Huellas literarias/La última jaqueca
La última jaqueca
Es triste...; se anuncia un acontecimiento que me hace prorrumpir en lágrimas y sollozos: la aparición de una novela de Pérez Galdós. Yo, que no deseo el menor de los daños a mi mayor enemigo, pido a Dios, hace ya tiempo, la muerte de Galdós ¡Qué pena tan grande! Pero el Sr. Pérez Galdós tiene el deber de morirse en seguida, aunque sea suicidándose con una limonada purgante de ácido fénico, para que vivan a gusto los Episodios nacionales, Doña Perfecta, Gloria y Marianela... quitando a ésta lo que haya que quitar.
Literariamente, como novelista, Pérez Galdós es un asesinado por Zola. Las últimas novelas del insigne isleño, novelas que tienen todos los defectos y ninguna de las virtudes del maestro, son insoportables. Pero hay algo muy grave en esas obras: hipnotizado por Zola, víctima de la incurable dolencia que podría llamarse obsesión del genio, Pérez Galdós ha perdido la originalidad de su temperamento y es actualmente un sectario más del autor de los Rougon...
Hay algo más grave todavía... En esa inaguantable serie de tipos que hablan el mismo lenguaje rufianesco, Pérez Galdós incurre frecuentemente en plagios de los libros del genio; las descripciones están copiadas del natural... de Zola; los caracteres son de extranjis. La Leré, sin ir más lejos, que allá en su alcoba resulta hembra antes que santa, y a quien atormenta la morbidez de su hermoso seno, etcétera, etcétera es la Paulina, virgen, que se contempla mujer antes que mártir, y comprende, en La Alegría de vivir, que nació para ser fecundada...
¡Qué diferencia, sin embargo, en el modo de dibujar y sostener los caracteres! Zola, en La Alegría de vivir, es, como siempre, genio. Galdós, en Ángel Guerra, apenas se llama Pérez...
Consuélese D. Benito: el curita de Los Pazos de Ulloa es, al revés, el protagonista de El Vientre de París, y así sucesivamente.
Interrogado Zola acerca de los novelistas españoles, contestó que no los conocía. Conoce y admira, según dijo, a monsieur, Oller; pero Oller es catalán; y de los que van diariamente a esperar en la Rambla «el correo de España», que es el de Castilla...
No, no hay novelistas, si se exceptúa al Padre Coloma, cuyas Pequeñeces, con procedimientos naturalistas, pero sin plagios, es la mejor novela española.
La Pardo... la señora Pardo Bazán tiene buenas dotes, pero no ha hecho, ni hará probablemente, una novela cumplida; Palacio Valdés, que es a mi juicio el más notable de los escritores jóvenes todavía, con mucha ternura del corazón y con mucho humorismo del carácter, tiene en sus obras capítulos bellísimos, brillantes, a veces tiernos, con frecuencia chistosos; pero no es aún, a despecho de tan excepcionales condiciones, lo que tiene derecho y obligación de ser como novelista; Pereda, el amanerado Pereda, es, como novelista, insoportable; Alarcón ha muerto, y no haya miedo de que resucite, a pesar de El sombrero de tres picos, que es una joya, pero no una novela.
A los demás novelistas les irán enterrando poco a poco; y a Galdós el primero, porque no muere de muerte natural, sino violentamente y a mano airada de Zola.
Cumpliendo la postrera voluntad de un pensador ilustre, Salmerón echó en la fosa el último libro que había escrito aquel, amigo suyo. «Ésta -dijo -es la obra que estaba escribiendo...»
Si yo tuviera la autoridad del Sr. Salmerón, y si el Sr. Pérez Galdós estuviera, como debía estar, en el depósito de cadáveres..., enterraría con él su anunciada novela, sin leerla, diciendo a los espectadores: -Esta es la última jaqueca que el Sr. Pérez Galdós pensaba dar a sus lectores...