​La Guerra​ de Fernando Cos-Gayón
Introducción
I
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo XV.


LA GUERRA. editar


La Europa contempla asombrada los acontecimientos que en los primeros días de Agosto se han verificado entre el Mosela y el Rhin. La civilización se estremece de espanto al ver desarrollarse las hostilidades entre los dos primeros ejércitos del mundo, tan numerosos y tan armados de medios de destrucción como jamas se vieron otros en el mundo.

Los vencedores de Sadowa han comenzado una campaña á la izquierda del Rhin con la misma enérgica actividad, con la misma temeraria osadía con que hicieron la de Bohemia. Los resultados, en los primeros dias, han sido también igualmente rápidos y sorprendentes. Más sorprendentes todavía que en 1866. Si entónces nadie, que tomase en cuenta la estadística, podia prever la victoria de un reino de menos de veinte millones de habitantes sobre un Imperio que, además de tener casi doble población, estaba estrechamente aliado á los otros cuatro reinos y demás Estados secundarios, de alguna importancia, de Alemania, ahora fué completamente imposible suponer que Francia, la altiva Francia, inmediatamente después de emprender, con jactanciosa ligereza, la guerra, preparándose á llevar las gloriosas banderas de sus regimientos hasta Berlín, iba á verse acorralada en su propio territorio, y á batirse en retirada antes de que la mayor parte de su ejército hubiese combatido siquiera en una gran batalla.

Eso, sin embargo, ha sucedido. Los mismos Alemanes están asombrados de la felicidad de sus primeras victorias. Creyéndolas definitivas, se entregan al delirio del entusiasmo. La Gaceta de Augsburgo dice: «El mundo latino se va: el reinado de la Alemania comienza.» El Diario de Francfort se regocija con la idea de que «la buena espada alemana empieza á tener peso en el mundo.» Y, discurriendo de esta manera, cuantos habitan desde el Palatinado hasta Polonia creen que está ya cambiado el eje del mundo político, y que han mudado de sitio el corazón y la cabeza de Europa.

Preguntemos á la razón fría, á la historia, á la geografía, á la estadística, á la política internacional en lo que tiene de más subsistente y duradero, cuál será la solución definitiva de este conflicto, sin desconocer la grandeza de los sucesos de este momento histórico, pero sin dejarnos arrastrar por la natural propensión de atribuir exagerada importancia á los hechos mientras nos están impresionando, bien halagüeña, bien desagradablemente.

Hay un hecho, por desgracia, definitivo: que, después de una discusión diplomática, breve pero escandalosa, seguida en términos lamentables, y con un carácter entre pueril y maquiavélico, ha estallado una guerra que por muchos conceptos es un escarnio de los progresos de la civilizazion, de que la Europa se alababa.

Pero el éxito de la lucha no es definitivo. La Gaceta de Augsburgo se precipita demasiado á cantar el triunfo de la raza germánica sobre la latina. Si, á fuerza de oro derramado para el espionaje, han tenido los Alemanes un conocimiento exacto de la situación y de los descuidos de sus enemigos, y han alcanzado sobre estos tres victorias, los títulos de una raza á seguir ocupando en el mundo el puesto que muchos siglos de trabajos gloriosos le habían dado, no se pierden por el esfuerzo de cuatro espías, ni por la fortuna de un par de movimientos estratégicos.

Analicemos primeramente el hecho fatal de la guerra en sí misma y en absoluto; y examinemos después, por encima de la estrategia y de la táctica, y sin dejarnos aturdir por los accidentes del combate, ni por los cantos de la victoria, las condiciones esenciales de la contienda entre Francia y Alemania.