La Chapanay: IX
IX
El sol del nuevo día alumbró un cuadro horroroso. El cuerpo del joven extranjero seguía atado al chañar, pero su cabeza había sido destrozada por un trabucazo disparado a boca de jarro. Martina Chapanay seguía desmayada, y los bandidos diseminados por entre los yuyos, dormían en actitudes bestiales.
Algunos cuidados hicieron volver en sí a la mujer, cuando sus compañeros se hubieron despertado. Se incorporó con dificultad, machucada por los golpes que recibiera la noche anterior, y un movimiento de horror la sacudió, cuando vió que el infame Cuero había perpetrado por su propia mano el nefando asesinato.
-¡Cobarde! -le dijo encarándose con él. Si anoche me hubieras dado tiempo siquiera para sacar el facón, no serías tú el que se riera ahora de tu crimen ...
Cuero no contestó. Sabía de lo que era capaz Martina, y magullada y todo como estaba, no quiso irritarla más.
En cuanto a ella, en el fondo de su corazón, juró vengarse del miserable que la había arrastrado a la abyección en que se encontraba, y de la que tan difícil le era salir ahora. Hubiera querido separarse de él, fugarse, pero ¿adónde ir? La policía le echaría la mano encima como cómplice de los salteadores, si se presentaba de nuevo en el poblado. Resolvió aguantar todavía algún tiempo a su lado, disimulando el odio que ahora sentía por el que antes amó, y aguardando una ocasión de tomar venganza.