La bella Aurora
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

FABIO:

Sí, señor, y aquélla, Elisa.

CÉFALO:

Floris, mi vida, no temas;
yo soy Céfalo, tu esposo,
quien te adora y te desea.

FLORIS:

¡Socorro, hermosa Diana!

CÉFALO:

No huyas, aguarda, espera.

FABIO:

Aguarda, detente, Elisa.
(Las dos, huyendo, se pongan en dos tramoyas que estarán en dos partes del lienzo del vestuario, y, dando la vuelta, al abrazarlas se hallarán con dos sátiros muy feos en los brazos.)

CÉFALO:

¡Ay, soberana belleza!

FABIO:

¡Ay, cielos! ¿Qué es lo que veo?

CÉFALO:

¡Ay, cielos! ¿Qué bestia es ésta?

FABIO:

Suéltame, por Dios, los brazos,
Belisa en demonio enjerta.
(Vuelvan a dar la vuelta y queden solos.)

CÉFALO:

¿Piensas que tendré temor
aunque en mil formas te vuelvas?
Seguirte tengo.

FABIO:

¡Ay de Mí!
Pero esto no es cosa nueva,
que mil vestidas mujeres,
a los que a gozarlas llegan,
si la cáscara les quitan,
se vuelven cosas más feas.

Salen FLORIS y CÉFALO.

CÉFALO:

  Escúchame desde aquí.

FLORIS:

¿Qué tengo ya de escucharte?

CÉFALO:

Los dioses, dura Anaxarte,
te vuelvan piedra por mí.

FLORIS:

Ya te espero.

CÉFALO:

Escucha.

FLORIS:

Di.

CÉFALO:

Sin armas, señora, estoy;
palabra a tus ojos doy,
esposa, de no ofenderte:
no voy a buscar tu muerte,
a buscar mi vida voy.

FLORIS:

  ¿Tengo yo tu vida?

CÉFALO:

Sí;
que está sólo en escucharme.

FLORIS:

Pues ¿cómo quieres matarme
estando tu vida en mí?

CÉFALO:

Si celoso te ofendí,
te adoro desengañado;
pero aunque sé que has estado
como en la mar firme roca,
quiero oírlo de tu boca
para quedar descansado.
  Nunca más el alma enciende
amor porque nunca olvide,
que cuando un celoso pide
disculpas a quien le ofende.
Bien tu hermosura me entiende;
mira qué amor pudo hallar
en el alma más lugar,
ni en el honor más disculpa
que, siendo yo quien te culpa,
enseñarte a disculpar.
  Discúlpate con mi amor,
jüez, abogado y parte,
porque sólo en disculparte
consiste, Floris, mi honor.
Ama el jüez tu valor;
el deseo que en mí ves
abogado tuyo es;
parte, amor, tras tanta ausencia;
mira, Floris, qué sentencia
darán contra ti los tres.

FLORIS:

  Engañada, esposo mío,
por tu muerte, aunque fingida,
llegué hasta perder la vida
con piadoso desvarío
los dioses, de quien confío
que te han de decir quién fui
y en qué soledad viví,
no quisieron que muriese,
para que mi honor pudiese
volver agora por mí.
  Pregúntale a Doristeo
mi resistencia y valor,
y las fuerzas de mi honor
contra su loco deseo;
también pregunta a Perseo
si sus bodas desprecié;
qué casamientos dejé
pregunta a Tebas, y luego
el elemento del fuego
verás ardiendo en mi fe.
  Pues entre mil despreciados,
¿porqué había de querer
un extraño mercader
y unos celos disfrazados?
Despertaste mis cuidados,
que casi fueron antojos,
viendo a Céfalo en tus ojos.
Si tú te ofendiste a ti,
no digas que te ofendí,
ni me des sin causa enojos.

FLORIS:

  Que cuando te hubiera amado
no quedaras ofendido,
porque siendo tú el querido,
no fueras el agraviado.
Fuera de eso, disculpado
pudiera quedar mi error,
pues eras muerto, señor,
y con testigos tan ciertos,
pues se entierra con los muertos
el respeto del honor.
  Los maridos, pues lo eres
de aquella fiera homicida,
no vuelven de la otra vida
a castigar sus mujeres.
Memorias castigar quieres
de tu mismo amor celoso,
ni fue error, pues fue amoroso;
que si quererte quería,
era que el alma decía
que eras tú mi dulce esposo.
  Fue error de la fantasía
adonde te estaba viendo,
como quien dice durmiendo
las cosas que hace de día.
Por esta causa sería,
que como en lo que te quiero
he pensado un año entero,
de costumbre que he tenido
en abrazarte fingido,
te abrazaba verdadero.

CÉFALO:

  Ya, ¿de qué puedo agraviarme?
que, aunque ofendido me hubieras,
disculpa, Floris, tuvieras
en la gracia de culparme.
Llega, permite abrazarme;
bien dices: ya estaba muerto.
Ya estoy de mi engaño cierto.

FLORIS:

¿Querrás hacerme pedazos?
Pero si muero en tus brazos,
yo sé que en morir acierto.
(Abrácense.)

CÉFALO:

  ¡Ay, mi bien! ¡Qué gran consuelo!
¡Ay, no te apartes de mí!
¡Ay, quién se quedará ansí,
como el Géminis del cielo!

FLORIS:

  ¿Ya no me matas?

CÉFALO:

Estoy
muerto en tus brazos.

FLORIS:

Espera:
Diana es ésta.

CÉFALO:

Quisiera
hablarla, ¡qué necio soy!
  que dicen que ningún hombre
la puede hablar.

FLORIS:

Es verdad;
no quieras que su deidad,
o te castigue, o te asombre:
  escóndete, esposo, allí.

CÉFALO:

¿Iráste con ella?
{{Pt|FLORIS:|
No,
que no te he abrazado yo
para apartarme de ti.
(DIANA y AURORA, y DIANA con un dardo dorado.)

AURORA:

  Un hombre me parecía.

DIANA:

Será pastor de esta selva.

AURORA:

Huyó en viéndote.

DIANA:

No vuelva
Floris a mi compañía.
  ¿Qué es esto, enemiga? ¿ansí
has despreciado mi amparo?

FLORIS:

Si el engaño te declaro,
tú misma hablarás por mí:
  Céfalo, mi dulce esposo,
con tal llanto ha satisfecho
mi temor, que habemos hecho
paces; ya no está celoso,
  ya conoce mi lealtad,
ya mi firmeza agradece;
y así, razón me parece,
Diana, que tu deidad
  me dé licencia, que quiero
volverme a Tebas con él.

DIANA:

Mira, no te fíes de él,
prueba su verdad primero,
  que puede ser que por mí
te respete en esta selva,
y que cuando a Tebas vuelva
se quiera vengar de ti.

AURORA:

  Es muy justo advertimiento:
viva algún tiempo contigo
donde, temiendo el castigo,
excuse el atrevimiento;
  que después que algunos días
vuelva en tus brazos amor
a ser el mismo, o mayor,
del que entonces conocías,
  volverás a la ciudad.

FLORIS:

Paréceme buen consejo.

AURORA:

Aquí tiene un pastor viejo
una famosa heredad,
  con una casa extremada,
y yo haré que os tenga en ella.

FLORIS:

Tú serás, Aurora bella,
mi amparo.

DIANA:

Floris amada,
  quisiera tener qué darte,
ya que de mi compañía
te partes.

FLORIS:

Señora mía,
no el alma, el cuerpo se parte.

DIANA:

  Sólo este dardo te doy,
prenda que en mucho estimé
desde que a Tebas bajé,
en cuyas selvas estoy.
  No le tirará persona
sin matar a quien tirare;
no hay fiera que en monte pare,
por cuantos el sol corona;
  no hay un ligero animal
que no alcance.

FLORIS:

Por mi esposo,
de tu brazo generoso
aceto el don celestial;
  que es notable cazador
y lo estimará en extremo.

DIANA:

Que dilato, Floris, temo
las paces de vuestro amor.
  Tú, Aurora, busca esa casa,
y quedaos los dos con Dios.
(Váyase.)

AURORA:

Bien podéis hablar los dos,
pues ya de las selvas pasa.

FLORIS:

  Yo voy, con licencia tuya,
a hablar mi Céfalo amado.

(Váyase.)

AURORA:

Amor, el daño pasado
en más bien te restituya.
  ¡Ay de mis pensamientos mal logrados!
¡Ay de mis esperanzas mal nacidas,
un año vanamente entretenidas
en contentos de amor siempre engañados!
  Arrojé de mis brazos despreciados
un hombre que me cuesta tantas vidas,
y vuelven a dar sangre las heridas
viendo mi amor los celos declarados.
Mientras quien llora agravios no procura
ver la ocasión, en duda se defiende
y del bien que merece se asegura;
pero si el alma ve que quien la ofende
goza de mayor gracia y hermosura,
hiélase el gusto y el amor se enciende.
(Salen FELICIO y ANTEO, villanos.)

FELICIO:

  Un año habrá por agora
que vino el Príncipe aquí.

ANTEO:

Junto a la fuente le vi.

AURORA:

Pues ¡Felicio!

FELICIO:

¡Hermosa Aurora!

AURORA:

  ¿No sabes como te quiero
dar dos huéspedes famosos?

FELICIO:

Cortesanos enojosos,
si son de Tebas, espero.

AURORA:

  No son sino dos casados
que han dejado la ciudad,
para hacer de su amistad
testigos montes y prados.

FELICIO:

  Pensé que era de la gente
que paga en lisonjas vanas,
que habla tardes y mañanas,
y sabe más quien más miente.
  Pensé que era quien no da
y de todo se aprovecha,
gente que nada sospecha
en lo que interés le va;
  pero pues casados son
y de allá vienen huyendo,
sólo servidos pretendo,
no quiero más galardón.

AURORA:

  Voy por ellos.

FELICIO:

Mi Belisa
sabe ya lo que ha de hacer.

AURORA:

De que me habéis de perder,
celos, el amor me avisa.

(Váyase.)

(Entra FABIO.)

FABIO:

  ¿En qué tengo de parar
al fin de tanto camino?
¿Yo por selvas peregrino,
sin hallar villa o lugar?
  ¿Yo sin comer y dormir
por seguir a una mujer?
Conviértete en alcacer,
Dafne, y déjame vivir.
  Aquí en la hierba se envuelve,
allí se torna gazapo,
aquí de un tigre me escapo,
allí en sátiro se vuelve.
  Yo ¡triste!, de rama en rama,
como tras pájaro nuevo,
sus ojos llevo por cebo,
y voy donde amor me llama.
  Aquí están dos labradores.

FELICIO:

Este es algún cazador.

FABIO:

¿Si sabrán de mi señor?
¿Han visto un loco de amores
  que va por aquí perdido?

FELICIO:

En esta selva no posa
sino la más casta diosa,
no la madre de Cupido.
  Mirad, señor cortesano,
que la piséis con respeto.

(Váyanse.)

FABIO:

Oye.

ANTEO:

¿Qué manda?

FABIO:

En efeto,
¿no hay poblado hasta lo llano,
  ni qué comer ni beber?

ANTEO:

Fuentes hay y fruta alguna.

FABIO:

Fruta y agua en panza ayuna,
¿quién la podrá detener?

FELICIO:

  Pues advertid, caballero,
que no de todas se bebe,
donde más limpio se mueve
claro cristal lisonjero;
  porque hay fuente que en bebiendo
quita el seso.

FABIO:

¡Santo Dios!

FELICIO:

Que hacen necios más de dos.

FABIO:

¿Necios? Ya lo estoy temiendo.

FELICIO:

  Muchos hay en mi lugar
que de esta fuente han bebido;
bien haya el vino, que ha sido
discreto en callar y hablar.
  Hay fuente que hace los hombres
miserables, gruñidores,
falsos, ingratos, traidores.

FABIO:

No digas más, no las nombres.

ANTEO:

  Árbol de fruta hay aquí,
que, en tirando de una pera,
sale del árbol afuera,
ligero como un neblí,
  un sátiro por detrás,
y sacude un pescozón.

FABIO:

Montes de los diablos son;
no los vuelvo a ver jamás.

FELICIO:

  Aquí hay manzano que quita
la generación a quien
come su fruta.

FABIO:

Está bien:
no en balde en montes habita;
  pero espántome que, luego
que se supo en este valle,
las pastoras de buen talle
no los hayan dado al fuego.

ANTEO:

  Hay unos árboles bellos
que hacen luego encanecer.

FABIO:

Ganaría de comer
hombre que tratase en ellos.

ANTEO:

  Si con su fruta topáis,
vos saldréis viejo.

FABIO:

No quiero
comer en mi vida.

FELICIO:

Espero
que luego los conozcáis.

ANTEO:

  Si alguna ninfa saliere
de estas ramas en que andáis,
guardaos que no comáis
ninguna cosa que os diere;
  y quedaos con Dios.
(Váyanse.)

FABIO:

El cielo
os guarde; yo estoy sin mí:
¿adónde voy por aquí?
que el temor me ha vuelto en hielo.
(Entre AURORA con BELISA, y traigan dos fuentes de plata con flores, y debajo, en la una de ellas, harina, y en la otra humo.)

BELISA:

  Ya quedan aposentados
por darte gusto, señora.

AURORA:

No les amanezca aurora
con rayos del sol dorados.
  Celos me matan, Belisa;
pero, vamos, que Diana,
toda esta alegre mañana,
fatigada el monte pisa,
  y ya querrá descansar.

FABIO:

Allí dos pastoras veo:
comer y beber deseo;
mas no me atrevo a llegar.
  Pero ¿qué dudo? Que Aurora
y Belisa son.

AURORA:

¿Qué es esto?
¿Hombre en tan secreto puesto?

FABIO:

¿No me conoces, señora?

AURORA:

  ¿Es Fabio?

FABIO:

El mismo.

AURORA:

Pues ¿dónde
vas de esta suerte perdido?

FABIO:

A mí señor, ofendido,
tu selva sagrada esconde.
  Que en busca de su mujer
va loco de valle en valle.
¿Tenéis, mientras no le halle,
algo que pueda comer?
  ¿Qué es lo que lleváis ahí?

BELISA:

Llega el rostro y comerás.

FABIO:

¿Dentro?

BELISA:

Sí.

AURORA:

Llégate más.

FABIO:

No he topado nada aquí.
(Levante el rostro del plato de la harina todo blanco.)

BELISA:

  ¡Oh, qué hermoso que has quedado!

FABIO:

Sí, pero nada topé.

AURORA:

Prueba de éste.
{{Pt|FABIO:|
Probaré.
Las flores solas me has dado.
(Alce la cara llena de humo.)

BELISA:

  Agora que estás hermoso,
cuanto quisieres tendrás.
(Váyanse las dos.)

FABIO:

Qué comer quisiera más.

BELISA:

¡Adiós, mi Fabio amoroso!

FABIO:

  Tras ellas irme quisiera,
pero temo un mal suceso.
(DORISTEO y PERSEO y su gente.)

DORISTEO:

Gran trabajo me ha costado
hallar a Floris, Perseo.

PERSEO:

En fin, sabe Vuestra Alteza
que aquí tienen aposento.

DORISTEO:

Y que están los dos en paz
para matarme de celos.

PERSEO:

Acaba ya con su esposo,
pues que no hay otro remedio;
que esta tierra da ocasión,
con mil animales fieros,
para ponerles la culpa,
y será cierto el suceso.

DORISTEO:

Toda esta selva sagrada
llena está de semideos,
silvanos, sátiros, faunos,
centauros y anfesibenos;
hanle de ver porque están
todos los árboles llenos,
y publicarlo de suerte
que pierda el honor que tengo.

FABIO:

Cazadores son, y aquél
debe de ser Doristeo.
¿Qué temo de hacerte señas?
¡A la ho, ah caballeros!

DORISTEO:

¡Júpiter santo me valga,
y qué sátiro tan feo!

PERSEO:

Fauno es, sin duda.

FABIO:

¿Yo fauno?

DORISTEO:

Tírale y mátale, Ardenio

FABIO:

¡Tírale y mátale! Pies,
en vos está mi remedio.
(Húyese.)

CAZADORES:

¡Guarda el fauno! ¡Hola, pastores!

PERSEO:

¡Guarda el fauno!

FABIO:

¡Yo soy muerto!
(FELICIO y villanos con chuzos.)

FELICIO:

¿Qué es de él, por dónde va?

DORISTEO:

Ya sube el monte, midiendo
con las plantas los peñascos,
y con los brazos el viento.

JULIO:

¡Que no llegáramos antes!

DORISTEO:

Mal los queréis.

JULIO:

Hannos hecho
grandes males.

DORISTEO:

¿Cómo ansí?

ANTEO:

¿Qué cabrito, fruta y queso,
no nos comen cada día?

JULIO:

La comida es lo de menos.
¡Ay de la moza que agarran!

DORISTEO:

Pues ¿llevanla?

JULIO:

Sin remedio.

DORISTEO:

¿Dónde?

JULIO:

Allá se la zambullen
por esos bosques espesos.
No ha un mes que la pobre Silvia,
de nuestro zagal Riselo,
parió dos medios cabritos,
uno blanco y otro negro.

DORISTEO:

Id, pastores, a seguirle;
y vos aguardad, buen viejo,
que el Príncipe os quiere hablar.

FELICIO:

Los pies mil veces os beso:
seguid el fauno, pastores.

ANTEO:

¡Voto al sol, que le derriengo
si con la tranca le alcanzo!

FELICIO:

Si soy del servicio vuestro,
mandadme, Príncipe ilustre.

DORISTEO:

Fiarte, Felicio, quiero,
conociendo tu valor,
un pensamiento secreto.

FELICIO:

¿Es acaso amor de Floris?

DORISTEO:

¡Ay, padre, por Floris muero!
Tu Rey soy, mas si me ayudas,
hacerte mi Rey prometo.

FELICIO:

Si es para daros entrada,
no puedo decir que puedo,
porque es la mujer más casta
que ha visto en su edad el tiempo;
si para sacarla adonde
la podáis hablar, sospecho
que lo que el ingenio falte,
me diga el amor que os tengo.

DORISTEO:

Eso te pido no más;
y a no estar, como lo vemos,
tan cerca mis cazadores,
hiciera un notable exceso:
besara tus pies, Felicio.

FELICIO:

¡Señor, yo soy el que debo
ser la tierra de esos pies!

DORISTEO:

¿Cómo podrás?

FELICIO:

Oye atento:
lo que más a las mujeres
las saca de sí, son celos;
ella lo está de su esposo;
decirle que quiere quiero
una ninfa de este valle;
con esto le irá siguiendo,
y tú, escondido, podrás
hallar a tu mal remedio.

DORISTEO:

¿Haráslo así?

FELICIO:

Luego al punto.

DORISTEO:

Ellos vienen, yo te dejo.
¡Hola, seguidme!

PERSEO:

Mi amor
se cansó de dar al viento
esperanzas lisonjeras;
y es el del Príncipe eterno.
(Salen FLORIS y CÉFALO.)

CÉFALO:

  ¿Estás asegurada
del amor que te tengo, Floris mía?

FLORIS:

Estoy bien empleada,
pues te gozo, mi bien, como solía;
que en lo demás, la muerte
ya no lo puede ser después de verte.

CÉFALO:

  Después que me has contado
que el Príncipe te amaba, estoy celoso,
no porque te he culpado,
pero porque un amante poderoso,
si quiere con violencia,
ni basta honestidad, ni resistencia.

FLORIS:

  Pésame de tu pena:
amando, somos necias las mujeres;
mas de esta selva amena
en mi vida saldré si tú no quieres.
El viva las ciudades,
y yo contigo aquí las soledades.
  Asegura mis celos
del tiempo que has faltado de mis brazos.
Así te den los cielos,
después de larga vida, largos plazos
para que a vivir vuelvas.

CÉFALO:

De mi amor son testigos estas selvas:
  si Júpiter formara de su idea
una belleza tal, una hermosura,
que la del sol, tan celestial criatura,
con sus divinos ojos fuera fea;
si cuanto abril en flores hermosea
tuviera su color, su nieve pura,
y para su riqueza la ventura
le entregara la copia de Amaltea;
si fuera amor de su valor despojos,
y de su perfección jamás oída,
la misma castidad tuviera antojos;
si como el fénix única nacida,
no te olvidara, Floris de mis ojos,
porque eres alma de mi propia vida.

FLORIS:

  Pues si, de su poder por muestra rara,
hermoso un hombre Júpiter hiciera,
de suerte que la envidia no pudiera
poner falta en su cuerpo ni en su cara;
si de Apolo la cítara igualara,
y en la voz a las Musas excediera,
y si al planeta de la quinta esfera
la fama de las armas le quitara;
si de sabio, discreto y entendido
todos los sabios le rindieran palma,
y el más antiguo rey de bien nacido;
si su valor tuviera el mundo en calma,
no te olvidara, Céfalo querido,
porque eres cielo en que descansa el alma.

CÉFALO:

  Siendo verdades ciertas
las que me dices, Floris de mis ojos,
¿qué importan las inciertas
sospechas de mis celos?

FLORIS:

Darme enojos
con celos ya no es justo.

CÉFALO:

Amor sólo con celos da disgusto,
  mas no sabe excusarlos;
huélgome de vivir en esta selva
para poder dejarlos.

FLORIS:

Si tú no quieres que en mi vida vuelva
a la ciudad, mi vida,
de cuando no eres tú mi amor se olvida.

CÉFALO:

  La caza es mi ejercicio;
aquí viviré yo con más contento:
mi regalado oficio
es seguir por el campo, o por el viento,
las aves o las fieras,
o pescar de Anfitrite en las riberas.
  Aquí, cuando la aurora
hurte cabello al sol para el tocado
de la frente de Flora,
saldré con tu licencia al verde prado,
a la caza que pare,
y a néctar te sabrá lo que matare;
  no saldré por la tarde
por que no falte noche a tu deseo,
ni cuando Febo arde
en las guedejas del León nemeo,
pondré a la luna redes,
porque no quiero yo que sola quedes.
(Dentro.)

JULIO:

  ¡Guarda el fauno, guarda el fauno!

FLORIS:

¿Qué es esto?

FELICIO:

No os cause pena;
que no se atreven de día
los faunos a las aldeas;
éste es un sátiro necio
que habrá topado en las eras
la bota de algún pastor,
y busca dónde la duerma.

(Entre huyendo FABIO, tiznado.)

FABIO:

¡Socorro, amparo, señores!

CÉFALO:

Pues ¿aquí te atreves, bestia?

FABIO:

Céfalo, detén la espada.
Fabio soy.

CÉFALO:

¿Tú Fabio? Espera.

FABIO:

Sí, señor; ¿no me conoces?

CÉFALO:

Pues ¿cómo desta manera
andas por aqueste monte?

FABIO:

¿Qué tengo?

CÉFALO:

¿Qué? La más fea
figura y rostro que han visto
los pastores de esta selva.

FABIO:

Sin duda me han trastornado.

CÉFALO:

Vente conmigo.

FABIO:

No creas
que mientras aquí vivieres
serás lo que de antes eras.

CÉFALO:

En esta fuente te quiero
lavar.

FABIO:

Vamos, y si llega
algún pastor a matarme,
te ruego que me defiendas.
(Váyanse.)

FLORIS:

  Dime, huésped, ¿desta suerte
tratan los hombres aquí?

FELICIO:

Los que no se guardan, sí.

FLORIS:

De sus engaños me advierte.

FELICIO:

  ¿Qué mayor que el de tu esposo?

FLORIS:

¿A mi esposo han engañado?

FELICIO:

Ninfas se han enamorado
de su talle y rostro hermoso,
  y aun él lo ha estado de alguna.

FLORIS:

¡Ay de mí!

FELICIO:

No lo sé bien,
ni a ti es razón que te den
celos de la misma Luna:
  disimula, que podrás
callando saber quién es.

FLORIS:

Tú, si alguna cosa ves,
huésped, ¿no me avisarás?

FELICIO:

  Como viere tu prudencia.

FLORIS:

Palabra te doy de ser
para los celos mujer,
mas no para la paciencia.

FELICIO:

  Pues yo me voy a informar
de pastores deste valle;
que como tu lengua calle,
bien lo podrás remediar;
  pero si hablas aquí,
transformarán a tu esposo.

FLORIS:

Vete.

FELICIO:

Júpiter piadoso
se duela de él y de ti.
(Váyase.)

FLORIS:

  ¡Oh mal que el cielo dió para castigo
de quien vivir con libertad pretende!
No digo amor, que amor a nadie ofende;
celos iba a decir, agravios digo.
Pero si celos son con un testigo,
¿qué amor de la sospecha se defiende?
pues una sola vida y alma enciende
a quejarme de ti, dulce enemigo.
Dice mi amor que deje los desvelos,
con que a engañarme la sospecha viene
entre seguridades y recelos.
Y como en esta duda se entretiene,
voy a quererte, y tiénenme los celos;
voy a olvidarte, y el amor me tiene.

(Entren CÉFALO y FABIO.)

CÉFALO:

  Aun agora pareces
hombre como los otros, Fabio amigo.

FABIO:

Dame tus pies mil veces,
si puedo ya, señora, hablar contigo.
{{Pt|FLORIS:|
Fabio, de aquestas selvas
será milagro que a la patria vuelvas.v

FABIO:

  Dios nos defienda a todos.

CÉFALO:

Mi bien, antes que el sol su rostro encienda,
por los más tiernos modos
de amor, te pido, dulce hermosa prenda,
licencia para darte
despojos de una fiera en cierta parte:
  dióme un pastor aviso;
déjamela matar por vida tuya;
que al Príncipe no quiso
darle este lance en una selva suya,
y por eso querría
que fuese empresa solamente mía;
  no te enojes, mis ojos;
que por sus luces amorosas juro
de no te dar enojos,
pues con jurar por ellos te aseguro
de volver esta siesta,
y aguardarásme tú la mesa puesta.
  Ea, ¿qué dices?, ¿puedo?
Di que sí por tu vida.

FLORIS:

Ya lo digo.

CÉFALO:

Con pena quedas.

FLORIS:

Quedo
triste de no saber que voy contigo.

CÉFALO:

Y dentro de mi pecho,
de amores tuyos y regalos hecho.

FLORIS:

  No me digas amores;
que quien los dice al tiempo que se parte,
gustos tiene traidores.

CÉFALO:

Pues ¿hay causa mayor?

FLORIS:

Quiero avisarte,
mi bien, que han de decirse
para quedarse, y no para partirse.
  Este dardo Diana
me dió para las fieras, tan dichoso
que no hace suerte vana
en tigre, en pardo, en sierpe, en león, en oso
que cobardes venados
de verle se le rindan por los prados.
  Este te doy, mis ojos,
porque te acuestes en aquesta ausencia.

CÉFALO:

¿Ausencia? Dasme enojos.
Siempre, mi vida, estás en mi presencia:
aceto y beso el dardo
que basta a hacerme cazador gallardo.
  De hoy más tembladme, fieras,
que de vosotras soy fatal estrago
por montes y riberas;
adiós, mi bien.

FLORIS:

Aún no me satisfago
de mi temor celoso,
que es cobarde el temor si está dudoso.

CÉFALO:

  Vente, Fabio, conmigo.

FABIO:

¿Allá tengo de ir?

CÉFALO:

No tengas miedo.

FABIO:

¿Qué es miedo? Voy contigo,
ya Marte en el valor.

FLORIS:

Muriendo quedo:
los cielos te acompañen;
ni las fieras, mi bien, ni el sol, te dañen.

FABIO:

  No voy con mucho gusto,
que desde que por fauno me tuvieron,
traigo mortal disgusto.

FLORIS:

¡Ay, cielos! Mis deseos se cumplieron,
si este nombre merecen
celos que a ver si son verdad se ofrecen:
  seguir quiero a mi esposo;
sin duda alguna ninfa que le tuvo
con encanto amoroso,
y un año en este bosque le detuvo,
le ha dicho que le aguarda:
¡celos, volad, que amor es ave y tarda!
(BELISA entre.)

BELISA:

  ¿Dónde vas, Floris hermosa?

FLORIS:

No me detengas, Belisa,
pues que mi inquietud te avisa
que debo de estar celosa.

BELISA:

Ya que has vuelto a ser esposa
de Céfalo, sin temor
vive, que el pasado amor
de quien aquí le quería,
se templó desde aquel día
que conoció tu valor.

FLORIS:

  ¿Quiéresme decir quién es?

BELISA:

No, pues que ya no te ofende.

FLORIS:

Belisa, el amor se enciende
con las dudas, ya lo ves.

BELISA:

Si te ha de pesar después,
mejor encubierto está.

FLORIS:

¿Ni una letra me dirá
tu rigor de esta mujer?

BELISA:

Una, ¿qué te puede hacer?

FLORIS:

¡Di, por Dios!

BELISA:

Comienza en A.

FLORIS:

  Di la segunda siquiera:
que bien me lo debes tú.

BELISA:

¡Extraña estás!

FLORIS:

Dila.

BELISA:

Es U.

FLORIS:

¿Burlas, Belisa?

BELISA:

Quisiera.

FLORIS:

Dime la letra tercera.

BELISA:

La tercera letra es R.

FLORIS:

Haz que esa letra se cierre.

BELISA:

Perdona; que estás cansada.

FLORIS:

Soy celosa desdichada,
o habrá cosa en que no yerre.
(Váyase FLORIS.)

BELISA:

  ¡Necia estás!
(Entre AURORA.)

AURORA:

¿Qué es lo que agora
dijiste a Floris de mí?

BELISA:

Tres letras le dije aquí
de tu nombre, hermosa Aurora;
que como su esposo adora,
el dueño saber procura
de sus celos.

AURORA:

No es cordura,
porque se aumenta el amor
con la envidia y el temor
que da la ajena hermosura.
  Cuando yo a Floris no vía,
menos sentía el desdén,
Belisa amiga, de quien
por ella me aborrecía;
mas desde aquel triste día,
por Céfalo estoy muriendo;
de Floris lo mismo entiendo
si supiese que soy yo
por quien un año olvidó
lo que envidiosa pretendo.

BELISA:

  Hablando hemos bajado
a la fuente de Diana.

AURORA:

Lo fresco de la mañana
ilustró su verde prado.

BELISA:

Las verdes ramas han dado
señal de que gente viene.

AURORA:

Ya ni guardarme conviene,
ni ser más que una mujer
que mira en otro poder
toda la vida que tiene.
(Salen CÉFALO, con el dardo, y FABIO.)

FABIO:

  Aquí puedes descansar.

CÉFALO:

Y más, que las linfas puras
se adornan de dos figuras.

FABIO:

Y es mármol que sabe andar.

CÉFALO:

Cansado vengo de dar
pasos sin provecho al viento.

AURORA:

¿Eres tú, monstruo sediento?
¿Vienes a dar a la fuente
veneno, con que la gente
muera de cristal violento?
  ¿Eres tú quien me dejó
cuando más alma le di,
y quien luego trujo aquí
la causa que me mató?
¡Ingrato! ¿En qué te ofendió
mi amor? Fuéraste con ella,
gozárasla; mas traella
donde la viesen mis ojos,
¿fue para aumentarme enojos,
o para darlos a ella?
  ¿Qué puede Floris hacer
si sabe que yo te quiero?
Y yo, ¿qué he de hacer, si muero
de que la has de querer?
Las dos habemos de ser
desdichadas pues te agrada,
por bizarría excusada,
que perdamos alma y vida;
ella, celosa querida,
y yo, celosa olvidada.

(Váyase.)

CÉFALO:

  ¡Aurora, Aurora!

BELISA:

No es bien
que vuelva a satisfacciones
mujer que a morir la pones
con tan ingrato desdén.

FABIO:

Y tú, ¿quéjaste también
de que soy ingrato yo?

BELISA:

¿Tú no eres hombre?

FABIO:

Yo, no,

BELISA:

¿Eres fauno? ¿Bestia eres?
(Váyase BELISA.)

FABIO:

¿Tales dejáis las mujeres
a quien vida y alma os dió?
  Tú me debes de engañar;
que yo debo de tener
otra cara desde ayer.

CÉFALO:

Allí te puedes mirar,
mas déjame descansar
al rüido de esta fuente;
que amor, cuando ya no siente,
es mármol a toda queja,
y si vuelve a lo que deja,
todo cuanto dice miente.

(Siéntase CÉFALO.)

FABIO:

  En amores acabados,
siempre fui de parecer
que ni el hombre, o la mujer,
vuelven bien reconciliados.
Aquellos gustos pasados
todos parecen fealdades;
las finezas, necedades;
las locuras, fantasías;
los papeles, boberías;
y los amores frialdades;
  descansa, y goza tu esposa.
(Sale FLORIS.)

FLORIS:

Por aquí pienso que van:
pero ¿qué digo? Allí están;
selva, esconde una celosa.

CÉFALO:

¡Ven, Aurora mía amorosa!
¡Ven, Aura mía suave!

FLORIS:

¡Ay cielos, todo se sabe!
¿A Aura llama? ¡Sí, Aura espera!
¡Viva mi honor, mi amor muera
como mi vida se acabe!

CÉFALO:

  ¡Aura, venme a refrescar:
que tengo de aquesta siesta
gran deseo de tus brazos!

FLORIS:

¡Ay Dios, sus brazos desea!
Aura llama; ya, ¿qué dudo?
Las letras dicen que es ella;
verdad me dijo Belisa.
ellas son las mismas letras:
la primera letra es A;
U, la segunda; tercera,
es R.

CÉFALO:

¡Ven, Aura hermosa!

FABIO:

Ya por estas hojas suena.

FLORIS:

No querría que de mí
le advirtiesen estas quejas;
aquí me quiero esconder
para aguardar a que venga.
Traidores hombres, ¿de quién
puede fiarse una ausencia?
Loca está mujer que os ama.
(Entrese.)

CÉFALO:

Ya el viento, Fabio, refresca.

FABIO:

No tengo por buena vida
la del cazador.

CÉFALO:

No seas
enemigo de la caza,
que es imagen de la guerra.

FABIO:

Es notable su trabajo;
ya por montes, ya por sierras,
ya le derriban los troncos,
ya el caballo le despeña;
oféndele el sol, el aire;
come mal, duerme en la hierba,
y aún se envejece más presto:
dichoso un hombre que juega;
lindo vicio estar sentado
en una silla a una mesa,
hecho tejedor de naipes.
Unos salen, otros entran;
si gana, dice donaires;
toda la chusma celebra
las necedades que dice
por los baratos que espera.
Nunca le faltan dineros,
todos le dan y le prestan,
no le despeña el caballo
estáse la silla queda,
y nunca es tan desdichado,
por más que jugando pierda,
que no le falten amigos
y dineros.

CÉFALO:

Bien te quejas,
y conforman a tu honor
tus deseos.

FABIO:

Yo quisiera
ejercicios descansados.

CÉFALO:

¿Qué es lo que en las ramas suena?

FABIO:

No sé, por Dios.

CÉFALO:

¿Si es acaso,
Fabio amigo, aquella fiera
que nos dijo aquel pastor?

FABIO:

No creas, señor, que es ella.

CÉFALO:

¿Cómo no? Tirarla quiero.

FABIO:

No la tires.

CÉFALO:

¡Fuera!

FABIO:

Espera.

CÉFALO:

Haz esta famosa suerte,
dardo de Diana bella.
(Dentro.)

FLORIS:

¡Ay, esposo, que me has muerto!

CÉFALO:

¿Es voz?

FABIO:

El alma me tiembla:
que me has muerto, esposo, dijo.

CÉFALO:

¿Esposo? Apártate.

FABIO:

Llega.
(Salga FLORIS con otro dardo atravesado, que le habrán puesto entretanto que estaba escondida, de la misma manera, terciado de azul y oro.)

FLORIS:

¡Ay, Céfalo de mi vida,
aunque ya la tengo apenas!

CÉFALO:

¿Eres tú, señora mía?

FLORIS:

¿Quién quieres, mi bien, que sea?

CÉFALO:

¿Yo te he muerto?

FLORIS:

Tú me has muerto.

CÉFALO:

¡Desdichada fue mi estrella!
¿Qué haré, Fabio?

FABIO:

Estoy sin alma.

CÉFALO:

Mataréme antes que muera.

FLORIS:

¡Esposo, esposo!

CÉFALO:

¡Mi vida!

FLORIS:

¡Ay Dios, qué mal te aconsejas
en matarte, pues me matas
dos veces de esa manera!
Llégate a mí, señor mío;
oye, ansí más dichas tengas
que tu desdichada esposa,
pues ha de ser la postrera,
una palabra no más;
mira que ya por la puerta
de la herida sale el alma.

CÉFALO:

Aquí estoy, para que creas
que no sé cuál es mayor,
o la vergüenza, o la pena.

FLORIS:

Sólo un bien quiero pedirte
que en la muerte me concedas,
y hasme de dar la palabra
de cumplir lo que prometas;
que lo que pide el que muere,
obliga con mucha fuerza.

CÉFALO:

¿Qué me puedes tú pedir
que dificultoso sea,
no pidiéndome que viva
después que te viere muerta?

FLORIS:

Que no te cases con Aura,
Aura que tanto deseas,
Aura que tanto llamabas,
pues que me has muerto por ella:
por ella vine celosa;
mi amor, mi bien, te merezca
que no le des este gusto.

CÉFALO:

¿Hay desdicha como aquésta?
¿Celos de Aura te han traído
siguiéndome por la selva?
Aura, amores, no es mujer,
ni yo la llamé por verla;
Aura es un viento, mis ojos,
que blandamente refresca.
¿Hay tal engaño?

FABIO:

¡Por Dios,
que con razón te lamentas
de tu estrella desdichada!

CÉFALO:

Y ¡qué desdichada estrella!
¡Pastores de aquestos montes,
ninfas, aves, flores, fieras,
venid a matarme todos;
yo os maté la primavera
yo he muerto al sol!
(El PRÍNCIPE DORISTEO, PERSEO, AURORA, BELISA, FELICIO y todos.)

DORISTEO:

¿Qué es aquesto?
Céfalo, ¿de qué te quejas?

CÉFALO:

¡Ay, príncipe Doristeo!
¿Qué mal puede haber que sea
como el mío? ¡He muerto a Floris!

DORISTEO:

¿Tú mismo?

CÉFALO:

Entre estas adelfas,
celosa estaba escuchando
las palabras lisonjeras
que al Aura dije, abrasado
del sol en su ardiente siesta.
Pensé que era fiera, ¡ay triste!
Tiréle este dardo, que era
prenda de la infame diosa
que estas riberas afrenta.
¡Dejadme quitar la vida!

DORISTEO:

Deja la espada: no quieras
más espada que el dolor.

AURORA:

¡Floris! ¡Ah, Floris!

BELISA:

¡Ah, bella
Floris!

FABIO:

Ya el alma partió.

CÉFALO:

¡Ah, señora! ¿Al fin me dejas?
¿Por qué me estorbáis matarme?
¡Vive Dios, Luna sangrienta,
que de envidia diste el dardo
a mi esposa, que a tu esfera
suban mis brazos gigantes,
con más olimpos y Flegras!
Echaréte de los cielos,
porque los cielos no tengan
envidiosas del valor
de la virtud de la tierra;
ya saben que no eres casta,
aunque de casta te precias;
pregúntale a Endimión
qué dice de tus flaquezas.

FABIO:

¡Ah, señor, vuelve en tu acuerdo!

DORISTEO:

El alma tengo suspensa.

AURORA:

Y yo, en lugar de venganza,
le ofrezco lágrimas tiernas.

DORISTEO:

Floris, yo fui desdichado
en amarte; si mi pena
es tan grande aborrecido,
¿cuál será la que le queda
a quien fue de ti adorado?
Dadle, ninfas de estas selvas,
sepultura en oro y jaspe,
y acabe aquí la tragedia
de la mujer que ha tenido
más desdicha y más firmeza.