La Chapanay
de Pedro Echagüe
XII

XII


Refugiado en las Sierras de Córdoba, Eladio Bustillo llevó una vida de vagabundo. Mientras le duró el dinero que tenía, pudo permanecer quieto en los villorios serranos, entregado al vicio que había adquirido: la bebida. Pero los recursos se acabaron, y entonces él, incapaz de recurrir al trabajo, dado el estado de disgregación moral y de abyección en que había ido cayendo, se entregó al robo. Ya se ha visto que era un hombre débil y mal inclinado. El alcohol y la vagancia acabaron de pervertirlo, y los caminos contaron desde entonces con un salteador más, temible por la astucia, la inteligencia y el ingenio que ponía al servicio de su triste actividad.

Catorce años después, era un bandido perfecto, y hasta en el presidio había podido perfeccionar sus artes de ladrón, que siempre ejercía solo. Fue por este tiempo cuando conoció a Cruz Cuero y a su banda, en las circunstancias que pasamos a relatar.

Recorría el forajido cierta lejana zona de la provincia de San Luis, entregado a su productiva tarea de asaltar a los transeúntes, cuando divisó un jinete que galopaba a campo traviesa, como si quisiera rehuir todo encuentro. Mandó dos hombres en su persecución, y como aquél iba mal montado, pronto fue alcanzado, y conducido a presencia de Cuero que, al verle, le tomó por un mendigo.

-¿Sabes -le dijo- que me dan ganas de mandarte degollar por zonzo? ¿Quién te manda disparar así? Un rotoso como vos, no debe tener miedo de que lo desnuden... -Señor comandante, -contestó el prisionero- dice el refrán que bajo una mala capa puede haber un buen bebedor, y quién sabe si este rotoso no tiene algo que pueda interesarle a Vuecencia más que su cogote... Por lo que veo, tengo el honor de ser colega de Vuecencia.

-¿Cómo colega? ¿Eres ladrón?

-De profesión, mi coronel.

-¿Y qué haces de lo que robas?

-Me lo bebo, mi general.

-¡Eh! no me asciendas tanto...

-Es que yo soy así; para las personas que me caen en gracia nunca hallo tratamiento bastante alto, y tanto esta disciplinada compañía como su digno jefe, me producen la mayor admiración.

Divertido Cuero con la labia marrullera y el aplomo de su interlocutor, prosiguió:

-¿Conque lo que manoteas te lo bebes? Ya se ve que te gusta la buena vida. ¿Y adónde ibas?

-Iba a ver si conseguía por ahí algunos reales, porque tengo hambre y sed... sed de aguardiente.

Cruz le alcanzó un chifle lleno, y aquél lo empinó con deleite. Hizo chasquear la lengua y agregó:

-Señor gobernador, yo soy un hombre agradecido. Usted acaba de aplacarme la sed, y yo voy a corresponder a su generosidad como se merece.

Echó mano a sus alforjas de cuero de zorro, y extrajo de ellas dos hermosas caravanas de brillantes, dos mates de plata, dos sahumadores del mismo metal, unas vinajeras y un crucifijo de oro macizo, como de cuatro pulgadas de largo, enclavado con brillantes. Cruz Cuero y sus secuaces miraron aquel deslumbrante despliegue de piedras y metales preciosos, con ojos codiciosos.

-Pongo todo esto a los pies de Vuecencia, -prosiguió nuestro hombre uniendo la acción a la palabra- y solicito humildemente ser admitido como miembro de esta distinguida compañía.

Cuero, fascinado por las joyas, contestó.

-Bueno. Te admitiremos en observación por ahora. Después veremos lo que eres capaz de hacer, y si te portas bien, entraremos a repartir beneficios.

Tomó el crucifijo, se descubrió y lo besó con unción, golpeándose el pecho. Y radiante de satisfacción por la presa inesperada que acababa de hacer, mandó calentar agua para tomar mate en los mates de plata que estaban delante.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó en seguida al recién incorporado.

-Mi nombre de pila es Juan, y mi apellido Cadalso.

-¿Cadalso?

-Sí. ¿Significativo el apellido, verdad? Pero respondo con mayor gusto al tratamiento de doctor, porque así me llamaron desde niño.

-¿De dónde has manoteado estas prendas tan lindas? Seguro que de alguna catedral.

-No precisamente de una catedral, pero si de una iglesia de Santiago del Estero, que se llama Nuestra Señora de Loreto. ¡Lindo templo!

-¿Y cómo diablos te ingeniaste para alzarte con ellos? -preguntó Cuero con curiosidad.

-¡Oh! Muy sencillamente... Pero el cuento es un poco largo. Si la honorable compañía tiene paciencia para escucharlo, lo referiré con detalles.

-¡Cuenta! ¡cuenta!

Se acomodaron los bandidos alrededor del fuego, y el doctor comenzó así: