Historia XIII:Revolución de 1688

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Capítulo 13 – Inglaterra desde 1660 a 1714
Revolución de 1688

de Charles Seignobos


Jacobo estaba en desacuerdo con la gran mayoría de sus súbditos, pero no tenían los ingleses medio alguno de resistir a la voluntad del rey. El clero mismo anglicano enseñaba que los súbditos no deben, en ningún caso, rebelarse contra su príncipe.

Jacobo no tenía más sucesión que dos niñas habidas con su primera mujer, que era hija del ministro Clarendon. Eran protestantes, y los ingleses confiaban que la tentativa de restablecer el catolicismo acabaría con la vida de Jacobo II. Pero, en junio de 1688, la reina dió a luz un hijo. Iba a ser criado en la religión católica, ya no quedaba esperanza a los protestantes.

Entonces los señores ingleses del partido tory se pusieron de acuerdo con sus adversarios whigs para desembarazarse de Jacobo II, Enviaron a decir a Guillermo de Orange, marido de la hija mayor de Jacobo, que, si desembarcaba en Inglaterra con un ejército, se declararían francamente en su favor.

Guillermo tenía un ejército dispuesto en Holanda. Dudó primeramente en partir, porque Luis XIV tenía grandes fuerzas cerca de la frontera de los Países Bajos, y se creía que los dos reyes estaban aliados. Luis XIV advirtió a Jacobo de los proyectos de Guillermo, y hasta le ofreció tropas. Pero Jacobo quería permanecer independiente de Luis XIV y mantener en paz a Inglaterra. Respondió que él podía defenderse, y Luis XIV, entonces, envió su ejército a invadir Alemania.

Guillermo, libre del temor de una invasión francesa, desembarcó en Inglaterra con un ejército holandés de 14.000 hombres. Publicó una declaración diciendo «que llamado por los señores y los municipios de Inglaterra, venía, en calidad de heredero de la corona, a conservar las leyes y la religión del país». Fué hacia Londres. Los nobles ingleses, al pasar, se unieron a su ejército.

Jacobo fué en busca de sus tropas para combatir a Guillermo, pero varios de sus oficiales le abandonaron. Su segunda hija huyó también. Jacobo, desalentado, volvió a Londres, propuso a Guillermo una tregua y envió a su mujer y a su hijo a Francia. El mismo salió de la capital, y, al ir por el Támesis, echó al agua el gran sello del reino, sin el que ningún acto de gobierno podía ser promulgado regularmente, y fué a embarcarse (11 de diciembre de 1688).

En Londres, la multitud, armada con palos, sables y lanzas, en las ropas cintas de color naranja, corría las calles gritando: «Abajo los papistas!» Demolió las capillas católicas, amontonó los bancos, los confesionarios y los breviarios, y con todo hizo hogueras.

Jacobo, en el momento de embarcar, fué detenido por unos pescadores que le tomaban por un jesuíta. Se le puso en libertad y volvió a Londres. Pero los soldados de Guillermo llegaban. Fué preso otra vez, y Guillermo, de intento, le dejó escapar. Se refugió en Francia, donde Luis XIV le recibió como soberano.

Guillermo hizo elegir un Parlamento, que se llamó Convención porque no estaba convocado por un rey. La mayoría, en la Cámara de los Comunes, estuvo formada por whigs, adversarios de Jacobo. Pero los Lores no querían reconocer que un Parlamento tuviera derecho a deponer un rey. Hubo acuerdo para admitir que Jacobo, al huir, había abdicado, y que el trono estaba vacante. El hijo de Jacobo fué desechado, se aparentó creer que era un hijo supuesto. La heredera era por tanto la hija mayor de Jacobo, María, y se propuso hacerla reina. Pero Guillermo declaró que no estaba dispuesto a ser «el ayudante de su mujer». Se decidió que Guillermo y María serían reconocidos «soberanos conjuntos» y que Guillermo gobernaría solo (febrero de 1689). Se redactó una Declaración que fué leída solemnemente en la sala del banquete, en presencia de los grandes señores. Guillermo y María manifestaron que la aceptaban.

La Declaración de derechos de 1689 enumera los actos, reprochados a Jacobo II, que un rey de Inglaterra no tiene derecho a realizar: imponer tributo, mantener un ejército, variar la religión, dictar leyes. Recuerda los derechos que pertenecen a los ingleses y que el rey no debe quitarles: derecho de elección libre, derecho de ser juzgados por los tribunales. Para impedir que el rey cometa en el porvenir abusos, «el Parlamento debe reunirse con frecuencia». Todos los derechos que se enumeran en esta declaración son proclamados «los verdaderos, antiguos e indubitables derechos y libertades del pueblo de este reino». Todo rey o reina, antes de asumir el poder, deberá prestar juramento de respetarlos.

La Revolución de 1688 no destruyó el gobierno del rey como la de 1648. Hacía solamente imposible que el rey gobernase sin Parlamento, como Carlos I, o que intentase cambiar la religión, como Jacobo II.