Huellas literarias/Mariposas de locos

Mariposas de locos

¡La casualidad y la bayoneta! eso es lo que dirige los destinos de los pueblos -ha dicho el príncipe de Bismarck, contestando a un admirador suyo, que le llamó genio sobrenatural.

-¿Genio sobrenatural yo? ¡Bah! Cuando se declaró la guerra, el pueblo gritaba contra mí: ¡An den pfahl! (¡Colgadle!) Después, victorioso, gritaba el mismo pueblo: ¡Hoch Bismarck! (¡Viva Bismarck!) No hay genios sobrenaturales. El mío consiste en saber aprovechar la casualidad y la bayoneta.


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Cada cual es loco a su manera. «¿Dónde están mis ideas?», pregunta Guy de Maupassant. «¿Alguien de ustedes las ha visto por ahí?» Y se refiere que las busca en los rincones de la casa, sobre las mesas, en armarios, como si sus ideas fueran cosa material y prosaica. Cuando cree que las ha encontrado se rejuvenece todo. Son mariposas, o se figura él que eso son, cuáles blancas, cuáles azules algunas con alas de púrpura, y no falta nunca la mariposa negra que posa el vuelo sobre la seca corona del poeta loco...


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Heine, ¿era un loco? En una de las cartas que escribió a su amigo Alejandro Weill, expresó el deseo de ver flotar en las provincias del Rhin la bandera de Francia. La emperatriz de Austria, gran devota de Heine tiene esas cartas, que cedió Weil al archiduque Rodolfo, y éste a su madre la emperatriz. ¿Por qué no las ha publicado aún la inteligente dama? Porque, según se dice, la publicación no sería grata a la Tríplice. ¡Pero una carta de Heine vale mucho más que la Tríplice!

El barón Embden, sobrino del poeta, publicará en breve ciento veintidós cartas escritas por él a su hermana Carlota, en la que pensaba diariamente, según decía, veinte y cinco horas.

Tú y yo -la dice en una de las cartas- somos los únicos cuerdos de la humanidad; todos los demás están locos. Ni el champagne, ni el teatro, ni la vanidad halagada, ni las miradas de una mujer bonita, nada me satisface tanto como un rato de charla contigo. Te quiero más que todos los dulces, sin excluir la tarta de limones. Sé que Dios quiere que todo el mundo te bese las manos. Creo en eso. Es mi única religión.

¿Era un loco? Lo parecía, porque no encajaba en los moldes de la vida. Era un ciudadano descarrilado, y por serlo, la leyenda trazó con negros colores el perfil del escritor que, a juicio de los críticos y psicólogos de ahora, era «afectuoso, leal, dispuesto siempre a sacrificarse por sus deberes». También él, como Maupassant, veía mariposas, y se torturaba sin motivo, temiendo en vida que después de muerto, quedara sin recursos y sin consejo la mujer amada, su esposa, a quien llamaba «honesta, buena, sin malicia».

Mariposas. Hermosos fuegos fatuos de un cerebro loco...


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Pero Bismarck ¿con qué sueña? ¿Cuáles son las mariposas de su locura? Nouvelles de Hambourg, su órgano en la prensa, declara paladinamente que el excanciller falseó en 1.810 el famoso telegrama del rey de Prusia, que hizo inevitable la guerra, «pero endosando a Francia la iniciativa y la responsabilidad».

¡Ah, pícaro! La prensa de París desata sus cóleras llamándole «gran criminal», y el Times dice de la confesión del príncipe, que entraña la más grave responsabilidad de cuantas adquiriera en los dos últimos años.

Bismarck, sediento de represalias, loco por las grandezas, roído por la impotencia, hace ya lo que el asesino que mató por exhibirse: confiesa las muertes. No es un canciller de hierro; es sencillamente un gran diablo en un delirio monstruoso. Porque él no verá mariposas blancas y azules; verá sapos, culebras, ciempiés, cocodrilos, toda clase de bichos horrendos y asquerosos, en marcha hacia el campo de desolación, en cuyo centro se yergue la pirámide de cráneos, y sobre el más alto de ellos, el casco de acero del canciller-buitre.

No me cambiaba por él, aunque me diera el oro del mundo; porque, en fin, puedo dormir sin temor de que venga un cadáver a darme una serenata.