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Palermo, espesa cabellera verde,
sueltas sus crenchas
sobre el lomo diestro de Buenos Aires:
Cosas de ensueño, como peinetas
de colores,
las avivan y fijan.
El Río de la Plata,
musculoso brazo derecho,
acciona
articulado al torso de hierro de la ciudad:
con sus dedos nerviosos
toma un racimo a los emigrantes,
los desparrama en el puerto;
conduce los seres reparados
a sus tierras natales;
toca con la uña
del dedo mayor
a Montevideo;
para con sus puño terrosos
los toros azules del Atlántico;
alimenta sobre sus palmas
las grandes mariposas blancas de los veleros;
teje una túnica de gasas húmedas
para su cuerpo descarnado y cúbico
y levantándolo
por encima del hombro
alcanza los verdes lunares
del Paraná.
Paralítico casi,
su brazo izquierdo de tierra pampeana
pende a lo largo de su cuerpo
en un vaivén de espera...
Sus pies
mal calzados
con botines de humo negro,
casuchas sombrías,
chapas de cine,
sudor, fatiga y llagas,
se hunden
brutalmente
en los barrios del Sur.