Igualdad Capítulo 37
"Es bastante tarde," dije, "pero tengo grandes deseos de hacerle unas pocas preguntas más sobre la Revolución. Todo lo que he conocido me deja tan desconcertado como nunca, para imaginar cualquier conjunto de medidas prácticas mediante las cuales la sustitución del capitalismo privado por el capitalismo público pudiese haber sido efectuada sin una prodigiosa conmoción. En nuestra época teníamos ingenieros lo bastante listos como para mover grandes edificios de un lado a otro, manteniéndolos mientras tanto tan estables y erguidos como para no interferir con los habitantes que había en ellos, ni causar una interrupción de las operaciones domésticas. Un problema similar a este, pero millones de veces mayor y más complejo, debió surgir cuando llegó el momento de cambiar todas las bases de producción y distribución y revolucionar las condiciones del empleo y la manutención de todos, y hacerlo, además, sin interrumpir gravemente, mientras tanto, la continuación de las diversas partes de la maquinaria económica de las cuales dependía el sustento de la gente de día en día. Estaría enormemente interesado en que me dijese algo sobre cómo se hizo esto."
"Tu pregunta," replicó el doctor, "refleja un sentimiento que tuvo no poca influencia durante el periodo revolucionario, para prolongar la tolerancia extendida por el pueblo al capitalismo privado, a pesar de la creciente indignación contra sus atrocidades. Un cambio completo de los sistemas económicos les parecía, como a ti, una empresa tan colosal y complicada que incluso muchos de los que ardientemente deseaban el nuevo orden y creían plenamente en su viabilidad una vez establecido, retrocedieron ante lo que entendían sería la inmensa confusión y dificultad del proceso de transición. Por supuesto, los capitalistas, y los defensores de las cosas tal como eran, eran la mayor parte de los que tenían este sentimiento, y aparentemente fastidiaron a los reformadores no poco, interpelándoles para que nombrasen las medidas específicas mediante las cuales, si tuviesen el poder, procederían a sustituir el sistema existente por un plan nacionalizado de industria gestionada en igual interés de todos.
"Una escuela de revolucionarios declinó formular o sugerir cualquier programa concreto, fuese el que fuese, para la etapa de consumación o constructiva de la Revolución. Decían que la crisis sugeriría el método para lidiar con ella, y que sería insensato y extravagante discutir la emergencia antes de que surgiese. Pero un buen general hace planes que proveen por adelantado todas las principales eventualidades de su campaña. Sus planes están, por supuesto, sujetos a modificaciones radicales o completo abandono, conforme a las circunstancias, pero debería tener un plan provisional. La réplica de esta escuela revolucionaria no era, por consiguiente, satisfactoria, y, en tanto nada mejor pudiese hacerse, una tímida y conservadora comunidad se inclinó a mirar con recelo al programa revolucionario.
"Comprendiendo la necesidad de algo más positivo como plan de campaña, varias escuelas de reformadores sugirieron esquemas más o menos concretos. Había una que sostenía que los sindicatos deberían desarrollar una fuerza suficiente como para controlar los principales oficios, y poner sus propios agentes electos en lugar de los capitalistas, organizando de este modo una especie de federación de sindicatos. Esto, de ser practicable, habría traído un sistema de capitalismo de grupo tan divisivo y antisocial, en el amplio sentido, como el propio capitalismo privado, y mucho más peligroso para el orden civil. Más tarde, de esta idea se oyó poco, a medida que se hizo evidente que el posible crecimiento y las posibles funciones de los sindicatos eran muy limitados.
"Había otra escuela que sostenía que la solución se encontraría estableciendo un gran número de colonias voluntarias, organizadas sobre principios cooperativos, que mediante su éxito conducirían a la formación de más y más colonias, y que, finalmente, cuando la mayoría de la población se hubiese enrolado en tales grupos, simplemente se fusionarían y formarían uno. Muchas almas nobles y entusiastas se dedicaron a esta línea de esfuerzo, y las numerosas colonias que fueron organizando en los Estados Unidos durante el periodo revolucionario fueron una llamativa indicación de la reorientación general de los corazones de los hombres hacia un mejor orden social. Por lo demás, tales experimentos no condujeron y no podían conducir a nada. Económicamente débiles, manteniéndose unidos por un motivo sentimental, generalmente compuestos de personas excéntricas aunque respetables, y rodeados por un entorno hostil que tenía todo el uso y ventaja de la maquinaria social y económica, apenas era posible que tales empresas llegasen a nada práctico a no ser bajo especial liderazgo o especiales circunstancias.
"Había otra escuela más, que sostenía que el mejor orden era evolucionar gradualmente desde el viejo orden como resultado de una serie indefinida de legislación humana, consistente en actuaciones en las fábricas, leyes para reducir las horas, pensiones para los ancianos, casas de pisos mejoradas, abolición de los barrios marginales, y no sé cuántos otros parches para males particulares resultantes del sistema del capitalismo privado. Estas buenas gentes argumentaban que cuando en un indefinidamente remoto tiempo todas las malas consecuencias del capitalismo hubiesen sido abolidas, sería tiempo suficiente y entonces sería comparativamente más fácil abolir el capitalismo en sí mismo--es decir, después de que toda la fruta podrida hubiese sido retirada a mano de las ramas del árbol del mal, de una en una, sería tiempo suficiente para talar el árbol. Por supuesto, una obvia objeción a este plan era que, en tanto el árbol permaneciese en pie, sería probable que la fruta mala creciese tan deprisa como se fuese retirando. Las diversas medidas reformadoras, y muchas otras urgidas por los reformadores, eran completamente humanas y excelentes, y sólo se las puede criticar cuando se plantean como un método suficiente para derrocar el capitalismo. Ni siquiera tendían hacia semejante resultado, sino que era más probable que ayudasen al capitalismo a obtener una mayor oportunidad de perdurar haciéndolo un poco menos horrible. Hubo realmente un tiempo, después de que el movimiento revolucionario hubiese ganado un considerable avance, en que los líderes juiciosos sintieron una considerable aprehensión, por miedo a que pudiese desviarse de su auténtico objetivo, y su fuerza fuese despilfarrada en este programa de reformas graduales.
"Pero me has preguntado cuál fue el plan de operación mediante el cual los revolucioniarios, cuando finalmente llegaron al poder, derrocaron de hecho el capitalismo privado. Fue realmente como un ejemplo de la maniobra militar que se llamaba flanquear, que está contenida en los libros de historia de la guerra. Ahora bien, una operación de flanquear es una operación mediante la cual un ejército, en vez de atacar a su antagonista directamente de frente, se mueve alrededor de uno de sus flancos de tal modo que, sin dar ni un solo golpe, fuerza al enemigo a abandonar su posición. Esta es justo la estrategia que los revolucionarios usaron en la cuestión final con el capitalismo.
"Los capitalistas habían dado por hecho que iban a ser asaltados directamente mediante ataque sistemático y confiscación de sus propiedades por la fuerza. No ocurrió así ni por asomo. Aunque al final, por supuesto, la propiedad colectiva sustituyó a la propiedad privada del capital, aun así esto no fue hecho hasta que todo el sistema del capitalismo privado hubo fracasado y cayó hecho pedazos, y no como un medio de derribarlo. Para recurrir al ejemplo militar, el ejército revolucionario no atacó directamente la fortaleza del capitalismo en absoluto, sino que maniobró de tal modo que lo hizo insostenible, y obligó a su evacuación.
"Por supuesto, comprenderás que esta política no fue sugerida por ninguna consideración hacia los derechos de los capitalistas. Mucho tiempo antes de este momento, la gente había sido educada para ver en el capitalismo privado el origen y la suma de todas las villanías, que hacían a la humanidad convicta de pecado mortal cada día que era tolerado. La política de ataque indirecto seguida por los revolucionarios estaba totalmente dictada por el interés de la gente en general, lo cual demandaba que, en la medida de lo posible, deberían evitarse graves transtornos del sistema económico durante la transición del viejo al nuevo orden.
"Y ahora, dejando a un lado las figuras del discurso, dejame que te diga claramente lo que se hizo--esto es, hasta donde recuerdo el relato. No he hecho un especial estudio del periodo desde mis días en la universidad, y muy probablemente cuando leas los libros de historia encontrarás que he cometido muchos errores en cuanto a los detalles del proceso. Solamente voy a tratar de darte una idea general del curso principal de los acontecimientos, del mejor modo que los recuerdo. Ya he explicado que el primer paso en el programa de la acción política adoptada por los oponentes del capitalismo privado había sido inducir a la gente a municipalizar y nacionalizar varios servicios cuasi-públicos, tales como trabajos hidráulicos, plantas de iluminación, transbordadores, ferrocarriles locales, los sistemas telefónico y telegráfico, el sistema general de ferrocarrilaes, las minas de carbón y la producción de petróleo, y el tráfico de bebidas alcohólicas. Siendo estas una clase de empresas parcial o totalmente no competitivas y de caracter monopolístico, la toma del control público sobre ellas no atacó directamente al sistema de producción y distribución en general, e incluso los tímidos y conservadores vieron el paso con poca aprehensión. Esta clase entera de monopolios naturales o legales podría de hecho haber sido tomada bajo gestión pública sin implicar lógicamente un asalto al sistema del capitalismo privado en su conjunto. No sólo era esto así, sino que incluso si toda esta clase de negocios fuese hecha pública y funcionase a precio de coste, el abaratamiento de la vida para la comunidad efectuado de este modo sería inmediatamente engullido por reducciones de salarios y precios, resultantes del implacable funcionamiento del competitivo sistema de la ganancia.
"Por consiguiente, los oponentes del capitalismo favorecieron el funcionamiento público de estos negocios, principalmente como medio para un ulterior fin. Una parte de ese ulterior fin era demostrar a la gente la superior sencillez, eficiencia, y humanidad de la gestión pública de las tareas económicas frente a la gestión privada. Pero para lo que sirvió principalmente este proceso parcial de nacionalización fue para preparar un cuerpo de empleados públicos suficientemente grande para abastecer un núcleo de consumidores cuando el Gobierno emprendiese el establecimiento de un sistema general de producción y distribución sobre una base de no ganancia. Los empleados de los ferrocarriles nacionalizados solos eran casi un millón, y con las mujeres e hijos que dependían de ellos, unos 4.000.000 de personas. Los empleados de las minas de carbón, hierro, y otros negocios tomados a su cargo por Gobierno como subsidiarios de los ferrocarriles, junto con los trabajadores del telégrafo y el teléfono, también al servicio público, constituían unos cientos de miles más de personas con quienes dependían de ellos. Antes de estas sumas, había habido al servicio habitual del Gobierno casi 250.000 personas, y el ejército y la armada constituían unas 50.000 más. Estos grupos con quienes dependían de ellos, sumaban probablemente un millón más de personas, quienes, sumados a las del ferrocarril, minería, telégrafo, y otros empleados, hacían un total de unos 5.000.000 de personas dependientes del empleo nacional. Además de estos estaban los diversos cuerpos de empleados del Estado y municipales en todos los grados, desde los Gobernadores de los Estados hasta los barrenderos.
LOS ALMACENES DE SERVICIO PÚBLICO.
"El primer paso del partido cuando llegó al poder, con el mandato de la mayoría popular para introducir el nuevo orden, fue establecer, en todos los centros importantes, almacenes de servicio público, donde los empleados públicos pudiesen obtener a precio de coste todas las provisiones de necesidad o lujo previamente compradas en almacenes privados. La idea fue lo menos alarmante, por no ser completamente nueva. Había sido costumbre de los diversos gobiernos el abastecer ciertas necesidades de sus soldados y marinos estableciendo almacenes de servicio en los cuales todo era de calidad absolutamente garantizada y vendido estrictamente a precio de coste. Los artículos suministrados de este modo eran proverbiales por su baratura y calidad comparados con cualquiera que pudiese comprarse en otra parte, y el privilegio del soldado de obtener tales artículos era envidiado por los civiles, abandonados a las tiernas misericordias de los detallistas adulteradores y engullidores de ganancia. Los almacenes públicos ahora erigidos por el Gobierno eran, sin embargo, completos a una escala bastante más allá de cualquier proyecto previo, proyectados como estaban para abastecer todo el consumo de una población tan grande como una nación de pequeño tamaño.
"Al principio, los artículos de estos almacenes eran necesariamente comprados por el Gobierno a los capitalistas privados, productores, o importadores. En estos, el empleado público se ahorraba todas las ganancias de los intermediarios y detallistas, consiguiéndolos quizá a la mitad o los dos tercios de lo que deberían haber pagado en los almacenes privados, con la garantía, además, de una cuidadosa inspección del Gobierno en cuanto a su calidad. Pero estas ventajas sustanciales no eran sino un anticipo de la prosperidad que disfrutaría cuando el Gobierno añadiese la función de producción a la de distribución, y procediese tan rápidamente como fuese posible a fabricar productos, en vez de comprarselos a los capitalistas.
"Para este fin se establecieron grandes granjas de comida y algodón en todas las secciones del país y se abrieron innumerables tiendas y fábricas, así que el Gobierno pronto tuvo en empleo público no sólo los originales 5.000.000, sino tantos más--granjeros, artesanos, y trabajadores de todas clases. Estos, por supuesto, también tenían el derecho a ser aprovisionados en los almacenes públicos, y el sistema tuvo que ser extendido correspondientemente. Los compradores que iban a los almacenes públicos ahora se ahorraban no sólo las ganancias de los intermediarios y detallistas, sino también las del fabricante, el productor, y el importador.
"Más aún, no sólo los almacenes públicos abastecían a los empleados públicos con toda clase de bienes para el consumo, sino que el Gobierno igualmente organizaba toda clase de servicios necesarios, tales como cocina, trabajo de lavandería, agencias de tareas domésticas, etc., para exclusivo beneficio de los empleados públicos--todos, por supuesto, realizados absolutamente a precio de coste. El resultado fue que el empleado público fue capaz de ser abastecido en casa o en restaurantes con comida preparada por los mejores con el mejor material y en la mayor variedad posible, y más barato que jamás había podido abastecerse a sí mismo con incluso las peores provisiones."
"¿Cómo adquirió el Gobierno las tierras y fábricas que necesitaba?" pregunté. "¿Se las compró a los propietarios, o construyó las fábricas?"
"Las co-erigió sin afectar al éxito del programa, pero fue generalmente innecesario. En cuanto a las tierras, los granjeros, a millones, estuvieron contentísimos de dar sus tierras al Gobierno y aceptar empleo en ellas, con la seguridad de subsistencia que implicaba para ellos y los suyos. El Gobierno, además, tomó para su cultivo todas las tierras no ocupadas que fuesen convenientes para dicho propósito, condonando los impuestos en compensación.
"Ocurrió algo muy parecido con las fábricas y las tiendas que el sistema nacional requería. Estaban ociosas a miles por todas partes del país, en medio de las poblaciones de desempleados que pasaban hambre. Cuando estas fábricas se adecuaban a los requerimientos del Gobierno, se tomaba posesión de ellas, se ponían en operación, y a los antiguos trabajadores se les daba empleo. En muchos casos, los antiguos superintendentes y capataces así como el cuerpo principal de operarios se alegró de mantener sus antiguos puestos, con el empleador nacional. Los propietarios de tales fábricas, si recuerdo bien, recibieron alguna concesión, igual a una muy baja tasa de interés, por el uso de su propiedad hasta que el completo establecimiento del nuevo orden hiciese de la igual manutención de todos los ciudadanos el objeto de una garantía nacional. Ya no se dudaba de que esto iba a ser el resultado rápido y cierto del curso de los acontecimientos, y estando pendiente este resultado, los dueños de las plantas ociosas simplemente estuvieron contentísimos de conseguir cualquier cosa a cambio de su uso.
"Las fábricas no eran la única forma de capital ocioso del cual el Gobierno hizo uso en términos similares. Se requerían considerables cantidades de importaciones para abastecer los almacenes públicos; y para evitar el pago de ganancias sobre ellas a los capitalistas, el Gobierno tomó posesión de los barcos que no se usaban, construyendo los que además necesitase, y entró en el comercio exterior, exportando productos de las industrias públicas, y trajo del extranjero al país a cambio de ellos los artículos que se necesitaban. Flotas pesqueras en las que ondeaba la bandera nacional también trajeron al país la cosecha de los mares. Estas flotas de paz pronto superaron por mucho en número los barcos de guerra que hasta ese momento habían llevado de modo exclusivo la encomienda nacional. En estas flotas el marinero ya no era un esclavo.
CÓMO EL DINERO PERDIÓ SU VALOR.
"Y ahora consideremos el efecto de otra característica del sistema de almacenes públicos, a saber, el desuso del dinero en sus operaciones. En los almacenes públicos no se aceptaba el dinero ordinario, sino una especie de vale que se cancelaba con su uso y que era válido sólo durante un tiempo limitado. El empleado público tenía el derecho de canjear el dinero que recibía como salario, a la par, por este vale. Aunque el Gobierno lo emitía solamente para empleados públicos, era aceptado de cualquiera que lo presentase en los almacenes públicos, teniendo cuidado el Gobierno únicamente de que la cuantía total no excediese los salarios que los empleados habían canjeado por dicho vale. De este modo se convirtió en una divisa que podía comprar un trescientos, cuatrocientos, y quinientos por ciento más que el dinero que solamente compraría los artículos de alto precio y adulterados que había en los restantes almacenes de los capitalistas. La ganancia de ese porcentaje iba, por supuesto, a los empleados públicos. El oro, al que habían rendido culto los capitalistas como el supremo y eterno tipo de dinero, ya no era más aceptado en los almacenes públicos que la plata, el cobre, o el papel dinero, y la gente que deseaba los mejores artículos era afortunada si encontraba algún empleado público lo bastante necio como para aceptar tres o cuatro dólares en oro por uno en vale.
"El efecto de esta arolladora reducción de su utilidad para comprar, que hizo que el dinero fuese abundante en exceso en el mercado, se incrementó enormemente con su prácticamente completo desuso por la constantemente creciente proporción de gente que entraba al servicio público. La demanda de dinero todavía se redujo más por el hecho de que ya nadie quería pedirlo prestado para usarlo en el crecimiento de negocios, viendo que el campo empresarial abierto al capital privado estaba encogiendo hora tras hora, y evidentemente estaba destinado a desaparecer pronto. Tampoco quería dinero nadie para atesorarlo, porque era más evidente cada día que pronto no tendría ningún valor. He hablado del vale del almacén público que permitía comprar varios cientos por ciento más que el dinero, pero eso era en las primeras etapas del periodo de transición. En las últimas, el porcentaje subía a alturas cada vez más vertiginosas, hasta que el valor del dinero desapareció por completo, siendo literalmente bueno para nada como dinero.
"Si quisieses imaginar el colapso total del sistema monetario y financiero al completo con todos sus estándares e influencias sobre las relaciones y situaciones humanas, sólo tienes que imaginar cuál habría sido el efecto sobre los mismos intereses y relaciones en tu época si se hubiese generalizado una información incuestionable y fuera de toda duda, de que el mundo iba a ser destruído en unos pocos meses, o como mucho en un año. En este caso naturalmente el mundo no iba a ser destruído, sino a ser rejuvenecido y emprender una fase de evolución incomparablemente más elevada y feliz y más vigorosa; pero el efecto sobre el sistema monetario y todo lo que de él dependía fue completamente el mismo que si el mundo fuese a acabarse, porque en el nuevo mundo no habría uso para el dinero, ni se reconocería ningún derecho o relación medida mediante él."
"Me da la impresión," dije, "de que a medida que el dinero perdía valor, los impuestos públicos no debieron de haber sido capaces de aportar nada para el mantenimiento del Gobierno."
"Los impuestos," replicó el doctor, "eran un incidente del capitalismo privado e iban a morir con él. Su uso había sido dar al Gobierno un medio de llevar a cabo trabajos, bajo el sistema del dinero. En la medida en que la nación colectivamente organizó y directamente aplicó todo el trabajo del pueblo como lo requería el bienestar público, ya no hubo necesidad de impuestos y ya no podían servir para nada, como el dinero en su caso. Los impuestos se hicieron añicos en la etapa culminante de la Revolución, en la medida en que la organización del capital y el trabajo del pueblo con propósitos públicos puso fin a sus funciones."
CÓMO ENTRÓ EL RESTO DE LA GENTE.
"Me parece a mi que en ese momento, si no antes, la masa del pueblo que estaba fuera del servicio público debió de haber comenzado a insistir a voz en grito en que les dejasen entrar a compartir estas cosas buenas."
"Por supuesto que así lo hicieron," replicó el doctor; "y por supuesto que fue lo que se esperaba que hiciesen y lo que se había dispuesto que hiciesen tan pronto como el sistema nacionalizado de producción y distribución estuviese en pleno funcionamiento. El cuerpo de empleados públicos previamente existente había sido utilizado meramente para abastecer a un núcleo conveniente de consumidores para empezar, el cual pudiera ser abastecido sin alterar el tiempo empleado para ello más de lo nesario, con los salarios externos o los mercados de artículos. Tan pronto como el sistema estuvo a pleno rendimiento, el Gobierno emprendió la recepción en el servicio público de no meramente grupos seleccionados de trabajadores, sino de todos los que lo solicitasen. Desde ese momento, el ejército industrial recibió sus reclutas por decenas de miles cada día hasta que al poco tiempo el pueblo en su conjunto estaba al servicio público.
"Por supuesto, todo el que tenía una ocupació u oficio fue mantenido en él en el lugar donde había estado anteriormente empleado, y los intercambios de trabajo, ya en pleno uso, gestionaron el resto. Después, cuando todo se tranquilizase, habría tiempo suficiente para los cambios y desplazamientos que pareciesen deseables."
"Naturalmente," dije, "bajo el funcionamiento del programa de empleo público, los trabajadores debían ser los primeros que entrasen en el sistema, y los ricos y adinerados probablemente se quedarían fuera más tiempo, y entrarían, por así decirlo, todos en un lote, cuando lo hiciesen."
"Evidentemente," replicó el doctor. "Por supuesto, el núcleo original de empleados públicos, para quienes los almacenes públicos se abrieron en primer lugar, estaba todo él compuesto de trabajadores, y así ocurrió con los grupos de gente sucesivamente tomados al servicio público, como granjeros, artesanos, y tenderos de todo tipo. No había nada para impedir que un capitalista se enrolase en el servicio, pero sólo podía hacerlo como trabajador a la par con los demás. Podía comprar en los almacenes públicos sólo en la medida de su paga como trabajador. Su otro dinero no era válido allí. Hubo muchos hombres y mujeres de entre los ricos que, en el entusiasmo humanitario de los últimos días de la Revolución, abandonaron sus tierras y fábricas en manos del Gobierno y se enrolaron como voluntarios al servicio público en cualquier cosa que pudiesen darles; pero en su conjunto, como cabría esperar, la idea de ir a trabajar para ganarse la vida en igualdad económica con sus antiguos sirvientes no era bien recibida por los ricos, y no llegaron a ello hasta que tuvieron que hacerlo."
"Y entonces, ¿dónde fueron, finalmente, enrolados a la fuerza?" pregunté.
"¡A la fuerza!" exclamó el doctor; "¡Dios mío! no. No hubo ningún tipo de restricción que se aplicase sobre ellos que no se aplicase sobre cualquier otro, excepto la creada por la creciente dificultad y final imposibilidad de contratar personas para el empleo privado, u obtener lo necesario para la subsistencia salvo a través de los almacenes públicos con el nuevo vale. Antes de que el Gobierno emprendiese la política de recibir en el servicio público a todos los que lo solicitasen, los desempleados habían acudido en tropel a los capitalistas, buscando ser contratados. Pero inmediatamente después, a los ricos les empezó a resultar imposible obtener hombres y mujeres para que les sirvieran en el campo, la fábrica, o la cocina. No podían ofrecer incentivos con el depreciado dinero que ellos solos poseían, que compensasen suficientemente las ventajas del servicio público. Todos sabían tambien que no había futuro para la clase rica, y nada que ganar por su favor.
"Además, como puedes imaginar, ya había un fuerte sentimiento popular de desprecio hacia aquellos que se rebajasen a servir a otros por un contrato, cuando podían servir a la nación de la cual eran ciudadanos; y, como bien puedes imaginar, este creciente sentimiento hizo intolerable la posición del sirviente o empleado de cualquier tipo. Y no sólo les resultó imposible a los infortunados capitalistas inducir a la gente a cocinar para ellos, lavar para ellos, lustrar sus botas, barrer sus habitaciones, o conducir sus coches, sino que se vieron en aprietos para obtener en los menguantes mercados privados, los únicos lugares donde era válido su dinero, lo mínimo para subsistir, y pronto incluso eso resultó imposible. Durante un tiempo, parece ser, lucharon contra un implacable destino, soportando de mala gana la vida a base de mendrugos en los rincones de sus solitarios palacios; pero al final, por supuesto, todos tuvieron que seguir a sus antiguos sirvientes entrando en la nueva nación, porque no había forma de vivir salvo en conexión con la organización económica nacional. De este modo, quedó notablemente ilustrado, en la salida final de los capitalistas del escenario humano, cuán absolutamente dependía y siempre había dependido el capital del trabajo al cual despreciaba y sobre el cual ejercía su tiranía."
"¿Y entiendo que no había presión sobre nadie para enrolarse en el servicio público?"
"Ninguna salvo la que era inherente a las circunstancias que he mencionado," replicó el doctor. "El nuevo orden no tenía necesidad de reclutamientos no voluntarios, ni empleo para ellos. De hecho, no tenía necesidad de nadie, sino que todos tenían necesidad de él. Si alguno no deseaba enrolarse al servicio público y podía vivir fuera de él sin robar o mendigar, no había ningún inconveniente. Los libros dicen que los bosques estuvieron llenos de hermitaños auto-exiliados durante un tiempo, pero uno por uno se fueron cansando de ello y entraron en la nueva casa social. Algunas comunidades aisladas, sin embargo, permanecieron fuera durante años."
"El molino parece, de hecho, haber sido calculado para moler en extremo hasta lo más fino posible toda oposición al nuevo orden," observé, "y aun así debe haber tenido sus propias dificultades, también, en la natural resistencia de los materiales que tenía que moler. Tomemos, por ejemplo, mi propia clase de los ricos ociosos, los hombres y mujeres cuya única ocupación había sido la prosecución del placer. ¿Qué trabajo útil podría haberse obtenido de unas personas tales como éramos nosotros, por muy bien dispuestos a prestar el servicio que hubiésemos llegado a estar? ¿Dónde podríamos haber encajado en un tipo de servicio industrial, sin ser más un obstáculo que una ayuda?"
"El problema podría haber sido grave si los ricos ociosos de quienes hablas hubiesen sido una proporción muy grande de la población, pero, por supuesto, aunque mucho más evidentes, eran insignificantes en número, comparados con la masa de trabajadores útiles. En tanto eran personas educadas--y por lo general tenían algún barniz de conocimiento--había una amplia demanda de sus servicios como maestros. Por supuesto, no estaban formados como maestros, ni eran capaces de hacer un buen trabajo pedagógico; pero justo después de la Revolución, cuando los niños y los jóvenes de los antiguos pobres regresaron por millones a las escuelas, desde el campo y las fábricas, y cuando también los adultos de las clases trabajadoras demandaron apasionadamente algún grado de educación que correspondiese con las condiciones mejoradas de la vida que habían emprendido, hubo un requerimiento ilimitado de sus servicios como instructor de todo aquel que fuese capaz de enseñar lo que fuera, incluso en las ramas primarias, lectura, escritura, geografía, o aritmética en sus rudimentos. Las mujeres de la antigua clase rica, siendo en su mayoría bien educadas, encontraron en esta tarea de enseñar a los niños de las masas, los nuevos herederos del mundo, un empleo en el cual imagino que deben de haber degustado más felicidad auténtica en el sentimiento de ser útiles para sus semejantes que la que todas sus anteriores frívolas existencias podían haberles dado. De hecho, pocos había de ninguna clase que no demostrasen tener alguna cualidad física o mental mediante la cual pudiesen con placer para sí mismos ser útiles para sus semejantes."
QUÉ SE HIZO CON LOS CRIMINALES Y DELINCUENTES.
"Había otra clase de contemporáneos míos," dije, "que imagino que debieron de haber causado más problemas al nuevo orden que los ricos, para sacar algo en claro con ellos. Al menos, los ricos eran inteligentes y claramente se comportaban bien, y sabían bastante bien adaptarse al nuevo estado de cosas y hacer lo mejor posible ante lo inevitable, pero debió de haber sido más duro lidiar con estos otros. En mi época, había una gran población flotante de vagabundos criminales, holgazanes, y delincuentes de toda clase, hombres y mujeres, como sin duda bien sabe. Admito que nuestra forma pervertida de sociedad era responsable de su existencia; sin embargo, allí estaban, para que la nueva sociedad lidiase con ellos. Para todos los propósitos, estaban deshumanizados, y eran tan peligrosos como fieras salvajes. Apenas podían ser reprimidos por un ejército de policías y las armas de la ley criminal, y constituían una permanente amenaza para la ley y el orden. En momentos de inusual agitación, y especialmente en todas las crisis revolucionarias, acostumbraban a congregarse en una fuerza alarmante y hacerse agresivos. En las crisis que describe, deben sin duda haberse hecho extremadamente turbulentos. ¿Qué hizo el nuevo orden con ellos? Sus justas y humanas proposiciones apenas atraerían a los miembros de la clase delincuente. No eran seres razonables; preferían vivir bajo una violencia sin ley, en vez de mediante un trabajo ordenado, en términos no importa cuán justos. Seguramente la nueva nación debió de encontrar que esta clase de ciudadanos era un bocado muy difícil de digerir."
"Ni mucho menos tan difícil," replicó el doctor, "como a la antigua sociedad le había resultado. En primer lugar, la antigua sociedad, estando en sí misma basada en la injusticia, carecía por completo de prestigio moral o autoridad ética para lidiar con las clases delincuentes o fuera de la ley. La sociedad misma era condenada en su presencia por la injusticia que había sido la provocación y excusa de su rebelión. Este era un hecho que hacía que toda la maquinaria de la llamada justicia criminal de tu época fuese una burla. Todo hombre inteligente sabía en su corazón que los delincuentes y criminales eran lo que eran, en su mayor parte, a cuenta de la desatención y la injusticia y un entorno de influencias degradantes, de las que era responsable un orden social defectuoso, y que si se obrase con rectitud, la sociedad, en vez de juzgarlos, debería estar con ellos en el banquillo ante una justicia superior, y tomar sobre sí la más pesada condena. Esto sentían los criminales mismos en el fondo de su corazón, y ese sentimiento les impedía respetar la ley que temían. Sentían que la sociedad que les demandaba que se reformasen, estaba ella misma en una aún mayor necesidad de reforma. El nuevo orden, por otro lado, hablaba a los proscritos limpio de culpa hacia ellos. Admitiendo el mal que habían sufrido en el pasado, les invitaba a una nueva vida bajo nuevas condiciones, ofreciendoles, en términos justos e iguales, su parte en la herencia social. ¿Supones que hubo alguna vez un corazón humano tan vil que al menos no conociese la diferencia entre la justicia y la injusticia, y respondiese a ello hasta cierto punto?
"Un sorprendente número de casos de los que hablas, que habían sido abandonados por tu civilización como fracasos, aunque de hecho eran pruebas del fracaso de ésta, respondieron con entusiasmo a la primera clara oportunidad que jamás habían tenido para ser hombres y mujeres decentes. Hubo, por supuesto, un gran residuo pervertido con el que había demasiado pocas esperanzas, demasiado congénitamente deformado para tener la capacidad de llevar una vida buena, por más que se les asistiese. Hacia estos, la nueva sociedad, fuerte en la perfecta justicia de su actitud, procedió con clemente firmeza. La nueva sociedad no iba a tolerar, como la antigua había hecho, una clase criminal dentro de ella, más que consentía una clase indigente. La vieja sociedad nunca había tenido ningún derecho moral para prohibir el robo o castigar a los ladrones, porque todo el sistema económico estaba basado en la apropiación por parte de unos pocos, mediante la fuerza o el fraude, de la tierra y sus recursos y el fruto del duro trabajo de los pobres. Todavía menos tenía ningún derecho a prohibir la mendicidad o castigar la violencia, viendo que el sistema económico que mantenía y defendía actuaba necesariamente para fabricar mendigos y provocar la violencia. Pero el nuevo orden, garantizando una igualdad de abundancia para todos, no dejaba pretexto para el ladrón y el atracador, ni excusa para el mendigo, ni provocación para el violento. Prefiriendo el rumbo del mal, a la vida justa y honorable que les ofrecen, tales personas de ahí en adelante pronuncian sentencia sobre sí mismas como no aptas para las relaciones humanas. Con la conciencia tranquila, por consiguiente, la nueva sociedad procedió a lidiar con todos los criminales y delincuentes como personas moralmente perturbadas, y a segregarlos en lugares de confinamiento, para que pasasen allí sus vidas--no, naturalmente, bajo castigo, o soportando penalidades de ninguna clase más allá de un trabajo que bastase para su propio sustento, sino completamente aislados del mundo--e impidiéndoles absolutamente que continuasen con sus semejantes. Por este medio, la humanidad, en la primera generación después de la Revolución, fue capaz de dejar atrás para siempre una carga heredada de depravación e instintos congénitos viles, y desde entonces ha ido así de generación en generación, purgándose de su inmundicia."
LA RAZA DE COLOR Y EL NUEVO ORDEN.
"En mi época," dije, "una complicación peculiar del problema social en América era la existencia en los Estados del Sur de muchos millones de recientemente liberados esclavos negros, aunque parcialmente iguales en la responsabilidad de la libertad. Me interesaría saber precisamente cómo el nuevo orden se adaptó a la situación de la raza de color en el Sur."
"Resultó ser," replicó el doctor, "la pronta solución de un problema que, si no, podría haber continuado asolando indefinidamente al pueblo americano. La población de recientes esclavos necesitaba alguna clase de régimen industrial, a la vez firme y benevolente, administrado bajo condiciones que deberían tender mientras tanto a educar, refinar, y elevar a sus miembros. El nuevo orden reunía estas condiciones con ideal perfección. La disciplina centralizada del ejército industrial, dependiendo para su aplicación no tanto de la fuerza como de la incapacidad de cada uno para sobrevivir fuera del sistema del cual formaba parte, proporcionó justo la clase de control--amable y aun así irresistible--que necesitaban los recientemente emancipados esclavos. Por otro lado, la educación universal y los refinamientos y comodidades de la vida que llegaron con el bienestar económico inmediatamente traído para todos por igual por el nuevo orden, significó más para la raza de color como agente civilizador que incluso para la población blanca, que relativamente había estado más avanzada."
"Debió de haber habido en algunas parte," comenté, "un fuerte prejuicio por parte de la población blanca contra cualquier sistema que obligase a una mayor mezcla de las razas."
"Así lo leemos, pero no había absolutamente nada en el nuevo sistema para ofender ese prejuicio. Se refería por entero a la organización económica, y no tenía nada que ver entonces más que ahora con las relaciones sociales. Incluso para propósitos industriales, el nuevo sistema no implicaba más mezcla de razas que el viejo sistema. Era perfectamente consistente con cualquier grado de separación de razas en la industria que los más intolerantes prejuicios locales pudiesen demandar."
CÓMO PODRÍA HABERSE ACELERADO LA TRANSICIÓN.
"Hay justo un punto sobre la etapa de transición al que quiero volver," dije. "En el caso real, como ha afirmado, parece que los capitalistas siguieron teniendo su capital y continuaron dirigiendo negocios mientras pudieron seguir induciendo a alguien a trabajar para ellos o comprarles a ellos. Supongo que era la naturaleza humana--naturaleza humana capitalista en cualquier caso; pero era también conveniente para la Revolución, porque dio tiempo a que el nuevo sistema económico se perfeccionase como estructura antes de que el esfuerzo de abastecer a toda la gente fuese arrojado sobre él. Pero podría haber sido posible, supongo, que los capitalistas hubiesen tomado un rumbo diferente. Por ejemplo, supongamos que, a partir del momento en que la mayoría popular dio el control del Gobierno nacional a los revolucionarios, los capitalistas hubiesen abandonado de común acuerdo sus funciones y se hubiesen negado a hacer negocios de ninguna clase. Esto, atención, habría sido antes de que el Gobierno hubiese tenido tiempo de organizar incluso los comienzos del nuevo sistema. Eso habría ocasionado un problema más difícil con el que lidiar, ¿no?"
"No creo que el problema hubiese sido más difícil," replicó el doctor, "aunque habría requerido una acción más inmediata y sumaria. El Gobierno habría tenido dos cosas que hacer inmediatamente: por un lado, tomar y conducir la maquinaria de la industria productiva abandonada por los capitalistas, y simultáneamente proporcionar la manutención del pueblo hasta el momento en que la nueva producción estuviese disponible. Supongo que en cuanto al asunto de suministrar la manutención del pueblo, la acción tomada sería como la que habitualmente sigue un gobierno cuando una inundación, una hambruna, un asedio, u otra repentina emergencia ha puesto en peligro la subsistencia de toda una comunidad. Sin duda, el primer paso habría sido requisar, para uso público, todos los almacenes de grano, ropa, zapatos, y artículos en general a lo largo y ancho del país, excepto por supuesto razonables existencias para uso estrictamente privado. Siempre hubo en cualquier país civilizado un abastecimiento por delante de las necesidades, suficiente para varios meses o un año, que sería mucho más de lo que se necesitaría para tender un puente sobre el vacío entre la parada de los engranajes de la producción bajo gestión privada y su puesta en pleno movimiento bajo administración pública. Órdenes en los almacenes públicos de comida y ropa habrían sido emitidas a todos los ciudadanos que hiciesen su solicitud y se enrolasen en el servicio público industrial. Mientras tanto, el Gobierno habría reanudado inmediatamente el funcionamiento de las diversas empresas productivas abandonadas por los capitalistas. Todos los que estaban previamente empleados en ellas sencillamente serían mantenidos, y se habría dado empleo tan rápido como fuese posible a aquellos que anteriormente hubiesen estado sin él. La nueva producción, tan rápidamente como se fabricase, se llevaría a los almacenes públicos y el proceso, de hecho, habría sido justo el mismo que he descrito, salvo que habría ocurrido en un tiempo mucho más rápido. Si no fuese tan suave a cuenta de la necesaria prisa, por otro lado habría culminado más pronto, y en el peor de los casos difícilmente podemos imaginar que la inconveniencia y dureza para el pueblo hubiera sido mayor que la que resultaba de incluso un leve caso de crisis económica que tus contemporáneos pensaban que era necesaria cada siete años, y que hacia el final del viejo orden se hizo perpetua."
CÓMO SE ABORDÓ LA COACCIÓN DE LOS CAPITALISTAS A LOS EMPLEADOS.
"Tu pregunta, sin embargo," continuó el doctor, "me recuerda otro punto que he olvidado mencionar--a saber, los métodos provisionales para dar empleo a los desempleados antes de la completa organización del sistema nacional industrial. Lo que a tus contemporáneos les gustaba llamar 'el problema del desempleo'--a saber, el efecto necesario del sistema de la ganancia, de crear y perpetuar una clase sin empleo--se había incrementado en magnitud desde el principio del periodo revolucionario, y hacia finales de siglo los parados involuntarios se contaban por millones. Mientras este estado de cosas por una parte proporcionaba un poderoso argumento para la propaganda revolucionaria mediante el perfecto ejemplo que era de la incompetencia del capitalismo privado para resolver el problema de la manutención nacional, por otro lado, en la medida en que el empleo se hacía difícil de conseguir, el control de los empleadores sobre los que estaban empleados y los que iban a estarlo se vio fortalecido. Los que tenían empleo y temían perderlo, y los que no lo tenían pero esperaban conseguirlo, se convirtieron, a través del miedo y la esperanza, en meras marionetas en manos de la clase empleadora y amoldaban sus votos a su deseo. Elección tras elección era ganada de este modo por los capitalistas a través de su poder para forzar al trabajador a votar con la papeleta capitalista en contra de sus propias convicciones, desde el miedo a perder o la esperanza de obtener una oportunidad de trabajar.
"Esta era la situación que hizo necesario que antes de la conquista del Gobierno General por el partido revolucionario, y para que los trabajadores fuesen libres para votar por su propia liberación, al menos fuese establecido un sistema provisional de empleo por medio del cual al asalariado pudiese asegurarsele un medio de subsistencia cuando no fuese capaz de encontrar un empleador privado.
"En diferentes Estados de la Unión, cuando el partido revolucionario llegó al poder, fueron adoptados métodos ligeramente diferentes para abordar esta emergencia. La tosca y despilfarradora temporalidad de empleo indiscriminado en trabajos públicos, que había sido adoptada anteriormente por los gobiernos para lidiar con emergencias similares, no habría soportado la crítica de la nueva ciencia económica. Era necesario un método más inteligente y se encontró fácilmente. El plan habitual, aunque variaba dependiendo del lugar, fue que el Estado garantizase a cada ciudadano que hiciese allí su solicitud de medios de subsistencia, que se le pagaría por su trabajo, y que ello tomaría la forma de artículos y alojamiento, siendo estos mismos artículos y alojamiento producidos y mantenidos por la suma del trabajo de aquellos, pasados y presentes, que lo compartían. Los artículos o materias primas que se necesitaban importar, eran obtenidas mediante la venta del exceso de producción a precios de mercado, encontrando también un especial mercado en el consumo de las prisiones del Estado, asilos, etc. Este sistema, por medio del cual el Estado hacía que los de otro modo desempleados pudiesen mantenerse mutuamente a sí mismos, proporcionando meramente la maquinaria y la superintendencia, llegó a extenderse mucho en su uso, para abordar las emergencias del periodo de transición, y jugó un importante papel para preparar a la gente para el nuevo orden, del cual era, de un modo imperfecto, una anticipación. En algunos de estos asentamientos del Estado para los desempleados, el círculo de industrias era notablemente completo, y la producción total de su trabajo, que estaba por encima de los gastos, era repartida entre los trabajadores, de modo que disfrutaban de una situación mucho mejor que cuando tenían un empleo privado, junto con un sentido de seguridad que entoces era imposible. El poder del empleador para controlar a sus trabajadores mediante la amenaza de despido fue desbaratado desde el momento en que estos sistemas cooperativos comenzaron a establecerse, y cuando, más tarde, la organización industrial nacional estuvo lista para absorberlos, meramente se fundieron con ella."
¿Y LAS MUJERES QUÉ?
"¿Y las mujeres qué?" dije. "¿He de entender que, desde la primera organización del servicio público industrial a una escala completa, se esperaba que las mujeres, como los hombres, si eran físicamente capaces, ocupasen su lugar en las filas?"
"Donde las mujeres ya estaban suficientemente empleadas en trabajos domésticos en sus propias familias," replicó el doctor, "se les reconoció que estaban prestando un servicio público hasta que el nuevo sistema cooperativo de faenas domésticas estuviese suficientemente sistematizado para eliminar la necesidad de cocinas separadas y otra elaborada maquinaria doméstica para cada familia. Por lo demás, excepto cuando existiesen motivos de exención, las mujeres ocuparon su lugar en base a lo mismo que los hombres.
"Si la Revolución hubiese llegado cien años antes, cuando todavía las mujeres no tenían otra vocación salvo el trabajo doméstico, el cambio en las costumbres habría sido dramático, pero en ese momento las mujeres ya se habían hecho un lugar en el mundo industrial y del trabajo, y cuando llegó la Revolución era más bien excepcional que las mujeres solteras, que no fuesen de la clase de los ricos y ociosos, no tuviesen alguna ocupación habitual fuera del hogar. Reconociendo a las mujeres como igualmente elegibles y susceptibles de prestar servicio público junto a los hombres, el nuevo orden sencillamente confirmó a las mujeres trabajadoras la independencia que ya habían ganado."
"Pero ¿y las mujeres casadas?"
"Por supuesto," replicó el doctor, "habría considerables períodos durante los cuales las mujeres casadas y las madres estarían naturalmente exentas de llevar a cabo cualquier deber público. Pero excepto en tales momentos, no parece haber nada en la naturaleza de la relación sexual que constituya una razón por la cual una mujer casada debería llevar una vida más aislada y baldía que un hombre. En este asunto del lugar de la mujer bajo el nuevo orden, debes entender que fueron las propias mujeres, en vez de los hombres, quienes insistieron en que deberían compartir plenamente los deberes y los privilegios de la ciudadanía. Los hombres no se los habrían exigido. A este respecto, debes recordar que durante todo su transcurso, la Revolución había sido contemporánea de un movimiento para una ampliación y una mayor libertad de las vidas de las mujeres, y su igualación con los hombres en cuanto a derechos y deberes. Las mujeres, casadas y solteras, se habían cansado totalmente de estar borradas, y se habían rebelado plenamente en contra del liderazgo del hombre. Si la Revolución no hubiese garantizado la igualdad y camaradería con él, que ella estaba conquistando rápidamente bajo el viejo orden, nunca podría haber contado con su apoyo."
"Pero ¿qué hay del cuidado de los niños, del hogar, etc.?"
"Ciertamente a las madres se les podía confiar velar por que nada interfiriera con el bienestar de sus hijos, y no había nada en el servicio público que obligase a las que así tuviesen que hacerlo. No hay nada en la función maternal que establezca que una relación entre madre e hijo necesariamente interfiera permanentemente con la realización de sus deberes sociales y públicos, ni de hecho parece que así fuera en tu época en el caso de las mujeres con suficientes medios económicos para obtener la necesaria asistencia. El hecho de que para las mujeres de las masas fuese tan a menudo necesario abandonar una existencia independiente, y dejar de vivir para sí mismas desde el momento en que tenían hijos, era simplemente una señal de la imperfección del ordenamiento de vuestro sistema social, y no una necesidad natural o moral. Y lo mismo en lo que respecta a lo que llamas cuidado del hogar. Tan pronto como los métodos cooperativos fueron aplicados a las faenas domésticas, y sus varios departamentos fueron sistematizados como ramas del servicio público, la antigua ama de casa tuvo que encontrar forzosamente otra vocación para mantenerse ocupada."
LA CUESTIÓN DEL ALOJAMIENTO.
"Hablando del trabajo doméstico," dije, "¿cómo se las apañaron con las casas? No había, por supuesto, bastantes alojamientos adecuados para todos, ahora que todos eran económicamente iguales. ¿Cómo se estableció quién debería tener las mejores casas y quién las peores?"
"Como he dicho," replicó el doctor, "la idea directriz de la política revolucionaria en el climax de la Revolución era no complicar el reajuste general haciendo cualesquiera cambios que en ese momento no fuesen necesarios para su propósito principal. Para el inmenso número de los que tenían malas viviendas, la construcción de mejores casas era una de las primeras y mayores tareas de la nación. En cuanto a las casas habitables, fueron evaluadas a una renta gradual conforme a su tamaño y atractivo, que sus antiguos ocupantes, si querían conservarlas, se esperaba que pagasen de sus nuevos ingresos como ciudadanos. Para una casa modesta, la renta era nominal, pero para una casa grande--uno de los palacios de los millonarios, por ejemplo--la renta era tan elevada que ningún individuo podía pagarla, y de hecho ningún individuo sin una hueste de sirvientes sería capaz de ocuparla, y desde luego no tenía medios para dar empleo a éstos. Tales edificios tuvieron que usarse como hoteles, edificios de apartamentos, o para propósitos públicos. Parece que nadie cambió sus viviendas excepto los muy pobres, cuyas casas no eran adecuadas para vivir en ellas, y los muy ricos, que no podían usar sus antiguas casas dado que la situación había cambiado."
CUÁNDO SE REALIZÓ PLENAMENTE LA IGUALDAD ECONÓMICA.
"Hay un punto que no está claro del todo en mi mente," dije, "y es justamente el de cuándo entró en vigor la garantía de igual manutención para todos los ciudadanos."
"Supongo," replicó el doctor, "que debió haber sido cuando, tras el colapso final de lo que quedaba del capitalismo privado, la nación asumió la responsabilidad de abastecer a todo el pueblo. Hasta entonces, la organización del servicio público se había hecho en base al salario, que de hecho era el único modo practicable de iniciar el plan de empleo público universal mientras aún la masa de negocios estaba dirigida por los capitalistas, y el nuevo sistema que surgía tenía que ser adaptado en tantos puntos al orden de cosas existente. La tremenda velocidad a la cual crecía el ejército industrial nacional semana tras semana durante el período de transición habría hecho imposible encontrar ninguna base para la distribución en términos de igualdad, que hubiese sido buena al día siguiente. La política del Gobierno fue, sin embargo, preparar a los trabajadores para el reparto en términos de igualdad, estableciendo, en la medida de lo posible, un nivel salarial para todas las clases de empleados públicos. Esto era posible de hacer, debido al abaratamiento de todo tipo de artículos por la abolición de las ganancias, sin reducir los ingresos de nadie.
"Por ejemplo, supongamos que un trabajador hubiese recibido dos dólares por día, y otro uno y medio. Debido al abaratamiento de los artículos de los almacenes públicos, estos salarios inmediatamente comprarían el doble que antes. Pero, en vez de permitir que el virtual incremento de los salarios actuase multiplicando, de modo que doble la discrepancia original entre la paga de los dos, se aplicó mediante sumas iguales a la cuenta de ambos. Mientras a ambos por igual les iba mejor que antes, la desproporción en su bienestar era reducida de este modo. El que anteriormente había tenido una paga más alta no podía objetar que esto era injusto, porque el valor incrementado de su salario no era el resultado de sus propios esfuerzos, sino de la nueva organización pública, de la cual sólo podía pedir un beneficio igual al de todos los demás. De este modo, en el momento en que la nación estuvo lista para el reparto por igual, un nivel sustancial de salario, asegurado mediante subidas, no mediante bajadas, ya había sido establecido. En cuanto a los elevados salarios de empleados especiales, que obtenían bajo el capitalismo privado, fuera de toda proporción con los salarios de los trabajadores, fueron implacablemente recortados en el servicio público desde el comienzo de la política revolucionaria.
"Pero por supuesto que la innovación más radical al establecer la igualdad económica universal no fue el establecimiento de un nivel salarial entre los trabajadores, sino la admisión de toda la población, para un reparto de la producción nacional en términos de igualdad. Durante el período de transición, el Gobierno tuvo necesidad de proceder como un capitalista respecto a reconocer y tratar sólo con trabajadores eficientes. No tuvo mayor conocimiento de la existencia de las mujeres, o los niños, o los viejos, o los enfermos, o los lisiados, u otros que dependían de los trabajadores, excepto cuando eran trabajadores, que el que habían tenido por costumbre los capitalistas. Pero cuando la nación acumuló en sus manos todos los recursos económicos del país, procedió a administrarlos conforme al principio--proclamado, de hecho, en la gran Declaración, pero burlado en la práctica por la anterior república--de que todos los seres humanos tienen igual derecho a la libertad, la vida, y la felicidad, y que los gobiernos justamente existen sólo con el propósito de hacer bueno ese derecho--un principio del cual la primera consecuencia práctica debería ser la garantía para todos de las bases económicas en términos de igualdad. Desde entonces se requería que todas las personas adultas que pudiesen prestar un servicio útil a la nación lo prestasen si deseaban disfrutar de los beneficios del sistema económico; pero todos los que aceptaron el nuevo orden, fuesen capaces o no de prestar algún servicio económico, recibieron una parte igual a todos los demás, de la producción nacional, y una provisión semejante se hizo para las necesidades de los niños para proteger absolutamente sus intereses del abandono o capricho de padres egoístas.
"Desde luego, el efecto inmediato fue necesariamente que los trabajadores activos recibieron unos ingresos menores que cuando eran los únicos a repartir; pero si eran hombres buenos y distribuían sus salarios como debían entre aquellos que dependían de ellos, todavía tenían para su uso personal tanto como antes. Sólo aquellos asalariados que anteriormente no tenían a nadie que dependiese de ellos o los hubiesen rechazado sufieron algún recorte de ingresos, y lo merecían. Pero de hecho no hubo cuestión de recorte para nadie salvo durante un tiempo muy corto; porque, tan pronto como la ahora completa organización económica estuvo claramente en movimiento, todos estuvieron demasiado ocupados pensando el modo de gastar su propio salario como para dedicar algún pensamiento al de los demás. Por supuesto, la igualación de la manutención económica para todos basada en su ciudadanía puso punto final al empleo de sirvientes privados, aunque la práctica hubiese perdurado hasta entonces, lo cual es dudoso; porque si cualquiera hubiese deseado un sirviente personal, debía a partir de ese momento pagarle tanto como él recibía estando al servicio público, lo que habría equivalido a los ingresos totales del empleador, dejándole nada para sí mismo."
LA LIQUIDACIÓN DE LOS CAPITALISTAS.
"Hay un punto," dije, "sobre el cual me gustaría tener información un poco más clara. Cuando la nación finalmente tomó posesión absolutamente a perpetuidad de todas las tierras, maquinaria, y capital después del colapso final del capitalismo privado, debió de haber sin duda algun tipo de liquidación y balance de cuentas entre el pueblo y los capitalistas cuyas anteriores propiedades habían sido nacionalizadas. ¿Cómo se gestionó esto? ¿Cúal fue la base para la liquidación?"
"La gente rechazó una liquidación," replicó el doctor. "La guillotina, la horca, y el paredón de fusilamiento no formaron parte de la consumación de la gran Revolución. Durante las fases previas de la agitación revolucionaria hubo mucha discusión acérrima calculando lo que el pueblo, en la hora de su triunfo, demandaría a los capitalistas por el cruel pasado; pero cuando llegó la hora del triunfo, el entusiasmo de humanidad que lo glorificó extinguió los fuegos del odio y se llevó todo deseo de estéril venganza. No, no hubo liquidación exigida; el pueblo perdonó el pasado."
"Doctor," dije, "ha respondido suficientemente--de hecho, abrumadoramente--a mi pregunta, y tanto más porque no ha captado lo que quería decir. Recuerde que represento la condición mental y moral del capitalista americano corriente de 1887. Lo que quería era preguntar qué compensación dio el pueblo a los capitalistas por la nacionalización de lo que habían sido sus propiedades. Evidentemente, sin embargo, desde el punto de vista del siglo veinte, si hubiese que haber hecho alguna liquidación entre el pueblo y los capitalistas, el pueblo era el que tenía que haber presentado la factura."
"Me enorgullezco," replicó el doctor, "de seguirle la pista a tu punto de vista y de distinguirlo del nuestro, pero confieso que esta vez claramente he perdido la pista. Ya ves, cuando miramos atrás, a la Revolución, una de sus características más impresionantes parece ser la inmensa magnanimidad del pueblo en el momento del completo triunfo, al acordar liberar de la deuda a sus anteriores opresores.
"¿No ves que si el capitalismo privado era bueno entonces la Revolución era mala; pero, por otro lado, si la Revolución era buena, entonces el capitalismo privado era malo, y el peor mal que jamás existió; y en ese caso eran los capitalistas quienes debían una reparación al pueblo al que habían causado mal, en vez de que el pueblo debiese una compensación a los capitalistas por quitarles los medios para hacer dicho mal? Si el pueblo hubiese consentido, en cualesquiera términos, comprar su libertad a sus antiguos amos, habría sido admitir la justicia de su anterior esclavitud. Cuando los esclavos insurgentes triunfan, no tienen por costumbre pagar a sus antiguos amos el precio de las cadenas y grilletes que habían roto; los amos habitualmente se consideran afortunados si sus cabezas no son rotas también. Si la cuestión de compensar a los capitalistas hubiese surgido en el momento del que estamos hablando, habría sido un asunto desafortunado para ellos. A la pregunta, ¿quién iba a pagar por lo que el pueblo les ha quitado? la respuesta habría sido, ¿quién iba a pagar al pueblo por lo que el sistema capitalista le había quitado a él y a sus antepasados, la luz de la vida y la libertad y la felicidad que había estado apagada durante innumerables generaciones? Esa era una contabilidad que habría profundizado tanto y habría ido tan atrás en el tiempo que los deudores bien podrían estar contentos de prescindir de ella. Al tomar posesión de la tierra y todos los trabajos del hombre que la habitaba, el pueblo no estaba sino reclamando su propia herencia y el trabajo de sus propias manos, que le habían arrebatado mediante fraude. Cuando los auténticos herederos recuperan lo que es suyo, los injustos administradores que les habían dejado sin su herencia pueden sentir que son tratados con misericordia si los nuevos amos están dispuestos a olvidar el pasado.
"Pero aunque la idea de compensar a los capitalistas por poner fin a su opresión habría sido éticamente absurda, apenas tendrás una plena noción de la situación si no consideras que cualquier tipo de compensación era, dada la naturaleza del caso, imposible. Haber compensado a los capitalistas en cualquier modo práctico--esto es, cualquier modo que hubiera conservado para ellos bajo el nuevo orden cualquier equivalencia económica con sus anteriores posesiones--habría implicado necesariamente establecer de nuevo el capitalismo privado en el mismo momento de destruirlo, derrotando y ridiculizando de este modo a la Revolución en el momento de su triunfo.
"Ya ves que esta última y más grande de las revoluciones, dada la naturaleza del caso, difería absolutamente de todas las anteriores en la finalidad y plenitud de su trabajo. En todos los casos anteriores en los cuales los gobiernos habían abolido, o convertido para uso público, formas de propiedad que estaban en manos de ciudadanos, había sido posible compensarlos con alguna otra forma de propiedad a través de la cual su anterior ventaja económica se perpetuaba bajo una forma diferente. Por ejemplo, al expropiar tierras era posible pagar por ellas en dinero, y al abolir la propiedad de hombres era posible pagar por los esclavos, de modo que la anterior superioridad o privilegio que tenían los propietarios no era destruída, sino meramente traducida, por así decirlo, en otros términos. Pero la gran Revolución, cuyo objetivo era la destrucción final de toda forma de ventaja, dominio, o privilegio entre los hombres, no dejó posible guisa o modo bajo los cuales el capitalista pudiese continuar ejerciendo su anterior superioridad. Todos los modos bajo los cuales los hombres en el pasado habían ejercido dominio sobre sus semejantes habían sido reducidos revolución tras revolución hasta uno solo, en forma de superioridad económica, y ahora que esta última encarnación del espíritu del dominio egoísta iba a perecer, no había más refugio para ella. La última máscara fue arrancada, iba a dejarse marchitar frente al sol."
"Tras su explicación no tengo ninguna pregunta más en cuanto al asunto de la liquidación entre el pueblo y los capitalistas," dije. "Aun así, he entendido que en los primeros pasos hacia la sustitución del capitalismo privado por la gestión pública de los asuntos, consistente en la nacionalización o municipalización de servicios cuasi-públicos, tales como infraestructuras de gas, ferrocarriles, telégrafos, etc, se siguió alguna teoría de compensación. La opinión pública, en esa etapa, no habiendo aceptado el programa revolucionario al completo, debió probablemente haber insistido en esta práctica. ¿Cuándo exactamente se dejó de hacer?"
"Percibirás de inmediato," replicó el doctor, "que en la medida en que se llegó a un reconocimiento general de que la igualdad económica estaba al alcance de la mano, empezó a parecer ridículo pagar a los capitalistas por sus posesiones en formas de riqueza que debían inmediatamente, como todos sabían, perder todo su valor. Así ocurrió que, a medida que la Revolución se aproximaba a su cosumación, la idea de comprarle su parte a los capitalistas dio lugar a planes para salvaguardarles de innecesarias penalidades durante el periodo de transición. Todos los asuntos de la clase que hablas, que fueron asumidos por el pueblo en las primeras etapas de la agitación revolucionaria, fueron pagados en dinero o bonos, y habitualmente a precios muy favorables para los capitalistas. En cuanto a las mayores industrias, que fueron asumidas más tarde, tales como los ferrocarriles y las minas, se siguió un camino diferente. Cuando la opinión pública estuvo madura para estos pasos, comenzó a ser reconocido hasta por los más torpes, que era posible si no probable, que el programa revolucionario se completase totalmente, y todas las formas de valor monetario u obligación se convertirían en papel mojado. Con esta perspectiva, los capitalistas que tenían propiedades no estaban naturalmente deseosos de tomar bonos nacionales a cambio de ellas, lo cual habría sido la forma natural de compensación si se las hubiesen comprado. Aunque los capitalistas hubiesen estado dispuestos a tomar los bonos, el pueblo nunca habría consentido incrementar la deduda pública en los cinco o seis mil millones de bonos que habrían sido necesarios para llevar a cabo la compra. Ni los ferrocarriles ni las minas fueron por consiguiente comprados en absoluto. Era su gestión, no su propiedad, lo que había excitado la indignación pública y creado la exigencia de su nacionalización. Era su gestión, por tanto, lo que fue nacionalizado, quedando inalterada su propiedad.
"Es decir, el Gobierno, por los elevados motivos de la política pública y para la corrección de los agravios que se habían hecho intolerables, asumió la exclusiva y perpetua gestión y funcionamiento de las líneas del ferrocarril. Se había hecho una honesta evaluación de las fábricas, las ganancias, si las había, hasta un porcentaje razonable, fueron pagadas a los tenedores de seguros. Este arreglo respondía al propósito de liberar al pueblo y asegurar a los tenedores de seguros por igual contra las extorsiones y malas administraciones de los anteriores operadores privados, y al mismo tiempo enroló a un millón de empleados del ferrocarril en el servicio público y les hizo disfrutar de todos sus beneficios de un modo tan efectivo como si las líneas se hubiesen comprado. Un plan similar fue seguido con las minas de carbón y otras. Esta combinación de propiedad privada con gestión pública continuó hasta que, habiéndose consumado la Revolución, todo el capital del país fue nacionalizado mediante decreto.
"El principio general que gobernaba la política revolucionaria al tratar con propietarios de todo tipo era que aunque la distribución de propiedad era esencialmente injusta y los derechos de propiedad existentes moralmente inválidos, y que tan pronto como fuese posible se establecería un nuevo sistema, aun así, hasta que el nuevo sistema de propiedad pudiese en su conjunto reemplazar al existente, los derechos legales de los propietarios deberían ser respetados, y cuando se anulasen en público interés, deberían hacerse las necesarias provisiones para evitar penalidades. Es decir, no debería quitarsele a nadie los medios de manutención privada, hasta que la garantía de manutención a partir de fuentes públicas pudiese tomar su lugar. La aplicación de este principio por los revolucionarios parece haber sido extremadamente lógica, pulcra, y concluyente. La vieja ley de la propiedad, mala como era, no era un objetivo a abolir en nombre de la licencia, el expolio, y la confusión, sino en nombre de una ley más estricta, lógica, y justa. En los días más vigorosos del capitalismo, robar, así se llamaba, nunca fue reprimido más severamente que en las vísperas de la completa introducción del nuevo sistema.
"Para resumir el caso en una palabra," sugerí, "parece que al pasar del viejo al nuevo orden a los ricos les fue necesariamente como cuando pasaban de este mundo al otro. Tanto en un caso como en el otro, tenían que dejar absolutamente tras de sí su dinero."
"El ejemplo es realmente muy adecuado," dijo riéndose el doctor, "excepto en un importante detalle. Se ha rumoreado que el cambio que Dives hizo de este mundo al otro fue infeliz para él; pero media docena de años después de que el nuevo sistema económico hubiese estado en funcionamientos no había un ex-millonario que no estuviese presto a admitir que para él y su clase la vida valía mucho más la pena vivirla que antes, como ocurría con el resto de la comunidad."
"¿El nuevo orden alcanzó el pleno funcionamiento tan rápidamente? pregunté.
"Por supuesto, no pudo alcanzar el orden perfecto que ahora ves, durante muchos años. El 'personal' de cualquier comunidad es el primer factor de su eficiencia económica, y hasta que la primera generación nacida bajo el nuevo orden no alcanzó la madurez--una generación cuyos miembros habían recibido el más alto aprendizaje intelectual e industrial--el nuevo orden no mostró plenamente de lo que era capaz. Pero no habían pasado diez ni dos años desde el momento en que el Gobierno nacional empleó a todo el pueblo en base a un igual reparto de la producción, antes de que el sistema mostrase resultados que anonadaron al mundo con asombro. El sistema parcial de industrias públicas y almacenes públicos que el Gobierno ya había acometido había dado al pueblo algún indicio del abaratamiento de los productos y la mejora en su calidad que podría resultar de la abolición de las ganancias incluso bajo un sistema de salarios, pero hasta que el sistema económico al completo no fue nacionalizado y todos cooperaron en pro de una riqueza común no fue posible completamente poner en un fondo común la producción y repartirla por igual. Ninguna experiencia previa había por consiguiente preparado al público para la prodigiosa eficiencia de la nueva ingeniería económica. El pueblo había pensado que los reformadores hacían más bien grandes promesas en cuanto a lo que el nuevo sistema haría en lo que a creación de riqueza se refiere, pero ahora les acusaban de ocultar la verdad. Y aun así el resultado fue tal que no debería haber sorprendido a nadie que se hubiese tomado la molestia de calcular el efecto económico del cambio de sistema. El incalculable incremento de riqueza que salvo por el sistema de la ganancia habrían traído al mundo los grandes inventos del siglo hace mucho tiempo, estaba siendo recogido en una cosecha largamente pospuesta pero abrumadora.
"La dificultad bajo el sistema de la ganancia había sido evitar producir demasiado; la dificultad bajo el sistema de igual reparto era cómo producir bastante. La pequeñez de la demanda había limitado anteriormente el suministro, pero el suministro había ahora dispuesto para ella una tarea ilimitada. Bajo el capitalismo privado la demanda había sido un enano y cojo, y aun así este lisiado había sido el que marcaba el paso del gigante de la producción. La cooperación nacional había puesto alas al enano y calzado su cojera con las sandalias de Mercurio. Desde ese momento, el gigante necesitaría toda su fuerza, todos sus músculos de acero y nervios de bronce incluso, para no perderlo de vista según revoloteaba por delante.
"Sería dificil darte una idea del termendo estallido de energía industrial con el cual la rejuvenecida nación en la mañana de la Revolución se lanzó a la tarea de elevar el bienestar de todas las clases hasta un nivel donde los anteriores ricos que compartían la suerte común no tenían nada que lamentar. Nada como el Titánico logro por el cual este resultado fue realizado se había nunca antes conocido en la historia de la humanidad, y nada como ello parece probable que vuelva a ocurrir de nuevo. En el pasado, no había habido trabajo suficiente para la gente. Millones, algunos ricos, algunos pobres, algunos dispuestos, algunos no dispuestos, siempre habían estado ociosos, y no sólo eso, sino que la mitad del trabajo que se hacía era despilfarrado en competir o en producir lujos para gratificar las necesidades secundarias de los pocos, mientras aún las primarias necesidades de la masa quedaban insatisfechas. Maquinaria ociosa igual al poder de otros millones de hombres, tierras ociosas, capital ocioso de todo tipo, escarnecían las necesidades del pueblo. Ahora, de pronto no había manos suficientes en el país, engranajes suficientes en la maquinaria, potencia suficiente en el vapor y la electricidad, horas suficientes en el día, días suficientes en la semana, para la inmensa tarea de preparar las bases de una existencia confortable para todos. Pero no hasta que todos los adinerados, con buenas casas, bien vestidos, bien alimentados, pudiesen estar así también bajo el nuevo orden de cosas.
"Se dice que en el primer año despues de establecerse el nuevo orden, la producción total del país se triplicó, y en el segundo se duplicó la producción del primero, y todo fue consumido.
"Aunque, desde luego, la mejora en el bienestar material de la nación era la característica más notable de los primeros años tras la Revolución, sencillamente porque era por donde cualquier mejora debía comenzar, aun así se dice que los modales ennoblecedores y suavizados y el crecimiento de la genialidad en las relaciones sociales, fueron cambios apenas menos notables. Mientras las diferencias de clase heredadas del antiguo orden en forma de hábitos, educación, y cultura, debieron, por supuesto, continuar marcando y en cierta medida separando a los miembros de la generación entonces en escena, aun así el conocimiento cierto de que las bases de estas diferencias habían muerto para siempre, y que los niños de todos se mezclarían no sólo en términos de igualdad económica, sino moral, intelectual, y solidaridad social, y total comunidad de intereses, parece haber tenido una influencia fuertemente anticipatoria para unir en un sentimiento de esencial hermandad a aquellos que habían avanzado demasiado lejos en la vida como para esperar ver la promesa de Revolución plenamente realizada.
"Merece la pena hablar de otro asunto, que es del efecto casi inmediato de la prosperidad material universal y abundante que la nación había emprendido, para hacer que el pueblo olvidase todo acerca de la importancia que habían dado al final a las minúsculas diferencias en la paga y los salarios. En los viejos días de pobreza general, cuando una suficiencia era tan dura de conseguir, una diferencia de cincuenta céntimos o un dólar en un salario parecía tan grande para el trabajador que era difícil para él aceptar la idea de una igualdad económica en la cual tales importantes distinciones desaparecerían. Era totalmente natural que así fuese. Los hombres luchaban por mendrugos cuando pasaban hambre, pero no reñían por el pan sentados a la mesa de un banquete. Algo así ocurrió cuando en los años que siguieron a la Revolución la abundancia material y todas las comodidades de la vida llegaron a ser algo natural para cada uno, y guardar para el futuro era innecesario. Entonces fue cuando el motivo del hambre desapareció de la naturaleza humana y la codicia de cosas materiales, escarnecida a muerte por la abundancia, pereció por atrofia, y los motivos del trabajador moderno, el amor al honor, el gozo de la benevolencia, el deleite del logro, y el entusiasmo de humanidad, llegaron a ser los impulsos del mundo económico. El trabajo fue glorificado, y los serviles esclavos asalariados del siglo diecinueve se presentaron trasfigurados como el caballero medieval de la humanidad."