La Chapanay
de Pedro Echagüe
VII

VII

Cuando Martina Chapanay se convenció que su padre no volvería nunca más, y de que ella había quedado sola en el mundo, no pensó sino en recobrar su libertad. En casa de la señora Sánchez había aprendido poca cosa y era tratada con creciente rigor. Se le encargaba de barrer la casa, llevar la alfombra de su señora cuando ésta iba a la iglesia, zurcir ropa y ordeñar las vacas. Al toque de ánimas debía ir a rezar a los pies de su señora. De todas sus ocupaciones, la única que a ella le interesaba era ordeñar las vacas, pues le traía a la memoria la vida del campo, le permitía pisar el pasto del potrero y oír los relinchos de los caballos, que le despertaban punzantes nostalgias de viajes y aventuras a campo abierto. Se decía que ella no podría ya ser nada en la ciudad, ni siquiera maestra de niños como lo fue su madre, pues no se le había enseñado a leer, y, en tales condiciones, era mejor volverse a las Lagunas. Este deseo trabajaba constantemente su imaginación.

De la finca que la señora Sánchez poseía en uno de los departamentos, bajaban con frecuencia a la ciudad peones rurales, en servicio de aquélla. Había entre dichos peones, uno que le interesó a Martina, porque tenía fama de cantor y de guapo. Se llamaha Cruz, y por sobrenombre lo apellidaban Cuero. Era alto y flaco, pero musculoso y dueño de robustos puños. Picado de viruela, lampiño y con tipo de indio, había en él un aire de audacia y de ferocidad disimulada que causaba inquietud. Sus antecedentes eran pésimos, como que tenía en su haber seis entradas a la cárcel por robos. La señora Sánchez conocía sus hazañas, y si lo guardaba a su servicio, era porque no habiéndole robado a ella nada, lo utilizaba como espantajo para los otros ladrones de la campaña, que le temían y obedecían.

Las "tonadas" que cantaba en la guitarra, y su prestigio de varón fuerte, tenían muy impresionada a Martina, que escuchaba con gusto sus requiebros, y se veía de vez en cuando a solas con él.

Un hecho criminal de Cuero, trajo como consecuencia su fuga, acompañado de aquélla, en las siguientes circunstancias:

En una discusión con otro peón, Cuero le dio una puñalada y tuvo que ponerse a salvo de la autoridad que se echó a buscarlo. Escondido en paraje seguro, envió a Martina un mensaje invitándola a escaparse con él, que iba -le decía- a refugiarse en los campos, en donde ambos podrían vivir a su antojo, libres y contentos. Ya se ha dicho, que de tiempo atrás, la muchacha no pensaba sino en esto. Además estaba enamorada de Cuero, y por consiguiente aceptó su proposición sin vacilar. A las doce de la noche, y siguiendo indicaciones transmitidas por Martina, Cruz Cuero llegó a las tapias que circundaban la huerta de la señora Sánchez. Aquélla lo esperaba, trayendo consigo un atado con su ropa y otros efectos. Un poco por travesura, y otro poco por precaución, había cerrado con llave todas las puertas de la casa, y se llevaba las llaves.

Ella era la primera que se levantaba y despertaba a los demás. Como nadie lo haría al día siguiente, la familia se despertaría más tarde que de costumbre y los prófugos tendrían más tiempo para distanciarse.

Cuero se arrimó a las tapias, y Martina trepó sobre ellas, para dejarse caer sobre el caballo que aquél traía de tiro, y ya ensillado.

-¿Vamos?

-¡Vamos!

La noche no era de luna, pero estaba clara. Todo San Juan dormía, y la pareja pudo alejarse tranquilamente hacia las afueras.

Al vadear el río, Cuero que se había adelantado un tanto a Martina abriendo la marcha, oyó detrás de sí un ruido metálico. Se volvió alarmado y preguntó: -¿Qué es eso?

-No te alarmes. Son las llaves que tiro al agua.

-¿Qué llaves?

-Las de las puertas de la casa de la patrona. Todo el mundo queda encerrado allá.

Cuero se rió a carcajadas de la ocurrencia de su cómplice.