Historia XVII:Turquía

Historia XVII:Austria


El sultán del Imperio otomano, establecido en Constantinopla, había sido en el siglo XVI el príncipe más poderoso de Europa. Su ejército, formado por «genízaros», soldados de profesión, ejercitados para la guerra desde niños, era superior a todos los demás ejércitos de la época.

Pero, desde la muerte de Solimán (1566), el sultán había dejado de guerrear y el Imperio otomano ya no se ensanchaba. Comprendía entonces toda el Asia Menor, apellidada Turquía asiática, —Siria, —el Egipto, -y toda la península de los Balkanes, llamada Turquía europea.

La flota turca había sido destruida por los italianos y los españoles en la batalla de Lepanto (1572); pero los corsarios musulmanes súbditos del sultán seguían siendo dueños del Mediterráneo oriental, de donde acabaron de arrojar a los cristianos.

El sultán vivía en su palacio de Constantinopla, el Serrallo, rodeado de sus mujeres y de sus favoritos. Dejaba que gobernase en su lugar el gran visir -muchas veces aún su madre o una de sus mujeres. Aquellas mujeres eran cautivas extranjeras, griegas o eslavas, indiferentes por la suerte del Imperio, y trataban sobre todo de obtener dinero. Los gastos de palacio se hicieron tan grandes que, para allegar dinero, se crearon tributos muy cuantiosos que habían de pagar los campesinos.

Las tierras que habían de servir para sustento de los caballeros (spahis), se daban a los criados de palacio o servían para pagar los gastos de las mujeres del sultán. Casi no quedaban spahis.

Los genízaros se habían hecho mucho más numerosos. Pero no eran verdaderos soldados, se había dejado de alistar a los jóvenes y de instruirlos en los ejercicios militares. Los genízaros eran gentes de Constantinopla, cocineros, mozos de mulas, obreros de todas clases, que habían comprado las plazas para obtener un sueldo. No se ejercitaban en el manejo de las armas, y cuando se iniciaba una guerra, se hacían eximir o desertaban. En tiempo de paz maltrataban a los habitantes, se amotinaban, y a veces llegaban a sublevarse.

Se encontró por fin un gran visir enérgico, Koeprili, hijo de un albanés establecido en Asia. No sabía leer y fué nombrado visir a los setenta años, porque había necesidad de una persona activa para acabar con los sublevados. Koeprili exigió del sultán la promesa de no escuchar queja ninguna contra él y la facultad de nombramiento para todos los empleos. Impidió una sublevación de los soldados haciendo decapitar a sesenta de sus jefes. Mandó ejecutar a los genízaros que habían desertado en el momento de una batalla. Al morir, recomendó al sultán «que no atendiese nunca los consejos de las mujeres, que no confiase jamás el poder a una persona rica y que siempre tuviese las tropas en movimiento».

El sultán nombró en su lugar a su hijo, que gobernó quince años (1661-1676). Era instruido a la manera de los musulmanes, conocía el Corán, la astrología y los poetas árabes.

Después de él, el gran visir fué su cuñado, que hizo que todo el mundo le diese dinero y que tuvo una corte como el rey, tropas de mujeres y de esclavos, caballos a miles, jaurías de perros.

La familia de los Koeprili reanudó las invasiones suspendidas desde hacía un siglo. Un ejército turco invadió Hungría. El mismo visir llevó 120.000 hombres y 3.000 cañones. Saqueó Hungría, la Moravia, la Silesia, llevándose a los moradores como esclavos (1661-1663). Asustados los príncipes alemanes, enviaron soldados al ejército de Leopoldo. Luis XIV envió 6.000 hombres. El ejército turco encontró a aquel ejército imperial acampado cerca de la abadía de Saint-Gottard y le atacó. Los alemanes, colocados en el centro, huyeron; pero los austriacos a la derecha y los franceses a la izquierda atacaron a los turcos. Se dijo que el gran visir, al ver a los caballeros franceses con sus pelucas rubias, preguntó: «Qué muchachas son esas?» Los genízaros fueron dispersados. El sultán hizo una tregua con el emperador (los musulmanes no hacían jamás con los cristianos un tratado definitivo).