Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


La cara de un feo.

Cuando vino por primera vez á Madrid el señor N. causó tal asombro su fealdad exagerada, que la corte quedó muda sin atreverse á pronunciar una palabra.

Pasado cierto tiempo principió á hablarse de él en algrmos corrillos.

— ¿Han visto Vds., señores, decia un dia un andaluz, que piernas tan malas tiene N.?

— ¿Cuánfo hace que V. lo conoce? le preguntó un literato.

— Apenas lo he visto cinco ó seis veces.

— Entonces disimule V. , pero no puedo creer que se haya hecho cargo de las piernas.

— ¿Y por qué?

— Porque soy tan observador como pueda "V. serlo, y habiéndolo visto mas de cien veces, todavía no he pasado de la cara.