Igualdad/Capítulo XXII
A la mañana siguiente, Edith recibió una llamada para presentarse en su puesto de servicio por una necesidad que surgió debido a una circunstancia especial. Después de que se fuera, busqué al doctor en la biblioteca y empecé a hacerle preguntas sin cesar, de las que, como de costumbre, se habían acumulado en mi mente la noche anterior.
"Si deseas continuar tus estudios históricos esta mañana," dijo inmediatamente, "voy a proponerte un cambio de maestros."
"Estoy satisfechísimo con el que la Providencia me ha asignado," respondí, "pero es completamente natural que quiera verse relevado de un interrogatorio tan persistente."
"No es eso en absoluto," replicó el doctor. "Estoy seguro de que nadie podría tener concebiblemente una tarea más inspiradora que la que he tenido, ni tengo ninguna intención de abandonar todavía. Pero se me ha ocurrido que un pequeño cambio en el método y en el medio de instrucción esta mañana podría ser agradable."
"¿Quién va a ser el nuevo maestro?" pregunté.
"Van a ser varios, y no son maestros en absoluto, sino alumnos."
"Venga, doctor," protesté, "¿no cree que un hombre en mi posición tiene bastantes enigmas que resolver, sin que se los fabriquen?"
"Suena a enigma, ¿no? Pero no lo es. Sin embargo, me apresuraré a explicarlo. Como uno de aquellos ciudadanos a quien a causa de supuestos servicios públicos la gente ha votado para obtener la cinta azul, tengo varias funciones honorarias en lo que respecta a los asuntos públicos, y especialmente a los asuntos educativos. He sabido esta mañana que hay un examen a las diez en punto en el noveno grado de la Escuela de Arlington. Han estado estudiando la historia del período anterior a la gran Revolución, y van a dar sus impresiones generales de él. He pensado que quizá, mediante un cambio, podrías estar interesado en escucharlos, especialmente en vista del asunto particular que van a discutir."
Aseguré al doctor que ningún programa podría prometer más entretenimiento. "¿Cuál es el asunto del que discuten?" pregunté.
"Su tema es el sistema de la ganancia como método de suicidio económico," replicó el doctor. "En las charlas que hemos tenido hasta ahora, hemos tocado principalmente la injusticia moral del viejo orden económico. En la discusión que oiremos esta mañana no habrá referencia a consideraciones morales, salvo incidentalmente. Los jóvenes se esforzarán por mostrarnos que había ciertos defectos inherentes y fatales en el capitalismo privado como máquina para producir la riqueza, los cuales, aparte por completo de su caracter ético, hacían necesaria su abolición si la humanidad fuese alguna vez a salir del fango de la pobreza."
"Esta es una doctrina muy diferente de la de los sermones que yo solía oir," dije. "El clero y los moralistas en general nos aseguraban que no había males sociales para los cuales la medicina religiosa y moral no fuese adecuada. La pobreza, decían, era al fin y al cabo el resultado de la depravación humana, y desaparecería si todos fuesen buenos, simplemente.
"Así lo hemos leído," dijo el doctor. Hasta qué extremo el clero y los moralistas predicaron esta doctrina con un motivo profesional calculado para realzar la importancia de sus servicios como instructores morales, hasta qué extremo hacían eco de ello como excusa para la indolencia mental, y hasta qué extremo podían realmente haber sido sinceros, no podemos juzgarlo a esta distancia, pero ciertamente nunca se enseñó tontería más injuriosa. El sistema industrial y comercial mediante el cual se organiza y dirige el trabajo de una gran población constituye una máquina compleja. Si la máquina es construída de un modo no científico, resultará en una pérdida y un desastre, sin la más mínima consideración a si los gestores son los santos más excepcionales o los peores pecadores. El mundo siempre ha tenido y tendrá necesidad de toda la virtud y auténtica religión que a los hombres se les pueda inducir a practicar; pero decir a los granjeros que la religión personal tomará el lugar de una agricultura científica, o al capitán de un barco ingobernable que la práctica de la buena moral traerá su nave a la costa, no sería una mayor puerilidad que la que los sacerdotes y moralistas de tu época cometieron al asegurar a un mundo empobrecido por un sistema económico que el secreto de la abundancia era el buen trabajo y la devoción personal. La historia tiene un amargo capítulo para estos guías ciegos, quienes, durante el periodo revolucionario, hicieron mucho más daño que aquellos que abiertamente defendieron el viejo orden, porque, aunque la brutal franqueza de éstos repelía a los hombres buenos, aquellos los desorientaron, e hicieron que su indignación se dirigiese muy lejos del culpable sistema, al cual de otro modo habrían destruído pronto.
"Y justo aquí déjame decir, Julian, como un punto muy importante que tienes que recordar de la historia de la gran Revolución, que hasta que la gente no hubo superado esta pueril enseñanza y vio las causas de la necesidad y miseria del mundo no en la depravación humana, sino en la locura del sistema de la ganancia, del cual dependía el capitalismo privado, la Revolución no comenzó a avanzar en serio."
Ahora bien, aunque el doctor había dicho que la escuela que íbamos a visitar estaba en Arlington, el cual yo sabía que estaba a una cierta distancia, fuera de la ciudad, y que el examen tendría lugar a las diez en punto, el doctor continuaba sentado cómodamente en su sillón, aunque eran las diez menos cinco.
"¿Esta Arlington es la misma ciudad que era un suburbio de la ciudad en mi época?" me aventuré a preguntar inmediatamente.
"Por supuesto."
"Estaba a unos quince o veinte kilómetros de la ciudad," dije.
"No se ha movido, te lo aseguro," dijo el doctor.
"Entonces, si es así, y el examen va a empezar en cinco minutos, ¿no es probable que lleguemos tarde?" comenté con suavidad.
"Oh, no," replicó el doctor, "todavía quedan tres o cuatro minutos."
"Doctor," dije, "durante los últimos días me han presentado muchos nuevos y veloces modos de locomoción, pero no veo cómo me va a llevar a Arlington desde aquí a tiempo para el examen que comienza dentro de tres minutos, a no ser que me reduzca a una solución electrificada, me envíe por cable, y me precipite de nuevo tomando mi forma al otro extremo de la línea; e incluso en ese caso debería suponer que no tenemos tiempo que perder."
"No tendríamos, ciertamente, si tuviésemos la intención de ir a Arlington incluso mediante ese proceso. No se me ocurrió que te importaría no ir, o podríamos haber empezado antes. ¡Qué lástima!"
"Me trae sin cuidado visitar Arlington," repliqué, "pero supuse que sería más bien necesario hacerlo si íbamos a asistir a un examen en ese lugar. Ya veo mi error. Debería haber aprendido a estas alturas a no dar por sentado que cualquiera de las que en mi tiempo se consideraban leyes de la Naturaleza están todavía en vigor."
"Las leyes de la Naturaleza están perfectamente," dijo riendo el doctor. "¿Pero es posible que Edith no te haya mostrado el electroscopio?"
"¿Qué es eso?" pregunté
"Es a la vista lo que el teléfono al oído," replicó el doctor, y, encaminándose a la habitación de la música, me mostró el aparato.
"Son las diez en punto," dijo, "y no tenemos tiempo para explicaciones ahora. Toma esta silla y ajusta el instrumento como me ves hacerlo a mi. ¡Ahora!"
Al instante, sin avisar y sin la menor preparación para lo que iba a venir, me encontré mirando el interior de una gran habitación. Unos veinte chicos y chicas, de trece a catorce años de edad, ocupaban una doble fila de sillas colocadas en forma de semicírculo alrededor de un escritorio donde se sentaba un jóven, de espaldas a nosotros. Las filas de estudiantes estaban frente a nosotros, aparentemente a no más de seis metros. El sonido del roce de los vestidos y todo cambio de expresión en sus rostros móviles aparecían tan distinguibles ante mis ojos y en mis oídos como si hubiésemos estado directamente detrás del maestro, como de hecho parecía que estábamos. En el momento en que la escena había aparecido de repente ante mis ojos, iba a hacerle un comentario al doctor. Como me paré, él se rio. "No debes temer interrumpirles," dijo. "No nos ven ni nos oyen, aunque ambos les veamos y oigamos a ellos tan bien. Están a más de una docena de kilómetros."
"¡Cielos!" susurré--porque, a pesar de lo que me aseguró, yo no podía comprender que no me oyeran--"¿estamos aquí o allí"
"Estamos aquí, naturalmente," replicó el doctor, "pero nuestros ojos y oídos están allí. Esto es electroscopio y teléfono combinados. Podríamos haber oído el examen igual de bien sin el electroscopio, pero pensé que te resultaría más entretenido si podías ver y oir. Son unos jóvenes con un aspecto excelente, ¿no? Ahora veremos si son tan inteligentes como bien parecidos."
CÓMO LAS GANANCIAS REDUCEN EL CONSUMO.
"Nuestro tema esta mañana," dijo el maestro enérgicamente, "es 'El Suicidio Económico de la Producción para obtener Ganancia,' o 'La Desesperanza de la Perspectiva Económica de la Humanidad bajo el Capitalismo Privado.'--Ahora bien, Frank, ¿puedes decirnos exactamente lo que esta propuesta significa?"
A estas palabras, uno de los chicos de la clase se puso de pie.
"Significa," dijo, "que las comunidades que dependían--como tenían que depender, en tanto perdurase el capitalismo privado--del principio de obtener una ganancia por la producción de las cosas mediante las cuales vivían, debe siempre sufrir pobreza, porque el sistema de la ganancia, por su necesaria naturaleza, trabajaba con un tope y paralizaba la producción en el punto donde empezaba a ser eficiente."
"¿Mediante qué se limita la posible producción de riqueza?"
"Mediante su consumo."
"¿No puede la producción ser inferior al posible consumo? ¿No puede la demanda para el consumo exceder los recursos de producción?
"Teóricamente puede, pero no en la práctica--esto es, hablando de demanda como limitada a deseos racionales, y no extendiéndose a objetos meramente caprichosos. Desde que la división del trabajo fue introducida, y especialmente desde que los grandes inventos multiplicaron indefinidamente los poderes del hombre, la producción ha sido limitada en la práctica únicamente por la demanda creada por el consumo."
"¿Era esto así antes de la gran Revolución?"
"Ciertamente. Era un truismo entre los economistas que Inglaterra, Alemania, o los Estados Unidos por sí solos podrían haber abastecido fácilmente todo el consumo mundial de artículos fabricados. Ningún país comenzó a producir hasta el límite de su capacidad en ninguna línea."
"¿Por qué no?
"A cuenta de la necesaria ley del sistema de la ganancia, mediante la cual operaba para limitar la producción."
"¿De qué manera operaba esta ley?"
"Creando una brecha entre el poder productivo y consumidor de la comunidad, cuyo resultado era que la gente no era capaz de consumir tanto como podía producir."
"Por favor, dinos precisamente cómo el sistema de la ganancia condujo a este resultado."
"No habiendo bajo el antiguo orden de cosas," replicó el chico, Frank, "ninguna agencia colectiva que se encargase de la organización del trabajo y el intercambio, esa función cayó naturalmente en manos de individuos emprendedores quienes, debido a que encargarse de ello requería mucho capital, tenían que ser capitalistas. Eran de dos clases generales--los capitalistas, que organizaban el trabajo para la producción, y los comerciantes, los intermediarios, y los almacenistas, que organizaban la distribución y habiendo recolectado todas las variedades de productos en el mercado, los vendían otra vez al público en general para su consumo. La gran masa de gente--nueve décimas partes, quizá, eran asalariados que vendían su trabajo a los capitalistas productores; o pequeños productores de primera mano, quienes vendían su producto personal a los intermediarios. Los granjeros eran de esta última clase. Con el dinero que los asalariados y granjeros recibían como paga o como precio de su producción, iban después al mercado, donde eran reunidos los productos de todas clases, y volvían a comprar tanto como podían para su consumo. Ahora bien, por supuesto, los capitalistas, tanto si estaban implicados en organizar la producción como la distribución, tenían que tener algún incentivo por arriesgar su capital y emplear su tiempo en este trabajo. Ese incentivo era la ganancia."
"Dinos cómo eran recolectadas las ganancias."
"Los capitalistas fabricantes o empleadores pagaban a la gente que trabajaba para ellos, y los comerciantes pagaban a los granjeros por sus productos con unas fichas llamadas dinero, que eran válidas para volver a comprar la amalgama de productos que había en el mercado. Pero los capitalistas no daban a los asalariados ni a los granjeros suficientes de esas fichas de dinero para volver a comprar el equivalente al producto de su trabajo. La diferencia que los capitalistas se quedaban para ellos era su ganancia. Era recolectada poniendo un precio más alto sobre los productos, cuando eran vendidos en las tiendas, que el coste que el producto había tenido para los capitalistas."
"Danos un ejemplo."
"Tomaremos entonces, primero, al capitalista fabricante, que empleaba trabajadores. Supongamos que fabricaba zapatos. Supongamos que por cada par de zapatos pagaba diez céntimos al curtidor por el cuero, veinte céntimos por la labor de montar el zapato, y diez céntimos por el resto del trabajo que ha intervenido de alguna forma en la fabricación del zapato, así que el par le cuesta de hecho una inversión de cuarenta céntimos. Él vendió los zapatos al intermediario por, digamos, setenta y cinco céntimos. El intermediario los vendió al minorista por un dólar, y el minorista los vendio en su mostrador al consumidor por un dólar y medio. Tomemos a continuación el caso del granjero, que vendió no meramente su trabajo como el asalariado, sino su trabajo combinado con su material. Supogamos que vendió su trigo al comerciante de grano por cuarenta céntimos la fanega. El comerciante de grano, al vendérselo al molinero, pediría, digamos, sesenta céntimos la fanega. El molinero se lo vendería al comerciante mayorista de harina por un precio por encima del coste de molerlo, y por una cifra que incluiría una buena ganancia para él. El comerciante mayorista de harina añadiría otra ganancia al vendérselo al tendero minorista, y este último otro más al vendérselo al consumidor. Así que finalmente el equivalente de la fanega de trigo que se ha convertido en harina, cuando se vende al granjero original para su consumo le costaría, a cuenta de los cargos por ganancia solamente, por encima del coste del trabajo que se ha realizado en los procesos intermedios, quizá el doble de lo que él recibió por el grano que vendió al comerciante."
"Muy bien," dijo el maestro. "Ahora vamos al efecto de este sistema en la práctica."
"En la práctica, el efecto," replicó el chico, "era necesariamente crear una brecha entre el poder productivo y consumidor de aquellos implicados en la producción de las cosas sobre las cuales se cargaban ganancias. Su capacidad para consumir sería medida mediante el valor de las fichas de dinero que recibían por producir los artículos, que por lo dicho era menos que el valor puesto sobre esos artículos en las tiendas. La diferencia representaría una brecha entre lo que podían producir y lo que podían consumir."
MARGARET HABLA DE LA BRECHA MORTÍFERA.
"Margaret," dijo el maestro, "puedes asumir ahora el asunto donde Frank lo deja, y decirnos cuál sería el efecto, sobre el sistema económico de la gente, de semejante brecha entre su poder consumidor y productor como Frank nos muestra que era causado mediante la toma de ganancias."
"El efecto," dijo la chica que respondió al nombre de Margaret, "dependería de dos factores: primero, de cuán numeroso fuese el cuerpo de asalariados y primeros productores, sobre cuyos productos eran cargadas las ganancias; y, segundo, de cuán largo fuese el porcentaje de ganancia cargado, y la consiguiente discrepancia entre el poder productor y consumidor de cada individuo del cuerpo de trabajadores. Si los productores sobre cuyo producto se carga una ganancia no fuesen más que un puñado de gente, el efecto total de su incapacidad para volver a comprar y consumir más que una parte de su producto no crearía sino una pequeña brecha entre el poder productor y consumidor de la comunidad en su conjunto. Si, por otro lado, constituyesen una gran proporción de toda la población, la brecha sería correspondientemente grande, y el efecto reactivo para frenar la producción sería desastroso en proporción."
"¿Y cuál era de hecho la proporción de la población total constituída por los asalariados y primeros productores, a quienes mediante el sistema de la ganancia se les impedía consumir tanto como producían?"
"Constituía, como Frank ha dicho, al menos las nueve décimas partes de toda la gente, probablemente más. Los tomadores de ganancia, tanto si eran organizadores de producción como de distribución, eran un grupo numéricamente insignificante, mientras que aquellos sobre cuyo producto se cargaba la ganancia constituían el grueso de la comunidad."
"Muy bien. Consideraremos ahora el otro factor del cual dependía el tamaño de la brecha entre el poder productivo y consumidor de la comunidad creada por el sistema de la ganancia--a saber, el porcentaje de ganancias cargadas. Dinos, entonces, cuál era la regla seguida por los capitalistas al cargar las ganancias. Sin duda, como hombres racionales que comprendían el efecto de sus altas ganancias para evitar el consumo, tendrían por norma hacer sus ganancias tan bajas como fuese posible."
"Al contrario, los capitalistas hacían sus ganancias tan altas como fuese posible. Su máxima era, 'grava las transacciones todo lo que aguanten.'"
"¿Quieres decir que en vez de intentar minimizar el efecto de la carga en la disminución del consumo, deliberadamente buscaban magnificarlo al más alto grado posible?"
"Eso quiero decir precisamente," replicó Margaret. "La regla de oro del sistema de la ganancia, el gran lema de los capitalistas, era, 'Compra en el Mercado Más Barato, y vende en el Más Caro.'"
"¿Qué quería decir eso?"
"Quería decir que el capitalista debería pagar lo menos posible a los que trabajaban para él o le vendían lo que producían, y por otra parte debería cargar el precio más alto posible por el producto de éstos cuando lo ofreciese en venta al público en general en el mercado."
"Estando ese público en general," observó el maestro, "principalmente compuesto por los trabajadores a quienes él y sus camaradas capitalistas acababan de pagar tan aproximadamente nada como fuese posible por crear el producto que ahora se esperaba que comprasen al más alto precio posible.
"Ciertamente."
"Bien, intentemos comprender la completa sabiduría económica de esta regla en tanto que aplicada a los negocios de la nación. Significa, ¿no es así?, conseguir algo por nada, o por tan aproximadamente nada como puedas. Bien, entonces, si puedes conseguirlo por absolutamente nada, estas llevando la máxima a la perfección. Por ejemplo, si un fabricante pudiese hipnotizar a sus trabajadores de modo que consiguiese que trabajasen para el a cambio de ningún salario en absoluto, estaría realizando el significado completo de la máxima, ¿no?"
"Ciertamente; un fabricante que pudiese hacer eso, y luego poner en el mercado al precio habitual el producto de sus trabajadores a quienes no había pagado, se habría hecho rico en muy poco tiempo."
"Y sería igualmente cierto, supongo, en el caso de un comerciante de grano que fuese capaz de sacar semejante provecho de los granjeros como para obtener su grano a cambio de nada, vendiéndolo después al precio más alto."
"Ciertamente. Se haría millonario inmediatamente."
"Bien, supongamos ahora que el secreto de su proceso hipnotizador se extendiese entre los capitalistas involucrados en la producción y el intercambio, y fuese aplicado por ellos por regla general, de modo que todos fuesen capaces de conseguir trabajadores sin salario, y comprar productos sin pagar nada por ellos, entonces sin duda todos los capitalistas a la vez se harían fabulosamente ricos."
"No, en absoluto."
"¡Dios mío! ¿por qué no?"
"Porque si todo el cuerpo de asalariados no recibiese ningún salario por su trabajo, y los granjeros no recibiesen nada por su producto, no habría nadie para comprar nada, y el mercado se colapsaría por completo. No habría demanda de ningún artículo excepto lo poco que los propios capitalistas y sus amigos pudiesen consumir. La gente trabajadora se moriría de hambre inmediatamente, y los capitalistas tendrían que hacer su propio trabajo."
"Entonces parece que lo que sería bueno para un capitalista particular, si lo hiciese él solo, sería ruinoso para él y todos los demás si lo hiciesen todos los capitalistas. ¿Por qué era esto?"
"Porque el capitalista particular, esperando hacerse rico pagando insuficientemente a sus empleados, calcularía vender su producto, no al grupo particular de trabajadores a los que había estafado, sino a la comunidad en general, que consistía en los empleados de otros capitalistas que no habían tenido tanto éxito en estafar a sus trabajadores, quienes por consiguiente tendrían algo que comprar. El éxito de su truco dependía de presuponer que sus camaradas capitalistas no tendrían éxito en practicar el mismo truco. Si esa suposición fallaba, y todos los demás capitalistas tenían éxito a la vez al tratar con sus empleados, como todos estaban intentando hacer, el resultado sería parar el sistema industrial al completo en el acto."
"Parece, entonces, que en el sistema de la ganancia tenemos un método económico, cuya regla de funcionamiento, simplemente con que fuese aplicada lo bastante a fondo, llevaría el sistema a una completa paralización, y que todo lo que mantenía el sistema en marcha era la dificultad encontrada para llevar a cabo por completo la regla de funcionamiento."
"Así era precisamente," replicó la chica; "el capitalista individual que se hacía más rápidamente rico era el que tenía más éxito en empobrecer a aquellos cuyo trabajo o producto compraba; pero obviamente tan sólo bastaba que suficientes capitalistas tuviesen éxito en hacerlo así para implicar la ruina general de los capitalistas y la gente por igual. Para hacer el más astuto regateo con el empleado o productor, para darle lo menos posible a cambio de su trabajo o producto, lo idóneo era que cada capitalista se mantuviese constantemente por delante de él, y aun así era matemáticamente cierto que cada uno de esos astutos regateos tendía a socavar la completa estructura del negocio, y que tan sólo bastaba que suficientes capitalistas tuviesen éxito en hacer suficientes de esos astutos regateos, para hacer caer la estructura."
"Una pregunta más. Los malos efectos de un mal sistema son siempre agravados por la obstinación de los hombres que se aprovechan de él, y así, sin duda, hombres egoístas hicieron que el sistema de la ganancia funcionase peor de lo que pudiera haberlo hecho. Ahora bien, supongamos que todos los capitalistas hubiesen sido hombres justos y no extorsionadores, y hubiesen hecho sus cargos por sus servicios tan pequeños como fuese consistente con ganancias razonables y la auto-protección, ¿habría esta situación implicado una reducción de cargos por ganancia tal que hubiese ayudado enormemente a la gente a consumir sus productos y de este modo promover la producción?"
"No," replicó la chica. "El antagonismo del sistema de la ganancia con la producción eficaz de riqueza surge de causas inherentes al e inseparables del capitalismo privado; y en tanto que el capitalismo privado fue mantenido, esas causas debieron hacer que el sistema de la ganancia fuese inconsistente con cualquier mejora económica de la condición de la gente, incluso si los capitalistas hubiesen sido ángeles. La raíz del mal no era moral, sino estrictamente económica."
"¿Pero el porcentaje de ganancias no se habría reducido mucho en el caso supuesto?"
"En algunos casos temporalmente sin duda, pero no en general, y en ningún caso permanentemente. Es dudoso si las ganancias, en conjunto, eran más altas de lo que tendrían que ser para animar a los capitalistas a encargarse de la producción y el comercio."
"Dinos por qué las ganancias tenían que ser tan grandes para este propósito."
"Las ganancias legítimas bajo el capitalismo privado," replicó la chica, Margaret--"esto es, unas ganancias tales como las que los hombres que intervenían en la producción o el comercio debían calcular para la auto-protección, no importa cuán bien dispuestos estuviesen hacia el público--constaban de tres elementos, provenientes todos de condiciones inseparables del capitalismo privado, ninguno de los cuales existe ya. Primero, el capitalista debe calcular al menos un retorno del capital que tiene que invertir en la empresa tal como el que podría obtener prestándolo en buena garantía--es decir, el porcentaje de interés al uso. Si no estuviese seguro de eso, preferiría prestar su capital. Pero eso no era suficiente. Al entrar en el negocio, arriesgaba la total pérdida de su capital, al contrario de si lo prestase en buena garantía. Por consiguiente, además del porcentaje de interés al uso sobre el capital, sus ganancias debían cubrir el coste de los seguros sobre el capital arriesgado--esto es, debería haber una perspectiva de ganancias suficientemente grandes en caso de éxito de la empresa para cubrir el riesgo de pérdida de capital en caso de fracaso. Si las posibilidades de fracaso, por ejemplo, fuesen el cincuenta por ciento, debía calcular sobre más del cien por cien de ganancia en caso de éxito. De hecho, las posibilidades de fracaso en los negocios y de pérdida de capital en aquellos días eran a menudo mucho más del cincuenta por ciento. Los negocios eran de hecho poco más que un riesgo especulativo, una lotería en la que las papeletas en blanco excedían enormemente en número a las que tenían premio. Los premios para tentar la inversión debían por consiguiente ser grandes. Además, si un capitalista fuese personalmente a hacerse cargo del negocio en el que invertía su capital, habría esperado razonablemente adecuados salarios de compensación por superintendencia, en otras palabras, por su habilidad y juicio al gobernar la empresa a través de las aguas tormentosas del mar de los negocios, comparado con el cual, como era en aquélla época, el Atlántico Norte en pleno invierno es un apacible estanque. Por este servicio él consideraría justificado añadir un gran suplemento al margen de ganancia cargado."
"Entonces tu conclusión, Margaret, es que, incluso si estuviese dispuesto a ser justo con la comunidad, un capitalista de aquellos días no habría sido capaz de reducir sin peligro su porcentaje de ganancias lo suficiente como para traer a la gente a un punto mucho más cercano de ser capaces de consumir sus productos, del punto que eran capaces en realidad."
"Precisamente. La raíz del mal yace en las tremendas dificultades, complejidades, equivocaciones, riesgos, y despilfarros que el capitalismo privado asociaba al proceso de producción y distribución, que bajo el capitalismo público se ha hecho tan absolutamente simple, expeditivo, y seguro."
"Entonces parece que no es necesario considerar que nuestros antepasados capitalistas eran monstruos, para explicar el trágico resultado de sus métodos económicos."
"De ningún modo. Los capitalistas eran sin duda buenos y malos, como otra gente, pero probablemente aguantaron en pie como podrían haberlo hecho cualesquiera otras personas contra las depravadoras influencias de un sistema que en cincuenta años habría convertido el mismísimo cielo en un infierno."
MARION EXPLICA EL EXCESO DE PRODUCCIÓN.
"Con eso basta, Margaret," dijo el maestro. "A continuación te preguntaremos a ti, Marion, para que nos ayudes a elucidar más el asunto. Si el sistema de la ganancia funcionaba conforme a la descripción que hemos escuchado, estaremos preparados para aprender que la situación económica estaba marcada por la existencia de grandes acopios de artículos consumibles en manos de los tomadores de ganancia, quienes se alegrarían de venderlos, y, por otro lado, por una gran población compuesta de los primeros productores de artículos, quienes estaban en una aguda necesidad de artículos, pero que no podían comprarlos. ¿Cómo concuerda esta teoría con los hechos establecidos en las narraciones históricas?"
"Tan bien," replicó Marion, "que una casi podría pensar que has estado leyéndolas." A lo cual la clase sonrió, y yo también.
"Describe, sin innecesaria infusión de humor--porque el asunto no era humorístico para nuestros antepasados--el estado de cosas al cual te refieres. ¿Reconocían nuestros bisabuelos en este exceso de artículos respecto a compradores, una causa de perturbación económica?"
"La reconocían como la gran y constante causa de tal perturbación. La perpetua carga de sus quejas eran los tiempos faltos de animación, el comercio estancado, el exceso de productos. Ocasionalmente tenían breves períodos de los que llamaban buenos tiempos, resultantes de una venta un poco más animada, pero en el mejor de los que llamaban buenos tiempos la condición de la masa de la gente era lo que llamaríamos abyectamente mísera."
"¿Cuál era el término mediante el cual describían más comunmente la presencia en el mercado de más productos que los que podían vender?"
"Exceso de producción."
"¿Con esta expresión se quería decir que había de hecho más comida, ropa, y otros artículos producidos, que los que la gente podía usar?"
"No, en absoluto. La masa de la gente estaba en gran necesidad siempre, y en más amarga necesidad que nunca precisamente en los tiempos en que la máquina de los negocios estaba atascada por lo que llamaban exceso de producción. La gente, si hubiesen podido tener acceso en cualquier momento a los artículos producidos en exceso, los habría consumido en un momento, y a gritos habría pedido más. El problema era, como se ha dicho, que las ganancias cargadas por los capitalistas fabricantes y comerciantes los habían puesto fuera de la capacidad de los primeros productores para poderlos comprar con el precio que habían recibido por su trabajo o sus productos."
"¿Con qué solían comparar nuestros historiadores la condición de la comunidad bajo el sistema de la ganancia?"
"A la de una víctima de la enfermedad de la dispepsia crónica tan prevalente entre nuestros antepasados."
"Desarrolla el paralelismo, por favor."
"En la dispepsia, el paciente sufre de incapacidad para asimilar la comida. Con abundancia de bocados exquisitos a mano se agota por no poder absorber el alimento. Aunque incapaz de comer lo suficiente para dar soporte a la vida, sufría constantemente los achaques de la indigestión de un estómago sobrecargado. Ahora bien, la condición económica de una comunidad bajo el sistema de la ganancia ofrecía una impactante analogía con los apuros de un dispéptico. Las masas de gente estaban siempre en amarga necesidad de todas las cosas, y su industria era abundantemente capaz de abastecerles en todas sus necesidades, pero el sistema de la ganancia no les permitiría consumir ni siquiera lo que producían, mucho menos producir lo que podían. Tan pronto como mínimamente satisfacían su apetito, se apoderaban del sistema comercial los achaques de la indigestión aguda y todos los síntomas de un sistema sobrecargado, que nada salvo una situación de hambruna podría aliviar, tras lo cual la experiencia se repetiría con el mismo resultado, y así sucesivamente.
"¿Puedes explicar por qué se aplicaba un nombre tan extraordinariamente inapropiado como exceso de producción a una situación que sería descrita mejor como hambruna; por qué se decía que resultaba del exceso cuando era obviamente consecuencia de la abstinencia forzada? Seguramente, la equivocación era equivalente a diagnosticar un caso de inanición como caso de glotonería."
"Era porque los economistas y las clases ilustradas, que eran las únicas que tenían voz, contemplaban la cuestión económica completamente desde el lado de los capitalistas e ignoraban el interés de la gente. Desde el punto de vista del capitalista era un caso de exceso de producción cuando había cargado tales ganancias sobre los productos, que los llevaba más allá del poder de compra de la gente, y así los llamaba el economista al escribir en su interés. Desde el punto de vista del capitalista, y consecuentemente del economista, la única cuestión era la condición del mercado, no de la gente. No les importaba si la gente estaba hambrienta o saciada; la única cuestión era la condición del mercado. Su máxima, que la demanda gobernase el abastecimiento, y que el abastecimiento coincidiese con la demanda, no se refería de ningún modo a la demanda que representaba la necesidad humana, sino completamente a una cosa artificial llamada mercado, en sí mismo un producto del sistema de la ganancia."
"¿Qué era el mercado?"
"El mercado eran los que tenían dinero para comprar. Los que no tenían dinero eran inexistentes en lo que al mercado concernía, y como en proporción la gente tenía poco dinero, era una parte pequeña del mercado. Las necesidades del mercado eran las necesidades de los que tenían dinero con el que abastecer sus necesidades. El resto, que tenía necesidades en abundancia, pero no dinero, no contaba, aunque eran como ciento a uno de los que tenían dinero. El mercado estaba abastecido cuando aquellos que podían comprar tenían bastante, aunque la mayoría de la gente tuviese poco y muchos no tuviesen nada. El mercado estaba saturado cuando los adinerados estaban satisfechos, aunque muchedumbres hambrientas y desnudas pudiesen amotinarse en las calles."
"¿Sería posible hoy en día una cosa tal como la existencia al mismo tiempo de almacenes llenos y gente hambrienta y desnuda?"
"Por supuesto que no. Hasta que todos y cada uno estén satisfechos no puede haber una cosa tal como el exceso de producción. Nuestro sistema está ordenado de tal modo que no puede haber demasiado poco en ninguna parte en tanto haya demasiada cantidad en cualquier parte. Pero el viejo sistema no tenía circulación sanguínea."
"¿Qué nombre daban nuestros antepasados a las diversas perturbaciones económicas que adscribían al exceso de producción?"
"Las llamaban crisis económicas. Es decir, había un estado crónico de exceso que pudiera ser llamado una crisis crónica, pero de vez en cuando los atrasos resultantes de la constante discrepancia entre consumo y producción se acumulaban hasta tal punto que casi bloqueaban el negocio. Cuando esto ocurría lo llamaban, para distinguirlo del exceso crónico, crisis o pánico, a cuenta del terror ciego que causaba."
"¿A qué causa adscribían las crisis?"
"A casi todo excepto a la razón perfectamente obvia. Parece que se dedicó al asunto una extensa literatura. Hay estanterías llenas de ella en el museo, en las que he tratado de entrar, o al menos examinar por encima, en conexión con este estudio. Si los libros no fuesen tan faltos de animación en su estilo, serían muy divertidos simplemente a cuenta de la extraordinaria ingenuidad que exhibían los escritores al evitar la natural y obvia explicación de los hechos que discutían. Incluso acudían a la astronomía."
"¿Qué quieres decir?
"Supongo que la clase pensará que estoy contando una novela, pero es un hecho que una de las teorías más famosas mediante las cuales nuestros antepasados explicaban los periódicos colapsos de los negocios resultantes del sistema de la ganancia era la llamada 'teoría de las manchas solares.' Durante la primera mitad del siglo diecinueve hubo varias crisis separadas a intervalos de diez u once años. Ahora bien, resultaba que las manchas solares estaban en su máximo cada diez años, y cierto eminente economista inglés llegó a la conclusión de que esas manchas solares causaban los pánicos. Más adelante, parece que su teoría se halló insatisfactoria, y dio lugar a la explicación de la falta-de-confianza."
"¿Y qué era eso?"
"No puedo descifrarlo exactamente, pero parecía razonable suponer que se debía de haber desarrollado una considerable falta de confianza en un sistema económico que producía semejantes resultados."
"Marion, me temo que no aportas un espíritu de simpatía al estudio de los modos de nuestros antepasados, y sin simpatía no podemos comprender a los otros."
"Me temo que ellos son un poco demasiado otros, para que yo los entienda."
Hubo risillas disimuladas en la clase, y a Marion se le permitió sentarse.
JOHN HABLA SOBRE LA COMPETENCIA.
"Ahora, John," dijo el maestro, "te haremos unas preguntas. Hemos visto mediante qué proceso se producía un exceso crónico de productos en el mercado, como resultado de la operación del sistema de la ganancia que ponía los productos fuera del alcance del poder de compra de la gente en general. Ahora bien, ¿qué notable característica y rasgo principal del sistema de negocio de nuestros antepasados resultaba del exceso producido de este modo?"
"¿Supongo que se refiere usted a la competencia?" dijo el chico.
"Sí. ¿Qué era la competencia y qué la causaba, refiriéndonos especialmente a la competencia entre capitalistas?"
"Resultaba, como usted sugiere, del insuficiente poder de consumo del público en general, que a su vez resultaba del sistema de la ganancia. Si los asalariados y productores de primera mano hubieran recibido poder de compra suficiente para que pudiesen recoger su proporción numérica del producto total ofrecido en el mercado, éste se habría quedado sin artículos sin ningún esfuerzo por parte de los vendedores, porque los compradores habrían ido en pos de los vendedores y habrían sido suficientes para comprarlo todo. Pero habiendo dejado el poder de compra de las masas, a causa a las ganancias cargadas sobre sus productos, completamente inadecuado para sacar esos productos del mercado, acto seguido vino una gran lucha entre los capitalistas ocupados en la producción y distribución para desviar lo más posible las demasiado escasas compras, cada uno en su propia dirección. Las compras totales no podían desde luego incrementarse un dólar sin relativamente, o absolutamente, incrementar el poder de compra en manos de la gente, pero era posible mediante un esfuerzo alterar las direcciones particulares en las cuales se gastaría, y este era el único objetivo y efecto de la competencia. Nuestros antepasados pensaban que era una cosa excelente y maravillosa. La llamaban la vida del comercio, pero, como hemos visto, era meramente un síntoma del efecto del sistema de la ganancia para inhabilitar el consumo."
"¿Cuáles eran los métodos que usaban los capitalistas ocupados en la producción y el intercambio para atraer el comercio, como solían decir?"
"Primero estaba la petición directa a los compradores y un desvergonzado alardeo de las mercancías de cada uno por sí mismo y por los portavoces que contrataban, emparejado a un menosprecio sin límites de los vendedores rivales y las mercancías que éstos ofrecían. La tergiversación sin escrúpulos ni límites era tan universalmente la regla en los negocios que incluso cuando aquí y allí un comerciante decía la verdad nadie le daba crédito. La historia indica que mentir ha sido siempre más o menos común, pero quedó para el sistema competitivo, tal como se desarrolló por completo en el siglo diecinueve, hacerlo el medio de subsistencia del mundo entero. De acuerdo con nuestros antepasados--y ellos debían ciertamente saberlo--el único lubricante que se adaptaba a la maquinaria del sistema de la ganancia era la falsedad, y la demanda de ella era ilimitada."
"Y todo este océano de mentiras, dices, no incrementó y no podía incrementar el total de artículos consumidos por lo que vale un dólar."
"Desde luego que no. Nada, como he dicho, podía incrementarlo salvo un incremento en el poder de compra de la gente. El sistema de petición o publicidad, como era llamado, lejos de incrementar las ventas totales, tendía poderosamente a reducirlas."
"¿Por qué era así?"
"Porque era prodigiosamente caro y el gasto tenía que añadirse al precio de los artículos y ser pagado por el consumidor, quien por consiguiente podía comprar justo tanto menos que si se le hubiese dejado en paz y el precio de los artículos hubiese sido reducido mediante el ahorro en publicidad."
"Dices que el único modo mediante el cual el consumo podía haberse incrementado era incrementando el poder de compra en manos de la gente, en relación a los artículos que se podían comprar. Ahora bien, nuestros antepasados afirmaban que esto era justo lo que hacía el sistema competitivo. Afirmaban que era un potente medio de reducir los precios y recortar el porcentaje de ganancias, incrementando por ello relativamente el poder de compra de las masas. ¿Estaba esta afirmación bien fundamentada?"
"La rivalidad de los capitalistas entre ellos," replicó el muchacho, "para tentar a la clientela de compradores ciertamente les incitaba a vender más barato que los demás mediante reducciones nominales de los precios, pero raras veces esas reducciones nominales, aunque a menudo eran grandes en apariencia, representaban a largo plazo un beneficio económico para la gente en general, porque generalmente eran efectuadas por medios que anulaban su valor en la práctica."
"Aclara eso, por favor."
"Bien, naturalmente, el capitalista preferiría reducir los precios de sus artículos de tal modo, si fuese posible, que no se redujesen sus ganancias, y eso sería lo que estudiaría. Eran numerosos los artificios que empleaba para este fin. El primero era el de la reduccción de la calidad y valor real de los artículos sobre los que el precio estaba nominalmente rebajado. Esto se hacía mediante la adulteración y el trabajo chapucero, y la práctica se extendía en el siglo diecinueve a cada rama de la industria y el comercio y afectaba a casi todos los artículos del consumo humano. Llegó hasta un punto, como los libros de historia nos cuentan, que nadie podía confiar nunca en que nada de lo que comprase fuese lo que parecía o representaba. La completa atmósfera del comercio era mefítica con chicanería. Se convirtió en política de los capitalistas ocupados en las líneas más importantes de fabricación, el producir artículos expresamente fabricados con vistas a ser usados tan poco tiempo como fuese posible, para necesitar su más veloz renovación. Enseñaron a sus mismísimas máquinas a ser deshonestas, y corrompieron el acero y el latón. Incluso la gente cegata de aquella época reconocía la vanidad de las pretendidas reducciones en precio, mediante el calificativo de 'barato y malo', con el cual caracterizaban a los artículos abaratados. Toda esta clase de reducciones, está claro, costaba al consumidor dos dólares por cada uno que se decía que le ahorraba. Como singular ilustración del caracter absolutamente engañoso de las reducciones de precio bajo el sistema de la ganancia, se puede recordar que hacia el final del siglo diecinueve en América, tras casi mágicas invenciones para reducir el coste de la fabricación de zapatos, era común decir que aunque el precio de los zapatos era considerablemente menor que cincuenta años atrás, cuando se hacían a mano, aun así los baratos eran de una calidad tan pésima que en realidad resultaban tan caros como los hechos a mano."
"¿Eran la adulteración y el trabajo chapucero los únicos artificios mediante los cuales se efectuaban las falsas reducciones de precio?"
"Había otros dos modos. El primero era donde el capitalista salvaba su ganancia mientras reducía el precio de los artículos sacando la reducción de los salarios que había pagado a sus empleados. Este era el método mediante el cual las reducciones en precio eran efectuadas por regla general. Desde luego, el proceso lesionaba el poder de compra de la comunidad en la cuantía de los salarios rebajados. Por este medio, el grupo particular de capitalistas que bajaba los salarios podía acelerar su venta durante un tiempo, hasta que otros capitalistas recortasen los salarios igualmente. Al final, esto no ayudaba a nadie, ni siquiera a los capitalistas. Entonces estaba el tercero de los tres tipos principales de reducciones en precio que puede ser adscrito al sistema competitivo--a saber, el que se hacía a cuenta de la maquinaria que ahorraba trabajo u otros inventos que capacitaban a los capitalistas para despedir a sus trabajadores. La reducción en el precio de los artículos se basaba en este caso, como en el anterior, en la cuantía reducida de salarios pagados, y consecuentemente significaba una reducción en el poder de compra por parte de la comunidad, que, en su efecto total, habitualmente anulaba la ventaja del precio reducido, y a menudo más que lo anulaba."
"Has mostrado," dijo el maestro, "que la mayoría de las reducciones de precio efectuadas por el sistema competitivo eran reducciones a expensas de los productores originales o los consumidores finales, y no reducciones en las ganancias. ¿Quieres decir que la competencia entre los capitalistas por el comercio nunca operaba para reducir las ganancias?
"Indudablemente operó así en países donde, por el mucho tiempo que llevaba operando el sistema de la ganancia, se había acumulado un excedente de capital como para competir bajo gran presión para la inversión; pero bajo tales circunstancias las reducciones en precios, aunque pudieran provenir del sacrificio de ganancias, habitualmente llegaban demasiado tarde para incrementar el consumo de la gente."
"¿Cómo demasiado tarde?"
"Porque el capitalista naturalmente se había refrenado de sacrificar sus ganancias para reducir los precios en tanto que podía sacar el coste de la reducción de los salarios de sus trabajadores o de los productores de primera mano. Es decir, únicamente cuando las masas trabajadoras hubiesen sido reducidas casi al punto mínimo de subsistencia, el capitalista decidiría sacrificar una porción de sus ganancias. A esas alturas, sería demasiado tarde para que la gente sacase provecho de la reducción. Cuando una población había alcanzado ese punto, no le quedaba poder de compra que estimular. Nada aparte de entregar los artículos gratis podría ayudarla. En consecuencia, observamos que en el siglo diecinueve siempre era en los países donde las poblaciones eran más deseperadamente pobres donde los precios eran los más bajos. En este sentido era una mala señal para la condición económica de una comunidad cuando los capitalistas veían necesario hacer un sacrificio real de las ganancias, porque era una clara indicación de que las masas trabajadoras habían sido exprimidas hasta que ya no se las podía exprimir más."
"Entonces, en su conjunto, la competencia no era un paliativo del sistema de la ganancia?"
"Creo que ha sido hecho ostensible que era un penoso agravamiento de él. La desesperada rivalidad de los capitalistas por una porción del escaso mercado que su propia obtención de ganancias había empobrecido los condujo a la práctica del engaño y la brutalidad, e impuso una dureza de corazón de la que estamos obligados a creer que los seres humanos no habrían sido culpables bajo una menor presión."
"¿Cuál era el efecto económico general de la competencia?"
"Operaba en todos los campos de la industria, y a largo plazo para todas las clases, los capitalistas y los no capitalistas, como algo que tiraba continuamente hacia abajo de un modo tan irresistible y universal como la gravitación. Los que primero lo sentían eran los que tenían el menor capital, los asalariados quienes casi no tenían ninguno, y los granjeros propietarios quienes, teniendo casi nada, estaban bajo casi la misma presión para encontrar a costa de cualquier sacrificio un mercado presto para su producto, como lo estaban los asalariados para encontrar presto compradores para su trabajo. Estas clases eran las primeras víctimas de la competencia para vender en los mercados con exceso de cosas y de hombres. A continuación venía el turno de los pequeños capitalistas, hasta que finalmente sólo quedaban los grandes, y estos veían necesario para su supervivencia protegerse contra el proceso de masacre competitiva mediante la consolidación de sus intereses. Uno de los signos de los tiempos en el período precedente a la Revolución fue esta tendencia entre los grandes capitalistas para buscar refugio de los esfuerzos destructivos de la competencia mancomunando sus empresas en grandes consorcios y coaliciones de empresas."
"Supongamos que la Revolución no hubiese llegado a interrumpir ese proceso, ¿un sistema bajo el cual el capital y el control de todos los negocios hubiese sido consolidado en unas pocas manos, habría sido peor para el interés público que el efecto de la competencia?"
"Un sistema consolidado semejante, habría sido, desde luego, un despotismo intolerable, cuyo yugo, una vez asumido, la humanidad nunca habría sido capaz de romper. A ese respecto el capitalismo privado bajo una plutocracia consolidada, tal como la que era inminente en la época de la Revolución, habría sido una amenaza peor para el futuro del mundo que el sistema competitivo; pero en cuanto a la inmediata relevancia de los dos sistemas sobre el bienestar de la humanidad, el capital privado en su forma consolidada pudiera haber tenido algunos puntos de ventaja. Siendo una autocracia, al menos habría dado alguna oportunidad a un déspota benevolente para ser mejor que el sistema y para mejorar un poco las condiciones de la gente, y eso era algo que el sistema competitivo no permitía que hiciesen los capitalistas."
"¿Qué quieres decir?"
"Quiero decir que bajo el sistema competitivo no había juego libre de ninguna clase al que los mejores sentimientos del capitalista diesen ocasión, incluso si los tuviese. Él no podía ser mejor que el sistema. Si trataba de serlo, el sistema lo aplastaría. Tenía que seguir el paso marcado por sus competidores o fracasar en los negocios. No importa cual fuera la bribonería o crueldad que sus rivales pudiesen idear, él debía imitarla o retirarse de la lucha. El más malvado, el más mezquino, y el más canalla de los competidores, el que más machacase a sus empleados, el que adulterase sus artículos del modo más vergonzoso, y mintiese acerca de ellos con más habilidad, marcaba el paso para todos los demás."
"Evidentemente, John, si hubieses vivido en la primera parte de la agitación revolucionaria habrías gozado de escasa simpatía entre aquellos primeros reformadores cuyo temor era el miedo a que los grandes monopolios acabasen con el sistema competitivo."
"No puedo decir si habría sido más sabio que mis contemporáneos en ese caso," replicó el chico, "pero creo que mi gratitud hacia los monopolistas por destruir el sistema competitivo sólo habría sido igualado por mis ansias de destruir a los monopolistas para abrir el camino al capitalismo público."
ROBERT HABLA DEL EXCESO DE HOMBRES.
"Ahora bien, Robert," dijo el maestro, "John nos ha contado cómo el exceso de productos resultante del sistema de la ganancia causaba una competencia entre los capitalistas para vender los artículos y cuáles eran sus consecuencias. Había, sin embargo, otra clase de exceso, además de la de artículos, que resultaba del sistema de la ganancia. ¿Cuál era?"
"Un exceso de hombres," replicó el chico, Robert. "La falta de poder de compra por parte de la gente, fuese por falta de empleo o salarios bajos, significaba menos demanda de productos, y eso significaba menos trabajo para los productores. Los almacenes saturados significaban fábricas cerradas y poblaciones ociosas de trabajadores que no podían conseguir trabajo--es decir, el exceso en el mercado de artículos causaba un correspondiente exceso en el mercado de trabajo o de hombres. Y mientras el exceso en el mercado de artículos estimulaba la compentencia entre capitalistas para vender sus artículos, así del mismo modo el exceso en el mercado de trabajo estimulaba una igualmente desesperada competencia entre los trabajadores para vender su trabajo. Los capitalistas que no podían encontrar compradores para sus artículos perdían su dinero de hecho, pero los que no tenían nada que vender sino su fuerza y habilidad, y no podían encontrar nada que comprar, debían perecer. Los capitalistas, a menos que sus artículos fuesen perecederos, podían esperar al mercado, pero los trabajadores debían encontrar inmediatamente un comprador para su trabajo o morir. Y respecto a esta incapacidad para esperar al mercado, al granjero, aunque técnicamente era un capitalista, no le iba mucho mejor que al asalariado, siendo, a cuenta de la pequeñez de su capital, casi tan incapaz de aplazar su producto como el trabajador su trabajo. La necesidad apremiante del trabajador para vender su trabajo inmediatamente bajo cualesquiera términos y del pequeño capitalista para despachar su producto era el medio mediante el cual los grandes capitalistas eran capaces de forzar continuamente hacia abajo la tarifa de los salarios y los precios pagados por el producto de los primeros productores."
"¿Y este exceso de hombres existía sólo entre los asalariados y los pequeños productores?"
"Al contrario, cada oficio, cada ocupación, cada arte, y cada profesión, incluyendo las más ilustradas, estaba superpoblada igualmente, y los que estaban en las filas de cada una contemplaban cada nuevo reclutamiento con ojos celosos, viendo en él un nuevo rival en la lucha por la vida, haciéndola mucho más difícil de lo que había sido antes. Parecería que en aquella época ningún hombre podría haber sentido ninguna satisfacción en su trabajo, no importa cuán abnegado y árduo, porque siempre debió de haber estado asustado por el sentimiento de que habría sido más benevolente haberse hecho a un lado y dejar a otro hacer el trabajo y tomar la paga, viendo que no había trabajo y paga para todos."
"Dinos, Robert, ¿no reconocían nuestros antepasados los hechos de la situación que has descrito? ¿No veían que este exceso de hombres indicaba que algo no iba bien en el ordenamiento social?"
"Ciertamente. Manifestaban estar muy desasosegados por ello. Se dedicó mucha literatura a discutir por qué no había suficiente trabajo en un mundo en el cual evidentemente se necesitaba hacer tanto trabajo como indicaba su pobreza general. El Congreso y las Legislaturas formaban constantemente comisiones de hombres ilustrados para investigar e informar sobre el asunto."
"Y estos hombres ilustrados lo adscribían a su causa obvia como el efecto inevitable del sistema de la ganancia para mantener e incrementar constantemente la brecha entre el poder consumidor y productivo de la comunidad?"
"¡Dios mío, no! Haber criticado el sistema de la ganancia habría sido absolutamente una blasfemia. Los hombres ilustrados lo llamaban problema--el problema del desempleo--y desistieron de él como de un rompecabezas. Un modo predilecto que tenían nuestros antepasados para eludir cuestiones que no podían resolver sin atacar intereses creados era llamarlas problemas y desistir de ellos como irresolubles misterios de la Divina Providencia."
"Había un filósofo, Robert--un inglés--que fue al fondo de esta dificultad del exceso de hombres resultante del sistema de la ganancia. Él estableció que sólo era posible evitar la saturación, a condición de que el sistema de la ganancia fuese mantenido. ¿Recuerdas su nombre?"
"Se refiere usted a Malthus, supongo."
"Sí. ¿Cuál era su plan?"
"Él aconsejó a los pobres, como único medio de evitar su inanición, no nacer--esto es, quiero decir que él recomendó a los pobres no tener hijos. Este individuo, como dice usted, era el único del lote que fue a la raíz del sistema de la ganancia, y vio que no había sitio para éste y la humanidad sobre la tierra. Considerando el sistema de la ganancia como una necesidad ordenada por Dios, no podía haber duda en su mente de que era la humanidad la que debía, dadas las circunstancias, salir de la tierra. La gente llamaba a Malthus filósofo con sangre fría. Quizá lo era, pero ciertamente era únicamente mera humanidad el que, en tanto que el sistema de la ganancia perdurase, debiera ondear una bandera roja sobre el planeta, avisando a las almas de no aterrizar salvo bajo su propio riesgo."
EMILY MUESTRA LA NECESIDAD DE TUBOS DE DESAGÜE.
"Estoy totalmente de acuerdo contigo, Robert," dijo el maestro, "Y ahora, Emily, te pediremos que nos tomes a tu cargo según vamos un poco más allá en este interesante, si no muy edificante, tema. El sistema económico de producción y distribución mediante el cual vive una nación puede ser adecuadamente comparado con una cisterna que tiene un tubo de llenado, que representa la producción, por el cual entra el agua en la cisterna; y un tubo de vaciado, que representa el consumo, mediante el cual sale el producto. Cuando la cisterna está construída científicamente, el tubo de llenado y el de vaciado se corresponden en capacidad, para que el agua pueda ser drenada tan rápido como sea el suministro, y no haya agua que se desperdicie por desbordamiento. Bajo el sistema de la ganancia, de nuestros antepasados, sin embargo, la disposición era diferente. En vez de corresponder en capacidad con el tubo de llenado que representa la producción, la salida que representa el consumo estaba cerrada a la mitad o a los dos tercios por las compuertas de las ganancias, así que no era capaz de llevarse más que, digamos, la mitad o una tercera parte de lo que se suministraba a la cisterna a través del tubo de llenado de la producción. Ahora bien, Emily, ¿cuál sería el efecto natural de semejante falta de correspondencia entre la entrada y la salida de la cisterna?"
"Obviamente," replicó la chica que respondió al nombre de Emily, "el efecto sería el de saturar la cisterna, y obligar a los surtidores a reducir la velocidad de bombeo en la cisterna hasta la mitad o un tercio de su capacidad--a saber, hasta la capacidad del tubo de salida."
"Pero," dijo el maestro, "supón que en el caso de la cisterna usada por nuestros antepasados el efecto de reducir la velocidad de bombeo de la producción fuera disminuir todavía más la capacidad del tubo de salida del consumo, ya demasiado pequeño, privando a las masas de trabajadores de incluso el pequeño poder de compra que tenían anteriormente en forma de salarios por el trabajo o precios por lo producido."
"Vaya, en tal caso," replicó la chica, "es evidente que ya que disminuir la velocidad de producción sólo contendría, en vez de acelerar, el alivio por el consumo, no habría modo de evitar una parada completa del servicio excepto aliviando la presión en la cisterna abriendo los tubos de desagüe."
"Precisamente. Bien, ahora, estamos en posición de apreciar el papel tan necesario que jugaban los tubos de desagüe en el sistema económico de nuestros antepasados. Hemos visto que bajo ese sistema la mayoría de la gente vendía su trabajo o producto a los capitalistas, pero no eran capaces de volver a comprar y consumir salvo una pequeña parte del resultado de ese trabajo o producto que estaba en el mercado, permaneciendo el resto en manos de los capitalistas como ganancias. Ahora bien, siendo los capitalistas un grupo pequeño numéricamente, podrían consumir según sus necesidades solamente una parte insignificante de esas ganancias acumuladas, y aun así, si no se libraban de ellos de alguna forma, la producción se detendría, porque los capitalistas controlaban absolutamente la iniciativa en la producción, y no tendrían ningún motivo para incrementar las acumulaciones que no pudiesen despachar. En proporción, además, mientras los capitalistas aflojarían la producción al no rendirles más ganancias, la masa de la gente, no siendo contratados por los capitalistas, o no comprando éstos los productos de aquella para volverlos a vender, perdería cualquier pequeño poder de consumo que tuviese anteriormente, y todavía una mayor acumulación de productos quedaría en manos de los capitalistas. La cuestión es entonces: ¿cómo despachaban los capitalistas, tras consumir todo lo que podían de sus ganancias en función de sus propias necesidades, el excedente, para hacer sitio a más producción?"
"Desde luego," dijo la chica, Emily, "si el excedente de productos tuviese que gastarse para aliviar el exceso, el primer punto sería que deberían gastarse de tal modo que no hubiese retorno de ellos. Deberían ser absolutamente despilfarrados--como agua vertida en el mar. Esto se lograba mediante el uso del exceso de productos en el sustento de grupos de trabajadores empleados en clases de trabajo improductivo. Este despilfarro de trabajo era de dos clases--la primera era la empleada en despilfarro industrial y competición comercial; la segunda era la empleada en los medios y servicios del lujo."
"Háblanos del despilfarro de trabajo en la competición."
"Este ocurría al emprender iniciativas industriales y comerciales que no estaban requeridas por ningún incremento en el consumo, siendo su objetivo meramente el desplazamiento de las empresas de un capitalista por las de otro."
"¿Y era esta una causa muy importante del despilfarro?"
"Su magnitud podía inferirse diciendo que era habitual en aquella época que el noventa y cinco por ciento de las empresas industriales y comerciales fracasasen, lo que meramente significaba que en esta proporción de casos los capitalistas despilfarraban sus inversiones tratando de cubrir una demanda que o bien no existía o ya estaba suplida. Si estas estimaciones fuesen incluso una remota sugerencia de la verdad, servirían para dar una idea de las enormes cuantías de ganancias acumuladas que eran absolutamente despilfarradas en gastos competitivos. Y debe recordarse también que cuando un capitalista tenía éxito en desplazar a otro y conseguir su negocio, el despilfarro total de capital era tan grande como si hubiese fracasado, sólo que en este caso era el capital del inversor anterior lo que era destruído en vez del capital del recién llegado. En todo país que hubiese alcanzado algún grado de desarrollo económico, en cada línea había muchas más empresas que negocio, y muchas veces ya se había invertido todo el capital para el que podía haber retorno. El único modo en el que nuevo capital podía entrar en el negocio era forzando la salida y la destrucción de capital ya invertido. La suma de ganancias siempre ascendente que buscaban su parte de un mercado al que se le impedía crecer por el efecto de esas mismas ganancias, creaba una presión de competición entre los capitalistas la cual, por todas las versiones que nos han llegado, debió de haber sido como una conflagración en sus efectos consumidores del capital.
"Ahora dinos algo acerca del otro gran despilfarro de ganancias por el cual la presión en la cisterna era suficientemente aliviada como para permitir que la producción continuase--es decir, el gasto de las ganancias por el empleo de trabajo al servicio del lujo. ¿Qué era el lujo?"
"El término lujo, en referencia al estado de la sociedad antes de la Revolución, significaba el gasto abundante de riqueza por los ricos para gratificar una sensualidad refinada, mientras las masas de la gente estaban sufriendo carencia en sus necesidades primarias."
"¿Cuáles eran algunos de los modos de gasto lujoso que se permitían los capitalistas?"
"Su variedad era ilimitada, como, por ejemplo, la construcción de costosos palacios para residencia y su decoración en estilo regio, el mantener grandes séquitos de sirvientes, costosas provisiones para la mesa, ricas carrozas, barcos de placer, y toda clase de gasto sin límite en finos vestidos y piedras preciosas. El ingenio se agotaba inventando modos mediante los cuales el rico pudiese despilfarrar la abundancia a causa de la cual la gente estaba muriendo. Un vasto ejército de trabajadores estaban constantemente ocupados en fabricar una infinita variedad de artículos y accesorios de elegancia y ostentación que escarnecían las insatisfechas necesidades primarias de aquellos que trabajaban duramente para producirlas.
"¿Qué tienes que decir sobre el aspecto moral de este gasto en lujos?"
"Si toda la comunidad hubiese llegado a ese estado de prosperidad económica que posibilitaría que todos por igual disfrutasen de los lujos a partes iguales," replicó la chica, "la complacencia en ellos habría sido meramente una cuestión de gusto. Pero este despilfarro de riqueza por los ricos en presencia de una vasta población que sufría una carencia de los mínimos necesarios para la vida era un ejemplo de inhumanidad que parecería increíble de gente civilizada si los hechos no estuviesen tan bien comprobados. Imaginemos una compañía de personas sentadas disfrutando de un banquete, mientras en el suelo y en todos los rincones del salón del banquete hubiese grupos de sus semejantes muriendo de privaciones y siguiendo con ojos hambrientos cada bocado que los comensales se llevasen a la boca. Y aun así, esto precisamente describe el modo en el cual los ricos gastaban sus ganancias en las grandes ciudades de América, Francia, Inglaterra, y Alemania antes de la Revolución, siendo la única diferencia que los necesitados y hambrientos, en vez de estar en el mismo salón del banquete, estaban fuera, justo en la calle."
"Los apologistas del gasto en lujos de los capitalistas, ¿no alegaban que éstos daban empleo de ese modo a muchos que de otro modo habrían carecido de él?"
"¿Y por qué habrían carecido de empleo? ¿Por qué la gente se alegraba de encontrar empleo atendiendo los placeres lujosos y satisfacciones de los capitalistas, vendiéndose a los más frívolos y degradantes usos? Era sencillamente porque la obtención de ganancias que esos mismos capitalistas llevaban a cabo, reduciendo el poder de consumo de la gente a una fracción de su poder productivo, había limitado correspondientemente el campo del empleo productivo, en el cual bajo un sistema racional siempre habría habido trabajo para cada persona hasta que todas las necesidades fuesen satisfechas, precisamente como lo hay hoy. Disculpando su gasto lujoso en base a lo que usted ha mencionado, los capitalistas utilizaban los resultados de un mal como alegaciones para justificar la comisión de otro."
"Los moralistas de todas las épocas," dijo el maestro, "condenaron el lujo de los ricos. ¿Por qué sus censuras no causaron ningún cambio?"
"Porque no comprendían la economía implicada en el asunto. Fracasaron en ver que bajo el sistema de la ganancia el absoluto despilfarro del exceso de ganancias en gasto improductivo era una necesidad económica si la producción tenía que continuar, como usted ha mostrado al compararla con la cisterna. El despilfarro de las ganancias en lujo era una necesidad económica, para usar otra figura, precisamente como a veces una llaga abierta es necesaria para evacuar las impurezas de un cuerpo enfermo. Bajo nuestro sistema de reparto por igual, la riqueza de una comunidad es libremente e igualmente distribuída entre sus miembros como lo es la sangre en un cuerpo saludable. Pero cuando, bajo el antiguo sistema, esa riqueza estaba concentrada en manos de una porción de la comunidad, pierde su cualidad de ser vivificante, como la pierde la sangre cuando se congestiona en un órgano en particular, y como ésta, se convierte en un veneno activo, del que hay que librarse a toda costa. De este modo, el lujo podría llamarse úlcera, que debe dejarse abierta si el sistema de la ganancia iba a continuar en cualesquiera términos."
"Dices," dijo el maestro, "que para que esa producción continuase era absolutamente necesario que el exceso de ganancias fuese despilfarrado en alguna clase de gasto improductivo. ¿Pero no podrían los tomadores de la ganancia haber ideado algún modo de deshacerse del excedente, que fuese más inteligente que la mera competición para desplazarse unos a otros, y más coherente con sentimientos humanitarios, que gastar la riqueza en refinamientos de satisfacción sensual en presencia de una multitud necesitada?"
"Ciertamente. Si los capitalistas se hubiesen preocupado del aspecto humanitario del asunto, podrían haber utilizado un método mucho menos falto de moral para deshacerse del obstructivo exceso. Podrían haber hecho periódicamente una hoguera con él como un ardiente sacrificio al dios Ganancia, o, si se prefiere, podrían haberselo llevado en gabarras más allá, donde ya no se toca fondo, y verterlo allí."
"Es fácil ver," dijo el maestro, "que, desde un punto de vista moral, semejante hoguera periódica o vertido habría sido infinitamente más edificante para los dioses y los hombres que la práctica de gastar en lujos, que escarnecía la amarga necesidad de las masas. Pero ¿qué hay del resultado económico de este plan?"
"Habría sido tan ventajoso económicamente como moralmente. El proceso de despilfarrar el exceso de ganancias en competir y en el lujo era lento y prolongado, y mientras tanto la industria productiva languidecía y los trabajadores esperaban, en ociosidad y miseria, a que el exceso se redujese tanto como para dejar sitio a más producción. Pero si el exceso, una vez constatado, fuese destruído inmediatamente, la industria productiva continuaría perfectamente."
"Pero ¿qué hay de los trabajadores empleados por los capitalistas en atender sus lujos? ¿No se habrían quedado sin trabajo si se hubiese abandonado el lujo?"
"Al contrario, bajo el sistema de la hoguera habría habido una constante demanda de empleo productivo para suministar material para el fuego, y eso seguramente habría sido una ocupación que habría merecido la pena muchísimo más que ayudar a los capitalistas a consumir en un desatino el producto de sus hermanos empleados en la industria productiva. Pero la mayor ventaja de todo lo que habría resultado de sustituir el lujo por la hoguera está por mencionar. Cuando la nación hubiese hecho unas cuantas de tales ofrendas ardientes a la ley de la ganancia, quizá incluso tras la primera ofrenda, es probable que hubiese empezado a cuestionar, a la luz de tan perfectos ejemplos, si las bellezas morales del sistema de la ganancia eran suficiente compensación para tan largo sacrificio económico."
CHARLES DISIPA UNA APRENSIÓN.
"Ahora, Charles," dijo el maestro, "nos ayudarás un poco con un asunto de conciencia. Entre unos y otros hemos contado una historia muy adversa acerca del sistema de la ganancia, tanto en su aspecto moral como económico. Ahora bien, ¿no es posible que hayamos cometido una injusticia? ¿No lo hemos pintado muy negro? Desde un punto de vista ético apenas lo hemos hecho, porque no hay palabras lo bastante fuertes para describir con justicia la burla que hizo de todas las humanidades. Pero ¿no es posible que hayamos asegurado con demasiada fuerza su imbecilidad económica y la falta de esperanza de las perspectivas del mundo en cuanto al bienestar material en tanto el sistema fuese tolerado? ¿Puedes tranquilizarnos respecto a este punto?"
"Fácilmente," replico el muchacho, Charles. "No podría desearse un testimonio más concluyente acerca de la falta de esperanza de la perspectiva económica bajo el capitalismo privado que el que dieron en abundancia los propios economistas del siglo diecinueve. Aunque parecían bastante incapaces de imaginar nada que fuese diferente del capitalismo privado como base de un sistema económico, no se hacían ilusiones en cuanto a su funcionamiento. Lejos de intentar reconfortar a la humanidad prometiendo que aunque los presentes males eran cuestiones que había que soportar con valentía, la cosa mejoraría, enseñaron expresamente que el sistema de la ganancia debía inevitablemente resultar, en algún momento no muy lejano en el tiempo, en la detención del progreso industrial y en una situación estacionaria de la producción."
"¿Cómo lo divisaron?"
"Reconocieron, como nosotros, la tendencia que bajo el capitalismo privado tenían las rentas, el interés y las ganancias para acumlarse como capital en manos de la clase capitalista, mientras que, por otro lado, el poder consumidor de las masas no se incrementaba, sino que decrecía o permanecía estacionario. De esta falta de equilibrio entre producción y consumo se seguía que la dificultad de emplear provechosamente el capital en la industria productiva debería incrementar a medida que las acumulaciones de capital así disponibles creciesen. Habiendo sido llevado al exceso de productos primero el mercado interior y luego el exterior, la competición entre capitalistas para encontrar un empleo productivo para su capital los llevaría, tras haber reducido los salarios al punto más bajo posible, a pujar por lo que quedase del mercado reduciendo sus propias ganancias al mínimo punto en el que merecía la pena arriesgar capital. Por debajo de ese punto no se invertiría más capital en los negocios. De este modo, la tasa de producción de riqueza dejaría de avanzar, y se haría estacionaria."
"¿Dices que esto es lo que los propios economistas del siglo diecinueve enseñaban en relación a las consecuencias del sistema de la ganancia?"
"Ciertamente. Podría citar de sus libros estándar cualquier número de pasajes que predecían ese estado de cosas, que, de hecho, no requería que lo predijese ningún profeta."
"¿Cuán cerca estaba el mundo--esto es, desde luego, las naciones cuya evolución industrial había llegado más lejos--de esta situación cuando llegó la Revolución?"
"Estaban aparentemente al borde. Los países más avanzados económicamente habían agotado en general sus mercados interiores y estaban luchando desesperadamente por lo que quedaba de los mercados exteriores. La tasa de interés, que indicaba el grado al cual el capital había llegado a ser excesivo, había caído en Inglaterra al dos por ciento y en América en treinta años se había hundido del siete y el seis al cinco y al tres y al cuatro por ciento, y estaba cayendo año tras año. La industria productiva se había colapsado en general, y proseguía con intermitencias. En América, los asalariados estaban transformándose en proletarios y los granjeros estaban hundiéndose rápidamente al estado de arrendamiento. Era de hecho el descontento popular causado por estas condiciones, junto con la aprensión de algo peor por llegar, lo que finalmente provocó que la gente a finales del siglo diecinueve despertase a la necesidad de destruir el capitalismo privado para siempre."
"¿Y entiendo, entonces, que esta situación estacionaria, tras la cual no se podía buscar ningún incremento en la tasa de producción de riqueza, estaba siendo declarada mientras todavía las necesidades de las masas estaban desprovistas de lo necesario?"
"Ciertamente. La satisfacción de las necesidades de las masas, como hemos visto abundantemente, no estaba reconocida de ningún modo como un motivo para la producción, bajo el sistema de la ganancia. A medida que la producción se acercase al punto estacionario, la miseria de la gente se incrementaría, de hecho, como un resultado directo de la competición entre los capitalistas para invertir en negocios su exceso de capital. Para ello, como ya se ha mostrado, buscaron la reducción de los precios de los productos, y eso significaba la reducción de los salarios de los asalariados y los precios de los primeros productores hasta el punto más bajo posible antes de considerar cualquier reducción en las ganancias de los capitalistas. Lo que los antiguos economistas llamaron la situación estacionaria de la producción significaba, por consiguiente, la perpetuación indefinidamente del máximo grado de privaciones soportable por la gente en general."
"Con eso basta, Charles; has dicho lo bastante para disipar cualquier aprensión de que posiblemente estuviésemos cometiendo una injusticia con el sistema de la ganancia. Evidentemente no podría cometerse con un sistema cuyos propios defensores predecían que tendría semejantes consecuencias como las que has descrito. De hecho, ¿qué podría añadirse a la descripción que hicieron de dicho resultado en esas predicciones de la situación estacionaria como un programa de la industria confesándose al final de sus recursos en medio de una humanidad desnuda y muriéndose de hambre? Esos eran los buenos tiempos que venían, en cuya esperanza los economistas del siglo diecinueve aclamaron el frío y hambriento mundo de trabajadores--unos tiempos en los que, estando en peor posición económica que nunca, debían abandonar para siempre la esperanza de mejora. No hay que asombrarse de que nuestros antepasados describiesen su así llamada política económica como una ciencia lúgubre, porque nunca hubo un pesimismo más negro, una mayor falta de esperanza que la que ellos predicaban. De hecho, mal le habría ido a la humanidad si hubiese sido realmente una ciencia.
ESTHER CUENTA EL COSTE DEL SISTEMA DE LA GANANCIA.
"Ahora, Esther," prosiguió el maestro, "voy a pedirte que hagas una pequeña estimación sobre cuánto costó a nuestros antepasados el privilegio de conservar el sistema de la ganancia. Emily nos ha dado una idea de la magnitud de dos grandes despilfarros de ganancias--el despilfarro de la competición y el despilfarro del lujo. Ahora bien, ¿el capital despilfarrado de estas dos maneras representaba todo lo que el sistema de la ganancia le costaba a la gente?"
"No daba ni una ligera idea de ello, mucho menos lo representaba," replicó la chica, Esther. "La suma de la riqueza despilfarrada respectivamente en competición y lujo, si hubiese sido distribuída a partes iguales entre la gente para su consumo, habría elevado sin duda considerablemente el nivel general de comodidad. En el coste del sistema de la ganancia para una comunidad, la riqueza despilfarrada por los capitalistas era, sin embargo, un capítulo insignificante. La mayor parte de ese coste consistía en el efecto que el sistema de la ganancia tenía para evitar que se produjese riqueza, conteniendo y amarrando las casi ilimitadas capacidades de producción de riqueza que tiene la humanidad. Imaginemos que la masa de la población, en vez de estar hundida en la pobreza y una gran parte de ella en amarga necesidad, hubiese recibido lo suficiente para satisfacer todas sus necesidades, dandosele una vida cómoda y en la abundancia, y estimemos la cuantía de riqueza adicional que habría sido necesario producir para alcanzar este estándar de consumo. Eso nos daría una base para calcular la cuantía de riqueza que el pueblo Americano o cualquier pueblo de aquella época podría producir y habría producido a no ser por el sistema de la ganancia. Podemos estimar que esto habría significado un incremento de cinco, siete o diez veces la producción, como queramos suponer.
"Pero dinos esto: ¿habría sido posible para el pueblo de América, digamos, en el último cuarto del siglo diecinueve, haber multiplicado su producción a semejante tasa si el consumo lo hubiese demandado?"
"No puede haber una certeza mayor de que lo habrían conseguido facilmente. El progreso de los inventos había sido tan grande en el siglo diecinueve como para multiplicar de veinte a cientos de veces el poder productivo de la industria. No hubo momento durante el último cuarto del siglo diecinueve en América o en cualquiera de los países avanzados, en el que las plantas productivas existentes no pudiesen haber producido lo suficiente en seis meses como para haber abastecido el consumo anual total tal y como era. Y aquellas plantas podrían haber sido multiplicadas indefinidamente. En igual manera, la producción agrícola del país siempre se mantuvo lejos de sus posibilidades, porque una cosecha abundante bajo el sistema de la ganancia significaba precios ruinosos para los granjeros. Como se ha dicho, se admitía el pricipio enunciado por los antiguos economistas de que no había límite visible para la producción si se podía asegurar la demanda suficiente para su consumo."
"¿Puedes recordar cualquier ejemplo en la historia, en el cual pueda alegarse que un pueblo pagase tan alto precio retrasando y evitando el desarrollo, por el privilegio de conservar cualquier otra tiranía, como ellos pagaron por conservar el sistema de la ganancia?"
"Estoy segura de que nunca hubo otro ejemplo semejante, y le diré porqué lo creo. El progreso humano ha sido retrasado en varios momentos por instituciones opresivas, y el mundo ha dado un salto hacia delante con su derrocamiento. Pero nunca antes hubo una época en la cual las condiciones hayan sido adecuadas durante tanto tiempo y hayan estado esperando durante tanto tiempo un movimiento tan grande y tan instantáneo hacia delante en toda la extensión de la linea de la mejora social como en el período precedente a la Revolución. Las fuerzas mecánicas e industriales, puestas en jaque por el sistema de la ganancia, sólo requerían que se las dejase libres para transformar la situación económica de la humanidad como por arte de magia. Esto en cuanto al coste material del sistema de la ganancia para nuestros antepasados; pero, inmenso como era, no merece la pena considerarlo ni por un momento en comparación con su coste en felicidad humana. Quiero decir el coste moral en mal y en lágrimas y negras negaciones y posibilidades morales reprimidas que el mundo pagó por cada día de conservación del capitalismo privado: no hay palabras adecuadas para expresar la suma de eso."
NO HABÍA ECONOMÍA POLÍTICA ANTES DE LA REVOLUCIÓN.
"Es suficiente, Esther.--Ahora, George, quiero que nos hables un poco sobre un grupo particular entre las clases ilustradas del siglo diecinueve, que, conforme a las profesiones de sus miembros, debería haber conocido y haber enseñado a la gente todo lo que con tanta facilidad hemos percibido en cuanto al caracter suicida del sistema de la ganancia y la perdición económica que significaba para la humanidad en tanto lo tolerasen. Me refiero a los economistas políticos."
"No había economistas políticos antes de la Revolución," replicó el muchacho.
"Pero había ciertamente una clase numerosa de hombres ilustrados que se llamaban a sí mismos economistas políticos."
"Oh, sí; pero se etiquetaban a sí mismos equivocadamente."
"¿Cómo entiendes esto?"
"Porque hasta la Revolución, no hubo--excepto, por supuesto, entre aquellos que trabajaron para que la Revolución tuviese lugar--ninguna noción en absoluto acerca de lo que es la economía."
"¿Y qué es?"
"Economía," replicó el muchacho, "significa la sabia administración de la riqueza en la producción y la distribución. Economía individual es la ciencia de esta sabia administración cuando se realiza en interés del individuo sin considerar a nadie más. Economía familiar es esta sabia administración realizada en provecho de un grupo familiar sin considerar a otros grupos. Economía política, sin embargo, solamente puede significar la sabia administración de la riqueza para el mayor provecho del cuerpo político o social, el número total de ciudadanos que constituyen la organización política. Este tipo de sabia administración implica necesariamente una regulación pública o política de los asuntos económicos en interés general. Pero antes de la Revolución no había noción de una economía semejante, ni ninguna organización para llevarla a cabo. Todos los sistemas y doctrinas de economía previos a esa época eran clara y exclusivamente privados e individuales en toda su teoría y práctica. Aunque en otros aspectos nuestros antepasados reconocieron de diversos modos y en diversos grados una solidaridad social y una unidad política con proporcionales derechos y deberes, su teoría y práctica en lo que respecta a todos los asuntos concernientes a la adquisición y reparto de la riqueza eran agresiva y brutalmente individualistas, antisociales y apolíticas."
"¿Has echado un vistazo alguna vez a cualquiera de los tratados que nuestros antepasados llamaban de economía política, que hay en la Biblioteca Histórica?"
"Confieso," respondió el muchacho, "que el título del principal trabajo que había bajo este epígrafe fue suficiente para mi. Se llamaba La Riqueza de las Naciones. Ese habría sido un título admirable para un libro de economía política hoy en día, cuando la producción y distribución de la riqueza se realizan en conjunto por y para la gente colectivamente; pero ¿qué significado podría concebiblemente haber tenido, aplicado a un libro escrito casi cien años antes de que se pensase en una cosa tal como una organización económica nacional, y escrito con vistas a instruir a los capitalistas en cómo hacerse ricos a costa, o al menos en total falta de consideración, del bienestar de sus conciudadanos? También noté que un subtítulo muy común utilizado para estos llamados trabajos sobre economía política era la frase 'La Ciencia de la Riqueza.' Ahora bien, ¿qué podria tener que decir un apologista del capitalismo privado y del sistema de la ganancia sobre la ciencia de la riqueza? El A B C de cualquier ciencia de la producción de riqueza es la necesidad de coordinación y concierto del esfuerzo; mientras que la competición, el enfrentamiento, y los incesantes intereses en conflicto eran la suma y la sustancia de los métodos económicos expuestos por estos escritores."
"Y aun así," dijo el maestro, "la única culpa real de estos supuestos libros sobre Economía Política consistía en lo absurdo del título. Corríjase éste, y su valor como doumentos de la época se hace evidente de inmediato. Por ejemplo, podríamos llamarlos 'Examen de las Consecuencias Económicas y Sociales de intentar arreglárselas sin Economía Política.' Un título apenas menos adecuado podría ser quizá 'Estudios sobre el Curso de los Asuntos Económicos cuando se abandonan a la Anarquía por la Falta de cualquier Regulación en pro del Interés General.' Cuando lo consideramos bajo esta luz, como exposiciones meticulosas y concluyentes acerca de los ruinosos efectos del capitalismo privado sobre el bienestar de las comunidades, percibimos la verdadera utilidad y valor de estos trabajos. Tratando en detalle los diversos fenómenos del mundo industrial y comercial de aquella época, con sus consecuencias sobre el estatus social, sus autores muestran cómo los resultados no podrían haber sido diferentes de los que eran, debido a las leyes del capitalismo privado, y que no era sino sentimentalismo suponer que mientras esas leyes siguiesen en vigor pudiesen obtenerse otros resultados, no importa lo buenas que fuesen las intenciones de las personas. Aunque algo pesado en su estilo para ser una lectura popular, a menudo he pensado que durante el período revolucionario ningún documento podría haber estado mejor calculado para convencer a una persona racional, que pudiese ser convencida para que lo leyese, de que era absolutamente necesario poner fin al capitalismo privado si la humanidad quería avanzar.
"El error fatal y completamente incomprensible de los autores fue que ellos mismos no vieran esta conclusión y la predicaran. En vez de eso, cometieron el increíble error garrafal de aceptar como base de una ciencia social un conjunto de condiciones que eran manifiestamente meros supervivientes de la época de los bárbaros, cuando deberían haber visto facilmente que la mera idea de un orden social científico sugería la abolición de aquellas condiciones como primer paso hacia la realización de éste.
"Mientras tanto, en cuanto a la presente lección, hay dos o tres puntos a aclarar antes de terminar. Hemos estado hablando entre todos sobre la obtención de la ganancia, pero este era sólo uno de los tres métodos principales mediante los cuales los capitalistas recaudaban el tributo de la gente trabajadora y adquirían y mantenían el poder. ¿Cuáles eran los otros dos?"
"La renta y el interés."
"¿Qué era la renta?"
"En aquellos días," replicó George, "el derecho a una asignación razonable y a partes iguales de tierras para uso privado no pertenecía como algo natural a cada persona como ocurre ahora. No se admitía que nadie tuviese un derecho natural a tierras, en absoluto. Por otro lado, no había límite para la extensión de las tierras que alguien podía poseer legalmente, aunque fuese una provincia entera, si podía conseguirlas. Como consecuencia natural de este orden de cosas, los fuertes y los astutos adquirieron la mayor parte de las tierras, mientras que la mayoría de la gente se quedó sin ninguna. Ahora bien, el propietario de esas tierras tenía el derecho de expulsar de sus tierras a cualquiera y de castigarle por entrar en ellas. Sin embargo, la gente que no poseía tierras y requería tenerlas y usarlas, debía acudir a los capitalistas. La renta era el precio cargado por los capitalistas por no expulsar a la gente de sus tierras."
"¿Representaba esta renta algún servico económico de cualquier tipo, prestado a la comunidad por el receptor de la renta?"
"En cuanto al cargo por el uso de las tierras en sí mismo, aparte de las mejoras, no representaba servicio de ningún tipo, nada sino la renuncia, por un precio, al derecho legal del propietario de expulsar al ocupante. No era un cargo por hacer algo, sino por no hacer algo."
"Ahora háblanos sobre el interés; ¿qué era eso?"
"El interés era el precio pagado por el uso del dinero. Hoy en día, la administración colectiva dirige las fuerzas industriales de la nación en pro del bienestar general, pero en aquellos días todas las empresas económicas eran en pro del beneficio privado, y quienes las proyectaban tenían que contratar con dinero el trabajo que necesitaban. Naturalmente, el alquiler de tan indispensable medio como ése, exigía un alto precio; ese precio era el interés."
"¿Y representaba el interés algún servicio económico a la comunidad por parte del tomador del interés al prestar su dinero?"
"Ninguno en absoluto. Al contrario, era, por la mera naturaleza de la transacción, una renuncia al poder de acción por parte del prestador en favor de quien hace uso del préstamo. Era un precio cargado por dejar que otra persona hiciese lo que el prestador podría haber hecho pero que eligió no hacer. Era un tributo recaudado por inacción, sobre una acción.
"Si todos los terratenientes y prestadores de dinero hubiesen muerto en una noche, ¿habría esto afectado al mundo de alguna manera?"
"De ninguna manera, en tanto dejasen las tierras y el dinero tras de sí. Su papel económico era pasivo, y en fuerte contraste con el de los capitalistas que buscaban las ganancias, que, para bien o para mal, al menos era un papel activo."
"¿Cuál era el efecto general de la renta y el interés sobre el consumo y consecuentemente la producción de riqueza por la comunidad?"
"Operaba para reducir ambos."
"¿Cómo lo hacía?"
"Del mismo modo que la obtención de ganancias. Los que recibían la renta eran muy pocos, los que la pagaban eran casi todos. Los que recibían el interés eran unos pocos, y los que lo pagaban, muchos. La renta y el interés significaban, por consiguiente, como las ganancias, un constante alejamiento del poder de compra de la comunidad en general y su concentración en manos de una pequeña parte de ella."
"¿Qué tienes que decir de esos tres procesos en cuanto a su efecto comparativo en la destrucción del poder de consumo de las masas, y consecuentemente la demanda de producción?"
"Era diferente en épocas y países diferentes según el nivel de su desarrollo económico. El capitalismo privado ha sido comparado con un toro con tres cuernos, siendo los cuernos la renta, la ganancia y el interés, difiriendo en longitud y fuerza comparativas según la edad del animal. En los Estados Unidos, en la época de la que trata nuestra lección, las ganancias eran todavía el más largo de los tres cuernos, aunque los otros estaban creciendo terriblemente rápido."
"Hemos visto, George," dijo su maestro, "que desde mucho tiempo antes de la gran Revolución era tan cierto como lo es ahora que el único límite a la producción de riqueza en la sociedad era su consumo. Hemos visto que lo que mantenía al mundo en la pobreza bajo el capitalismo privado era el efecto de las ganancias, ayudados por la renta y el interés, para reducir el consumo y de este modo lisiar la producción, concentrando el poder de compra de la gente en manos de unos pocos. Ahora bien, esta era la forma de hacer las cosas mal. Antes de terminar con el tema quiero deciros en una palabra cuál es la forma de hacerlas bien. Viendo que la producción está limitada por el consumo, ¿qué regla debe seguirse en la distribución de los resultados de la producción que hay que consumir, para desarrollar el consumo a su punto más alto posible, y de ese modo crear a su vez la mayor posible demanda de producción?"
"Para ese propósito, los resultados de la producción deben distribuirse a partes iguales entre todos los miembros de la comunidad que los produce."
"Muéstranos por qué ésto es así."
"Es una proposición matemática evidente en sí misma. Cuanto más se divida entre la gente una barra de pan o cualquier cosa dada, y más iguales sean las partes en que se divida, antes se consumirá y más pan se requerirá. Para ponerlo de un modo más formal, las necesidades de los seres humanos resultan de una misma constitución natural y son sustancialmente las mismas. Una igual distribución de las cosas que necesitan es por consiguiente el plan general por el cual el consumo de tales cosas se incrementará de inmediato a su mayor extensión posible y continuará a tal escala sin interrupción hasta el punto de completa satisfacción para todos. De esto se sigue que la distribución de los productos a partes iguales es una regla mediante la cual se puede asegurar el mayor consumo posible, y de este modo a su vez se puede estimular la mayor producción."
"Por otro lado, ¿cuál sería el efecto, sobre el consumo, de una desigual división de los productos consumibles?"
"Si la división fuese desigual, el resultado sería que algunos tendrían más de lo que podrían consumir durante un tiempo dado, y otros tendrían menos de lo que podrían haber consumido durante ese mismo tiempo, siendo el resultado una reducción del consumo total por debajo de lo que habría sido para ese intervalo de tiempo con una división de los productos a partes iguales. Si un millón de dólares fuese dividido a partes iguales entre mil personas, se gastaría de inmediato por completo en el consumo de las cosas que necesitan, creando una demanda de producción de mucho más; pero si concentramos en las manos de una persona, ni una centésima parte de él, no importa cuán grande sea su lujo, sería probable que la gastase igualmente en el mismo período. La ley fundamental general en la ciencia de la riqueza social es, por consiguiente, que la eficiencia de una cuantía dada de poder adquisitivo para promover el consumo está en exacta proporción a su amplia distribución, y es más eficiente cuando se distribuye a partes iguales entre todo el cuerpo de consumidores porque es la distribución más amplia posible."
"No nos has llamado la atención sobre el hecho de que la fórmula de la mayor producción de riqueza--a saber, el reparto por igual del producto entre la comunidad--es también la aplicación del producto que causará la mayor suma de felicidad humana."
"Hablo estrictamente del lado económico del asunto."
"¿No les habría sorprendido a los antiguos economistas oir que el secreto del sistema más eficiente de producción de riqueza era la conformidad a una escala nacional con la idea ética de igual tratamiento para todos los encarnados por Jesucristo en la regla de oro?"
"Sin duda, porque ellos enseñaron falsamente que había dos clases de ciencia al tratar con la conducta humana--una moral, la otra económica; y dos líneas de razonamiento en cuanto a la conducta--la económica y la ética; ambas correctas de modo diferente. Nosotros estamos mejor informados. Sólo puede haber una ciencia de la conducta humana, cualquiera que sea el campo, y esa es la ética. Cualquier proposición económica que no pueda ser establecida en términos éticos, es falsa. Nada puede ser a largo plazo o a gran escala economía sana si no es ética sana. No es, por consiguiente, una mera coincidencia, sino una necesidad lógica, que la suprema palabra para la ética y la economía debería ser una y la misma--igualdad. La regla de oro en su aplicación social es verdaderamente el secreto tanto de la abundancia como de la paz."