Juan Ginés de Sepúlveda (Retrato)
JUAN GINES DE SEPULVEDA.
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Uno de los literatos célebres que produjo España en el siglo XVI fue Juan Gines de Sepúlveda, nacido en Pozoblanco junto á Córdoba, el año de 1490. Después de haber estudiado las bellas letras en esta ciudad, y la Filosofía y Teología en Alcalá, pasó á Italia á vestir en el Colegio de Bolonia la beca para que había sido nombrado por el Arzobispo Cisneros; y en breve se dió á conocer por la variedad de su erudición, su manejo en la literatura griega y latina, y la actividad de sus trabajos.
El primero que allí hizo fue la relación latina de los hechos del Cardenal Gil de Albornoz, que bárbaramente compuesta y ordenada por otro escritor de entonces, no correspondía ni á las intenciones de los alumnos de aquel Colegio, ni á la grandeza de su fundador. En 1523 se retiró con el Conde Alberto Pio, hombre instruido y amigo de la compañía de los estudiosos, á cultivar silenciosamente las letras, y como á prepararse para las contiendas que había de tener: porque el genio de Sepúlveda, dígase lo que se quiera de su modestia, fue siempre disputador y controversista. El primero á quien atacó fue Lutero, hombre que por la osadía y novedad de sus opiniones era entonces el blanco adonde se dirigían los tiros de todos los Teólogos católicos: y el segundo Erasmo, contra quien Sepúlveda escribió un tratado en defensa de su amigo Alberto Pio. Y bien que Erasmo fuese disputador, como lo eran casi todos los sabios de aquel siglo, tuvo entonces la prudencia de desechar el combate, escribiendo á Sepúlveda que nada se sacaba de altercaciones semejantes, y que era preciso emplear mejor el tiempo.
El ruido que habian hecho los trabajos literarios de nuestro escritor en Italia, le daba una reputación que pocos entonces podían alcanzar. Aunque por razón de su profesión y carrera parecía que debía limitarse á la teología y la crítica, de todo se ocupaba, y en todo entendía. La política, la moral, las matemáticas, las antigüedades y la historia fueron sucesivamente el objeto de su meditación y sus tareas. Cárlos V creyó que á ninguna pluma podía fiar mejor la descripción de sus hechos, y le hizo su cronista, admitiéndole entre su familia. Pero Sepúlveda, entregándose al trabajo que pedia semejante comisión, no juzgó á propósito seguir al Emperador en sus viages y expediciones, y regresó á España en 1536.
Aquí le esperaban otras contiendas de mas conseqüencia y estrépito que las primeras. Entre los diversos tratados que hizo fue muy célebre su Demócrates segundo, donde examinó la question famosa en aquel tiempo sobre la justicia con que se había conquistado la América: disputa ociosa y vana, quando las armas de Cortés y Pizarro habian ya sujetado regiones inmensas. Sepúlveda defendió la justicia de aquellas guerras, sentando por principio, que es lícito subyugar con las armas á aquellos, cuya condición por naturaleza es tal, que necesariamente han de obedecer á otros. De aquí deducia, que siendo los Americanos naturalmente siervos, bárbaros, incultos é inhumanos; y rehusando como lo hacían el imperio de hombres mas perfectos que ellos, era justo conquistarlos y sujetarlos, por la razón misma que la materia se sujeta á la forma, el cuerpo al alma, el apetito á la razón, lo peor á lo mejor.
Tales eran los principios en que Sepúlveda fundaba su extraño derecho de gentes. Y aunque por desgracia sea harto común ver presidir á la fuerza en los negocios del mundo; es en extremo vergonzoso y feo, que un hombre ilustrado y dedicado á la profesión sagrada de escritor, se ocupase en amontonar los mas perniciosos sofismas, y se valiese de los halagos pérfidos de la eloqüencia, para defender unas máximas dignas solamente de vándalos ó tigres.
El Demócrates escandalizó á los sabios, y disgustó al Gobierno, que prohibió severamente su publicación. Contra él escribieron Melchor Cano, un Obispo de Segovia, y por último el célebre Bartolomé de las Casas, que ha dexado tras de sí una memoria tan respetable á los amigos de la humanidad. Este incansable defensor de los Indios, en uno de los muchos viages que hizo á España para procurar el bien de aquellos infelices, se halló con la novedad de las opiniones que Sepulveda esparcía y armó todo su zelo contra ellas. El Gobierno, juzgando que la disputa era digna de su atencion, mandó en 1550 que se formase en Valladolid una junta de sabios, los quales después de oir á los dos adversarios decidiesen del sosiego de la América. Jamas delante de Tribunal ninguno se ventiló negocio tan importante. Sepúlveda y Casas defendieron sus opiniones con la fuerza y ahinco que prometían el genio escolástico del uno, y el zelo exaltado del otro; pero la qüestion, como es fácil de sospechar se quedó por decidir.
Esta fue la ocacion mas famosa de la carrera de Sepúlveda; y es preciso confesar que no le hace honor ninguno. Sin esta desventurada controversia la reputacion merecida por cincuenta años de trabajos útiles, hubiera pasado á la posteridad sin tacha ninguna. Sus diversos tratados filosóficos y políticos estan hechos con un gusto y un método desconocidos á los escritores escolásticos de su siglo; y á las veces se hallan en ellos principios verdaderos, excelentes noticias, y verdades admirables. En la historia no fue tan feliz: seco y superficial en ella, sin conocimiento alguno del espíritu que dirigia los hechos, sin expresión de la influencia que podían tener en la costumbres y civilizacion de las naciones; no puede considerársele con otro mérito en este género que el de la facilidad y pureza del estilo.
Sepúlveda murió en el año de 1573 á los 83 de su edad.