La Argentina: 27
La pérfida de sí misma olvidada,
de la insigne y famosa Inglaterra,
Isabela, la Reina depravada
en la Fe (que con Cristo nos encierra
en el aprisco y choza consagrada),
procura en tanto grado hacer guerra
a nuestro gran Filipo, que cuajado
el mar trae de corsarios su mandado.
A un Tomás Candish, muy orgulloso,
con armada despacha, pretendiendo
que fuese como Drake venturoso.
A tiempo fue que vide estremeciendo
de temor al Perú, y receloso.
De Chile va la nueva discurriendo,
pensábamos ser Drake el que venía,
y tal era la fama que corría.
Entre soldados, gente desalmada,
por trisca se decía que, sabido
de Drake, sea la nueva bien llegada:
quizá que mudaremos el vestido,
que nuestra profesión no está estimada
no andando el enemigo embravecido.
Viniendo, pues, aqueste luterano,
podranos suceder dichosa mano.
Yo vide en Chuquisaca alborotada
la cosa, y el Audiencia despachando
a Lima van correos; resguardada
la costa, presto fue gente juntando,
el Conde del Villar, de mano armada
con muchas prevenciones, procurando
guardar al gran Señor su tierra sana,
aunque venga la Reina luterana.
Aquí dejar agora yo no puedo
de decir, y tocar muy brevemente,
una maldad diabólica y enredo
que el demonio fraguó entre aquella gente
indiana, que en pensarlo sólo quedo
confuso y ajenado de mi mente;
que una carta a los ingleses escribieron,
y en ella estas razones les dijeron.
«Ilustres mis señores luteranos,
venid, porque os estamos esperando,
que queremos serviros como a hermanos,
vuestras cosas contino sustentando».
Estas cartas vinieron a las manos
de la justicia, el caso procurando.
Los indios que hallaron ser culpados,
públicamente fueron castigados.
Tomás Candish pasó bien el Estrecho,
mas no tomó jamás en Chile puerto,
que piensa de hacer mejor su hecho
hallando algún navío sin concierto.
Guiado de interés en su provecho,
de la costa el camino lleva cierto
al puerto Arica, mal fortalecido,
y oíd cómo la cosa ha sucedido.
En este tiempo estaba gran riqueza
de barras en la playa, y por el llano
la gente acude luego con presteza,
y viendo que surgía el luterano,
sacaron fuerzas, todos, de flaqueza,
pensando de probar allí la mano.
Los hombres con las armas acudieron,
las mujeres también allí salieron.
De sus paños y tocas las banderas
al aire desplegaban a menudo;
las mismas que salían las primeras,
tornaban a salir, y nunca pudo
el inglés entender estas quimeras;
que guarda Dios, si quiere, sin escudo,
y donde él no envía sus favores,
en balde son humanos guardadores.
A no caer el inglés en el engaño
que causan con banderas y alboroto,
hiciera en aquel puerto mucho daño,
y fuera el miserable puerto roto.
Milagro fue, sin duda, y caso extraño,
estarse el enemigo algo remoto
de tierra por tres días, contemplando
lo que está nuestra gente maquinando.
Al cabo de tres días, receloso
de que la gente está fortalecida,
levó ferro con furia, deseoso
de hallar dó pillar en su corrida.
Por el paraje pasa, presuroso,
de Lima, do la cosa conocida,
el Conde del Villar a Pedro Arana
tras él envía con gente muy lozana.
El enemigo yendo navegando,
y tomando un navío en el camino,
aquello que le agrada más robando,
al piloto llevarle le convino.
A la Puná su rumbo enderezando,
que allí lleva su proa y su designo,
llegó estando todos descuidados,
por donde fueron presto saqueados.
En Guayaquil en arma se pusieron,
sabiendo que el inglés allí ha llegado.
A la Puná en breve descendieron.
También en Quito, el caso relatado,
Capitán y soldados proveyeron.
Y habiendo a la Puná todos llegado,
las dos cabezas mal se concertaban,
por donde más erraban que acertaban.
De Guayaquil Reinoso había salido,
el cual por el Virrey allí mandaba.
De Quito el que salió ha pretendido
mandar aquí, diciendo que llevaba
del Audiencia poder, do fue elegido.
Así la cosa a tuerto se guiaba.
Tengamos, dice el uno, aquí sosiego;
el otro dice, marchen todos luego.
Con toda su tardanza al fin llegaron
a la Puná, do estando descuidada
la gente inglesa ellos comenzaron
a darles una grande rociada;
mataron veinte, dos les cautivaron.
La gente inglesa así desbaratada
recógese huyendo a una montaña,
los nuestros se están quedos en campaña.
De los navíos jugando artillería,
el enemigo a los nuestros daño hace
con su grave, importuna batería;
en breve nuestro campo se deshace.
A lo alto de un cerro se subía,
de lo cual al inglés mucho le place,
que viendo a los cristianos retirarse,
en su lancha procuran embarcarse.
Quemó aquí un navío el luterano
de los tres que traía, y a gran priesa
se leva a la mañana muy temprano,
y a Paita sin parar presto atraviesa.
Al piloto echa en tierra de su mano,
a los de Paita enviando su promesa
de seguro, mas ellos no quisieron
concierto, sino al monte se huyeron.
Saltó el inglés en tierra, y al poblado
llegó con furia cruel y repentina;
y como le ha hallado despoblado,
con su rabia diabólica y maligna
a una santa cruz ha escopetado;
robando lo que halla allí, camina.
El piloto quedó allí abscondido,
que al alto con los nuestros se ha subido.
Arana, que venía muy pujante
con dos fuertes y bellos galeones,
con una veloz lancha de delante,
allega a Manta. Salen escuadrones
(pensando ser inglés), en un instante
cien soldados estaban chapetones,
cincuenta vaqueanos, que Alvarado
al punto los ofrece de buen grado.
Arana le responde que su mano
y diestra sola basta con su gente
contra el poder y fuerza del tirano,
que no quiere socorro de presente.
La costa corre toda el luterano,
Arana se volvió muy diligente
aunque de Nueva España se le envía
aviso de que está en una bahía.
Candish muy a su gusto a dar carena
se mete en la bahía, que le place,
sin temer de que cosa le dé pena,
refresco toma, y agua y leña hace.
Su gente de dolor quita y ajena
con la ocasión presente se rehace,
y en la primera al viento vela dando,
la costa de la China va bojando.
De vuelta de la China, muy cargada
encuentra una nave de tesoro;
a su dicción y mando fue entregada
con suspiros y lágrimas y lloro.
En breve ha sido toda despojada
de sedas, brocateles y fino oro.
Un clérigo allí viene enriquecido,
que en verse así robado está afligido.
De su plata y tesoro codicioso,
con ánimo también de hacer hecho
de memorable fama y honroso,
al peligro constante puso el pecho.
A sus amigos dice: «Poderoso
con vosotros me siento y satisfecho,
si queréis ayudarme, mis hermanos,
contra aquestos soberbios luteranos.
»Probemos, si os parece bien, la mano,
y en tiempo que del sueño estén vencidos,
acuda cada cual a su tirano,
de suerte que la muerte adormecidos
los coja, con favor del Soberano.
Pues son sus enemigos conocidos,
favor nos dará Dios, pues que bien puede,
para que con la vida nadie quede».
No pudo ser secreto este concierto,
alguno al Capitán lo ha revelado,
y como fue en fuerte hora descubierto,
al clérigo de un mástil ha colgado.
Volviose sin tomar Candish más puerto,
habiendo todo el Orbe rodeado,
y entró en Inglaterra poderoso,
muy rico, muy contento y muy gozoso.
La Reina luterana, como vido
el valor de Candish y su ventura,
y el Diablo que también su tela ha urdido,
despachan a Candish, el cual procura
de la ocasión ya ser favorecido,
parécele gozar la coyuntura.
Salió de Inglaterra con pujanza,
diré lo que sucede en otra estanza.