XXIII
La araucana segunda parte
de Alonso de Ercilla
XXIV
XXV

XXIV


En este canto sólo se contiene la gran batalla naval, el desbarate
y rota de la armada turquesca con la huida de Ochalí

La sazón, gran Felipe, es ya llegada
en que mi voz, de vos favorecida,
cante la universal y gran jornada
en las ausonias olas definida;
la soberbia otomana derrocada,
su marítima fuerza destruida,
los varios hados, diferentes suertes,
el sangriento destrozo y crudas muertes.

Abridme, ¡oh sacras Musas!, vuestra fuente
y dadme nuevo espíritu y aliento,
con estilo y lenguaje conveniente
a mi arrojado y grande atrevimiento
para decir estensa y claramente
deste naval conflito el rompimiento
y las gentes que están juntas a una
debajo deste golpe de fortuna.

¿Quién bastará a contar los escuadrones
y el número copioso de galeras,
la multitud y mezcla de naciones,
estandartes, enseñas y banderas;
las defensas, pertrechos, municiones,
las diferencias de armas y maneras,
máquinas, artificios y instrumentos,
aparatos, divisas y ornamentos?

Vi corvatos, dalmacios, esclavones,
búlgaros, albaneses, trasilvanos,
tártaros, tracios, griegos, macedones,
turcos, lidios, armenios, gorgianos,
sirios, árabes, licios, licaones,
númidas, sarracenos, africanos,
jenízaros, sanjacos, capitanes,
chauces, behelerbeyes y bajanes.



Vi allí también de la nación de España
la flor de juventud y gallardía,
la nobleza de Italia y de Alemaña,
una audaz y bizarra compañía:
todos ornados de riqueza estraña,
con animosa muestra y lozanía,
y en las popas, carceses y trinquetes,
flámulas, banderolas, gallardetes.

Así las dos armadas, pues, venían
en tal manera y orden navegando
que dos espesos bosques parecían
que poco a poco se iban allegando.
Las cicaladas armas relucían
en el inquieto mar reverberando,
ofendiendo la vista desde lejos
las agudas vislumbres y reflejos.

Por nuestra armada al uno y otro lado
una presta fragata discurría,
donde venía un mancebo levantado
de gallarda aparencia y bizarría,
un riquísimo y fuerte peto armado,
con tanta autoridad, que parecía
en su disposición, figura y arte,
hijo de la Fortuna y del dios Marte.

Yo, codicioso de saber quién era,
aficionado al talle y apostura,
mirando atentamente la manera,
el aire, el ademán y compostura,
en la fuerte celada, en la testera
vi escrito en el relieve y grabadura
(de letras de oro, el campo en sangre tinto):
DON IUAN, HIJO DE CÉSAR CARLOS QUINTO.

El cual acá y allá siempre corría
por medio del bullicio y alboroto
y en la fragata cerca del venía
el viejo secretario, Juan de Soto,
de quien el mago anciano me decía
ser en todas las cosas de gran voto,
persona de discursos y esperiencia,
de muchas expedición y suficiencia.



Don Iuan a la sazón los exhortaba
a la batalla y trance peligroso,
con ánimo y valor que aseguraba
por cierta la vitoria y fin dudoso;
y su gran corazón facilitaba
lo que el temor hacía dificultoso,
derramando por toda aquella gente
un bélico furor y fuego ardiente

diciendo: «¡Oh valerosa compañía,
muralla de la Iglesia inexpugnable,
llegada es la ocasión, éste es el día
que dejáis vuestro nombre memorable,
calad armas y remos a porfía
y la invencible fuerza y fe inviolable
mostrad contra estos pérfidos paganos
que vienen a morir a vuestras manos!

Que quien volver de aquí vivo desea
al patrio nido y casa conocida,
por medio desa armada gente crea
que ha de abrir con la espada la salida;
así cada cual mire que pelea
por su Dios, por su Rey y por la vida,
que no puede salvarla de otra suerte
si no es trayendo el enemigo a muerte.

«Mirad que del valor y espada vuestra
hoy el gran peso y ser del mundo pende;
y entienda cada cual que está en su diestra
toda la gloria y premio que pretende.
Apresuremos la fortuna nuestra
que la larga tardanza nos ofende
pues no estáis de cumplir vuestro deseo
mas del poco de mar que en medio veo.

Vamos, pues, a vencer; no detengamos
nuestra buena fortuna que nos llama;
del hado el curso próspero sigamos
dando materia y fuerzas a la fama:
que solo deste golpe derribamos
la bárbara arrogancia y se derrama
el sonoroso estruendo desta guerra
por todos los confines de la tierra.



Mirad por ese mar alegremente
cuánta gloria os está ya aparejada,
que Dios aquí ha juntado tanta gente
para que a nuestros pies sea derrocada,
y someta hoy aquí todo el Oriente
a nuestro yugo la cerviz domada
y a sus potentes príncipes y reyes
les podamos quitar y poner leyes.

«Hoy con su perdición establecemos
en todo el mundo el crédito cristiano,
que quiere nuestro Dios que quebrantemos
el orgullo y furor mahometano.
¿Qué peligro, ¡oh varones!, temeremos
militando debajo de tal mano?
¿Y quién resistirá vuestras espadas
por la divina mano gobernadas?

Sólo os ruego que, en Christo confiando
que a la muerte de cruz por vos se ofrece,
combata cada cual por Él mostrando
que llamarse su mílite merece.
Con propósito firme protestando
de vencer o morir, que si parece
la vitoria de premio y gloria llena,
la muerte por tal Dios no es menos buena.

Y pues con este fin nos dispusimos
al peligro y rigor desta jornada
y en la defensa de su ley venimos
contra esa gente infiel y renegada,
la justísima causa que seguimos
nos tiene la vitoria asegurada,
así que ya del cielo prometido,
os puedo yo afirmar que habéis vencido».

Súbito allí los pechos más helados
de furor generoso se encendieron,
y de los torpes miembros resfriados,
el temor vergonzoso sacudieron.
Todos, los diestros brazos levantados,
la vitoria o morir le prometieron,
teniendo en poco ya desde aquel punto
el contrario poder del mundo junto.



El valeroso joven, pues, loando
aquella voluntad asegurada,
con súbita presteza el mar cortando,
atravesó por medio de la armada
de blanca espuma el rastro levantando,
cual luciente cometa arrebatada,
cuando veloz, rompiendo el aire espeso,
le suele así dejar gran rato impreso.

Así que brevemente habiendo puesto
en orden las galeras y la gente,
a la suya real se acosta presto,
donde fue saludado alegremente;
y señalando a cada cual su puesto
con el concierto y modo conveniente,
zafa la artillería, y alistada,
iba la vuelta de la turca armada.

Llevaba el cuerno de la diestra mano
el sucesor del ínclito Andrea Doria,
de quien el largo mar Mediterrano
hará perpetua y célebre memoria
y Augustín Barbarigo, veneciano,
proveedor de la armada senatoria,
llevaba el otro cuerno a la siniestra
con orden no menor y bella muestra.

Pues los cuernos iguales y ordenados
la batalla guiaba el hijo dino
del gran Carlos, cerrando los dos lados
las galeras de Malta y Lomelino;
la del Papa y Venecia a los costados,
así continuaban su camino,
cargando con igual compás y estremos
las anchas palas de los largos remos.

Iban seis galeazas delanteras,
bastecidas de gente y artilladas,
puestas de dos en dos en las fronteras,
que a manera de luna iban cerradas.
Seguían luego detrás treinta galeras
al general socorro señaladas,
donde el marqués de Santa Cruz venía
con una valerosa compañía.



Por el orden y término que cuento
la católica armada caminaba
la vuelta de la infiel que a sobreviento,
ganándole la mar, se aventajaba;
pero luego a deshora calmó el viento
y el alto mar sus olas allanaba,
remitiendo fortuna la sentencia
al valor de los brazos y excelencia.

Opuesto al Barbarigo, al cuerno diestro
va Siroco, virrey de Alejandría,
con Memeth Bey, cosario y gran maestro,
que a Negroponto a la sazón regía.
Ochalí, renegado, iba al siniestro
con Carabey, su hijo en compañía
y en medio en la batalla bien cerrada
Alí, gran general de aquella armada.

El cual, reconociendo el duro hado,
y de su perdición la hora postrera,
como prudente capitán y osado,
de la alta popa en la real galera,
con un semblante alegre y confiado
que mostraba, fingido por defuera,
el cristiano poder disminuyendo,
hizo esta breve plática, diciendo:

«No será menester, soldados, creo,
moveros ni incitaros con razones,
que ya por las señales que en vos veo,
se muestran bien las fieras intenciones;
echad fuera la ira y el deseo
desos vuestros fogosos corazones
y las armas tomad, en cuyo hecho
los hados ponen hoy nuestro derecho:

que jamás la fortuna a nuestros ojos
se mostró tan alegre y descubierta
pues cargada de gloria y de despojos,
se viene ya a meter por nuestra puerta.
Rematad el trabajo y los enojos
desta prolija guerra, haciendo cierta
la esperanza y el crédito estimado
que de vuestro valor siempre habéis dado.



No os altere la muestra y el ruido
con que se acerca la enemiga armada:
que sabed que ese ejército movido
y gente de mil reinos allegada,
Fortuna a una cerviz la ha reducido
porque pueda de un golpe ser cortada,
y deis por vuestra mano en solo un día
del mundo al Gran Señor la monarquía.

Que esas gentes sin orden que allí vienen
en el valor y número inferiores,
son las que nos impiden y detienen
el ser de todo el mundo vencedores.
Muestren las armas el poder que tienen,
tomad de esos indignos posesores
las provincias y reinos del Poniente
que os vienen a entregar tan ciegamente.

Que ese su capitán envanecido
es de muy poca edad y suficiencia,
indignamente al cargo promovido,
sin curso, diciplina ni esperiencia
y así, presuntuoso y atrevido,
con ardor juvenil y inadvertencia
trae toda esa gente condenada
a la furia y rigor de vuestra espada.

No penséis que nos venden muy costosa
los hados la vitoria deste día,
que lo más desa armada temerosa
es de la veneciana Señoría,
gente no ejercitada ni industriosa,
dada más al regalo y pulicía
y a las blandas delicias de su tierra
que al robusto ejercicio de la guerra.

Y esotra turbamulta congregada
es pueblo soez y bárbara canalla
de diversas naciones amasada,
en quien conformidad jamás se halla.
Gente que nunca supo qué es espada,
que antes que se comience la batalla
y el espantoso són de artillería
la romperá su misma vocería.



Mas vosotros, varones invencibles,
entre las armas ásperas criados
y en guerras y trabajos insufribles
tantas y tantas veces aprobados,
¿qué peligros habrá ya tan terribles
ni contrarios ejércitos ligados
que basten a poneros algún miedo,
ni a resfriar vuestro ánimo y denuedo?

Ya me parece ver gloriosamente
la riza y mortandad de vuestra mano
y ese interpuesto mar con más creciente,
teñido en roja sangre el color cano.
Abrid, pues, y romped por esa gente,
echad a fondo ya el poder cristiano
tomando posesión de un golpe solo
del Gange a Chile y de uno al otro polo».

Así el Bajá en el limitado trecho
los dispuestos soldados animaba
y de la heroica empresa y alto hecho
el próspero suceso aseguraba
pero en lo hondo del secreto pecho
siempre el negocio más dificultaba,
tomando por agüero ya contrario
la gran resolución del adversario.

Y más cuando un genízaro forzado
que iba sobre la gata descubriendo,
después de haberse bien certificado
las galeras de allí reconociendo,
dijo: «El cuerpo de en medio y diestro lado
y el socorro que atrás viene siguiendo,
si mi vista de aquí no desatina,
es de la armada y gente ponentina».

Sintió el Bajá no menos que la muerte
lo que el cristiano cierto le afirmaba
pero mostrando esfuerzo y pecho fuerte
el secreto dolor disimulaba,
y así al cuerpo de en medio, que por suerte
según orden de guerra le tocaba,
enderezó su escuadra aventajada
de sus tendidos cuernos abrigada.



Llegado el punto ya del rompimiento
que los precisos hados señalaron,
con una furia igual y movimiento
las potentes armadas se juntaron,
donde por todas partes a un momento
los cargados cañones dispararon
con un terrible estrépito de modo
que parecía temblar el mundo todo.

El humo, el fuego, el espantoso estruendo
de los furiosos tiros escupidos,
el recio destroncar y encuentro horrendo
de las proas y mástiles rompidos,
el rumor de las armas estupendo,
las varias voces, gritos y apellidos,
todo en revuelta confusión hacía
espectáculo horrible y armonía.

No la ciudad de Príamo asolada
por tantas partes sin cesar ardía
ni el crudo efeto de la griega espada
con tal rigor y estrépito se oía,
como la turca y la cristiana armada
que, envuelta en humo y fuego, parecía
no sólo arder el mar, hundirse el suelo,
pero venirse abajo el alto cielo.

El gallardo don Iuan, reconocida
la enemiga real que iba en la frente,
hendiendo recio el agua rebatida
rompe por medio de la llama ardiente;
mas la turca, con ímpetu impelida
le sale a recebir, donde igualmente
se embisten con furiosos encontrones
rompiendo los herrados espolones.

No estaban las reales aferradas
cuando de gran tropel sobrevinieron
siete galeras turcas bien armadas
que en la cristiana súbito embistieron;
pero de no menor furia llevadas,
al socorro sobre ellas acudieron
de la derecha y de la izquierda mano
la general del Papa y veneciano,



do con segunda autoridad venía
por general del Sumo Quinto Pío
Marco Antonio Colona, a quien seguía
una escuadra de mozos de gran brío;
tras la cual al socorro arremetía
por el camino y paso más vacío
la Patrona de España y Capitana,
rompiendo el golpe y multitud pagana.

El Príncipe de Parma valeroso,
que iba en la capitana ginovesa
hendiendo el mar revuelto y espumoso,
se arroja en medio de la escuadra apriesa.
La confusión y revolver furioso
y del humo la negra nube espesa
la codiciosa vista me impedía
y así a muchos allí desconocía.

Mons de Leñí con su galera presto
por su parte embistió y cerró el camino,
donde llegó de los primeros puesto
el valeroso príncipe de Urbino,
que a la bárbara furia contrapuesto,
con ánimo y esfuerzo peregrino,
gallarda y singular prueba hacía
de su valor, virtud y valentía.

Luego con igual ímpetu y denuedo
llegan unas con otras abordarse,
cerrándose tan juntas que a pie quedo
pueden con las espadas golpearse.
No bastaba la muerte a poner miedo
ni allí se vio peligro rehusarse,
aunque al arremeter viesen derechos
disparar los cañones a los pechos.

Así la airada gente, deseosa
de ejecutar sus golpes, se juntaban
y cual violenta tempestad furiosa,
los tiros y altos brazos descargaban.
Era de ver la priesa hervorosa
con que las fieras armas meneaban,
la mar de sangre súbito cubierta,
comenzó a recebir la gente muerta.



Por las proas, por popas y costados
se acometen y ofenden sin sosiego:
unos cayendo mueren ahogados,
otros a puro hierro, otros a fuego,
no faltando en los puestos desdichados
quien a los muertos sucediese luego:
que muerte ni rigor de artillería,
jamás bastó a dejar plaza vacía.

La sazón, gran Felipe, es ya llegada
en que mi voz, de vos favorecida,
cante la universal y gran jornada
en las ausonias olas definida;
la soberbia otomana derrocada,
su marítima fuerza destruida,
los varios hados, diferentes suertes,
el sangriento destrozo y crudas muertes.

Abridme, ¡oh sacras Musas!, vuestra fuente
y dadme nuevo espíritu y aliento,
con estilo y lenguaje conveniente
a mi arrojado y grande atrevimiento
para decir estensa y claramente
desde naval conflito el rompimiento
y las gentes que están juntas a una
debajo deste golpe de fortuna.

¿Quién bastará a contar los escuadrones
y el número copioso de galeras,
la multitud y mezcla de naciones,
estandartes, enseñas y banderas;
las defensas, pertrechos, municiones,
las diferencias de armas y maneras,
máquinas, artificios y instrumentos,
aparatos, divisas y ornamentos?

Vi corvatos, dalmacios, esclavones,
búlgaros, albaneses, trasilvanos,
tártaros, tracios, griegos, macedones,
turcos, lidios, armenios, gorgianos,
sirios, árabes, licios, licaones,
númidas, sarracenos, africanos,
genízaros, sanjacos, capitanes,
chauces, behelerbeyes y bajanes.



Vi allí también de la nación de España
la flor de juventud y gallardía,
la nobleza de Italia y de Alemaña,
una audaz y bizarra compañía:
todos ornados de riqueza estraña,
con animosa muestra y lozanía,
y en las popas, carceses y trinquetes,
flámulas, banderolas, gallardetes.

Así las dos armadas, pues, venían
en tal manera y orden navegando
que dos espesos bosques parecían
que poco a poco se iban allegando.
Las cicaladas armas relucían
en el inquieto mar reverberando,
ofendiendo la vista desde lejos
las agudas vislumbres y reflejos.

Por nuestra armada al uno y otro lado
una presta fragata discurría,
donde venía un mancebo levantado
de gallarda aparencia y bizarría,
un riquísimo y fuerte peto armado,
con tanta autoridad, que parecía
en su disposición, figura y arte,
hijo de la Fortuna y del dios Marte.

Yo, codicioso de saber quién era,
aficionado al talle y apostura,
mirando atentamente la manera,
el aire, el ademán y compostura,
en la fuerte celada, en la testera
vi escrito en el relieve y grabadura
(de letras de oro, el campo en sangre tinto):
DON IUAN, HIJO DE CÉSAR CARLOS QUINTO.

El cual acá y allá siempre corría
por medio del bullicio y alboroto
y en la fragata cerca del venía
el viejo secretario, Juan de Soto,
de quien el mago anciano me decía
ser en todas las cosas de gran voto,
persona de discursos y esperiencia,
de muchas expedición y suficiencia.



Don Iuan a la sazón los exhortaba
a la batalla y trance peligroso,
con ánimo y valor que aseguraba
por cierta la vitoria y fin dudoso;
y su gran corazón facilitaba
lo que el temor hacía dificultoso,
derramando por toda aquella gente
un bélico furor y fuego ardiente

diciendo: «¡Oh valerosa compañía,
muralla de la Iglesia inexpugnable,
llegada es la ocasión, éste es el día
que dejáis vuestro nombre memorable,
calad armas y remos a porfía
y la invencible fuerza y fe inviolable
mostrad contra estos pérfidos paganos
que vienen a morir a vuestras manos!

Que quien volver de aquí vivo desea
al patrio nido y casa conocida,
por medio desa armada gente crea
que ha de abrir con la espada la salida;
así cada cual mire que pelea
por su Dios, por su Rey y por la vida,
que no puede salvarla de otra suerte
si no es trayendo el enemigo a muerte.

«Mirad que del valor y espada vuestra
hoy el gran peso y ser del mundo pende;
y entienda cada cual que está en su diestra
toda la gloria y premio que pretende.
Apresuremos la fortuna nuestra
que la larga tardanza nos ofende
pues no estáis de cumplir vuestro deseo
mas del poco de mar que en medio veo.

Vamos, pues, a vencer; no detengamos
nuestra buena fortuna que nos llama;
del hado el curso próspero sigamos
dando materia y fuerzas a la fama:
que solo deste golpe derribamos
la bárbara arrogancia y se derrama
el sonoroso estruendo desta guerra
por todos los confines de la tierra.



Mirad por ese mar alegremente
cuánta gloria os está ya aparejada,
que Dios aquí ha juntado tanta gente
para que a nuestros pies sea derrocada,
y someta hoy aquí todo el Oriente
a nuestro yugo la cerviz domada
y a sus potentes príncipes y reyes
les podamos quitar y poner leyes.

«Hoy con su perdición establecemos
en todo el mundo el crédito cristiano,
que quiere nuestro Dios que quebrantemos
el orgullo y furor mahometano.
¿Qué peligro, ¡oh varones!, temeremos
militando debajo de tal mano?
¿Y quién resistirá vuestras espadas
por la divina mano gobernadas?

Sólo os ruego que, en Christo confiando
que a la muerte de cruz por vos se ofrece,
combata cada cual por Él mostrando
que llamarse su mílite merece.
Con propósito firme protestando
de vencer o morir, que si parece
la vitoria de premio y gloria llena,
la muerte por tal Dios no es menos buena.

Y pues con este fin nos dispusimos
al peligro y rigor desta jornada
y en la defensa de su ley venimos
contra esa gente infiel y renegada,
la justísima causa que seguimos
nos tiene la vitoria asegurada,
así que ya del cielo prometido,
os puedo yo afirmar que habéis vencido».

Súbito allí los pechos más helados
de furor generoso se encendieron,
y de los torpes miembros resfriados,
el temor vergonzoso sacudieron.
Todos, los diestros brazos levantados,
la vitoria o morir le prometieron,
teniendo en poco ya desde aquel punto
el contrario poder del mundo junto.



El valeroso joven, pues, loando
aquella voluntad asegurada,
con súbita presteza el mar cortando,
atravesó por medio de la armada
de blanca espuma el rastro levantando,
cual luciente cometa arrebatada,
cuando veloz, rompiendo el aire espeso,
le suele así dejar gran rato impreso.

Así que brevemente habiendo puesto
en orden las galeras y la gente,
a la suya real se acosta presto,
donde fue saludado alegremente;
y señalando a cada cual su puesto
con el concierto y modo conveniente,
zafa la artillería, y alistada,
iba la vuelta de la turca armada.

Llevaba el cuerno de la diestra mano
el sucesor del ínclito Andrea Doria,
de quien el largo mar Mediterrano
hará perpetua y célebre memoria
y Augustín Barbarigo, veneciano,
proveedor de la armada senatoria,
llevaba el otro cuerno a la siniestra
con orden no menor y bella muestra.

Pues los cuernos iguales y ordenados
la batalla guiaba el hijo dino
del gran Carlos, cerrando los dos lados
las galeras de Malta y Lomelino;
la del Papa y Venecia a los costados,
así continuaban su camino,
cargando con igual compás y estremos
las anchas palas de los largos remos.

Iban seis galeazas delanteras,
bastecidas de gente y artilladas,
puestas de dos en dos en las fronteras,
que a manera de luna iban cerradas.
Seguían luego detrás treinta galeras
al general socorro señaladas,
donde el marqués de Santa Cruz venía
con una valerosa compañía.



Por el orden y término que cuento
la católica armada caminaba
la vuelta de la infiel que a sobreviento,
ganándole la mar, se aventajaba;
pero luego a deshora calmó el viento
y el alto mar sus olas allanaba,
remitiendo fortuna la sentencia
al valor de los brazos y excelencia.

Opuesto al Barbarigo, al cuerno diestro
va Siroco, virrey de Alejandría,
con Memeth Bey, cosario y gran maestro,
que a Negroponto a la sazón regía.
Ochalí, renegado, iba al siniestro
con Carabey, su hijo en compañía
y en medio en la batalla bien cerrada
Alí, gran general de aquella armada.

El cual, reconociendo el duro hado,
y de su perdición la hora postrera,
como prudente capitán y osado,
de la alta popa en la real galera,
con un semblante alegre y confiado
que mostraba, fingido por defuera,
el cristiano poder disminuyendo,
hizo esta breve plática, diciendo:

«No será menester, soldados, creo,
moveros ni incitaros con razones,
que ya por las señales que en vos veo,
se muestran bien las fieras intenciones;
echad fuera la ira y el deseo
desos vuestros fogosos corazones
y las armas tomad, en cuyo hecho
los hados ponen hoy nuestro derecho:

que jamás la fortuna a nuestros ojos
se mostró tan alegre y descubierta
pues cargada de gloria y de despojos,
se viene ya a meter por nuestra puerta.
Rematad el trabajo y los enojos
desta prolija guerra, haciendo cierta
la esperanza y el crédito estimado
que de vuestro valor siempre habéis dado.



No os altere la muestra y el ruido
con que se acerca la enemiga armada:
que sabed que ese ejército movido
y gente de mil reinos allegada,
Fortuna a una cerviz la ha reducido
porque pueda de un golpe ser cortada,
y deis por vuestra mano en solo un día
del mundo al Gran Señor la monarquía.

Que esas gentes sin orden que allí vienen
en el valor y número inferiores,
son las que nos impiden y detienen
el ser de todo el mundo vencedores.
Muestren las armas el poder que tienen,
tomad de esos indignos posesores
las provincias y reinos del Poniente
que os vienen a entregar tan ciegamente.

Que ese su capitán envanecido
es de muy poca edad y suficiencia,
indignamente al cargo promovido,
sin curso, diciplina ni esperiencia
y así, presuntuoso y atrevido,
con ardor juvenil y inadvertencia
trae toda esa gente condenada
a la furia y rigor de vuestra espada.

No penséis que nos venden muy costosa
los hados la vitoria deste día,
que lo más desa armada temerosa
es de la veneciana Señoría,
gente no ejercitada ni industriosa,
dada más al regalo y pulicía
y a las blandas delicias de su tierra
que al robusto ejercicio de la guerra.

Y esotra turbamulta congregada
es pueblo soez y bárbara canalla
de diversas naciones amasada,
en quien conformidad jamás se halla.
Gente que nunca supo qué es espada,
que antes que se comience la batalla
y el espantoso són de artillería
la romperá su misma vocería.



Mas vosotros, varones invencibles,
entre las armas ásperas criados
y en guerras y trabajos insufribles
tantas y tantas veces aprobados,
¿qué peligros habrá ya tan terribles
ni contrarios ejércitos ligados
que basten a poneros algún miedo,
ni a resfriar vuestro ánimo y denuedo?

Ya me parece ver gloriosamente
la riza y mortandad de vuestra mano
y ese interpuesto mar con más creciente,
teñido en roja sangre el color cano.
Abrid, pues, y romped por esa gente,
echad a fondo ya el poder cristiano
tomando posesión de un golpe solo
del Gange a Chile y de uno al otro polo».

Así el Bajá en el limitado trecho
los dispuestos soldados animaba
y de la heroica empresa y alto hecho
el próspero suceso aseguraba
pero en lo hondo del secreto pecho
siempre el negocio más dificultaba,
tomando por agüero ya contrario
la gran resolución del adversario.

Y más cuando un genízaro forzado
que iba sobre la gata descubriendo,
después de haberse bien certificado
las galeras de allí reconociendo,
dijo: «El cuerpo de en medio y diestro lado
y el socorro que atrás viene siguiendo,
si mi vista de aquí no desatina,
es de la armada y gente ponentina».

Sintió el Bajá no menos que la muerte
lo que el cristiano cierto le afirmaba
pero mostrando esfuerzo y pecho fuerte
el secreto dolor disimulaba,
y así al cuerpo de en medio, que por suerte
según orden de guerra le tocaba,
enderezó su escuadra aventajada
de sus tendidos cuernos abrigada.



Llegado el punto ya del rompimiento
que los precisos hados señalaron,
con una furia igual y movimiento
las potentes armadas se juntaron,
donde por todas partes a un momento
los cargados cañones dispararon
con un terrible estrépito de modo
que parecía temblar el mundo todo.

El humo, el fuego, el espantoso estruendo
de los furiosos tiros escupidos,
el recio destroncar y encuentro horrendo
de las proas y mástiles rompidos,
el rumor de las armas estupendo,
las varias voces, gritos y apellidos,
todo en revuelta confusión hacía
espectáculo horrible y armonía.

No la ciudad de Príamo asolada
por tantas partes sin cesar ardía
ni el crudo efeto de la griega espada
con tal rigor y estrépito se oía,
como la turca y la cristiana armada
que, envuelta en humo y fuego, parecía
no sólo arder el mar, hundirse el suelo,
pero venirse abajo el alto cielo.

El gallardo don Iuan, reconocida
la enemiga real que iba en la frente,
hendiendo recio el agua rebatida
rompe por medio de la llama ardiente;
mas la turca, con ímpetu impelida
le sale a recebir, donde igualmente
se embisten con furiosos encontrones
rompiendo los herrados espolones.

No estaban las reales aferradas
cuando de gran tropel sobrevinieron
siete galeras turcas bien armadas
que en la cristiana súbito embistieron;
pero de no menor furia llevadas,
al socorro sobre ellas acudieron
de la derecha y de la izquierda mano
la general del Papa y veneciano,



do con segunda autoridad venía
por general del Sumo Quinto Pío
Marco Antonio Colona, a quien seguía
una escuadra de mozos de gran brío;
tras la cual al socorro arremetía
por el camino y paso más vacío
la Patrona de España y Capitana,
rompiendo el golpe y multitud pagana.

El Príncipe de Parma valeroso,
que iba en la capitana ginovesa
hendiendo el mar revuelto y espumoso,
se arroja en medio de la escuadra apriesa.
La confusión y revolver furioso
y del humo la negra nube espesa
la codiciosa vista me impedía
y así a muchos allí desconocía.

Mons de Leñí con su galera presto
por su parte embistió y cerró el camino,
donde llegó de los primeros puesto
el valeroso príncipe de Urbino,
que a la bárbara furia contrapuesto,
con ánimo y esfuerzo peregrino,
gallarda y singular prueba hacía
de su valor, virtud y valentía.

Luego con igual ímpetu y denuedo
llegan unas con otras abordarse,
cerrándose tan juntas que a pie quedo
pueden con las espadas golpearse.
No bastaba la muerte a poner miedo
ni allí se vio peligro rehusarse,
aunque al arremeter viesen derechos
disparar los cañones a los pechos.

Así la airada gente, deseosa
de ejecutar sus golpes, se juntaban
y cual violenta tempestad furiosa,
los tiros y altos brazos descargaban.
Era de ver la priesa hervorosa
con que las fieras armas meneaban,
la mar de sangre súbito cubierta,
comenzó a recebir la gente muerta.



Por las proas, por popas y costados
se acometen y ofenden sin sosiego:
unos cayendo mueren ahogados,
otros a puro hierro, otros a fuego,
no faltando en los puestos desdichados
quien a los muertos sucediese luego:
que muerte ni rigor de artillería,
jamás bastó a dejar plaza vacía.

Quién por saltar en el bajel contrario
era en medio del salto atravesado;
quién por herir sin tiempo al adversario
caía en el mar, de su furor llevado;
quién con bestial designio temerario
en su nadar y fuerzas confiado,
al odioso enemigo se abrazaba
y en las revueltas olas se arrojaba.

¿Cuál será aquel que no temblase viendo
el fin del mundo y la total ruina,
tantas gentes a un tiempo pereciendo,
tanto cañón, bombarda y culebrina?
El sol los claros rayos recogiendo,
con faz turbada de color sanguina,
entre las negras nubes se escondía,
por no ver el destrozo de aquel día.

Acá y allá con pecho y rostro airado
sobre el rodante carro presuroso,
de Tesifón y Aleto acompañado,
discurre el fiero Marte sanguinoso.
Ora sacude el fuerte brazo armado,
ora bate el escudo fulminoso,
infundiendo en la fiera y brava gente
ira, saña, furor y rabia ardiente.

Quién, faltándole tiros, luego afierra
del pedazo de remo o de la entena;
quién trabuca al forzado y lo deshierra
arrebantando el grillo o la cadena.
No hay cosa de metal, de leño y tierra
que allí para tirar no fuese buena,
rotos bancos, postizas, batayolas,
barriles, escotillas, portañolas.



Y las lanzas y tiros que arrojaban
(aunque del duro acero resurtiesen)
en las sangrientas olas ya hallaban
enemigos que en sí los recibiesen;
y ardiendo en la agua fría peleaban
sin que al adverso hado se rindiesen,
hasta el forzoso y postrimero punto
que faltaba la fuerza y vida junto.

Cuáles, su propia sangre resorbiendo,
andan agonizando sobreaguados;
cuáles, tablas y gúmenas asiendo,
quedan, rindiendo el alma, enclavijados;
cuáles hacer más daño no pudiendo,
a los menos heridos abrazados,
se dejan ir al fondo forcejando,
contentos con morir allí matando.

No es posible contar la gran revuelta
y el confuso tumulto y son horrendo.
Vuela la estopa en vivo fuego envuelta,
alquitrán y resina y pez ardiendo,
la presta llama con la brea revuelta
por la seca madera discurriendo,
con fieros estallidos y centellas
creciendo, amenazaba las estrellas.

Unos al mar se arrojan por salvarse,
del crudo hierro y llamas perseguidos;
otros, que habían probado el ahogarse,
se abrazan a los leños encendidos;
así que con la gana de escaparse
a cualquiera remedio vano asidos,
dentro del agua mueren abrasados,
y en medio de las llamas ahogados.

Muchos, ya con la muerte porfiando,
su opinión aun muriendo sostenían,
los tiros y las lanzas apañando
que de las fuertes armas resurtían,
y en las huidoras olas estribando
los ya cansados brazos sacudían,
empleando en aquellos que topaban
la rabia y pocas fuerzas que quedaban.



Crece el furor y el áspero ruido
del contino batir apresurado;
el mar de todas partes rebatido,
hierve y regüelda cuerpos de apretado.
Y sangriento, alterado y removido,
cual de contrarios vientos arrojado,
todo revuelto en una espuma espesa,
las herradas galeras bate apriesa.

En la alta popa, junto al estandarte,
el ínclito don Iuan resplandecía
más encendido que el airado Marte,
cercado de una ilustre compañía.
De allí provee remedio a toda parte,
acá da priesa, allá socorro envía,
asegurando a todos su persona
soberbio triunfo y la naval corona.

Don Luys de Requesens de otra banda
provoca, exhorta, anima, mueve, incita,
corre, vuelve, revuelve, torna y anda
donde el peligro más le necesita.
Provee, remedia, acude, ordena, manda,
insta, da priesa, induce y solicita,
a la diestra, siniestra, a popa, a proa,
ganando estimación y eterna loa.

Pues el Conde de Pliego don Fernando,
diligente, solícito y cuidoso,
acude a todas partes remediando
lo de menos remedio y más dudoso.
Así pues del cristiano y turco bando
cada cual inquiriendo un fin honroso,
procuraban matando, como digo,
morir en el bajel del enemigo.

Era tanta la furia y tal la priesa,
que el fin y día postrero parecía;
de los tiros la recia lluvia espesa
el aire claro y rojo mar cubría;
crece la rabia, el disparar no cesa
de la presta y continua batería,
atronando el rumor de las espadas
las marítimas costas apartadas.



El buen marqués de Santa Cruz, que estaba
al socorro común apercebido,
visto el trabado juego cuál andaba
y desigual en partes el partido,
sin aguardar más tiempo se arrojaba
en medio de la priesa y gran ruido,
embistiendo con ímpetu furioso
todo lo más revuelto y peligroso.

Viendo, pues, de enemigos rodeada
la galera real con gran porfía,
y que de otra refresco bien armada
a embestirla con ímpetu venía,
saltóle de través, boga arrancada,
y al encuentro y defensa se oponía,
atajando con presto movimiento,
el bárbaro furor y fiero intento.

Después, rabioso, sin parar corriendo
por la áspera batalla discurría:
entra, sale y revuelve socorriendo
y a tres y a cuatro a veces resistía.
¿Quién podrá punto a punto ir refiriendo
las gallardas espadas que este día,
en medio del furor se señalaron
y el mar con turca sangre acrecentaron?

Don Iuan en esto, airado e impaciente
la espaciosa fortuna apresuraba
poniendo espuelas y ánimo a su gente
que envuelta en sangre ajena y propia andaba.
Alí Bajá, no menos diligente,
con gran hervor los suyos esforzaba,
trayéndoles contino a la memoria
el gran premio y honor de la vitoria.

Mas la real cristiana, aventajada
por el grande valor de su caudillo,
a puros brazos y a rigor de espada
abre recio en la turca un gran portillo
por do un grueso tropel de gente armada,
sin poder los contrarios resistillo,
entra con un rumor y furia estraña,
gritando: «¡Cierra!, ¡cierra!; ¡España!, ¡España!»



Los turcos, viendo entrada su galera
del temor y peligro compelidos,
revuelven sobre sí de tal manera
que fueron los cristianos rebatidos;
pero añadiendo furia a la primera
los fuertes españoles ofendidos,
venciendo el nuevo golpe de la gente,
los vuelven a llevar forzosamente

hasta el árbol mayor, donde afirmando
el rostro y pie con nueva confianza
renuevan la batalla, refrescando
el fiero estrago y bárbara matanza.
Carga socorro de uno y otro bando,
fatígales y aqueja la tardanza
de vencer o morir desesperados,
dando gran priesa a los dudosos hados.

La grande multitud de los heridos
que a la batida proa recudían
causaban que a las veces detenidos,
los unos a los otros se impedían;
pero, de medicinas proveídos,
luego de nuevo a combatir volvían,
las enemigas fuerzas reprimiendo
que iban, al parecer, convalenciendo.

En esta gran revuelta y desatino,
que allí cargaba más que en otro lado,
viniendo a socorrer don Bernardino
(más que de vista de ánimo dotado),
fue con súbita furia en el camino
de un fuerte esmerilazo derribado,
cortándole con golpe riguroso
los pasos y designio valeroso.

Fue el poderoso golpe de tal suerte,
demás de la pesada y gran caída,
que resistir no pudo el peto fuerte
ni la rodela a prueba guarnecida.
Al fin el joven con honrada muerte
del todo aseguró la inquieta vida,
envainando en España mil espadas
en contra y daño suyo declaradas.



En esto por tres partes fue embestida
la famosa de Malta capitana,
y apretada de todas y batida
con vieja enemistad y furia insana;
mas la fuerza y virtud tan conocida,
de aquella audaz caballería cristiana,
la multitud pagana contrastando,
iba de punto en punto mejorando.

Pero el virrey de Argel, cosario experto
que a la mira hasta entonces había estado,
hallando al cuerno diestro el paso abierto,
que del todo no estaba bien cerrado,
antes que se pusiesen en concierto,
furioso se lanzó por aquel lado,
echándole de nuevo tres bajeles
con infinito número de infieles.

Los fuertes caballeros peleando
resisten aquel ímpetu y motivo
pero al cabo, Señor, sobrepujando
a las fuerzas el número excesivo,
los entran con gran furia degollando
sin tomar a rescate un hombre vivo,
vertiendo en el revuelto mar furioso
de baptizada sangre un río espumoso.

Las galeras de Malta, que miraron
con tal rigor su capitana entrada,
los fieros enemigos despreciaron
con quien tenían batalla comenzada
y batiendo los remos se lanzaron
con nueva rabia y priesa acelerada
sobre la multitud de los paganos,
verdugos de los mártires cristianos.

Tanto fue el sentimiento en los soldados
y la sed de venganza de manera
que embistiendo a los turcos por los lados,
entran haciendo riza carnicera
Así que vitoriosos y vengados
recobraron su honor y la galera,
hallando solos vivos los primeros
al General y cuatro caballeros.



Marco Antonio Colona, despreciando
el ímpetu enemigo y la braveza,
combate animosísimo, igualando
con la honrosa ambición la fortaleza.
Pues Sebastián Veniero, contrastando
la turca fuerza y bárbara fiereza,
vengaba allí con ira y rabia justa
la injuria recebida en Famagusta.

La capitana de Sicilia en tanto,
también Portau Bajá la combatía,
la cual ya por el uno y otro canto
cercada de galeras la tenía.
Era el valor de los cristianos tanto
que la ventaja desigual suplía,
no sólo sustentado igual la guerra
pero dentro del mar ganando tierra;

que don Iuan, de la sangre de Cardona,
ejercitando allí su viejo oficio,
ofrece a los peligros la persona
dando de su valor notable indicio;
y la fiera nación de Barcelona
hace en los enemigos sacrificio,
trayendo hasta los puños las espadas
todas en sangre bárbara bañadas.

No pues con menos animo y pujanza
el sabio Barbarigo combatía,
igualando el valor a la esperanza
que de su claro esfuerzo se tenía:
ora oprime la turca confianza,
ora a la misma muerte rebatía,
haciendo suspender la flecha airada
que ya derecho en él tenía asestada.

Bien que con muestra y ánimo esforzado
contrastaba la furia sarracina,
no pudo contrastar al duro hado
o, por mejor decir, orden divina,
que ya el último término llegado,
de una furiosa flecha repentina
fue herido en el ojo en descubierto,
donde a poco de rato cayó muerto.



Aunque fue grande el daño y sentimiento
de ver tal capitán así caído,
no por eso turbó el osado intento
del veneciano pueblo embravecido,
antes con más furor y encendimiento
a la venganza lícita movido,
hiere en los matadores de tal suerte
que fue recompensada bien su muerte.

En este tiempo andaba la pelea
bien reñida del lado y cuerno diestro,
donde el sagaz y astuto Iuan Andrea
se mostraba muy plático maestro;
también Héctor Espínola pelea
con uno y otro a diestro y a siniestro,
señalándose en medio de la furia
la experta y diestra gente de Liguria.

Bien dos horas y media y más había
que duraba el combate porfiado,
sin conocer en parte mejoría
ni haberse la vitoria declarado,
cuando el bravo don Iuan, que en saña ardía
casi quejoso del suspenso hado,
comenzó a mejorar sin duda alguna,
declarada del todo su fortuna.

En esto con gran ímpetu y ruïdo,
por el valor de la cristiana espada
el furor mahomético oprimido,
que la turca real del todo entrada,
do el estandarte bárbaro abatido,
la Cruz del Redentor fue enarbolada
con un triunfo solenne y grande gloria,
cantando abiertamente la vitoria.

Súbito un miedo helado discurriendo
por los míseros turcos, ya turbados,
les fue los brazos luego entorpeciendo
dejándolos sin fuerzas desmayados;
y las espadas y ánimos rindiendo,
a su fortuna mísera entregados,
dieron la entrada franca, como cuento,
al ímpetu enemigo y movimiento.



Ya, pues, del cuerno izquierdo y del derecho
de la vitoria sanguinosa usando,
con furia inexorable todo a hecho
los van por todas partes degollando:
quién al agua se arroja, abierto el pecho;
quién se entrega a las llamas, rehusando
el agudo cuchillo riguroso,
teniendo el fuego allí por más piadoso.

El astuto Ochalí, viendo su gente
por la cristiana fuerza destruida
y la deshecha armada totalmente
al hierro, fuego y agua ya rendida,
la derrota tomó por el poniente,
siguiéndole con mísera huida
las bárbaras reliquias destrozadas,
del hierro y fuego apenas escapadas.

Pero el hijo de Carlos, conociendo
del traidor renegado el bajo intento,
con gran furia el movido mar rompiendo
carga, dándole caza, en seguimiento.
Iban tras ellos al través saliendo,
el de Bazán y el de Oria a sotavento
con una escuadra de galeras junta,
procurando ganarles una punta.

Mas la triste canalla, viendo angosta
la senda y ancho mar según temía,
vuelta la proa a la vecina costa,
en tierra con gran ímpetu embestía
y cual se vee tal vez saltar langosta
en multitud confusa, así a porfía
salta la gente al mar embravecido,
huyendo del peligro más temido.



Cuál con brazos, con hombros, rostro y pecho
el gran reflujo de las olas hiende;
cuál sin mirar a fondo y largo trecho,
no sabiendo nadar, allí lo aprende.
No hay parentesco, no hay amigo estrecho,
ni el mismo padre el caro hijo atiende,
que el miedo, de respetos enemigo,
jamás en el peligro tuvo amigo.

Así que del temor mismo esforzados
en la arenosa playa pie tomaron,
y por las peñas y árboles cerrados
a más correr huyendo se escaparon.
Deshechos, pues, del todo y destrozados
los miserables bárbaros quedaron,
habiendo fuerza a fuerza y mano a mano,
rendido el nombre de Austria al otomano.

Estaba yo con gran contento viendo
el próspero suceso prometido,
cuando en el globo el mágico hiriendo
con el potente junco retorcido
se fue el aire ofuscando y revolviendo,
y cesó de repente el gran ruido,
quedando en gran quietud la mar segura,
cubierto de una niebla y sombra escura.

Luego Fitón con plática sabrosa
me llevó por la sala paseando,
y sin dejar figura, cada cosa
me fue parte por parte declarando.
Mas teniendo temor que os sea enojosa
la relación prolija, iré dejando
todo aquello, aunque digno de memoria,
que no importa ni toca a nuestra historia.



Sólo diré que con muy gran contento
del mago y Guaticolo despedido,
aunque tarde, llegué a mi alojamiento,
donde ya me juzgaban por perdido.
Volviendo, pues, la pluma a nuestro cuento,
que en larga digresión me he divertido,
digo que allí estuvimos dos semanas
con falsas armas y esperanzas vanas.

Pero en resolución nunca supimos
de nuestros enemigos cautelosos
ni su designio y ánimo entendimos,
que nos tuvo suspensos y dudosos;
lo cual considerado, nos partimos
desmintiendo los pasos peligrosos
en su demanda, entrando por la tierra
con gana y fin de rematar la guerra.

Una tarde que el sol ya declinaba
arribamos a un valle muy poblado,
por donde un grande arroyo atravesaba,
de cultivadas lomas rodeado;
y en la más llana que a la entrada estaba,
por ser lugar y sitio acomodado,
la gente se alojó por escuadrones,
las tiendas levantando y pabellones.

Estaba el campo apenas alojado
cuando de entre unos árboles salía
un bizarro araucano bien armado,
buscando el pabellón de don García;
y a su presencia el bárbaro llegado,
sin muestra ni señal de cortesía
le comenzó a decir... Pero entre tanto
será bien rematar mi largo canto.