Igualdad/Capítulo X
Era de noche cuando llegamos a casa, y varias horas más tarde antes de que terminásemos de contar nuestras aventuras. De hecho, mis anfitriones parecían todo el tiempo incapaces de cansarse de escuchar mis impresiones sobre las cosas modernas, pareciendo estar tan interesados en lo que pensaba de ellos como yo lo estaba en las cosas en sí mismas.
"Ya ve, realmente," había dicho la madre de Edith, "es la manifestación de la vanidad por nuestra parte. Es usted una especie de espejo para nosotros, en el cual podemos ver lo que parecemos desde un punto de vista diferente al nuestro. Si no fuese por usted, nunca habríamos comprendido las personas tan admirables que somos, porque entre nosotros, se lo aseguro, nos parecemos muy corrientes."
A lo cual repliqué que hablando con ellos sufrí el mismo efecto de espejo en lo que a mi y a mis contemporáneos se refiere, pero que era un efecto que de ningún modo satisfacía mi vanidad.
Cuando, mientras hablábamos, la esfera del reloj de color se volvió blanca, anunciando que era medianoche, alguien habló de irnos a la cama, pero el doctor tenía otro plan.
"Propongo," dijo, "como modo de preparar un buen descanso nocturno para todos nosotros, que vayamos a la piscina y nos demos un chapuzón."
"¿Hay baños públicos abiertos tan tarde?" dije. "En mi época todo estaba cerrado mucho antes de esta hora."
En ese preciso momento el doctor me dio una información que, algo natural como lo es para los lectores del siglo veinte, fue bastante sorprendente para mi: que hoy en día no se interrumpía ningún servicio o instalación pública, ya fuese de día o de noche, a lo largo de todo el año; y de tal manera que, aunque el servicio proporcionado varía en magnitud, conforme a la demanda, nunca varía en calidad.
"Nos parece," dijo el doctor, "que entre los inconvenientes menores de la vida en su época, ninguno podía haber sido más exasperante que la recurrente interrupción de todos, o de la mayor parte de todos, los servicios públicos cada noche. La mayoría de las personas, por supuesto, están durmiendo a la sazón, pero siempre hay una parte de ellas que tiene que estar despierta y yendo de un lado para otro, y todos nosotros a veces, y deberíamos considerar que es un servicio público algo cojo el que no da a los trabajadores nocturnos un servicio tan bueno como a los trabajadores diurnos. Por supuesto, ustedes no podían darlo, faltándoles toda organización industrial unitaria, pero es muy fácil para nosotros. Tenemos turnos para todos los servicios públicos día y noche--para esta última, desde luego, mucho menores."
"¿Y qué hay de las fiestas oficiales; las han abandonado?"
"Por lo general. Las fiestas oficiales ocasionales de su época eran apreciadas por la gente, porque le daba los muy necesarios espacios para respirar. Hoy en día, cuando la jornada laboral es tan corta y el año laboral está tan salpicado de amplias vacaciones, las vacaciones a la antigua han dejado de tener ningún propósito, y serían consideradas como una molestia. Preferimos elegir y usar nuestro ocio como nos plazca."
Encaminábamos nuestros pasos hacia la Piscina Leandro. Como no necesito recordarle a los bostonianos, éste es uno de los más antiguos baños, y considerado bastante inferior que los modernos edificios. Para mi, sin embargo, era un espectáculo enormemente impresionante. El noble interior con luz resplandeciente, la inmensa piscina, las cuatro grandes fuentes llenando el aire con resplandor diamantino y el ruido del agua al caer, junto con el gentío de bañistas con sus alegres trajes y riendo, componían una escena vivificante y magnífica, la cual constituía una eficaz presentación de la parte atlética de la vida moderna. Lo más bonito de todo era la gran extensión de agua que se hacía traslúcida por medio de la luz reflejada desde el fondo de baldosas blancas, así que los nadadores, con todo su cuerpo visible, parecían flotar en una pálida nube esmeralda, con un efecto de liviandad e ingravidez que era tan asombroso como encantador. Edith me dijo rápidamente, sin embargo, que esto no era nada comparado con la belleza de algunos de los nuevos y mayores baños, donde, mediante la variación de los colores de las baldosas del fondo, se daban al agua todos los matices de todos los colores del arcoiris conservando el mismo aspecto traslúcido.
Me había formado una idea de que el agua estaría dulce, pero el matiz verde, por supuesto, mostraba que provenía del mar.
"Tenemos una pobre opinión del agua dulce para nadar cuando podemos conseguir sal," dijo el doctor. "Esta agua entró con la última marea del Atlántico."
"Pero ¿cómo consiguen subirla hasta este nivel?"
"Hacemos que ella misma se eleve," dijo el doctor riendose; "sería una lástima si la fuerza de la marea que eleva toda el agua del puerto más de dos metros, no pudiese elevar la poquita que queremos un poquito más arriba. No la mire tan desconfiadamente," añadió. "Sé que el agua del Puerto de Boston estaba lejos de ser lo suficientemente limpia para bañarse en ella en su época, pero todo eso ha cambiado. Sus sistemas de alcantarillado, recuerde, son abominaciones olvidadas, y hoy en día no se permite que nada que pueda contaminar alcance el mar o los ríos. Por esa razón podemos usar y usamos agua de mar, no sólo para todos los baños públicos, sino dándola como un servicio diferente para los baños de nuestras casas y también para las fuentes públicas, las cuales, inagotablemente abastecidas de este modo, pueden estar siempre en funcionamiento. Pero metámonos."
"Ciertamente, si usted lo dice," dije, con un escalofrío, "pero ¿está seguro de que no está un pelín fría? Nosotros pensábamos que el agua del océano estaba fría para bañarse a finales de septiembre."
"¿Cree que íbamos a darle muerte?" dijo el doctor. "Por supuesto, el agua es calentada hasta una temperatura confortable; estos baños están abiertos todo el invierno."
"¡Pero, Dios mío! ¿Cómo es posible que puedan calentar un volumen tan grande de agua, que está siendo constantemente renovada, especialmente en invierno?"
"Oh, no somos conscientes en absoluto de lo que conseguimos que las mareas hagan para nosotros," replicó el doctor. "No sólo conseguimos que eleven el agua hasta aquí, sino también que la calienten. Vaya, Julian, frío o caliente son términos que carecen de significado real, son meros aires de coquetería que adopta la Naturaleza, indicando que quiere que la cortejen un poco. Indistintamente, te calentaría o te congelaría, si te acercases a ella del modo adecuado. Las ventiscas que congelaban a los de su generación podrían igualmente haber tenido lugar en sus minas de carbón. Parece que no se lo cree, pero permítame que le diga ahora, como un primer paso hacia la comprensión de las circunstancias modernas, que hoy la energía, con todas sus aplicaciones de luz, calor, y fuerza, es prácticamente inagotable y sin coste, y apenas entra como un elemento en los cálculos mecánicos. Los usos de las mareas, vientos, y saltos de agua no son de hecho sino toscos métodos de extraer los recursos de fuerza de la Naturaleza comparados con los otros que se emplean, mediante los cuales se desarrolla energía ilimitada a partir de las desigualdades naturales de temperatura."
Unos instantes más tarde estaba disfrutando del más delicioso baño de mar que había tenido la fortuna de disfrutar hasta entonces; el placer de estar bajo los chorros de las fuentes era para mi una sensación nueva en la vida.
"Va a ser un bostoniano del siglo veinte de primera," dijo el doctor, riendose de cómo disfrutaba yo. "Se dice que una acentuada característica de nuestra moderna civilización es que estamos tendiendo a regresar al género anfibio de nuestra remota ascendencia; evidentemente no pondrá objeciones a moverse empujado por la marea."
Era la una en punto cuando llegamos a casa.
"Supongo," dijo Edith, según le daba las buenas noches, "que en diez minutos estarás de regreso entre tus amigos del siglo diecinueve si sueñas como lo hiciste anoche. ¡Qué no daría por hacer el viaje contigo y ver por mi misma cómo era el mundo!"
"Y yo daría otro tanto por ahorrarme la repetición de la experiencia," dije, "a no ser que fuese en tu compañía."
"¿Quieres decir que de verdad tienes miedo de soñar con los viejos tiempos otra vez?"
"Tengo tanto miedo," repliqué, "que estoy pensando muy en serio quedarme despierto toda la noche para evitar la posibilidad de otra pesadilla semejante."
"¡Dios mío! no hace falta que hagas eso," dijo. "Si quieres, yo cuidaré de que ya no vuelvas a verte turbado de ese modo."
"¿Entonces, eres un mago?"
"Si te digo que no sueñes con cualquier asunto concreto, no lo harás," dijo.
"Sin duda eres la dueña de mis pensamientos despierto," dije; "pero ¿puedes controlar también mi mente cuando duerme?"
"Ya verás," dijo, y, fijando su mirada en la mía, dijo tranquilamente, "¡Recuerda, esta noche no vas a soñar con nada que pertenezca a tu antigua vida!" y, según hablaba, supe cabalmente que sería como ella decía.