Huellas literarias/Juergas anarquistas
Juergas anarquistas
Los anarquistas «reciben» o tienen sus soirees los domingos. Estas explosiones de los grandes pirotécnicos ocurren generalmente en el local de una taberna de la calle de la Gaité; local espacioso, pero húmedo y sombrío. El vaho que exhalan las bazofias, el humo pestífero de las pipas, y las blasfemias que cruzan la sala, forman una atmósfera bochornosa y malsana.
Bajé algunos escalones y me interné en la cueva.
-¿Es usted un triqueur? -me preguntó una especie de portero.
-¿Viene usted a discutir?
-No discuto nunca; vengo a oír, ver y callar. Soy un periodista extranjero; el representante de EL LIBERAL en París.
Entré. Paseábanse a lo largo del salón unos señores con gabanes y sombreros de copa. Estos musiús -pensé yo- serán los llamados triqueur, los que vienen a discutir con los energúmenos; son, pues, unos musiús bien pendejos.
Nada de eso. Aquellos señores enchisterados eran los mismísimos anarquistas. Yo, que había ido de americana y hongo, no pude menos de exclamar:
¡Diablo! ¡Si parezco más anarquista que ellos!
-¿Es usted un compagnon? -me preguntó uno.
-No, señor. No tengo compañeros en ninguna parte.
-Entonces será usted un solitario...
-Ni tampoco solitaria. Soy un tipo. No vengo de anarquista, ni de triqueur; vengo porque me da la gana, puesto que esta es la casa de la anarquía.
-Pero usted, ¿quién es?
-Ya lo he dicho al entrar; un periodista de Madrid.
-¡Hein! También allá hay buenos compagnons, partidarios de la propaganda por los hechos. Monsieur Errrrnesto Alvarés...
-¡Calle usted! Ernesto Álvarez es incapaz de bombardear una mosca. Las marmitas se usan allí para cocer el puchero, o para hacer un bacalao a la vizcaína. ¿Compagnons? Búsquenlos ustedes en otra parte.
-¡Oh!... aquí nos sobran, y de buena calidad. Vea usted: un Kropotkine, príncipe; un Reclus, sabio; un Morés, marqués; una Uzés, duquesa. La vizcondesa de Tredern lleva a sus salones la flor y nata del anarquismo. En sus perfumadas tarjetas no falta jamás este aviso: «Habrá anarquistas», ni esta nota: «Se bailará a la dinamita».
Pasó una hora, luego otra. Los anarquistas seguían, a lo largo de la sala, fumando en pipa.
-¡Valientes triqueurs! -exclamó un señor.- Se les invita a discutir, y no viene ninguno... ¡de miedo!
Me fijé un poco en aquel señor, que gastaba ropa negra.
-¿No le conoce usted? Es el padre de Anastay; un gran anarquista.
Me pareció un loco; un señor que no es ciertamente anarquista, ni tiene tipo de eso, a quien obligara un dolor insensato a echarse en un abismo.
La sala quedose poco a poco a obscuras; el humo de las pipas se espesaba; la atmósfera olía a chamusquina, y de repente, sin decir palabra, los manifestantes se dispersaron uno a uno.
Al salir me dijo el portero:
-No ha podido efectuarse la sesión proyectada para justificar el suceso de la calle Bons Enfants. Los burgueses no han venido... Y usted, ¿dónde vive?
-Ahí, en la tarjeta, lo verá usted.
Leyó. Y luego:
-Ande usted con ojo. En el número 34 de esa calle, casi en frente de la casa de usted, vive un magistrado que está muy comprometido, porque ha hecho mucho daño a los anarquistas. Toda la casa está cerrada. Dos guardias la vigilan día y noche.
-No me había fijado.
-Pues fíjese usted, y múdese... por si acaso...
-Gracias.
Para bromitas -ya que hay quienes se entretienen en poner bombas inofensivas de diversos colores y, lo que es peor, de olores que no son de ámbar,- para bromitas, la que le han gastado al anarquista Paint.
Salió de la sauterie familiale, o como si dijéramos, de la voladura casera, dando vivas a la marmita y cantando el famoso
- Dynamitons! Dynamitons!
- Ton lon ton taine ton ton!
- Dynamitons! Dynamitons
- Ton ton ton ton!
y se detuvo en una esquina de la calle Flandre para leer mejor el título del pasquín distribuido en la sauterie, el cual título es, o está
ROTSCHILD, CARNOT, LEÓN XIII
cuando acertó el buen Paint a ver el desfile de un entierro, y... ¡ton ton ton! se descubrió respetuosamente al pasar el cadáver en un carro con una espléndida corona que tenía este letrero:
Detrás del féretro, la viuda llorando a lágrima viva. ¡Pobre mujer! exclamó Paint y... ¡dynamitons! ¡dynamitons! se fijó en ella. Pero de pronto rugió como Satán.
-¡Vive Dios, si es mi mujer! La indina entierra a su marido: luego yo estoy muerto...
Paint interrumpe la ceremonia, detiene a la viuda y la interpela a gritos: -Oye tú, Nicolasa: ¿me he muerto yo, por casualidad?
Intervienen los guardias, suplican los amigos, se restablece el orden; sigue el muerto con su corona de marido y con su viuda llorosa, y el anarquista Paint se marcha cantando bajito:
¡Dynamitons! ¡Dynamitons!
Porque no tenía derecho a otra cosa. La viudita era, o es, su mujer; pero le dejó, hace años, por el muerto -que entonces coleaba;- y como Paint se conformó con su suerte...
¡Ton ton ton!
Los Paints de Berlín tampoco lo han hecho mal. La sauterie fue a lo grande, en los salones de la Cocordia adornados con tupidas alfombras, alumbrados con luces eléctricas que destacaban el oro de las molduras y los lienzos de las paredes. Cuatrocientos cincuenta anarquistas casados llevaron bondadosamente a sus respectivas esposas. El grito general de los anarquistas solteros tenía por fuerza que ser: ¡Vivan las marmitas!... Se teorizó un poco; se discutió otro poco; y en seguida a bailar la Carmañola como se baila en el Soudan...
Las esposas gritaban:
¡Vivan los cartuchos!
Los anarquistas solteros:
¡Olé las marmitas!
y de los cuatrocientos cincuenta anarquistas casados, salieron cuatrocientos cuarenta y ocho cantando bajito:
¡Ton ton ton!
Hoy como ayer, mañana como hoy,
¡y siempre igual!
¡Oh, gran poeta! Merecías vivir eternamente aunque no hubieras expresado más que el dolor de esas dos líneas.