Lágrimas
de Fernán Caballero
Capítulo XXIII

Capítulo XXIII

AGOSTO, 1848.

A poco Lágrimas escribió a Reina esta carta.

«No te he escrito antes, Reina mía, por dos razones; la una porque estoy tan débil, que la pluma pesa en mis manos como una espada en la mano de un niño, y se retrae de servirme, como si hasta ella se negase a proporcionarme un consuelo. La segunda causa es, el que no me estimula a escribir el convencimiento de causarte un placer. No te doy quejas, Reina; las quejas son exigencias disimuladas; quiéreme a tu manera, yo te querré a la mía. ¿Consistirá esta diferencia en el querer nuestro, en que la tristeza es más tierna que la alegría? ¿En qué el sufrir ablanda el corazón y el gozar lo enfría?

»Esto es natural y sencillo; también puede que consista en que cada uno es querido según merece serlo. Sea lo que fuere, doy cuanto puedo y me contento con lo que recibo.

»Decía Fabián:

»Puédese extender a más,
que no hablo de temor,
porque no tengas dolor,
del mismo que tú me das.


»Voy escribiéndote, esta carta a ratos; así será incoherente, pero siempre triste, porque todos mis ratos y momentos lo son... No me culpes por eso; no sé fingir, pero menos que nada la alegría que no conozco. Ojalá hubiese podido aprenderla de esa Flora a quien Dios se la ha dado como los padres dan premios a sus hijos cuando son buenos.

»Poco tengo que decirte; no veo, ni puedo ver a nadie porque no salgo de mi cuarto. El otro día, viendo la criada, que es muy desabrida, que apenas podía respirar y que me estaba ahogando, creo le di lástima y se empeñó en que subiésemos a la torre para ver si el aire puro me hacía bien, y la hermosa vista me esparcía.

»No pude subir hasta lo alto, porque las casas de Cádiz, que están labradas a todo coste, tienen hermosas y elevadísimas torres, pero subí lo bastante para disfrutar de la vista. Es esta hermosa, ¡pero que triste! Mar, y siempre mar, Reina, la cual es tan monótona como una pena que no tuviese ni remedio ni olvido. Los barcos anclados en la bahía, me parecían todos féretros que llevan su cruz para ponerla sobre la tierra luego que fuesen enterrados. Veíase en lontananza muchos pueblecitos al borde del mar, tan blancos que parecían de lejos rebaños que beber a un lago.

»La mar aquel día estaba en calma, como dicen, el sol le daba brillo, como en pequeño una luz a un brillante. Pero, Reina, no creas que cuando está en calma la mar es por serenidad; es porque duerme; y aún entonces no está sosegada, porque ni el sueño tiene tranquilo, y su respiración se agita incesantemente. ¡Qué árida deja la tierra que pisa! ¡Qué muerta! ¡Cubiertos de sal como la maldición de la Biblia, deja los lugares porque pasa!

»Una cosa hermosa hay en Cádiz, Reina, y es su faro. El faro lo inventó alguno que pasó una tempestad en la mar, como la que nosotros sufrimos. Los faros son, Reina, una estrella del cielo que la caridad trajo a la tierra. Cuando lo miro, Reina, y lo veo tan grave y tan triste, pienso que es por los naufragios que habrá visto, sin poder remediarlos, puesto que no puede hacer otra cosa que vigilar y avisar el peligro; porque él, así como todo socorro humano, tiene un poder limitado: sólo el de Dios es infinito y todopoderoso.

»Si yo fuese rica, y pudiese disponer de lo mío, dejaría mi caudal para la creación de un faro. En su interior habría una capilla en que orasen fieles al Señor por los infelices que están en la mar, para que tuviesen a la vez ambos auxilios.

»¿Te cansa tanto el leer esta carta como a mi el escribirla, Reina mía? Bien veo cuan opuesta y cuan hostil sigues con él, puesto que apenas me le nombras sabiendo el inmenso placer que en ello me hubieses dado, y debiendo estar persuadida que es mi único consuelo en una ausencia que hace de mi vida un suplicio. Si él me quisiese, como yo creía que se debía querer, se debería haber bajado a ti para suplicarte me dijeses en su nombre siquiera que no me olvidaba. ¡Cuánto me habéis hecho sufrir con vuestra contraposición, sin que la amistad en la una, ni el amor en el otro hiciesen por mí el leve sacrificio de haceros ceder en nada, ni en mi presencia entonces, ni en mi ausencia ahora!

»El médico dice que me aliviaría el salir de Cádiz; pero por más que se lo repite a mi padre, éste no dice que sí, ni que no. A mí me es indiferente; deseo tanto una sola cosa, que no me quedan fuerzas para desear otra alguna; esa cosa, Reina mía, es veros.

»Ha pasado el Equinoccio bramando y dando a Cádiz el espectáculo de una lucha de fieras entre el mar y el huracán. ¡Qué mala estuve entonces, Reina mía! Estamos ahora en la canícula, y tú estarás sentada en el patio entre flores como su Reina. Me parece verte y cuanto te rodea, y muchas veces cierro los ojos para que nada me distraiga de esta contemplación, como hago cuando rezo. Aquí lo que hay son unos furiosos levantes que me hacen mucho mal. Los levantes aquí son las tempestades de verano que en lugar de aguaceros, expenden arena y polvo abrasador con el que agostan la tierra. Esto prueba, Reina mía, que para la naturaleza como para el corazón, no hay estación bonancible. Cual si quisiesen firmar por mí, ya ves, como han caído aquí mis

LÁGRIMAS.»



Esta pobre carta, escrita con tanta ternura y melancolía, no le fue agradable a Reina que la guardó y no se la enseñó a nadie. No obstante, algún tiempo después contestó a su amiga en estos términos:

«Si allá tienes levantes, aquí tenemos solanos y recalmones, mi querida Lágrimas; así no te hagas ilusiones de que en parte alguna esté el paraíso. La esperanza dora el porvenir, la memoria poetiza lo pasado, sólo lo presente no tiene abogado; así la razón debe poner las cosas en su verdadera luz para vivir tranquila, la razón en un carácter dócil y suave como el tuyo debe ser todopoderosa; no ansíes, mi querida Lágrimas, por lo que la suerte te niega, lo que contribuye a que no se restablezca tu salud. Acuérdate del refrán de Flora: olvidar es lo mejor; y ten presente que el olvido es un bálsamo y el recuerdo un corrosivo.

»Quisiera distraerte con mi carta, y que no reanimase ella ideas que tu padre reprueba, así nada tocaré, hija mía, que con ellas se roce, porque deseo con ansia saber que estás buena de salud y tranquila de espíritu.

»¿Es posible que no puedas ni quieras dejarte de ocupar tan angustiosamente de esa mar que otros hallan tan bella? Rodea a Cádiz como una amiga, que la hace rica y le comunica su actividad; le acaricia con sus brisas la frente, le arrulla el sueño con el murmullo de sus olas, y le brinda su sabrosa pesca. Descarga la mar a los ríos de sus crecientes, que si no nos inundarían, mece a los barcos como una madre a sus hijos entre sus brazos, les abre sendas, y si hay algún escollo, lo azota como para quitárselo de delante. Si en sus lides con el huracán se halla un barco, ella lo sostiene cuando aquel quiere derribarlo: así no lo mires sólo por su pavorosa faz. ¿Sabes el secreto que crees tú guarda la mar en su seno? Flora lo sabe y me encarga que te lo diga; son perlas como tú, corales como ella y ámbar como yo.

»Te daré algunos pormenores de lo que aquí pasa para distraerte. Marcial y yo hemos reñido de fuerte y feo. Se ha retirado de casa como por allá dicen que se retira el mar en la baja de las mareas vivas; sólo, hija mía, que no ha dejado para memoria, como ella hace, un solo grano de sal. Me amenazó con desterrar de su cabeza toda ilusión y simpatía por mí; como me es perfectamente igual que tenga en su cabeza ilusiones por mí o garbanzos tostados, no me aterró la amenaza. Se ha recibido de abogado y ha marchado a su pueblo en el que dicen se van a repicar las campanas a su llegada, y habrá función de novillos de un año. Flora y Fabián pasan su vida como aquellos pajaritos moscas de América de los que se dice son tan ligeros que los sostiene el aire, por lo que no tienen piececitos para posarse y pasan su vida cerniéndose en la fragancia de las flores.

»En cuanto a Cívico, ha desaparecido de entre los vivos; pasó ese triste cursi como un meteoro sin luz, un trueno sin ruido. Marcial es regular lo haya sentido y llorado como un hormigón a su ratón Pérez. Dicen que vino la alcaldesa de Villamar a buscar a su hijo prófugo. Fabián que la vio, asegura que parecía la mujer del coloso de Rodas montada en el caballo Troyano. Se llevó esta respetable autoridad maternal y municipal a su hijo metido en un canuto de caña; llevaba éste de bagaje (todas noticias de Fabián) la noble ambición alicaída; las ilusiones marchitas y secas como flores cordiales; el panal que destila la miel poética, exprimido y hecho un cerillo; la independencia en la frente, el desdén en los ojos, el socialismo en la nariz. ¡Cuánta tontería, hija mía! Pero Flora me va dictando, y mi fin es distraerte un rato.

»Don Domingo siempre te está recordando con un cariño tan verdadero, que ni que fueses Carlota Quinta. Flora te abraza como tu más verdadera amiga, mi madre como una madre, y yo como una hermana.

»REINA.

»P. D. -A tu padre que lo pase mal.»



Antes de marchar Marcial, había recibido la siguiente interesante epístola de Tiburcio.



Tiburcio a Marcial

«Querido amigo:

»Sólo la filosofía, puede dar conformidad a la persona que no sea un autómata para vegetar como yo lo hago en este detestable villorrio. El hombre que siente su valer y está condenado como yo a la inacción es un torrente que se quiere sujetar y que al fin rompe sus diques abriéndose paso por donde puede; un león que destrozará sus redes, un águila que despedazará su jaula. Soy como otros muchos una víctima del viciado orden social que nos oprime. Pero u ocuparé en mi país el lugar que me corresponde, o no ocuparé ninguno; no degrado mis facultades ni transijo sobre el puesto que la conciencia de mi valer me asigna. O César, o cesar, esta es la divisa del hombre que siente su dignidad y su fuerza. Mediante la propagación de las luces del siglo, se ha aumentado considerablemente el número de los hombres superiores. Déles el gobierno su puesto, o sino no se meta a legislador. Esto lo digo por si fuese Vd., como es natural, elegido diputado, haga esto presente en las cortes. Para los mandos se deben elegir hombres de conciencia y de cabeza. Hablando de cabeza, agradecería me mandase un sombrero republicano; son los más fashionables y los únicos que gasta este su más amigo y más desterrado que muere de spleen (splin).

T. CÍVICO DE MUÑEIRA.»



Lector de las Batuecas, mi amigo, por razón natural tú no sabes qué es fashionable, (que se pronuncia fachenable). Consuélate con saber que conocemos a más de cuatro pseudos que usan muchísimo esta intrusa voz y no lo saben tampoco, así es que la suelen aplicar a la manera que guisó un amigo nuestro de tierra adentro unas ostras que le mandaron de un puerto de mar; y fue con las conchas y en arroz como las almejas. Te lo vamos a explicar, no sea que te suceda como a un amigo nuestro que estuvo tres días buscando en el Diccionario de la Academia la palabra pot pourri.

La fashion es una palabra inglesa que equivale al bon ton francés que también nos hemos apropiado españolizándola y diciendo buen tono. En nuestra lengua, no hay, que sepamos, palabra que equivalga a estas. De esto deducen los pseudos, que la cosa no existe ni ha existido en España; (cosa de los pseudos), y que la lengua española es anterior con mucho a la creación de las lenguas de la torre de Babel.

Tú y nosotros que no somos ilustrados, que ayunamos a mucha honra y rezamos la oración sin cuidarnos que nos digan hipócritas, juzgamos que si no se inventaron esas palabras fue porque no se necesitaron; y es porque aquí al decir con Lope y Calderón señora y caballero, se decía todo lo que se puede decir, se ensalzaban cuanto es dable, lo fino, lo noble, lo elegante y distinguido, por ser tan anejo a aquellas denominaciones, que hubiese sido un pleonasmo decir señora fina y elegante, caballero noble y distinguido. Hoy día la cosa ha mudado. Cada cuál se dice a sí mismo caballero, aunque no siempre lo prueba; y eso de caballero, más vale probarlo que no decirlo. Es verdad también que por lo visto basta hoy día ser honrado, valiente, y vestir frac para tenerse por caballero. En cuanto a señora, es ya voz genérica del sexo femenino.

Ahora, pues, lector, figúrate unas magníficas ruinas, las del Partenón, por ejemplo, y que sobre ellas labrasen los modernos atenienses y con sus fragmentos un cottage inglés, un Kiosque, un belvedere, pues así nosotros sobre las ruinas del señorío y caballerismo labramos el cottage fashion, el Kiosque bon ton, el belvedere elegancia. Ahí tienes.

Comprenderás que conservarán, estos su aire extranjero. ¿Por qué, pues, no reedificar el edificio ya que tenemos los materiales y el modelo?

Lo fashionable, como lo entiende su padre que le dio el ser, Albión, es la finura, delicadeza y distinción en las personas y cosas; no tienen más regla que el buen gusto, y es su severidad e intolerancia su única fuerza. Se emancipa de todo poder como reina arbitraria, aun al de la brillante y preponderante aristocracia inglesa, y así declaró ser de los suyos el Rey George IV, y expulsó al Rey Guillermo IV, su sucesor, porque la fashion no es un vestido de tisú, es un vestido de holán con la blancura de la reciente nieve que tina arruga desluce, que una mancha, aunque sea de agua, desdora.

Admiramos su fashion en los ingleses, como admiramos todo lo que es delicado y distinguido, porque al fin tiende a elevar la naturaleza humana. Pero debemos reconocer es hija, y por lo tanto adecuada a su carácter. La índole de los ingleses es naturalmente áspera: su finura, que está muy lejos de ser espontanea, necesita un severo dictador, y ellos se lo han sabido dar con las reglas de la fashion, cuya minuciosidad y trivialidad son a veces altamente ridículas en una sociedad que se precia de grave, y en hombres tan superiores.

Cada cosa en su lugar propio y adecuado.

Eso de un rasero para todos, es un contrasentido, querido lector. ¿A quién le cabe en las mientes de vestir a John Bull, a Mayeux, que es jorobado, y a D. Quijote con el mismo gabán?

Ahora bien, aplicar la voz fashion, ese suave perfume, ese soplo inasible, esa guirnalda de rosas que oprime más que una de hierro, ese Fénix de quien todos hablan y pocos han visto, a un horroroso sombrero republicano, ¿no es (tal como lo pusimos en un ejemplo materialote), no saber sacar la delicada ostra de su concha, y guisarla como la tosca almeja?

Otra: el spleen, que es mal de ricos y felices (a la manera que se entiende en el mundo la felicidad), es el hastío de la abundancia, la inercia del que no sabe que apetecer, y ansía por desear, como otros por ver cumplidos sus deseos, aplicar esto a una superabundancia de deseos, a un berrenchín causado por la envidia, la soberbia, unida a la incapacidad, la impotencia y la ignorancia; ¿qué te parece? ¿Confundir los efectos del hambre canina y del empalago? Cosas de pseudos.