Ochenta años en seis kilómetros

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Durante aquellos seis kilómetros, habíamos tenido también tiempo de hojear ochenta años de la historia del Reino de Granada, o sea desde la partida de BOABDIL para África hasta la sublevación de ABEN-HUMEYA... ¡de ABEN-HUMEYA, cuya romántica sombra debía de aparecérsenos de un momento a otro en la situación más crítica y solemne de su tormentosa vida!

Habíamos visto, pues, a los REYES CATÓLICOS despedirse temporalmente de su ciudad de Granada, dejando muy recomendado a las Autoridades (sobre todo la magnánima ISABEL) que fuesen benévolas y generosas con los muchos millares de moros que se quedaban allí guarecidos bajo la fe de las Capitulaciones, y que constituían el esplendor y la riqueza de aquella comarca.

Habíamos repasado luego aquellas Capitulaciones (mediante las cuales entregó BOABDIL a sus súbditos), y en ellas habíamos visto que «D. FERNANDO V DE ARAGÓN y DOÑA ISABEL I DE CASTILLA afianzaban a los islamitas completa seguridad de bienes y de haciendas, obligándose por sí, Y A NOMBRE DE SUS DESCENDIENTES, A RESPETAR POR SIEMPRE JAMÁS LOS RITOS MUSULMANES sin quitar las Mezquitas y torres de Almuédanos, ni vedar los llamamientos ni sus oraciones, ni impedir que sus propios y rentas se aplicasen a la conservación del rito mahometano», y estableciendo además que «la justicia continuaría administrada entre moros por jueces de su propia religión y con arreglo a sus leyes»; que «todos los efectos civiles relativos a herencias, casamientos, dotes, etc., permanecerían atemperados a sus usos y costumbres»; que «los Alfaquís seguirían difundiendo la instrucción en escuelas públicas y percibiendo las limosnas, dotaciones y rentas asignadas para ello», y que «las contestaciones y litigios entre cristianos y moros se decidirían por Jueces de ambas partes»...

Habíamos admirado después la sabiduría y la templanza con que el virtuoso HERNANDO DE TALAVERA, primer Arzobispo de Granada, y el egregio CONDE DE TENDILLA, su primer Capitán General, pusieron en práctica el pensamiento de la gran ISABEL, procurando atraerse a los moros con afabilidad; reprimiendo las liviandades y las rapiñas de los aventureros advenedizos mezclados con los conquistadores; ejerciendo las obras de misericordia de la sublime Doctrina cristiana con los enfermos, huérfanos y menesterosos de la población infiel; haciendo que el clero aprendiese el árabe, en lugar de prohibir a los moros el hablar su lengua, y enseñándoles a éstos el castellano, al par que los socorrían y consolaban en sus desdichas, todo lo cual dio naturalmente por fruto que los musulmanes llegaran pronto a hacer una cariñosa confusión de ambas religiones, a querer entrañablemente al CONDE DE TENDILLA y al Prelado TALAVERA, a permitir que éste bendijese sus mezquitas y a llamarle el Gran Alfaquí, el Santo entre los Santos...

En seguida habíamos visto al rígido y vehemente Cardenal CISNEROS, lleno de impaciencia por aprovechar aquellas buenas disposiciones, y ansioso de realizar de un golpe las altas miras de la REINA CATÓLICA, presentarse súbitamente en Granada, con omnímodos poderes de sus Altezas; llevar a paso de carga la conversión de los moros de la capital, y proceder a bautizarlos de grado o por fuerza... siendo tantos (dicen los historiadores) los que acudieron a fingir que renegaban, movidos por el temor, por la novelería, o por adquirir el traje castellano que en el acto se les regalaba, que el CARDENAL hubo de contentarse con «agruparlos en pelotones y rociar sobre ellos el agua bendita con un hisopo»...

Y, como si esto no fuera bastante, habíamos visto a continuación al mismo CISNEROS, influido por el Inquisidor General FRAY DIEGO DEZA, sucesor de TORQUEMADA, hacer quemar en la plaza de Bibrambla más de un millón de manuscritos sobre política y religión musulmanas, recogidos violentamente en las casas de los moros, reservándose por fortuna aquel sabio Prelado los de ciencias naturales, matemáticas y medicina, para la Biblioteca de su amada villa de Alcalá de Henares...



Estas injustificadas violaciones del Tratado de 1492, perpetradas en vida de los mismos Reyes que lo habían suscrito (era el año de 1499), produjeron un terrible alzamiento en el Albaicin.

El caso principió de esta manera: Un Alguacil, llamado Barrionuevo, intentó obligar a una joven a que bajase a la ciudad a bautizarse: la joven gritó que ella era y quería ser mahometana: acudieron muchos moros: el Alguacil, lejos de intimidarse, los insultó arrogantemente, amenazándoles con la cólera de CISNEROS, y entonces los moros lo asesinaron, siendo su muerte la señal de la rebelión.

Barrearon las calles, dice el gran historiador Hurtado de Mendoza (así se llamaba entonces hacer barricadas): «Un grupo de sediciosos (continúa Lafuente Alcántara) se dirigió a casa de CISNEROS, que vivía en la Alcazaba, con propósito de asesinarlo; pero el CARDENAL armó a sus criados, aspilleró su casa y se defendió bravamente toda una noche».

A la mañana siguiente, el CONDE DE TENDILLA, que había deplorado, en unión de FRAY HERNANDO DE TALAVERA, los despóticos procedimientos de CISNEROS, aunque sin facultades para oponerse a aquel coloso, bajó de la Alhambra con tropas, se abrió paso entre la muchedumbre, y salvó al futuro conquistador de Orán.

En seguida se dirigió al Albaicin, a ver de sosegar a los rebeldes, para lo cual les envió delante su adarga, con un escudero, en señal de paz y amistad; pero los moros, aunque mucho querían y veneraban al CONDE, apedrearon la adarga, en señal de rompimiento.

Diez mortales días se pasaron en inútiles negociaciones, sin resolverse el generoso TENDILLA a entrar a sangre y fuego en el barrio amotinado, cuando veía toda la razón de parte de los insurgentes, y sin que ellos pensasen tampoco en deponer las armas.

En tal situación, ocurrió una escena verdaderamente grandiosa, que recomiendo a los pintores.

El piadoso Arzobispo TALAVERA penetró solo, con una cruz en la mano, en la plaza principal del Albaicin, saltando las barricadas, sin previa señal de parlamento, y llenando de asombro a los musulmanes...- Estos vacilan al principio; luego se le acercan, humildes y afectuosos; le exponen sus agravios; escuchan sus consejos, y acaban por besarle la ropa...- Entonces el CONDE DE TENDILLA, a quien enteran de lo que ocurre, juega también el todo por el todo, entra en la plaza con una reducida escolta, y arroja su bonete de grana en medio de los enemigos...- Ellos lo alzan, lo besan y se lo devuelven...- Y la revuelta termina en nobles abrazos y afectuosas lágrimas.

No fue, sin embargo, estéril para la política de ISABEL aquella dulce victoria. El insigne TENDILLA pactó allí mismo con los moros que «sólo quedarían con hacienda los que se hiciesen cristianos»; que «todos podrían conservar su hábito y lengua», y que «la Inquisición no se establecería en Granada en mucho tiempo»; en prenda de lo cual y de sus benévolas intenciones, el CONDE dejoles en rehenes a su esposa y a sus dos hijos pequeños.

Como veis, entre este noble león y el de Tarifa hay poquísima diferencia.

¡Y cuánto dice también aquel sublime rasgo, en favor de la hidalguía y la lealtad de los moros!

Todavía eran hombres...- Pronto los convertimos en fieras.



Entre tanto, y desdichadamente para la paz, los cuarenta vecinos que constituyeron el gobierno del Albaicin durante aquellos diez días, habían huido a la Alpujarra y alzádola en armas, propagando luego el incendio de la rebelión por uno y otro lado de la costa.

No bien lo supo el REY CATÓLICO, acudió presuroso a Granada, censuró duramente los actos de CISNEROS, aprobando la conducta de FRAY HERNANDO y de TENDILLA; y, acompañado de éste, del GRAN CAPITÁN, de PULGAR, y de los entonces jovenzuelos ANTONIO DE LEIVA y HERNANDO DE ALARCÓN, salió a campaña y batió y sujetó a los rebeldes, no sin grandes trabajos y dolorosas pérdidas, sobre todo hacia la parte de Málaga y Ronda.

Por cierto que en una de estas expediciones fue en la que perdió tan heroicamente la vida el célebre D. ALONSO DE AGUILAR.

«El resultado de aquellas costosas revueltas (observa un escritor), fue provocar la ira de los cristianos, privar de fuerza moral a los que aconsejaban tolerancia, y empeñar a FERNANDO e ISABEL en la promulgación de las leyes que imponían a todos los moros de España la obligación de convertirse a la fe católica (sic), o trasladarse a Berbería».

Los ismaelitas optaron por el primer extremo, al menos en apariencia; todos se declararon cristianos; y desde entonces empezó a llamárseles moriscos en vez de moros.



Los reinados de DOÑA JUANA y del EMPERADOR CARLOS V no alteraron la situación de las cosas. Los moriscos vestían, unos a la oriental y otros a la usanza de Castilla; conservaban todas sus prácticas y costumbres, menos el culto externo al Profeta, y seguían adorando al Profeta en lo profundo de su hogar y de su alma.

Muchas veces, es cierto, se intentó por el Santo Oficio y Autoridades granadinas acabar de cristianizarlos y castellanizarlos; pero ellos encontraron siempre amparo y defensa, lo mismo en D. FELIPE el Hermoso, enemigo acérrimo de la Inquisición, que en el elevado espíritu del gran CARLOS.

Cuando éste fue a Granada, «vinieron a él (dice Fray Prudencio de Sandoval, en su ya mencionada Historia) D. Fernando Venegas, D. Miguel de Aragón y Diego López Benajara, Caballeros Regidores de Granada (los tres descendían de príncipes moros), y diéronle en nombre de los moriscos de todo el Reino un Memorial de agravios que recibían de los clérigos, de los jueces, de los alguaciles y escribanos. El cual Memorial, visto por el César, se escandalizó mucho de los cristianos que tal hacían. Puesto el negocio y leído el Memorial en Consejo, fue acordado que se enviasen visitadores para que supiesen de raíz la razón de aquellos agravios, y también cómo vivían los moriscos.- Fueron los visitadores D. Gaspar de Avalos, Obispo de Guadix, el doctor Quintana, el Canónigo Pedro López y Fray Antonio de Guevara. Anduvieron visitando el Reino y hallaron ser muchos los agravios que se hacían a los moriscos, y, junto con esto, que los moriscos eran muy finos moros. Veinte y siete años había que eran bautizados, y no hallaron veinte y siete de ellos que fuesen cristianos, ni aún siete».

El EMPERADOR contuvo a los perseguidores, y dictó algunas leyes para regularizar la situación de los perseguidos, pero mostrándose en todo tan benévolo con éstos, que, penetrados de gratitud los moriscos, alzaron bandera en auxilio del CÉSAR y en contra de las Comunidades, formaron una legión de cuatro mil hombres, mandada por caudillos de su propia raza, y desbarataron a los Comuneros delante de los muros de Huécar...- ¡a los Comuneros, cuya causa era tan análoga a la suya!...



Pero llega el reinado de FELIPE II, y los moriscos, lo mismo que los aragoneses y cuantos disfrutaban fueros y franquicias en toda España, principian a ser oprimidos de una manera insoportable.

Prohíbese a los primeros el uso de armas; se les veda tener esclavos negros; se les niega el derecho de asilo; se les exigen tributos especiales opuestos a los Tratados; los recaudadores los saquean; el clero los atropella; los soldados, no sólo los castigan a ellos, sino que injurian a sus mujeres cada vez que se acercan a sus casas en nombre de la ley, y «más eran (dice un historiador de aquel tiempo) los delitos que ellos cometían que los delincuentes que apresaban».

Irritados los moriscos, buscan represalias, y se dan a robar y matar cristianos, sobre todo en los campos y pueblecillos, y de aquí aquellos espantosos Monfíes (salteadores) de la Alpujarra y de otras Serranías, tan pintorescamente retratados por nuestro popular novelista D. Manuel Fernández y González.- Los Monfíes fueron los precursores de los verdaderos rebeldes beligerantes que poco tiempo después ganaban batallas en campo abierto a Capitanes renombrados en toda la Cristiandad.

A las fechorías de aquellos bandidos contestó FELIPE II, oída una junta de guerreros, abogados e inquisidores, tomando las resoluciones siguientes...

Mas dejemos hablar al Tácito español, al severo y profundo Hurtado de Mendoza, contemporáneo de los hechos:

«El Rey (dice) les mandó dejar la habla morisca, y con ella el comercio y comunicación entre sí; quitóseles... el hábito morisco, en que tenían empleado gran caudal; obligáronlos a vestir castellano con mucha costa, a que las mujeres trujesen los rostros descubiertos, y a que las casas, acostumbradas a estar cerradas, estuviesen abiertas; lo uno y lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa... Vedáronles el uso de los baños, que eran su limpieza y entretenimiento... Primero les habían prohibido la música, cantares, fiestas, bodas conforme a su costumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo»...

Luis del Mármol, contemporáneo también, y más prolijo y material, añade otros pormenores curiosísimos, extractados de documentos oficiales, que nunca dejó de tener a mano.

Resulta de ellos que se ordenó a los moriscos que no tomasen, tuviesen ni usasen nombres ni sobrenombres de moros; -que, si los tenían, los dejasen luego; -que las mujeres no se alheñasen (esto es, que no se acicalasen el rostro con polvos de alheña); -que ninguno pudiese hablar, leer ni escribir en público ni en secreto en arábigo; -que entregasen todos los libros que estuviesen escritos en aquella lengua; -que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni otra suerte de vestido moro, y, porque no se perdiesen del todo los trajes que estaban hechos, que pudiesen usar durante un año los que fuesen de seda, o tuviesen seda en guarniciones, y dos años los que fuesen de paño solamente; -que en los días de las bodas, que habían de hacerse al uso cristiano, tuviesen las puertas de las casas abiertas, y lo mesmo hiciesen los viernes en la tarde (el Viernes es para los islamitas lo que el domingo para nosotros), y que no hiciesen zambras ni leilas con instrumentos ni cantares moriscos, aunque en ellos no dijesen cosa alguna contra la Religión cristiana; -que en ningún tiempo usasen de baños artificiales; -que los que había se derribasen luego, -y que ninguna persona, de ningún estado y condición que fuese, pudiese usar de los tales baños ni en sus casas ni fuera de ellas.

Para la ejecución de la Pragmática en que se mandaba todo esto, comisionó el REY al licenciado D. PEDRO DEZA, del Consejo de la Inquisición, nombrándole Presidente de la Chancillería de Granada...

Se adivinará, pues, sin esfuerzo lo que entonces aconteció.

DEZA extremó cruelmente las órdenes de FELIPE II en la forma y manera de ejecutarlas, y los moriscos, después de apurar todos los medios suplicatorios (en lo que les ayudaron muchos personajes cristianos descendientes de los grandes guerreros de ISABEL); vista la implacable firmeza del Rey, y desesperando ya de poder vivir donde nacieron, se resignaron a perecer en aras de su Dios y desagravio de sus ofensas; decretáronse aquella especie de indirecto suicidio que hay en el fondo de la temeridad de casi todos los regicidas; se abrazaron, como Sansón, a la columna de sus hogares, para hundirlos sobre su cabeza y sobre la cabeza de sus opresores; resolvieron, en fin, morir matando...; y matando murieron, como veremos después, sin que de ellos quedase en nuestra patria más que regueros de lágrimas y sangre, algunos nombres en la Historia, y daños y ruinas en el suelo.



Desde que los descendientes de Agar tomaron esta suprema determinación, cesaron sus quejas, sus motines y toda resistencia activa o pasiva a los crecientes atentados de D. PEDRO DEZA y sus esbirros.- La Inquisición los creyó ya sojuzgados para siempre.

Pero el vulgo no se engañó, como no se engaña nunca en estas materias, respecto de aquella repentina inmovilidad de los moriscos...

«En el Albaicin se trama, alguna cosa»... decía el popular en los barrios de los cristianos, con voz de lúgubre presentimiento.

Y así era efectivamente. Los moriscos más principales, los más ricos mercaderes, los nietos de los Abencerrajes y de otras familias ilustres, conspiraban sin cesar, con la cautela y la astucia propias de la raza semítica. Viejos astrólogos leían a las gentes sencillas y fanáticas misteriosos jofores, o sea profecías, de cercana libertad, en antiguos pergaminos librados de la quema del siglo anterior y de las pesquisas inquisitoriales. Conspirábase asimismo en la Alpujarra y toda la costa, y la nieve de la Sierra aparecía todas las mañanas señalada por la babucha de atrevidos, incógnitos emisarios, que habían cruzado durante la noche aquellas pavorosas alturas, llevando mensajes a los Monfíes alpujarreños, o de éstos a los conjurados del Albaicin.

Al efecto de contarse y saber cuántos podrían empuñar las armas en un momento dado, inventaron el más ingenioso y pérfido artificio, cual fue aparentar que trataban de construir un Hospital de leprosos, a exclusiva costa de gente morisca, como la más plagada por aquella terrible enfermedad, y disponer, previo el oportuno permiso del Rey y de la Iglesia, que dos moriscos saliesen a recoger limosnas por todo el Reino de Granada.- Estos fueron formando circunstanciadas listas por pueblos y casas; y el número de cuartos que apuntaron como recibidos en cada una de éstas significaba, no la efectividad del donativo, sino el número de hombres de pelea que allí habían encontrado, a quienes dicho se está que se guardaron muy bien (salvo en casos especiales) de comunicar por entonces lo que se tramaba.

De este misterioso censo resultó que los moriscos de armas tomar eran unos cuarenta y cinco mil.

En cuanto a las Autoridades cristianas, no sospecharon de manera alguna el uso que los pretendidos fundadores del Hospital habían hecho de la licencia obtenida.- «El Rey y el Prelado (dice con este motivo Hurtado de Mendoza) tenían más respeto a Dios que al peligro.»

Conocedores ya de su fuerza, y después de maduras deliberaciones, los conjurados del Albaicin creyeron llegado el caso de prevenir y armar toda la gente posible, para lo cual decidieron que «los casados descubriesen el plan a los casados, los viudos a los viudos, y los mancebos a los mancebos; pero a tiento, probando las voluntades y el secreto de cada uno».

Finalmente, respecto de la época en que debía estallar la sublevación, acordaron «que fuese en la fuerza del invierno, porque las noches largas les diesen tiempo para salir de la Montaña y llegar a Granada, y, a una necesidad, tornarse a recoger y poner en salvo».

¡Qué gente, santo Dios! ¡Preferían el invierno para pasar dos veces en una noche la Sierra Nevada!

«...Gente suelta, plática en el campo, mostrada a sufrir calor, frío, sed, hambre; igualmente diligentes y animosos al acometer, prestos a desparcirse y juntarse...; muchos en número, proveídos de vitualla, no tan faltos de armas que para los principios no les basten; y en lugar de las que no tienen, las piedras delante de los pies, que contra gente desarmada son armas bastantes».- Así retrata a los moriscos el historiador últimamente citado, o, por decir mejor, así se retrataban ellos mismos... pues las anteriores líneas son un extracto o referencia que hace Mendoza de un discurso que el viejo, rico y noble D. FERNANDO el Zaguer, que otros llaman ABEN-XAGUAR, verdadero director de la conspiración, dirigió a sus correligionarios, exhortándolos a desechar todo miedo.

En suma: el día 1.º de enero de 1569 era el día fijado para el alzamiento.

-«A fin de año habrá mundo nuevo», decían los moriscos públicamente con una expresión indefinible.- Y las Autoridades, que se enteraban de esto, lo atribuían a que en aquella fecha espiraban los últimos plazos de la terrible Pragmática, por lo respectivo a lengua, ropas y demás usos orientales.

El plan era que los jefes de los Monfíes de la Alpujarra y del Valle, esto es, el DAUD y el PARTAL de Narila y el NACOZ de Nigüelas, con cuatro mil hombres escogidos entre los que ya campaban por su respeto en aquellas fragosidades, pasasen la Sierra Nevada durante la noche, entrasen en Granada por la cuenca del Darro, ganasen así fácilmente el Albaicin sin ser vistos, y sirvieran de núcleo a la rebelión de todos los moriscos de la Ciudad y de la Vega.

Mas he aquí que, según acontece casi siempre en tales casos, el movimiento se anticipó y estuvo para fracasar, por culpa de personas dotadas de mejor voluntad que entendimiento...- Así dirían ellos desde su punto de vista.

El día de Nochebuena por la mañana llegó al Albaicin, antes que a las Autoridades, la noticia de dos gravísimos atentados cometidos el día anterior en la Alpujarra, no ya por los Monfíes solamente, sino por gentes acomodadas y hasta entonces pacíficas; atentados cuya magnitud y arrogancia eran como una súbita revelación de que la tormenta estaba ya encima; o como el primer bramido del terremoto.

Refirámoslos, o, más bien, copiemos la relación que de ellos hace un historiador de aquel tiempo; pues no tiene una letra de desperdicio.



«Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la Audiencia de Uxíxar de Albacete (que los más de ellos estaban casados en Granada) ir a tener las pascuas y las vacaciones con sus mujeres; y siempre llevaban de camino (de las alcarías por donde pasaban) gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban a los moriscos como mejor podían. Y como saliesen el martes veinte y dos días del mes de diciembre Juan Duarte y Pedro de Medina y otros cinco escribanos y alguaciles de Uxíxar, con un morisco por guía, y fuesen por los lugares haciendo desórdenes, con la mesma libertad que si la tierra estuviese muy pacífica, llevándose las bestias de guía, unos moriscos, cuyas eran, creyendo no las poder cobrar (más por la razón del levantamiento que aguardaban), acudieron a los Monfís y rogaron al Partal y al Seniz de Verchul que saliesen a ellos con las cuadrillas y se las quitasen. Los cuales no fueron nada perezosos, y el jueves en la tarde, veinte y tres días del mismo mes, llegando los cristianos a una viña del término de Poqueira, salieron a cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconviniente que de aquel hecho se podría seguir a su negocio: y matando los seis de ellos, huyeron Pedro de Medina y el Morisco, y fueron a dar rebato a Albacete de Órgiva; y demás de éstos, a la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que también habían venido a llevar regalos para la pascua, y los mataron y les tomaron los caballos».

Como veis, el primer atentado no fue chico.



Pues el segundo fue mucho más grande.- Escuchad:

«El mesmo día entraron en la Táa de Ferreira Diego de Herrera, capitán de la gente de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino de Granada y Caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de arcabuces que llevaban para aquel presidio; y, como fuesen haciendo las mesmas desórdenes que los escribanos y escuderos, los Monfís fueron avisados de ello y determinaron de matarlos como a los demás, pareciéndoles que no era inconviniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que se había de hacer. Con este acuerdo fueron a los lugares de Soportújar y Cáñar (que son en lo de Órgiva), y, recogiendo la gente que pudieron, siguieron el rastro por donde iba el capitán Herrera; y, sabiendo que la siguiente noche habían de dormir en Cádiar, comunicaron con D. Hernando el Zaguer su negocio, y él les dio orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase un soldado a su casa por huésped; y, metiendo a media noche los Monfís en las casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno a uno, que sólo tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra; y, juntamente con ellos, mataron a Mariblanca, ama del Beneficiado Juan de Rivera, y otros vecinos del lugar.

»Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron con las armas que les tomaron, y, enviando las mujeres y los bienes, muebles y ganados, con los viejos, a Jubiles, se fueron los mancebos la vuelta de Uxíxar de Albacete con los Monfís; y D. Hernando el Zaguer y el Partal fueron a dar vuelta a los lugares comarcanos para recoger gente.»



Hasta aquí el ameno cronista.- Concluyamos nosotros ahora nuestro sucinto resumen de los hechos.

No bien se supo en el Albaicin lo acontecido en la Alpujarra, FARAG ABEN-FARAG, riquísimo comerciante y tintorero de aquel barrio, descendiente de los Abencerrajes, y uno de los jefes de la conjuración, concibió y ejecutó un temerario proyecto, que no consultó ni con sus más íntimos amigos. Marchó a los inmediatos lugares de Cenes y Pinos-Genil; reclutó unos doscientos malhechores musulmanes; púsose a la cabeza de ellos, y dio la vuelta al Albaicin, por excusados caminos, entrando en él a las doce de la noche del primer día de Pascua, sin que aquel turbión de gente fuese visto ni oído de los habitantes de la ciudad.

El son de atabales y dulzainas y los gritos de ¡Viva Mahoma! sacaron de su sueño a los moriscos, los cuales, considerando aquello una imprudencia que podía frustrar todos sus planes, guardáronse muy bien de salir a la calle, y aún de asomarse a las ventanas...

Sólo un viejo musulmán sacó la cabeza por un ajimez, y preguntó a los alborotadores:

-¿Cuántos sois?

-Seis mil, -contestó enfáticamente el FARAG.

-Sois pocos y venís presto, -replicó el anciano, cerrando de golpe el ajimez.

Entonces aquel audaz y ambicioso personaje, cuyo excesivo celo y feroces instintos habían de ser siempre funestos a la causa de los moriscos, viendo que no adelantaban nada en el Albaicin, que se acercaba el día, y que en la ciudad sonaban campanas y trompetas, en señal de alarma de los cristianos, se marchó con su gente, tomó las faldas de la Sierra, a media altura, y corriose por ellas en busca del Valle de Lecrin.

Cuando salió el sol divisóseles desde Granada, caminando siempre a su vista, con pintados banderines y relucientes aceros, ganando cada vez puntos más escarpados de la cordillera, -que la noche anterior se había nevado hasta los estribos.

Ya habían marchado en su persecución muchas tropas, al mando del MARQUÉS DE MONDÉJAR, Capitán General del Reino, nieto y digno heredero de aquel buen CONDE DE TENDILLA de quien tanto hemos hablado; pero los rebeldes llevaban mucha delantera e iban por un camino en que la caballería era inútil; y así fue que lograron meterse al cabo en el Valle de Lecrin sin que el MARQUÉS les diese alcance.

Una vez en el Valle los insurgentes, necesitábase nada menos que un ejército para poder atacarlos. Aquella pobladísima tierra, llena de defensas naturales, era toda de Mahoma...

Comprendiolo así MONDÉJAR, y regresó a la capital.

La guerra estaba planteada...



En cuanto a nosotros, recorríamos ya las calles de Dúrcal, al son irrisorio de la destemplada corneta del postillón o delantero, asombrados de hallar tan pacíficos a los hombres y tan descuidadas a las mujeres, como si no acabaran de pasar por allí FARAG ABEN-FARAG y sus doscientos moriscos levantando en armas todo el Valle...

Y era que, al cerrar nosotros los libros, habían transcurrido de pronto trescientos tres años, dos meses y veinte días.