La casa de la montaña

La casa de la montaña
de Julio Herrera y Reissig


Ríe estridentes glaucos el valle; el cielo franca
risa de azul; la aurora ríe su risa fresa;
y en la era en que ríen granos de oro y turquesa,
exulta con cromático relincho una potranca...

Sangran su risa flores rojas en la barranca;
en sol y cantos ríe hasta una oscura huesa;
en el hogar del pobre ríe la limpia mesa,
y allá sobre las cumbres la eterna risa blanca...

Mas nada ríe tanto, con risas tan dichosas.
como aquella casuca de corpino de rosas
y sombrero de teja, que ante el lago se aliña...

¿Quién la habita...? Se ignora. Misteriosa y huraña
se está lejos del mundo sentada en la montaña,
y ríe de tal modo que parece una niña.