Historia XIII:La reacción absolutista

Historia XIII:Formación de los partidos
Capítulo 13 – Inglaterra desde 1660 a 1714
La reacción absolutista​
 de Charles Seignobos


Carlos, que había recibido dinero de Luis XIV, gobernó sin Parlamento hasta su muerte. Tenía a la sazón un pequeño ejército, nadie podía ya resistírsele. Se desembarazó de sus adversarios mediante un régimen de terror. Hizo que los tribunales los condenasen, eligiendo jurados en el partido tory. El jefe del partido whig, Shaftesbury, se libró huyendo de Inglaterra. En las ciudades que habían elegido diputados whigs, se cambiaron las listas de los electores.

Algunos republicanos tramaron una conspiración para prender al rey y a su hermano (1683). El rey aprovechó esta circunstancia para hacer condenar y ejecutar a los jefes de la oposición, Russel y Sidney.

Carlos murió (1685), habiendo recibido los sacrmentos de la Iglesia católica.

El hermano de Carlos II, Jacobo II, le sucedió sin dificultad. Se había declarado católico y se había casado en segundas nupcias con una princesa católica italiana. Deseaba restablecer la religión católica en Inglaterra, y, mientras esto ocurría, conceder a los católicos la libertad de su culto. —En la ceremonia de la coronación tuvo necesidad, según la costumbre, de jurar que había de defender la Iglesia anglicana. Pero mandó abrir las puertas de la capilla católica de la reina y asistió a la misa.- Fué, según costumbre, coronado por un obispo anglicano, pero se observó que abreviaba la ceremonia todo lo posible.

La situación de Jacobo fué fácil al principio. Todos sus adversarios habían quedado aniquilados, nadie se atrevía a oponérsele. El Parlamento elegido a su advenimiento (1685), se compuso, como el de 1661, únicamente de tories, partidarios de la Iglesia anglicana y muy bien dispuestos para con el rey. Aprobó un impuesto que daba a éste dinero suficiente para no necesitar reunir el Parlamento en lo sucesivo.

El duque de Mommouth, hijo de Carlos II, a quien los whigs habían querido reconocer por soberano, desembarcó en el oeste de Inglaterra y se declaró soberano legítimo. Tuvo de su parte a los disidentes, que le apoyaron por no querer un monarca católico. Pero sólo los aldeanos tomaron las armas, ningún noble quiso seguirle. Jacobo envió contra él 4.000 soldados. Los rebeldes, que no tenían el menor hábito guerrero, fueron dispersados. Mommouth fué hecho prisionero y ejecutado (1685).

Los prisioneros hechos en aquella guerra fueron ahorcados. Se prendió a los partidarios de Mommouth y se les llevó a los tribunales. El gran juez, Jeffreys, hizo un viaje al oeste para dirigir aquellas causas, y se hizo famoso por su crueldad. En una sola ciudad, Dorchester, se ahorcó a 74. Una vieja señora de setenta y cuatro años fué condenada a la hoguera por haber recibido en su casa a los fugitivos. Cuando el jurado no quería condenar a un acusado, Jeffreys insultaba a los que le componían para obligarlos. Con frecuencia estaba borracho y se divertía burlándose de los procesados. Aquel viaje se denominó las audiencias de sangre. Trescientos veinte fueron sentenciados a pena capital, 840 deportados a las Antillas y vendidos como esclavos. Jacobo recompensó a Jeffreys nombrándole Canciller.

Jacobo conservó el ejército alistado contra Mommouth y nombró oficiales a varios católicos, a pesar de la ley inglesa. Despidió a sus ministros protestantes y se rodeó de consejeros católicos.

El rey seguía los consejos de su nuevo confesor, un jesuíta. Nombró católicos profesores de las Universidades, en contra de la ley. Mandó abrir en su palacio una capilla en que predicaba un padre jesuíta, e intentó convertir a los señores de su Corte.

Luis XIV acababa de prohibir en Francia el culto protestante. Los protestantes de Inglaterra, incluso los tories, empezaron a inquietarse. Apoyaban a Jacobo II porque era el rey legítimo, pero no querían que Inglaterra llegara a ser católica. Los mismos católicos ingleses, y el Papa, juzgaban imprudente a Jacobo.

Por último el rey, sin consultar al Parlamento, promulgó una Declaración de indulgencia semejante a la de 1672. Suspendió todas las leyes dictadas contra los católicos y los protestantes disidentes, y les permitió celebrar su culto (abril de 1687). El Parlamento protestó y fué disuelto.

Jacobo intentó hacer elegir diputados favorables a su proyecto. Pero los nobles ingleses no querían dejar establecer la tolerancia para la religión católica. Les parecía un medio de preparar la restauración del catolicismo en Inglaterra. Jacobo vió que no podría lograr la elección de sus candidatos, y renunció a convocar el Parlamento.

Promulgó una segunda Declaración de indulgencia (1688). Aquella vez ordenó leerla en las iglesias dos domingos seguidos. La mayor parte de los pastores se negaron, y siete obispos presentaron al rey una petición excusando a su clero. Jacobo los mandó prender y perseguir por «libelo sedicioso», aun cuando su petición no hubiera sido publicada. La muchedumbre, reunida en las calles de Londres, los aclamó. Jacobo mantenía entonces Un pequeño ejército e iba con frecuencia a pasarle revista. Al llegar al campamento, oyó a los soldados lanzar gritos de alegría: «Qué pasa?», preguntó. — «No es nada, le dijeron, son los soldados que están contentos de la absolución de los obispos» - «¿A eso decís nada?», dijo, y añadió: «¡Tanto peor para ellos!»