Hugo de Moncada (Retrato)
D. HUGO DE MONCADA.
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Uno de los personages que mas papel hicieron en el teatro de las agitaciones de Italia á principios del siglo decimosexto fue el Valenciano D. Hugo de Moncada, hijo de D. Pedro de Moncada Señor de Aytona. Dedicóse á las armas desde su primera juventud, y pasó á Nápoles en el tiempo de la expedición de Cárlos VIII en compañía de otros Españoles alistados como él baxo las banderas Francesas. Pero el valor de estos aventureros no pudo señalarse con el lucimiento que ellos ansiaban, en un exército constantemente favorecido de la suerte, que pasó los Alpes, atravesó la Italia con la prontitud de un relámpago, se apoderó de Nápoles, y acabó su empresa sin oposición alguna.
Llamado á Roma por el Embaxador de España, fue acogido Moncada en aquella Corte con la mayor consideración por su paisano el Papa Alexandro VI. Agradecido á sus favores, y arrastrado también por la vehemencia de su espíritu, acompañó en varias expediciones á aquel César Borja, que Cardenal primero, después caudillo, y siempre turbulento y ambicioso, llenó la Iglesia de escándalos, y la Italia de sangre. En su escuela D. Hugo si no pudo aprender á idear aquellos proyectos tan atrevidos y tan vastos, se adestró por lo menos á la osadia, á la agitación, á la fuerza de genio que manifestó después, á no desmayar jamas con los reveses de la suerte, y á no aquietarse nunca ni vencedor ni vencido.
La fama del Gran Capitán y el gusto de servir en las banderas de su patria le hicieron volver á Nápoles, donde la batalla de Garillano le vio desplegar enteramente aquel valor intrépido que le distinguía. Desde entonces su vida fue un continuo enlace de elevación, de fortunas, y de desgracias. Hecho Gobernador de la Calabria, contuvo los perversos designios de algunos malcontentos, y aseguró á Castelvetro contra las intenciones hostiles de los Franceses. En 1509 le nombró el Rey Católico Virey de Sicilia, y al año siguiente Capitán General de aquel Reyno é Islas adyacentes. Allí superando los alborotos de los sediciosos, y hollando las calumnias de sus émulos, supo sostenerse hasta el año de 1518, en que meditó su expedición á Argel, habiendo sido antes nombrado General de las fuerzas marítimas.
Pero la fortuna le abandonó entonces: el Rey de Tremecen faltó pérfidamente á sus promesas, una tormenta espantosa echó á pique la mayor parte de sus baxeles, y la empresa se malogró. Nada abatido con esta desgracia, al año siguiente trabó á vista de Cerdeña un combate desigual y sangriento con trece galeras Turquescas, no teniendo él mas que ocho, y salió de la refriega herido en el rostro: de allí navega ácia los Gélves, desembarca sus tropas, y á pesar del desastre que sufrieron las de Diego de Vera, á pesar de otra herida que recibió en la pelea, vence á los bárbaros, y hace tributarlo al Xeque de la Isla.
Roma que le había visto en su juventud entregado á sus placeres, ó siguiendo las banderas del Duque Valentin, le vio después Embaxador de Cárlos V, y vencedor de sus Papas en la carrera intrincada de las negociaciones políticas. Clemente VII, tan famoso por su sagacidad, fue un hombre ordinario junto á Moncada, que mirándole contrario á los intereses de su Soberano, supo oponer el disimulo al disimulo, el engaño á los engaños, y cavar á sus pies, sin que él lo sintiera, el precipicio en que cayendo, se vio precisado á abandonar á sus amigos, y entregarse á sus contrarios. Estos eran los Colonnas, facción poderosa que sostenida por el Embaxador Español, y aprovechándose de la inacción y simplicidad de Clemente, entró á mano armada en Roma, y disipando la miserable guardia que ceñia las casas pontificias, las entregó todas al pillage. El Papa advirtiendo tarde su engaño, y encerrado en el castillo de Sant Angelo, no tuvo otro arbitrio que abandonarse á la discreción de Moncada; el qual entonces dictó las condiciones del ajuste con una inflexibilidad y una altivez, que espantaron y ofendieron á los Romanos.
Su muerte sucedió en 1528, siendo Virey de Nápoles; provincia que á la sazón necesitaba de una cabeza tan pronta y decidida como la suya, para acudir á las terribles urgencias que por todas partes la acosaban. Las tropas Imperiales encerradas en la capital apenas podían sostenerse en ella: y el exército de Lautrech que había perdido la esperanza de forzarlas, tomó el partido del bloqueo, tanto mas seguro, quanto mas sostenido era por la esquadra Genovesa, que señora del mar, llevaba la abundancia al campo, y el hambre á la plaza. En tal estrecho el Virey tomando consejo de solo su ardimento, se arroja á las aguas, y busca las galeras de Filipin Doria muy superiores á las suyas en fuerzas y en pericia. En medio del combate una bala derribó al General Español, y con su muerte acabaron los enemigos de lograr una victoria bien debida á la superioridad de sus maniobras, pero que no desmerecían la arrojada intrepidez y el valor brillante de Moncada. Tenia este cincuenta años quando murió: y su pérdida fue muy sentida de los Españoles, á quienes sus grandes virtudes guerreras ilustraban y servían; pero igualmente aplaudida de los Italianos atormentados y ofendidos con la actividad indomable y fiereza de su genio.