Huellas literarias/Interview con Norton

Interview con Norton

En esta transformación de la tragedia más terrible a la comedia más baja y repugnante -como ha dicho lord Rosebery -o en este petit roman, según ha llamado sir Thomas Lister a la aventura política que acaba de correr la Cámara francesa, se le asigna un papel trágico-cómico al negro Alfredo Norton.

No he venido al mundo con la noble misión de defender hotentotes: pero, acostumbrado a ver en todas partes que el negro paga los vidrios rotos, no puedo menos de decir que Alfredo Norton no me parece tan fiero como lo pintan.

Como negro, es subido de color. La prensa no le ha descripto físicamente, porque... ¡vaya usted a describir un negro! Es un ejemplar, como otro cualquiera, como todos los negros, cuya cara no refleja emoción alguna. La edad no podría averiguarla el mismo Vargas, aunque anda por «aquellas apartadas regiones».

Cuando llegué a la casa número 89, de la calle Reuilly, domicilio de Norton, éste echaba la siesta en la hamaca.

Se sorprendió satisfactoriamente al oír que yo también soy de allá. Es muy posible que se hiciera la ilusión de que tengo algo de hotentote.

En seguida me dijo:

-Siéntese, y tome café.

¡Ah, diablo!... Recordé el tradicional bojío, donde se puede tomar impunemente el café prieto, sorbo a sorbo, sin oír hablar de Clemenceau, ni de nadie, sumergido el espíritu en el gran letargo de la Naturaleza.


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Es un negro catedrático, es decir, inteligente e ilustrado. Habla mucho, bien, y en varios idiomas. Fuerza será confesar, si resulta falsificador, que es más listo que los diputados franceses, puesto que, en tal caso, les engañó como si fuesen chinos... Pero Norton dijo anoche al juez Athalin:

-¡Miradme frente a frente, y decid si tengo yo cara de falsificador!

No tenía cara de nada. Su fisonomía es una mancha.

-¿Hace mucho tiempo que vive usted en París?

-No. Primero estuve en Marsella. Fui allí... cuanto hay que ser, desde tocador de güiro y vendedor de bateas de durse de coco, hasta fundador de una casa de comercio, que trabajó con escasa fortuna, y que quebró al fin, por lo cual intervino la justicia y como hacía falta meter alguno en la cárcel...

-Le metieron a usted.

-Sí, señor; porque «ellos son brancos y se entienden». ¡Ay mi Dios, quién fuera branco, aunque fuera Clemenceau!... En aquel lance perdí el dinero y la libertad. Luego vine a Paris, de agente de negocios; me casé...

-¿Contra quién?

-Ahí la tiene usted...

Buena francesa; blanca, rubia. A la vera de Norton, parecía un ramo de azahar sobre el cual trepara una cucaracha.

-Y usted, compadre Norton, ¿podría hacerme el favor de decirme qué pinta en las cuestiones internacionales con Egipto, Inglaterra, Servia, el principado de Mónaco, el Polo Norte, etcétera.

-Pinto, y no pinto. Fui yo quien dio los documentos; no por vengarme de Inglaterra, ni por armar camorra, sino porque se me habló de comprármelos, y yo los vendí...

-Como si fuera el durse de coco de una batea.

-Exacto.

-Pero esos papeles, ¿no son mojados?

-Le diré a usted. Secos y buenos los di yo. Si alguien los mojó, ¿los maleó, porque convino a su obra de destrucción política, ¿qué tiene que hacer en eso el negro Norton? Yo no puedo ni tengo que decir otra cosa, y no la diría aunque me tumbaran la cabeza. Negro soy, pero decente, mucho más que algunos bruncos que quieren tornarme la pasa.

Hablamos de otra cosa. Norton cantó, con acompañamiento de güiro, un tango sentimental, y leyó una poesía -escrita de su puño y letra,- alusión sangrienta, según me dijo, a Clemenceau y Derouléde, la cual poesía, traducida, empieza así:

Pájaro malo
y José Cabulla,
en días pasados
tuvieron bulla;
si tú no sabes
por lo que fue,
no te lo digo
ni sé por qué.
Pero es lo cierto
que ellos bullaron,
porque en Marsella
me lo contaron...
y todo fue
por la mujer
que el perro Funo
quiso... coger.


Al despedirme, me dijo cortésmente

-Cuando quiera, venga a sentarse y a tomar café.

Y pensaba yo en reincidir, pero supe que le habían metido en la cárcel.

¡Porque el caso era meter a alguien!...


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No es para negros el reinado de París. Rochefort burlose de Heredia, exministro, diciendo todos los días: -Siempre que paso por la Bastilla, y veo la estatua del negro con un reloj en la barriga, no puedo menos de recordar al Sr. Heredia...

Y refiriéndose al mismo Heredia, no hace muchos días, dijo La Libre Parole: -Continúa siendo negro...

El único a la altura de la situación, es Chocolat (natural de Cárdenas), que hizo el rey en el Noveau Cirque, con un manto parecido a una casulla, y una corona que se le balanceaba, en la cabeza.

Fuimos en comisión, algunos amigos, a vitorear al monarca. En aquel momento bajaba una escalera.

-¡Viva Chocolat!

-¡Viva su majestad!

-¡Olé, el rey!

Y él, mirándonos tristemente:

-¡Mejó etaba yo en Cuba, cará!...