Lágrimas de Fernán Caballero
Capítulo XXI

Capítulo XXI

Fácil es el colegir que con razón cantaba Genaro victoria. Reina se rindió al sentimiento que la dominaba, con toda la postración del que ha perdido todas sus fuerzas en una larga y sostenida lucha. Este amor vehemente en esa Reina, tan altiva, que tenia a menos todo disimulo, tan intenso en Genaro que se gloriaba de él, no fue en breve secreto para nadie.

La Marquesa antes que todos lo conoció y vio confirmadas sus sospechas. Llamó a su hija, y le hizo serias reflexiones: le hizo ver las ventajas del enlace que para ella tenía proyectado con el marqués de Navia; le habló de Marcial, de su brillante porvenir y buen carácter; pero nada de cuanto le dijo su madre pudo, ni por un momento, conmover la firmeza de Reina. La Marquesa exasperada le prohibió hablar a Genaro, lo que despertando en éste todo su orgullo, movido tanto, por este, como por cálculo, al primer desaire que recibió, dejó de ir a la casa.

Pero todo esto pasaba desapercibido de Marcial, el que aunque pretendía ser celoso como un Petrarca, se ocupaba tanto de sí, y tenía tan buena fe, que bien podían pasar ante sus ojos carros y carretas sin que en ellos fijase su atención; así seguía impasible en sus pretensiones con su prima. Fabián, que quería mucho a Marcial, y padecía al ver su obcecación, determinó disuadirlo de persistir en ella y abrirle los ojos acerca de los amores de Reina y Genaro que nadie ignoraba. Pero si había una empresa difícil en este mundo era esta, la de persuadir a Marcial que su prima pudiese preferir a otro. Ya hemos dicho que su amor propio lo cegaba en punto a no ser querido de Reina, y su buena fe en punto a que Genaro fuese capaz de hacerle mal tercio.

Una mañana en que había salido Genaro, y que estaban Marcial y Fabián reunidos en el comedor para almorzar, fue la ocasión que aprovechó Fabián para su difícil empresa.

-¿Qué quiere Vd. almorzar, señorito? -preguntó la criada, que era una lugareña sin desbastar, con sus naguas de bayeta y su castaña.

-No quiero más que chocolate, -respondió Fabián.

-¿Y Vd., señorito Parcial?

-Tráeme dos o tres posturas del ave doméstica con otras tantas lonjas de jamón, -respondió Marcial.

La criada no se movió, y miró a Marcial con la boca abierta.

-Mira, -le dijo éste viendo que no se movía-: un predicador muy elocuente que predicaba por primera vez, se le fue el santo al cielo, y se quedó en la misma garbosa facha que tú ostentas. Su padre, que era genovés, se hallaba entre los concurrentes frente al púlpito; viendo a su hijo tan cuajado y tan ojiabierto, como yo te estoy viendo ahora a ti, le dijo a voces: ¿e purqué te paras? Aplica el cuento.

-Señorito, -repuso la criada-, es que no entiendo a Vd.

-Pues ven acá fregona no ilustre, ¿no sabes lo que es ave?

-Jesús, sí señor, ¿pues no he de saber? Y qué es gracia plena.

-Ave, en la lengua y sentido en que hablo, quiere decir gallina, ¿estás?

¡¡¡Gallina!!! -exclamó la mujer.

-Sí. ¿Sabes tú, desdoro del bello sexo, lo que es postura?

-¡Vaya! Pues no he de saber, si era yo la que amasaba en ca mi amo.

-Postura es, ¡oh tú! Mínimum de los alcances humanos, lo que se pone. La gallina pone un huevo, ¿no es así?

-Sí señor, cuando no están cluecas.

-Pues bien, una postura de gallina que no está clueca como tú, será un huevo, ¿no es así? No te detengas pues asina perpendicular, pon en movimiento acelerado tus dos lanchas cañoneras pedestres, que mi estómago no gusta sentirse hueco como tu mollera, ni vacío como tu cráneo.

La criada, que medio entendió, se fue diciendo:

-¿De qué tierra será el señorito Parcial que tiene el habla atravesada?

-Oye, Marcial, -le dijo Fabián cuando estuvieron solos-, yo te quiero sinceramente, porque con todos tus defectos eres honrado, bueno, y tienes un corazón sano y leal.

-Puedes lisonjearte, manso Dauro, que te pago, te aprecio, distingo, estimo y protejo. Esto que digo no es caudal de voces, sino riqueza de sentimientos; pero a mí pega el decir que te quiero a pesar de tus defectos: tú podrás decirme a mí, me quieres a pesar de... mis vicios. Por ti, futuro Meléndez, y por Genaro, ese Maquiavelo en ciernes, pasaría por el fuego como una salamandra, y por el agua como una balandra.

-Pues atiende, Marcial; como tu verdadero amigo que soy, me intereso en que no hagas un papel ridículo.

-¿Qué quiere decir que yo no haga un papel ridículo? -exclamó Marcial, ¿gradúas tú, inocente, la cosa posible?

-Todos en este mundo podemos alguna vez hacer un papel ridículo: tú como yo, yo como tú.

-¿Yo? Vamos, manso río, tus cristales e ideas, están hoy turbios. Hablemos de otra cosa si no quieres que crea que tus aguas quieren tornar hoy una mala dirección y no seguir su curso apacible. He recibido dinero. ¿Quieres mil reales en calidad de no reintegro? Entre amigos...

Gracias, hijo mio, no se trata de eso, sino de abrirte los ojos, Marcial, y decirte que estás haciendo un triste papel, y no quiero que lo hagas.

-Padre Dauro, no puede ser por menos, de que hoy en lugar de agua clara murmulle en tu cauce el jugo de la cepa. Y ahora que me acuerdo, ¡Mari Tornes, Mari Tornes!

Viendo que la criada no parecía, Marcial a estilo de fonda se puso a dar golpes con un cuchillo en el vaso.

-Émula del caracol, que cruzas tus brazos y te pones al sol, en lugar de servir a la mesa y copiar a Ganimedes, ¿por qué no vienes cuando se te llama? ¿no tienes esas orejas mayúsculas sino para ponerte en ellas zarcillos cínicamente falsos? ¿No me oías, linterna de malhechor?

-Ya se ve que oía, ¿quién no había de oír la voz de Vd., señorito, que parece el bombo de la tropa? Pero como no me llamo Mari Tornes, pensé que asina se llamaría la vecinita de enfrente, y que la estaría usted llamando para saber de las flores que me mandó llevarle su mercé.

-Calla, imprudente Mercurio, más te valiera ser muda que no sorda, anda, fámula inactiva, y tráeme el precioso don de Baco, pero que no sea del de por aquí, sino del de Sanlúcar, manzanilla.

La criada se quedó de nuevo parada.

-¿Qué haces, poste inamovible, statu quo humano? ¿Por qué no me traes el néctar de Baco?

-Señorito, por amor de María Santísima, hable su mercé claro.

-¿Pues que, no sabes quién es Baco, incivilizada cortijana?

-No señor; ¿a la fuerza he de conocer a todo hijo de Cristo?

-Pide vino, -le dijo Fabián a la criada.

¡Acabáramos! -murmuró ésta al salir.

-¡No saber mitología! -dijo Marcial-; la cosa más vulgar, más conocida, sabida y manoseada! Bien dice Tiburcio, ese flaco, delgado, demacrado y enteco amigo, que estamos atrasados.

-Marcial, -dijo Fabián-, te lo he de decir aunque no quieras oírlo. Reina y Genaro se querían y están de acuerdo; todo el mundo lo ve, lo sabe, extraña tu ceguedad en no conocerlo, y censura tu pertinacia en persistir en tus pretensiones visiblemente rechazadas.

Marcial se echó a reír.

-También, -dijo-, me quisieron Vds. hacer creer que se inclinaba Reina a Tiburcio, y que lo llamaba Antony, y ella me ha dado después las más completas satisfacciones, llamándolo cursi, abatido y abollado.

Siento que así clasifique a mi amigo; pero su culpa es ¿por qué se metió a competir conmigo?

-Y ¿quieres comparar a Genaro, que es la flor y la nata de la legión de Hebe, como tú dices, con ese feo, ordinario, grotesco y necio Tiburcio?

-Es verdad que uno tiene tanto debajo de tierra como el otro encima; pero sin compararlos, te digo que ni el uno ni el otro, ni tú, el más manso de los ríos, ni San Quintín, que, dio su nombre a una sangrienta batalla, como un río te lo ha dado a ti, hacen mal tercio a Marcial, ni hay quien usurpe su puesto al hijo de mi padre.

-Pero ¿Reina, acaso te ha dicho que te quiere? -preguntó Fabián.

-No precisamente; pero vamos a ver, Fabián, ¿a ti te puede caber duda que pueda no quererme?

-¿Acaso eres doblón de a ocho, Marcial?

-Soy doblón de a ochenta, padre Dauro.

-Pues hijo mío, Genaro lo será de ciento, porque lo cierto, es, que él es el preferido.

-¿Preferido? Vamos, Dauro, hoy en lugar de reflejar tus cristales el cielo sereno, reflejan nubarrones confusos; párate, obcecado, compara; Genaro, es guapo chico, no digo que no, pero su cara de ochavo segoviano, ¿puédese comparar a la mía de estatua ecuestre?

-Estatua colosal querrás decir.

-Calla, manso río, hiélate como el Elba, mientras hablo yo... sigamos; Genaro no es tonto, eso no; pero no lucirá como yo en el Senado y en el Congreso, le falta verbosidad y elocuencia, voz y aplomo. Es de buenos pañales, eso sí, pero de casa pobre, y segundón, yo...

-Adelante, Marcial, que sé de memoria tu alcurnia y el estado del caudal que has de heredar; te compondré un drama que se titulará: Marcial con tierra y sin novia.

-¿Quieres, -prosiguió Marcial enfuncionado-, comparar su cuerpo frelo como tú dices, empeñándote en españolizar voces francesas, con mi estatura, musculatura, mis anchuras, que son las del bello tipo del gladiador, las de un Alcibiades como se ven en el Circo?

-Alcides,- rectificó Fabián.

-Alcibiades, -afirmo Marcial-, el brillante y hermoso discípulo de Sócrates, que es el tipo y modelo que me he propuesto imitar. Lo primero que haré cuando vaya a mi pueblo será cortarle la cola a mi perro; era él, voluptuoso, filósofo y guerrero; haré una variante, seré voluptuoso, filósofo y político; era él galán en Atenas, sobrio en Esparta; yo seré galán en Sevilla, sobrio en Badajoz.

-Vamos, Marcial, no te entusiasmes por Alcibiades y contráete. Dando por de contado todas tus ventajas sobre Genaro, riada probará esto, sino que Reina tiene mal gusto, peor elección, reflexiona poco y no es interesada; pero no por eso es menos cierto que tienes que cantar con Espronceda:

Las ilusiones perdidas
son las hojas desprendidas
del árbol del corazón.


-No lloro, ni con Espronceda, ni con Jeremías; tú los demás veis visiones. Tú, manso río, ostentas imitación del golfo de Nápoles una Fata morgana, en la que todo se ve al revés: que me prefieran a mí, a Genarillo no lo creería aunque me lo dijese la misma Reina.

-Bien sabía yo, -dijo Fabián-, que sería difícil el convencerte, y por eso no he querido intentarlo hasta tener una prueba auténtica; pero ya que lo que dijera Reina no pudiese convencerte, ¿tampoco lo logrará lo que la propia Reina escribiese de su puño y letra?

-¿Cómo de su puño y letra? -preguntó Marcial bajando el tono.

-Con esta esquela que ha dejado Genaro en un libro que leía.

Marcial arrebató de las manos de Fabián la esquela que habla sacado y leyó:

«¡Genaro, Genaro! No persistas en no venir, si no quieres que me desespere. Ven, de rodillas te lo pido, sufre por amor de mí, el mal gesto de mi madre; pronto cederá, conoces mi ascendiente sobre ella. Pero si no cediese, no desconfíes como me lo dices, que decidida estoy a que me saques por la Iglesia, y a ser tu mujer y tu esclava. Ven esta noche con Marcialote, y mientras éste saluda a mi madre, podrás meter tu respuesta entre los papeles de música.»

-¡Hola! ¡Hola! ¡Hola! -dijo Marcial al terminar la lectura sin dejar de fijar la vista en la esquela, haciendo con la copa que tenía en la mano una libación a las Euménides; ¡hola! Conque mientras yo saludo a la madre, ¿eh? Que la salude el demonio. ¡Pérfido amigo! ¡Zorra sutil si las hay! ¡Maligna, dañina, traicionera! ¡Falsa mujer, agria y desabrida media naranja! ¡Vaya, vaya! ¡Por eso recalcaba tanto el primo cuando me nombraba! Esto es una traición, una villanía, una alevosía, una usurpación en él: en ella un pésimo gusto. ¡Y qué carta! ¡Qué carta! ¡Es un tapiz, una alfombra, un tapete, un felpudo! ¡Esta es la desdeñosa, la varia, la orgullosa y altiva! ¿Lo concibes, Fabián?

-Sí, -dijo Fabián-, porque esta es la suerte de todas las altivas: Regla general, Marcial, ninguna más sumisa que las altivas en las que un orgullo personal embota la dignidad mujeril. No hubiese escrito la suave y modesta Lágrimas una carta así; no, la mujer suave y amante, sufre, calla y muere, pero no se degrada, y esa carta es degradante, Marcial, escrita por una mujer como Reina.

-Por supuesto que lo es, -exclamó ese-; si hubiese sido dirigida a mí, anda con Dios; pero a ese cazurro, a ese trucha; es una pifia, un rasgo de locura humilde, y así conmigo se ha desprestigiado; esa Reina ha bajado de su trono, esa diosa de su Olimpo y esa santa de su altar.

-¿Por fin te has convencido? -preguntó Fabián-, te lo avisé con tiempo, Marcial, que no te quería, ¿no te acuerdas?

-¿Y lo había de creer porque tú lo dijeses? ¿Tienes patente de infalible o diploma de sábelo todo?

-Debías haber recordado el dicho francés de que lo cierto puede a veces no ser verosímil.

-No necesito tus textos gabachos para comprender las cosas que pasan por acá; bástame haberme puesto a considerar lo que son las mujeres, sacos de embustes, abismos de caprichos, tipos de extravagancias, conjunto de anomalías, caos de contradicciones, colección completa de falsedades, que engañan sin querer, y mienten sin poderlo remediar, culebras, escorpiones, camaleones y basiliscos.

-Pero, vamos a ver, Marcial, cálmate; ¿qué derecho tienes de culpar a Reina? ¿Te ha dado acaso alguna vez esperanzas?

-¿Pues qué, crees, -exclamó Marcial-, que he vivido sin esperanza como los condenados del Dante?

-Las habrás abrigado de tu propia cosecha, pero no porque ella te las haya dado; es preciso ser justo. ¿Te ha escrito acaso una carta como esta?

-No, pero no era necesaria, porque jamás me ha puesto mi tía mala cara sino el día que llevé allá a ese Tiburcio.

-¡Y qué, tú aguardabas otra cosa!

-Aunque así hubiese sido, de menos nos hizo Dios. Falsos, refalsos, mancomunados en mi daño ¡oh! Pero yo me vengaré, la venganza es el placer de los Dioses, como dice San Agustín.

-¡Jesús! ¡Jesús! Marcial, esta cita excede a todas las pifias; si hubiese Santo Oficio te tomarían en cuenta.

-Bien, bien, lo dice Hipócrates en sus aforismos; lo mismo tiene, dígalo uno u otro le daré razón, gozando en vengarme.

-¿Y qué harás, Marcial? Sosiégate. ¿Qué puedes hacer? ¿Qué harás?

-Retirarla a ella mi amor, a él mi amistad y a ambos mi aprecio. Pero dime, Fabián, ¿no quería ese Heliogábalo amoroso a Lágrimas?

-Sí, pero dice, que no hipoteca su corazón.

-¡Linda alhaja! ¿Qué filtro, que talismán, qué hechizo tiene ese frelo, el más frelo de los frelos después de Cívico, para hacerse querer de tal suerte? Otelo se hizo querer de Desdémona contándole sus proezas; este sólo puede haberlo logrado contándole sus picardías.

-Genaro, -dijo Fabián-, tiene mérito, talento, saber y gracia; es picante, y sobre todo tiene el no sé qué que define Balzac así: un compuesto de talento, buen gusto y deseo de agradar.

-Su no sé qué, bien sé yo lo que es, son sus tretas, sus camándulas, sus conchas, sus triquiñuelas, sus trazas, sus amaños, y sobre todo su gramática parda.

-Ahora, Marcial, -dijo Fabián-, lo que te pido es que no me vayas a comprometer. Lo que he hecho por amistad por ti, es lo que debía hacer un verdadero amigo con otro; pero sentiría que Genaro creyese otra cosa, ni que pensara que me quiero entremeter en sus asuntos cuando mi solo objeto ha sido impedir que se rían de ti.

En ese momento entró Genaro.

-Oye, Genaro, -exclamó Marcial apenas lo percibió-, ¿tú crees que voy esta noche en casa de mi tía?

-Lo supongo, -respondió Genaro.

-Pues te llevas chasco, un gran chasco, un tremendo chasco.

Marcial se echó a reír con unas fingidas risotadas.

¿Eso es para mí un chasco? -preguntó Genaro sin salir de su calma-; no entiendo, no comprendo, no me entero y no me impongo (estilo Marcial).

-Tú que todo lo quieres saber, entender, comprender, oler y adivinar, (ambición Genarística); no sabes una cosa que te importa saber.

-¿Y qué cosa? -preguntó Genaro.

-Que yo, Marcial, yo, donde aquí me ves, yo el Marcialote ex-amigo de Genarillo, no he nacido para pantalla.

-¿No? -dijo con camastronería Genaro.

-No... ni para biombo.

-Sea en buen hora. Doy el parabién al viento.

-Ni para cortina, ni para tapadera, ni menos que nada para saludar mamás.

-Pero ¿a qué me dices eso? Con un énfasis, prosopopeya y dignidad, dignas de mejor causa, -preguntó Genaro.

-Para que lo sepas, -respondió Marcial con las notas más graves de su voz, saliendo enseguida del cuarto con pasos recios y aire majestuoso.

-¿Qué manía le ha dado? -preguntó Genaro a Fabián.

-Por lo visto la de ser trasparente, -respondió éste.

-¿Habla formal? ¿Qué mosca le pica? -volvió a preguntar Genaro.

-Paréceme que es la del desengaño.

-¡Ay, ay! -repuso Genaro rascándose la oreja-, esos picotazos duelen.

-Genaro, Genaro, no has jugado limpio: ¡porqué mantenerlo en su error!

-¿Quién se ha mantenido en el error sino él mismo? -repuso Genaro-; él mismo, con el aplomo que Ratel sobre el cuello de su botella; quien se forja engaños tiene que ver desengaños. Además, hijo mío, en este mundo cada uno debe atender a su juego como Antón Perulero.

-¿Y la pobre Lágrimas, Genaro, esa perla que no has sabido apreciar?

-Es fruta vedada, Fabián, la guarda un Cancerbero, porque representa un capital.