Huellas literarias/Los barbos
Los barbos
El Sr. Jousset de Bellesme, director del acuario del Trocadero, nos da hoy los buenos días con una noticia horrorosa: ¡Les llegó la hora a los barbos!
Las mujeres de Abisinia pasan las noches en vela, según refiere, un corresponsal del Temps, vestidas con sudarios y dando gritos horribles cuando muere un colérico. No se puede dormir en el pueblo.
Ni en las riberas del Sena. Los pescadores, inconsolables, lloran sobre los difuntos. ¡Pobres barbos! ¡tan jóvenes y ya tan desgraciados! En los albores de la vida, cuando prometen mucho bueno y son legítima esperanza de los gastrónomos, bajan los barbos a la tumba, prematura e inmerecida. -Como bajar, no bajan; se dejan llevar, con el vientre al aire, por la corriente del Sena.
¿De qué y por qué mueren? Ya lo dice el señor Bellesme: porque les entran microbios, como si los barbos fueran personas. Es un microbio miserable y contrahecho -algo así como un Meunier- pero más malo que la peste. En cuanto acierta a ver un barbo se va derecho a él y ¡zas! se le cuela en «les humides régions». Claro que el pez se defiende, zambulléndose, pero el microbio, aunque es terrestre, se zambulle también, porque puede, como Dios, vivir en todas partes.
La microbitis produce en este caso una especie de viruela. Da pena de ver a los barbos con las caras afeadas por pústulas y manchas. Diríase, a primera vista, que están pasando el sarampión; pero observados de cerca y con detenimiento, luego se advierte que el microbio va de veras, y que no hay tal varicela, sino una manifestación de tumores «como los que tienen las personas atacadas por la peste».
Para que sea completa la semejanza, no hay remedio que valga a los barbos, como no lo tienen tampoco los más de los enfermos de la especie humana. Aquellos peces están, pues, «llamados a desaparecer», pero hay muchos en el Loire y en Holanda, según leo, para suplir la falta de los del Sena. Así como, dicen algunos indianos, que «no se puede comer sin aguacate, afirman ciertos gastrónomos que no se puede comer sin barbos.»
Y están desolados; porque ha dicho el Sr. Bellesme que hay que abstenerse de comerlos. La verdad es que va llegando la hora de la antropofagia. En cuanto asomó este año el cólera morbo, asomó también el correspondiente bando «facultativo»: ¡No comáis legumbres! ¡Cuidado con beber agua!... Una eminencia, Pasteur, aconseja que no se tome helados... El director del acuario del Trocadero prohíbe los barbos... Dios dijo «Amaos los unos a los otros»; y el médico concluirá por decir: Comeos los unos a los otros; porque de no hacerlo así perecemos como barbos.
O como generales de las Repúblicas del Sur americano, cuya eterna crisis anárquica es muy comentada en París, puesto que a ninguna nación le agrada que encarcelen a su cónsul y representante, como han encarcelado en Carúpano al vicecónsul de Francia, según telegramas del New York Herald. Los franceses andan locos pidiendo informes a los naturales de aquellas «dilatadas» regiones; pero ellos mismos no pueden darlos, siendo así que no saben más que nosotros: que si la «autocracia» triunfará; que si están en puerta los godos; que no son godos, sino amarillos; que el partido visigodo, o azul turquí, será quien tome «las riendas» del poder, y que llueven generales y candidatos a la presidencia de países que, por no tener ya qué comer, ni barbos del Sena.
-¡Hace falta allí un sargento! -grita La Liberté.
¡Qué error! Eso es lo que sobra allí...
-La disputa, -dicen los de la tierra -está entre Darío y el Chingo...
-Pero, ¿quién es el Chingo?
-¡Un general, hombre!
En Bolivia es muy grande la excitación, porque, como dice la prensa, «Pacheco se opone a Bautista «-¡Señores! ¡Que se derrame tanta sangre, y se arruinen comarcas ferocísimas, y se haga imposible la vida del hombre civilizado, todo por una disputa entre un Sr. Pacheco y un Sr. San Juan Bautista!
Si Colón y Vespucio resucitaran, se morían del susto.
A no ser que se hicieran generales o barbos en lucha con Bautista y Pacheco.