La Argentina
de Martín del Barco Centenera
Canto vigésimo octavo: En este canto se cuenta la gran victoria que tuvieron los portugueses contra el Señor de Mitiley, y de la pérdida y desbarate de su armada


Tener bravos encuentros de fortuna,
contrastes, baterías y debates,
estar con esperanza el alma alguna
de conseguir victoria en sus combates,
efectos son que causa la importuna
con sus revoluciones y dislates,
que no puede fortuna estar estable,
que consiste su ser en ser mudable.


¿Quién libre podrá ser de esta señora,
sin que obligado sea de ordinario
como cautivo, Reina Emperadora,
a serle de contino tributario?
Ya dándole las gracias de hora en hora
por el bien recibido, ya al contrario
juzgándola por loca y por insana,
ingrata, fementida, cruel, tirana.


Tomás Candish, que estaba tan pujante,
a la rueda pensaba que tenía
de aquesta gran tirana más constante
que a su poca fijeza convenía.
Mas ella se le vuelve en un instante
tan contraria a su vana fantasía,
que causa que su vano pensamiento
a las vueltas se vaya con el viento.


Viniendo, como dije, de arribada,
pensando entrar en Santos, toma tierra
tres leguas más atrás. Siendo avisada
la gente, sale a priesa de la sierra;
en la falda formaron emboscada,
ardides necesarios en la guerra.
El luterano viene descuidado,
pensando que será bien hospedado.


Salieron veinte y cinco en una lancha
con fin de que podrían refrescarse
en tierra, por la playa grande y ancha,
para de su fatiga repararse.
Empero nuestra gente los desmancha,
y al tiempo que volvían a embarcarse
comiénzanles a dar gran batería
con fuerte y muy espesa flechería.


Un mancebo a la lancha acude luego,
y por la mar adentro la metía,
nadando por el agua, y pega fuego,
que en breve por la lancha se encendía.
El luterano está de miedo ciego,
el cristiano con fuerza acometía;
rodaban los ingleses por el suelo,
que ayuda a los cristianos Dios del Cielo.


Cebáronse los indios de tal suerte
que no se contentaban dar flechazos,
y así dan al inglés muy cruda muerte,
matándole con crudos macanazos.
Aquel que se mostraba ser más fuerte,
en un punto le hacen mil pedazos.
De veinte y cinco, dos solos vivieron,
que viéndose perdidos se rindieron.


El uno de ellos era cirujano,
grandísimo filósofo y latino,
mostraba ser en obras muy cristiano,
que yo traté con él muy de contino.
El otro era mancebo cortesano,
en mi nave de Santos éste vino.
Entrambos se quedaron en la costa,
que les hace en comer el Rey la costa.


Los indios a los muertos les cortaron
las cabezas, y viérades la grita
con que la fiesta alegres celebraron
de su victoria santa y muy bendita.
A Santos con su triunfo se tornaron;
un dedo lleva un indio, que le quita
a un inglés, que anillo en él tenía
de fino oro con piedra de valía.


Víspera de San Pedro ha sucedido
el suceso jocundo y placentero.
Candish, que está del hecho entristecido,
presume de vengar el desafuero.
Escribe en una carta que el partido
que quiere es que le den un caballero,
si es vivo, de valor y noble sangre,
sino que tomará al pueblo por hambre.


Entre los veinte y tres ha sido muerto
de un conde el hijo amado que tenía.
Aquesto allí se supo en aquel puerto,
y que a Candish volver no convenía
sin él, porque el morir le estaba cierto,
según el padre, conde, le quería.
Por esta causa allí cartas escribe
y a fuego y sangre a todos apercibe.


Mas viendo que sus retos son en vano,
la vela da Candish desconfiado.
San Sebastián, que es isla allí cercano,
tomar por rehacerse ha procurado.
No está lejos de allí un lusitano,
Salvador de Correa, muy honrado,
en nombre de Filipo en el Jenero,
y oídme lo que hizo el caballero.


Al punto que se supo que surgido
había en esta isla el enemigo,
con un pecho y valor ennoblecido
(que de servir al Rey es muy amigo,
según yo siempre en él he conocido,
y soy en muchas cosas buen testigo)
a su hijo despacha por la posta
con gente, por la mar y por la costa.


Tan bien lo hizo el hijo, que llegando
do estaba el enemigo descuidado,
en un punto le cerca, escopetando
de suerte que a gran priesa se ha embarcado.
La vuelta de la mar iba tomando,
y treinta y cinco muertos le han quedado.
Conque queda Correa, el mozo, ufano,
y más con ver que huye el luterano.


Salió Candish de aquí con crudo duelo,
cubierto de dolor y grande llanto.
Con priesa procuraba de ir de vuelo;
al almiranta llega con quebranto,
que viene desmanchada y sin consuelo.
Al puerto van llamado Spiritu Santo;
con lanchas y bateles echa gente,
y él quédase en la mar acá de frente.


Al tiempo del entrar, gran batería
de los fuertes les dieron y flechazos;
la gente indiana armaba gritería,
los nuestros, sin parar, arcabuzazos.
Vencidos de la espesa flechería
y de los fuertes tiros y balazos,
huyen los ingleses que quedaron,
que ciento y diez los nuestros les mataron.


Del un fuerte los nuestros han salido,
metiéndose en un grande y alto mato.
Los ingleses al fuerte han acudido,
del otro fuerte vienen al rebato.
Del mato vuelven ya con alarido;
duró la cruda guerra grande rato,
cayendo los ingleses luteranos
sin muerte ni herida de cristianos.


De aquellos que se huyen en llegando,
el general Candish cuatro ha ahorcado;
otros cuatro se vienen, que velando
estuviesen las boyas ha mandado.
Huyéronse a nosotros, procurando
escapar con la vida; que enojado
está Candish por ver el desbarate
que hicieron por dar aquel combate.


No les mandó Candish que acometiesen
los fuertes; que sondasen solamente
les dijo, y que luego se volviesen,
porque él después entrara con su gente;
y como lo contrario ellos hiciesen,
y de ello sucediese el mal presente,
estaba en pura cólera metido
y ajeno de juicio y de sentido.


No hay quien le consuele, porque estaba
cualquiera de ellos tal, que no sabía
si aquello era verdad o lo soñaba,
si fuese vana o loca fantasía.
Así que cada cual por sí lloraba
y a solas cada cual por sí plañía.
Candish, que más lo siente, sus pasiones
pregona, publicando estas razones.


«Maldito sea aquel día en que nacido
yo triste fui, que nunca yo naciera;
o ya que yo nací, que perecido
al punto que nací luego yo fuera;
o ya que no lo fui, el encrudecido
y hondo mar en sí me recogiera,
y no viera yo aquesta desventura,
teniendo tan dichosa sepultura.


»¿Qué tengo de hacer, triste, mezquino,
cómo podré soldar yo quiebra tanta?
Si allá a Inglaterra yo camino,
habralo de pagar esta garganta.
Pues ¿dó puedo tomar otro camino?,
que tierra, mar y cielo ya me espanta.
Por qué no vienes muerte cruda ingrata,
si darme quieres vida, aquí me mata».


Alzando a priesa el ancla mar afuera,
de un bordo y otro anda entristecido.
La noche sobreviene muy ligera,
el Almirante, viéndose perdido,
no curando de seguir más su bandera,
dispara como ha sido anochecido,
y viéndose Candish desamparado,
las velas popa vía ha velejado.


Davis, dije, volvía de arribada
en su nave; las dos fueron abriendo,
y a pique fue la gente sepultada,
en el fondo al infierno descendiendo.
Al Isla Grande viene, así llamada,
Davis, que cruda sed ya padeciendo
venía con su gente; aquí ha surgido,
y oíd lo que en la isla ha sucedido.


Aquí saltaron quince a refrescarse
con fin de meter agua en el navío;
la gente que allí está, cura emboscarse,
con ayuda también de algún gentío.
En ellos dan, al tiempo que emboscarse
no pueden, ni huir del poderío
de los nuestros; de suerte que murieron
los trece, y a los dos vivos cogieron.


Davis se retiró y va huyendo,
sin saber de Candish ni la almiranta.
Así se fue esta armada deshaciendo.
La costa la victoria bella canta,
las gracias siempre a Dios de ella haciendo,
que tal victoria admira, y aun espanta,
que bien parece ser de Dios venida,
por el glorioso Pedro merecida.


Quién duda que San Pedro, como vido
su templo de los malos profanado,
pues fue de su Señor el elegido
por cabeza y pastor de su ganado,
que no dijo: «Señor, ¿por qué has querido
a tu pastor dejar desamparado?
Mira que está en oprobio tu rebaño,
remedia, buen Jesús, tan crudo daño».


De aquellas once mil, una cabeza
los ingleses también en aquel día
a mal echaron. ¡Santa y rica pieza!
Quién duda a Dios la Virgen le diría:
«La injuria a vos, Señor, bien se endereza,
y contra vos el mal se cometía.
Pues sois para vengarla poderoso,
destruya vuestra diestra al flagicioso».


La figura de Dios crucificado,
que en la iglesia y altar devota estaba,
a quien el enemigo ha desgarrado
y de ella con oprobio se burlaba,
pues representa a Dios Verbo Encarnado,
quién duda al Padre Eterno se quejaba,
y dice: «Aunque Cordero muy benigno,
perezca ya este espíritu maligno?».


También los viejos claman suspirando,
los mozos allí miran hacia el cielo;
las damas y doncellas lamentando
cubrían con sus lágrimas el suelo;
los tiernos muchachuelos sollozando
publican su dolor y desconsuelo;
por esto fue Candish desbaratado,
que el justo nunca fue desamparado.


Al corazón humilde y doloroso,
envuelto en contrición, nunca aborrece
el Alto; y al que ve menesteroso
de su socorro, bien le favorece.
Pues ¿quién no había de estar allí lloroso
en Santos, do la causa tanto crece
con robos, destrucción y cautiverio,
flagicios, tiranías, improperio?


Por mis ojos yo vi, de a pocos días,
a Santos, con su isla, que robada
por este Candish fue, y las vacías
y pobres casas, gente lastimada,
me daban a entender por muchas vías
aquella tiranía celebrada
allí, contra dos pueblos lusitanos,
cuando de ellos triunfaron luteranos.


Allí vide las fuerzas derribadas,
las torres y los altos edificios;
allí vide las casas derrocadas,
y sacadas las puertas de los quicios.
Por madera en el fuego son quemadas,
y tuvieron por grandes beneficios
los que enhiestas en pie hallan sus casas,
porque las más estaban hechas brasas.


No me hizo admirar aquesta ruina,
que el cazador que entra por un coto
la caza mata toda cuanta atina,
y el soldado que ve al campo roto
del alto abajo todo desollina.
Mas pena me dio el ver que aquel piloto
que tengo referido, lusitano,
en el puerto a Candish metió de mano.


Aquéste merecía ser quemado,
y el Capitán que preso le tenía
en Santos, donde estuvo a tal recado
que huyendo se fue donde ha querido.
Mirad lo que hará aqueste pecado,
pues le tiene el Demonio pervertido.
¡Y no querrá mi Dios que tal delito
lo ponga yo en memoria por escrito!


Aquí quiero dejarlo, prometiendo
en otra parte cosas muy gustosas
que estoy en mi vejez yo componiendo
del argentino reino. Hazañosas
batallas que el dios Marte va tejiendo,
conquistas y noticias espantosas.
Lo que he dicho y dijere en mi escritura,
sumito al Santo Oficio y su censura.