el movimiento de meter la pala en el horno.)
RUFINA.- No... tú no sabes; no tienes práctica y quemarás la tarea. Déjame a mí el horno.
ROSARIO.- Bueno, bueno. (Con inquietud infantil, haciendo movimiento de amasar sobre la mesa.)
LORENZA.- ¿Amasan aquí?
ROSARIO.- Aquí, que está más fresco.
RUFINA.- Y Víctor se encargará de llevarme la masa.
ROSARIO.- ¿Pero le dejarán venir acá?
RUFINA.- Si está ahí. (Señalando la puerta.) Papá le ha mandado arreglar la esparraguera, y replantar el fresal viejo.
ROSARIO.- ¿Qué? ¿también entiende de horticultura?
RUFINA.- De todo entiende ese pillo. (Va hacia el fondo, y llama, haciendo señas con la mano.) ¡Eh, Víctor!...
ROSARIO.- ¡Eh, señor socialista, señor nivelador social, venga usted acá!